jueves, 17 de marzo de 2011

Cipriano Salcedo regresa donde todo comienza




 
"Sintió un dolor intensísimo, como si le arrancaran la piel a tiras, en las caras internas de los muslos, en todo su cuerpo"


MIGUEL DELIBES. EL HEREJE
LIBRO III. EL AUTO DE FE
CAPÍTULO XVII

Miguel Delibes dedica el último y culminante capítulo de su novela a narrar el camino de vuelta de CS a los orígenes. A las cenizas que fertilizan la última morada donde la hierba crece más espesa. Nos narra las últimas doce horas de CS en vida. Se trata de una magistral descripción del ambiente que reina en Valladolid el día 21 de Mayo de 1559 y de los pensamientos y tribulaciones que asaltan a los condenados ante la última hora, provocada por el fanatismo de una época que todo lo invade. Radicalizado, como envenenado por el sentimiento religioso.

Delibes acentúa la narración en tercera persona
en este postrero capítulo, que sólo rompe en los momentos trascendentales en los que se mete en la piel de los condenados para sacar de lo más profundo de sus convicciones su afirmación o su arrepentimiento. De nuevo con gran habilidad nos sorprende concediendo el protagonismo final a Minervina que había desaparecido de la novela y de la vida de CS, hacía veinte años, para que aquélla circulara por los caminos que hemos venido hasta aquí resumiendo durante dieciocho semanas.

En efecto, el patio de la cárcel bulle de actividad aquella mañana del mes de mayo. Familiares de la Inquisición hacen corros mientras esperan la salida de los penitentes de sus celdas. Únicamente a los escasos indultados de los sesenta encarcelados les restan  fuerzas para confraternizar con los carceleros. El resto permanece abatido, aguardan desolados la orden de partida establecida, una hora antes de romper el día.





"Cipriano, mecido por el vaivén del borrico, no sentía calor"

Eugenio Lucas Velazquez

Dato acompaña los últimos momentos de CS. Le hace partícipe de las novedades. Le cuenta todo el ajetreo de esos días en la ciudad,  como si CS fuera uno de los recién llegados en lugar de un condenado. Parecía que el fin del mundo se acercara. Se había prohibido llevar armas durante la celebración del Auto y a los asistentes se les recompensa con cuarenta días de indulgencia. Se calculan en doscientas mil las personas atraídas a la ciudad por el calor de las hogueras en mayo. Habían abarrotado mesones, fondas, calles y alrededores de la villa. El Rey nuestro Señor presidiría el acto. Se había habilitado un estrado en la plaza con capacidad para dos mil personas con precios que oscilaban de diez a veinte reales el asiento.

Los familiares de la Inquisición, que visten sayos de paño como si fuera invierno, se hacen cargo de los reos en el patio de la prisión. Van vestidos con sambenitos, adornados con llamas y diablos estampados y corozas. Cuando a CS le quitan los grilletes, siente un alivio; las piernas ligeras, pero sin fuerzas para moverlas. Aquella reunión es la cruz de la fraternidad que reinaba en el conventículo. Las delaciones e intentos de librarse de la hoguera a costa del prójimo alimentan la hostilidad y el odio entre ellos. El Doctor tenía un aspecto huidizo, encogido sobre sí mismo, como revenido. Carlos de Seso, viejo y claudicante, había perdido su altivo porte. El Bachiller Herrezuelo, amordazado con ojos enloquecidos, fuera de sí. No paraba de blasfemar y cabeceaba todo el rato hasta tirar la coroza. Juan Sánchez, poco cambiado. Era la ventaja de los hombres magros, como momificados: “Entró en prisión con cien años, salía con un siglo”. Los hermanos Cazalla eran los más odiados. Pedro y Beatriz habían delatado a una decena del conventículo.






A las cinco de la mañana, una hora antes de que el sol apunte, la comitiva emprende la marcha. El estandarte de la Inquisición, portado por el Fiscal del Reino a caballo, encabeza la procesión. A continuación, los reos reconciliados con cirios y sambenitos cargando cruces de San Andrés, seguidos del pendón carmesí del Pontificado y la cruz enlutada de la iglesia de San Salvador que precedían a los reos relapsos, condenados a morir en la hoguera. Mezclados entre ellos iban muñecos atados a altas pértigas y el ataúd con los restos desenterrados de doña Leonor de Vivero. Por último, los presos condenados a penas menores, precedían a un grupo de cantores que entonaban el “Vexilla Regis” como si fuera Semana Santa.


