sábado, 29 de enero de 2011

Las fieras entran en la catedral.

"Eran voluntarios que había sido rechazados por sus instructores para ir al frente, bien por su manifiesta torpeza , bien por algún defecto físico."


INQUIETUD EN EL PARAÍSO. OSCAR ESQUIVIAS
V – CAMINO DEL PURGATORIO

En esta primera entrega del capítulo cinco y último seguimos a Rodrigo y don Cosme en su recorrido novelesco. Han ido de la mano hasta ahora. Aquí sus trazados se bifurcan para confluir, al final, en la catedral camino del más allá. Los dejamos justo en el momento en que suena la alarma de bombardeo que provoca el desorden en el interior. En otra ocasión le seguiremos la pista a Julián, Román y el resto de protagonistas que faltan, cuyos destinos coinciden también en la catedral o en el más allá errático.

Rodrigo ha dormido de un tirón. Las gruesas paredes del seminario han amortizado el sonido de bronce de las campanas, no se ha enterado de nada. El seminario está lleno del bullicio de un tercio de requetés navarros que allí se cobijan. Don Cosme le dice que parecen haber retrocedido cien años, a las Guerras Carlistas. Le pide que le acompañe a llevar el sacramento último al primer héroe. Los soldados se arrodillan a su paso; pronto serán carne de plomo en el frente: siempre en las fuerzas de choque franquistas, con tercios enteros desaparecidos en combate.

Un altavoz lanza las consignas de Radio Castilla. Asisten al primer mártir burgalés que, ironías del destino, muere por fuego amigo, de la Guardia Civil, haciendo bueno el dicho de que las armas las carga el diablo. Sus compañeros lloran lo que no lloraron para asesinar a los que aquella noche sacaron de sus casas para dejarlos tirados en las cunetas y montes de las afueras de los pueblos.

El Comandante Paisán sabía en su fuero interno que el golpe había fracasado con la excepción de algunos lugares, precisamente los más pobres y atrasados. No se siente orgulloso del episodio de la detención de Batet. Un cuadro de Bertuchi que el general le había regalado le recuerda constantemente el episodio. Recibe a don Cosme que quiere entrevistarse con Mola sobre el asunto de la expedición. A pesar de que el Comandante le dice que es imposible que el general lo reciba, tiene otras cosas más importantes que pensar; don Cosme insiste. Un telegrama con la noticia del accidente y muerte de Sanjurjo en Estoril zanja la entrevista.

Presos republicanos en el penal de Burgos. De aquí

En la cárcel dejan escribir cartas a los presos por primera vez. Los padres Zamora, Temiche, Ausín y el seminarista Gorostiza harán de censores del penal. Una carta que el músico Antonio José escribe a don Perfecto Dorronsoro cae en sus manos. Se trata de una auténtica muestra de la angustia que tuvieron que vivir los encarcelados en los primeros momentos de la contienda. Una demostración de la arbitrariedad y del estrecho espacio que separaba la vida de la muerte en aquellas circunstancias. Rodrigo se encarga de hacerle llegar la carta de su profesor de música al industrial en el coche del comandante Paisán.

Al llegar al seminario castigan físicamente a Rodrigo por el abandono de su misión de censor. Sucede lo mismo que cuando DQ iba a azotar a Sancho si éste no se alza con aquel grito de rebeldía: “Yo soy mi señor”. Le quitan la beca. Le escriben a casa con la primera advertencia de expulsión. Rodrigo solo, llora en su habitación.

La expedición había quedado un tanto aparcada en vista de los graves acontecimientos que los protagonistas estaban viviendo. Paisán se presenta ante don Cosme para apoyar la expedición. Conseguirá el apoyo de Cabanellas si lo lleva y le ayuda a encontrar a Sanjurjo en el Purgatorio, donde se supone que debe estar purgando sus faltas al morir de repente, sin la debida preparación. Le confiesa que una vez muerto el Marqués del Rif él ya no tiene por qué apoyar las atrocidades de los falangistas, albiñanistas y requetés en la retaguardia. Afirma que Sanjurjo no habría permitido una guerra civil.

"Yo soy representate de la loción Nemo, la mejor para después del afeitado"

Rodrigo lleva el Cristo a la barbería. Le dice a Conchitón que no ha vuelto a ensayar en el piano porque está castigado. Ella le dice que es un seminarista raro, ni pega de cura ni se ajusta a los parámetros de los que tienen vocación. Cabanellas se presenta en la barbería para que le pelen y detrás Paisán. El general acusa a los militares de tenerle secuestrado en el palacio de la división, afectado por lo que él mismo admite tener encima: “Yo soy un viejo que dice a veces disparates”. El comandante se lo lleva y ordena al cabo que tome nota de todos los presentes por si aquello sale de la barbería y se hace público: la represión y falta de libertad ha comenzado.