 
"La procesión de los reos hubo de detenerse para ceder el paso al séquito real." 

Felipe II. Rubens.
Se abren paso por la calle Orates,  flanqueados por dos densas murallas de gentes que los observan afligidos cual monos de feria. Algunos aprovechaban el anonimato de la multitud para insultarlos. La procesión se detiene, tienen que ceder el paso al Rey, a la Corte con toda la parafernalia y a la Iglesia representada por altos cargos. Llegan a la Plaza que es tablado en una mitad. La otra y las bocacalles adyacentes, abarrotadas de público. Los reos, los relatores de las sentencias y Melchor Cano, que dará el sermón y cerrará el acto, se colocan en diferentes estrados. CS ve cómo pasa Ana Enríquez entre los absueltos. La cárcel ha ahilado su esbeltez. Se cruzan sus miradas. El público escucha en silencio el sermón. Los relatores leen las sentencias escalofriantes y atroces, que la reiteración y la duración convierten en lenta, tediosa rutina que sólo quiebra con los abucheos y aplausos del público.


 
"El pueblo fue abandonando las gradas alborotadamente, los rostros congestionados y sudorosos"

Auto de fe. Francisco Ricci

La relación de sentencias comienza con el Doctor: muerte en el garrote y dado a las llamas. “Ana Enríquez saldrá al cadalso con sambenito y vela, ayunará tres días con tres noches, regresará con hábito a la cárcel y, una vez allí, quedará libre”. CS se siente más irritado por la actitud solícita del Duque de Gandía que por el abucheo de la muchedumbre en contra de la insignificancia de la pena. No habían venido hasta aquí para ver a los herejes marcharse sin castigo severo. Llevan a CS en volandas al púlpito cuando le toca su turno. Su sentencia consiste en la confiscación de bienes y muerte en la hoguera. La multitud brama como un toro malherido al terminarse de pronunciar la sentencia. Carlos de Seso se enfrenta al rey ante la severidad de la pena, pero éste le contesta que si un hijo suyo fuera tan malo como él, no sería necesario verdugo para ejecutar la pena. El obispo de Palencia degrada a los clérigos condenados, los despoja de sus distintivos, los sustituye por sambenitos de llamas y diablos y da por concluido el Auto de Fe.


 
"Los restantes se desplazarán en borriquillos al quemadero, erigido tras la Puerta del Campo, para ser ejecutados"

Puerta del Campo

Los absueltos son conducidos a la cárcel y los condenados, en borricos, llevados al quemadero de la Puerta del Campo. Cuando CS se iba a incorporar al burro, su tío separa al familiar que tira del ronzal y lo coge Minervina en su lugar. Una mirada de cariño se cruza entre ellos al reconocerse. Ella marcha impertérrita entre las murallas de gentes que abarrotan las calles, haciendo oídos sordos a los requiebros e insultos soeces de los recién llegados, con los ojos enrojecidos de la bebida. Los exhortos de Agustín Cazalla, adjurando a última hora de sus creencias y ensalzando la Iglesia de Roma, de nada sirven para calmar los ánimos de la muchedumbre que le llama pelele, hereje e iluminado. CS, que va detrás, recoge los insultos al Doctor. Entran en la Calle Santiago, más abarrotada todavía. Sus ojos cegatosos se envuelven en lágrimas y su mente recorre todos los rincones de los recuerdos buscando a Mina. “¿Sería ella la única persona que había amado?” Ana sólo había sido un proyecto apenas esbozado. La hermandad había salido hecha añicos por el perjurio y las delaciones inútiles. Su vida pasaba por delante como en una película, con sus luces y sombras. La paz que había encontrado leyendo el Beneficio de Cristo, se había derrumbado. Buscaba un gesto, una señal que le indicara el camino correcto. No comprendía el prolongado silencio de Dios.

Un grupo de clérigos rodea a Fray Domingo de Rojas. Necesitan sonsacarle una confesión de repulsa. Sin embargo, sigue pertinaz en la herejía. La amplitud, una vez pasada la Puerta del Campo, permite una circulación más fluida de la procesión. La gente se arremolina junto a los veintiocho postes. En primer lugar los reconciliados, los que serán agarrotados antes de quemados. Luego, los quemados vivos. El gentío se muestra ávido de contemplar el número culminante: la quema de herejes vivos, sus alaridos, contorsiones y visajes entre las llamas. Rostros retorcidos que entrevén el rastro del infierno. Se sienten decepcionados cuando la hoguera la atiza un cuerpo ya muerto por el garrote. CS le pregunta a Minervina al bajar de su caballería: “¿Dónde te metiste, Mina, que no pude encontrarte?" Le invade la certeza de que su desaparición de veinte años le conduce ahora a la hoguera.