El Arzobispo Castro vuelve a la catedral una vez que sabe que don Cosme está ocupado en la organización de la excursión. No acaba de ver por dónde ni qué puerta tienen que abrir para hacer la incursión al Purgatorio. La cripta está impracticable, no lleva a parte ninguna. Estébanez se presenta con un ejemplar del día de El Castellano. Además de una relación de los donantes para la causa en la que destaca la desproporción a favor del donativo de los Dorronsoro, hay un decreto firmado por Cabanellas el treinta y uno de julio por el que se autoriza la expedición al Purgatorio. Paisán va también como su representante personal para firmar tratados con las autoridades del Purgatorio. El obispo piensa que últimamente, sólo se dirigen a él tarados.

Don Eduardo Ontañón se dirige a don Cosme para decirle que si Conchita Plaza está en la nómina de la expedición, él la sigue aunque sea al infierno. Don Cosme le aclara que sólo asistirá a la cabalgata cívica de la catedral en calidad de figurante, para dar realce a la despedida. Le acompañarán el Comandante Paisán y veinte hombres. Le pide que no se arriesgue, sabe que está amenazado. Desde que salió la noticia de la expedición, no termina de recibir visitas de gente amenazada que ve en la excursión una manera de salir de Burgos. Don Agustín Garrús también quiere unirse. Le confiesa que su vida corre peligro en la ciudad. Le pide al padre penitenciario que recuerde la promesa que le hizo en su día de llevarle en calidad de “miembro de honor”. Don Cosme le contesta que si está perseguido, es peligroso que acuda esa noche a la catedral, aquello estará lleno de militares y periodistas a los que nada les gustaría más que narrar en directo el apresamiento de un peligroso masón. No se despiden sin antes aconsejarle que no se fíe ni de su sombra esos días: “En Burgos todos somos un poco artilleros”. Le promete que hará todo lo posible, pero no puede asegurarle nada.

El obispo hace regresar a Belzunegui de sus vacaciones en Pamplona. Hay muchos cultos que atender y se le requiere al órgano. Aquel día los funerales eran por tres seminaristas, estudiantes de Teología caídos en el frente. Presidía los actos la plana mayor de las autoridades militares y religiosas. El coro de los niños expósitos, como en El Hereje de Miguel Delibes, también cantaba en los funerales. Hay más similitudes en esta escena: el padre de Rodrigo le requiere para llevárselo al pueblo, como don Ignacio Salcedo se había dirigido en el S. XVI a Cipriano Salcedo al terminar un funeral cuando éste era también miembro del coro de niños expósitos. Su padre le cuenta que ha venido a Burgos a buscar a su hermano Bernabé que llega de Roma. Él ha conseguido que la Guardia Civil le devuelva el coche que le habían requisado, utilizando todas sus influencias vaticanas. Le pone al día de las noticias políticas que incluyen el encarcelamiento de Albiñana en Madrid.

Conchitón trata de convencer a Rodrigo de que debe volver al pueblo y obedecer a su padre. Le confiesa que nada hay que deteste más. Él ingresó en el seminario para alejarse del pueblo y de la familia a la que no soportaba. Se considera con más derecho que nadie de formar parte de la expedición porque ha leído a Dante y además es poeta. No importa que sea menor de edad.

El Ayuntamiento había hecho una excepción con los Condes de Castifalé para permitirles en su palacio las únicas luces de la ciudad debido a los bombardeos. A las puertas de la catedral estaban representadas las instituciones y empresas particulares que habían aportado para sufragar la expedición. Destacaba Urraca Pastor con su cotorra que cantaba en italiano, pero no era capaz de aprender el Oriamendi. Le cuenta al redactor de El Castellano que su presencia se hace necesaria para no dejar todo el protagonismo a la falange que llegan dando el pisotón con el pie izquierdo en el empedrado de la calle. De abanderada, Conchita Plaza. Considera el acto una burla a la fe cristiana.

"La iglesia ha cambiado mucho desde nuestros tiempos, amigo Bayona"
Brueghel el Viejo.

El padre Ausín, reclamado por las gladiadoras, sólo ha venido con las llaves de la puerta de la Coronería que hace siglos que no se abre. Julián lo hace con el tío Azumbre, ciego de nacimiento, pero que no quiere perderse la movida. Dice que a él le faltan datos para juzgar: si no sabe en qué consiste el más acá, malamente se puede hacer idea del más allá. Julián estaba fúnebre aquella noche a pesar de haber estado bebiendo en la taberna junto al tío Azumbre varias horas que le animaron a unirse al gentío de la catedral.

Aparece Paisán junto a su tropa. Una veintena de exentos del frente por tara. La gente, entusiasmada. Él habría preferido la discreción, pero la vanidad del padre Herrera les había abocado a la solemnidad de los momentos más importantes, lejos del afecto de Dávila que lo consideraba un “garbeo catedralicio”. Don Cosme y Paisán pasan revista a las tropas formadas. Rodrigo y Conchitón se apresuran porque llegan tarde. Aparece Agustín Garrús que ha estado escondido por masón y quiere marchar. No hay quien contenga a la gente que se precipita dentro de la catedral cuando el padre Ausín abre las puertas. El padre Cosme se enfada porque en sus planes no entraba el caos de la gente que entra como fieras en la catedral. Le pega un rapapolvo de cuidado a Rodrigo. Le conmina a volverse al seminario donde le espera su familia.

"La muchedumbre se aplastaba en la escalera"
Foto tomada prestada del blog de Mari Ángeles Merino

En este momento de confusión incontrolada el autor le da un toque mágico a la narración. Recurre al truco del ciego, Tío Azumbre, para que Julián le narre qué pasa en el interior del templo abarrotado de curiosos sin ahorrarse ni un detalle. Hasta los olores son importantes, por eso sabe el ciego que Conchita Plaza está dentro, no quiere perderse el histórico momento. Don Cosme se dirige al túmulo del Arcediano Villegas en un lateral. Una vez desplazado el libro de sus manos, suena la alarma de bombardeo en la catedral con las puertas cerradas. Sucede el caos. Paisán quiere que aquel circo termine: Se quedó mudo: “No pudo evitar un estremecimiento y se sintió, de repente, cubierto de sudor.”

"Te rezan mil soldados
y el palacio está en llamas,
tu general arría mis banderas,
las fieras entran en la catedral."
Joaquín Sabina



9 comentarios:

Merche Pallarés dijo...

Menos mal que le has hecho justicia al tío Azumbre... Muchos de los pasajes de este libro me han recordado al "Hereje" de Delibes como bien apuntas, donde también menciona el Purgatorio. Estupendo el artículo sobre Marcos Ana. Besotes, M.

Paco Cuesta dijo...

Resulta curioso como una misión fantástica resulta autorizada por la persona que en otro tiempo en lugar de bando de guerra quería llevar a la imprenta un cuplé de la Chelito.

Francisco O. Campillo dijo...

Has escrito un post excelente. Y lo has finalizado con unos versos que me resultan enigmáticos desde la primera vez que escuche esa canción y que parecen que ni pintados para la ocasión.

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

No sabían muchos de ellos "el purgatorio-infierno" que vivirían, impensable en aquellos momentos...saludos

Asun dijo...

El bombardeo da inicio a la pesadilla que va a comenzar para todos, no sólo los que están dentro de la catedral.

Besos

Pedro Ojeda Escudero dijo...

El contraste que busca Esquivias entre las escenas más trágicas y las más cómicas -algunas propias del sainete nacional-, funciona y deja en la mente del lector la apropiada sensación: un Cristo en una barbería mientras se encarcela y fusila en su nombre.

Abejita de la Vega dijo...

Fieras en la catedral, fieras de lo peor. El lobo para el hombre es un lobo. Ese chico que murió por fuego amigo fue Máximo Nebreda, el cual tiene una calle, no muy transitada, en Burgos. Esquivias no pone su nombre, sí nombra a Julio Sáez de la Hoya, que también tiene calle pequeña, muy céntrica y que yo he pisado...un poquillo. Me suena, me suena.
Esos dos caídos, el primero y el segundo caídos por su Dios y por su España, no se quedaron sin calle cuando un ayuntamiento burgalés y de izquierdas borró el fascismo callejero. Recordarás que el callejero de Burgos estaba lleno de generales. Pero esos dos no fueron suprimidos, por olvido o por insignificancia.

Mi foto de la Escalera Dorada, en Semana Santa, fue muy oportuna. Yo también la he utilizado, incluso he aprovechado otra que está borracha de flash, ya la habrás visto.

Un abrazo, Pancho.

Myriam dijo...

Toda una serie de contrastes entre lo dramático-doloroso y lo tragicómico que realzan lo absurdo y groesco de los hechos que narra.

Myriam dijo...

SObre la Foto del Gral Cabanellas: tal como me lo había imaginado a partir de la descripción que Esquivias hace de él.