 
"El pesado hedor de carne quemada se asentaba sobre el campo"

El corro de sotanas consigue del dominico, Fray Domingo de Rojas, confesión de su herejía. Gana con ello agarrotamiento anterior a la hoguera. Únicamente cuatro son relapsos, quemados vivos por lo tanto: Juan Sánchez, Carlos de Seso, el Bachiller Herrezuelo y CS. El jesuita padre Tablares, que consiguió la confesión del dominico, intenta lo mismo con Cipriano Salcedo. Sus últimas palabras fueron: “Creo en Nuestro Señor Jesucristo y en la Iglesia que lo representa”. “Señor acógeme”, cuando le envolvían enormes llamas. El autor
entrega la última imagen a Minervina, sollozando al lado del verdugo. El pueblo que bramaba al encender la hoguera,  se sobrecogió y enmudeció al ver la entereza, en el fondo decepcionado por el espectáculo mermado. El sollozo de Minervina rompe el silencio del mayo bochornoso cuando la cabeza del ajusticiado cae sobre su pecho y las llamas le queman los ojos.

"And I take the one who finds me back to where it all began
when Jesus was the honeymoon
and Cain was just the man.
And we read from pleasant Bibles that are bound in blood and skin
that the wilderness is gathering
all its children back again. "

Leonard Cohen



Las ilustraciones B/N son de aquí. 

Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

7 comentarios:

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

Es uno de mis próximos libros..sabes que ahora no comento mucho...pero si te sigo...un abrazo

Ele Bergón dijo...

Cualquier dia voy a tener que volver a coger El Hereje.

No te asustes por nuestras lecturas, las tuyas son mucho mas sosegadas, meditadas y analizadas, escritas y prepresentadas.

Un abrazo

Luz

Abejita de la Vega dijo...

Lo que más se me quédó grabado de este libro: el reencuentro con Minervina. Mucho se me ha olvidado de este libro,lo he podido comprobar con tus entradas; pero eso quedó en midisco duro.

Quemar a un cadáver, el colmo. No nos cabe en la cabeza tanta burricie. Bueno, que peor es quemar a un vivo, qué suplicio.

Un abrazo, Pancho

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Un gran relato. El ambiente festivo preparado en la Ciudad, el fanatismo y el poder de los del Santo Oficio, la concesión de indulgencias, la debilidad humana y la traición en el momento de las delaciones, la presencia del Rey, de los príncipes y de la Corte, las palabras del rey a Carlos del Seso, el gran número de religiosos que acompañaban a fray Domingo, la descripción de la procesión de los condenados y el seguimiento de la muchedumbre ávida de espectáculo; la sinceridad de Cipriano Salcedo, siempre en busca de la certidumbre de hallarse en la verdad; su reflexión sobre los sentimientos de las personas que habían pasado por su vida y su conclusión: "una vida sin calor la mía, se dijo".
Y otra vez Minervina, a la que don Ignacio Salcedo, presidente de la Real Chancillería había ordenado buscar mediante pregones por todos los pueblos del alfoz, y había hallado.
Y el encuentro precioso entre ellos, con
1.-las palabras de Cipriano que has escrito en rojo y las de ella:
"Niño mío, -dijo- ¿Qué han hecho contigo?.
2.- Las imágenes de Minervina, tirando del ronzal y llorando en silencio ...
(...)Cipriano, mecido por el vaivén del borrico,
(...)viendo a Minervina tirando del ronzal se sentía inusitadamente tranquilo, protegido, como cuando niño...
3.- Maravillosa la declaración completa de Minervina Capa ante los Inquisidores.

Una vez más, gracias, pues ha merecido mucho la pena, leer esta novela del Maestro Delibes, con tu guía.

Un abrazo.

P.D.. Como desde el principio, estupendos todos los enlaces, ilustraciones y la música.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Hay algo cetero en la forma que tiene Delibes de narrarlo: sobrecoge sin que parezca que toma partido.

Myriam dijo...

Intuía que Minervina iba a aparecer para enjugar su sudor doliente de CS en el camino del calvario hacia su muerte. Aparecio ella como un rayito de luz en tamaña oscuridad.

Gran libro éste. Me alegro, te lo repito, de que me hayas motivado a leerlo.

Un abrazo

Myriam dijo...

Dice: "para enjugar EL sudor...." vale