domingo, 13 de marzo de 2011

Morir por la verdad







"Era como si una fuerza abrumadora, lenta y creciente, intentara sacar las apófisis de sus huesos, [... ] un descoyuntamiento."  


MIGUEL DELIBES. EL HEREJE
LIBRO III. EL AUTO DE FE
CAPÍTULO XVI

Los hechos que se narran ocurren en su totalidad en la cárcel de la Inquisición de Valladolid donde están recluidos la mayoría de los personajes alrededor de los que el autor ha construido la novela en su última parte, la del compromiso reformista del protagonista Cipriano Salcedo. La narración abarca el año de internamiento de CS que termina con el auto de fe y ejecución el 21 de Mayo de 1559.

El autor hilvana el relato de los acontecimientos en la estrechez de la celda compartida de CS. Aprovecha el ambiente cerrado de las mazmorras para hablarnos de la convivencia de los presos, de la corrupción de los funcionarios y de la incomunicación que quiebra con el recurso al género epistolar que a la postre resulta ser el protagonista de la narración. A través de las cartas sabemos las delaciones y confesiones de los demás reformistas,  forzadas por el terror que paraliza, como también el impulso al amor que puede surgir en las situaciones extremas. La narración de los interrogatorios a los diferentes reos y las torturas a CS, con su proceso de dudas y afianzamiento en sus creencias, le sirven a Delibes para desplegar su vasto conocimiento de la naturaleza humana y sus flaquezas. Asimismo da una lección de cómo resolver con éxito el problema de la espera en un espacio cerrado en el que los personajes tienen casi todas las posibilidades de comunicación y movimiento mermadas, cuando no anuladas.



 
La puerta: "una pieza maciza de roble, de un palmo de ancha, cuyos cerrojos y cerraduras chirriaban agudamente cada vez que se abrían o cerraban". 

Puerta de la celda en la que estuvo encerrado Ned Kelly. 
 
En la celda de la cárcel de Valladolid emparejan a CS con el dominico Domingo de Rojas. La cárcel se queda pequeña para tanto luterano detenido. El Inquisidor Valdés no tiene más remedio que olvidarse del rígido protocolo de incomunicación para los reos que la Inquisición exige en vista de la avalancha de detenidos. La única luz de la celda compartida de CS proviene de un ventano enrejado que da a un patio interior. Una puerta de madera maciza de roble de un palmo de ancha y las gruesas paredes del penal no dejan oír el menor signo de vida exterior. Los chirridos de la puerta cada vez que Dato ( el operario encargado de retirar los excrementos de los orinales) y Mamerto (el que introduce la comida) entran en la celda, es la única relación que tienen con la medida del tiempo.

Fray Domingo de Rojas lee todo lo que le traen. Le pone al día de todas las posibles penas: la hoguera para el relapso y el garrote para el reconciliado. Le comenta que aquella se ha usado poco, pero sospecha que quieren ponerla en marcha para dar un escarmiento. Se siento molesto por el hecho de que el Arzobispo Bartolomé Carranza se encuentre libre y sus seguidores en mazmorras. Opina que el obispo no es luterano pero lo es de lenguaje y hechos. Como Valdés lo odia, no tardará mucho en que le llegue su hora.


 
"Dedicaba parte de las mañanas a habituarse a andar con grilletes , arrastrando las cadenas, pero sus rozaduras en los tobillos le martirizaban"

CS dedica las mañanas a pasear por la celda, pero no aguanta mucho porque los grilletes le desuellan las canillas. Tumbado en el catre, se dedica a pensar porque no saca provecho a la lectura. Le pide a Cristo fuerzas y luz para enfrentarse al tribunal. Nada más alejado de sus intenciones que renegar de su compromiso en la doctrina del beneficio de Cristo por miedo a la tortura. Sólo espera un gesto de Jesucristo que le oriente. Así permanece ensimismado hasta que su compañero o Dato le sacan de su recogimiento.

Un día Dato le entrega un papel con la declaración de Beatriz al Tribunal en la que delataba a todos los miembros del conventículo, sus hermanos incluidos. Le paga un ducado al portador y no revela el contenido a su compañero de celda. La visita de su tío Ignacio en el mes de agosto, cuatro meses después del internamiento, le sube la moral. Le habla de la buena cosecha y de la marcha satisfactoria de los negocios: la flotilla de la lana de primavera ha llegado a Ámsterdam sin novedad y se pronostica también una buena vendimia que llene las tinajas de vino nuevo. Cuando le menta la palabra religión sólo le comenta que:  “Ese es el rincón más íntimo del alma. Obra en conciencia y no te preocupes de lo demás. Con esa medida seremos juzgados”. Le manda ropa nueva. CS lo ve como algo tangible y real, de la misma forma que lo había visto cuando lo visitó en el colegio.

Los acontecimientos se precipitan. Esa misma tarde recibe otro mensaje con la confesión de Ana Enríquez. Delata a la gente de la secta y a su compañero de celda. En un primer momento, CS siente aversión hacia el dominico por haberla embaucado, para posteriormente, detestarla por faltar al juramento de fraternidad. “Notaba encogido el ánimo, acrecentada la sensación de soledad, la angustia agazapada en la boca del estómago, un vivo malestar”. Ese mismo día el carcelero le anuncia que al día siguiente a las diez tiene la comparecencia ante el tribunal. Lo integran tres personas. Sólo una de ellas habla, el presidente con sotana y bonete de cuatro picos. CS aguanta el interrogatorio a pesar de la amenaza de tormento. El inquisidor conoce toda la trama de los detenidos, pero necesita la confesión de CS. Recorre el asunto de las creencias y en vista del poco éxito se centra en dos preguntas: Quién le pervirtió y quién le indujo el viaje a Alemania. Nadie le puede sacar de la certeza de que su llegada a la fe fue de la misma forma que se conoce a la chica con la que luego te casas. Los negocios fueron el único motivo de su viaje a tierras alemanas.


 
"El objetivo de la garrucha era desarticular al torturado en virtud de su propio peso."

Tres días más tarde, los mismos tres y dos más, el médico y el verdugo, lo conducen a un sótano donde le esperan “Extraños artilugios, como los aparatos de un circo”. Le cuelgan de la garrucha pero no surte efecto en él debido a su musculatura, cuerpo liviano y nervudas articulaciones. Le llevan al potro. Lo descoyuntan hasta que el dolor le hace perder la consciencia. De vuelta a la celda, Fray Domingo de Rojas le dice que el cristianismo ya está asentado en el mundo, ya no se hace necesario el martirio. CS sigue pensando que el perjurio es un grave pecado.

A las dos semanas recibe una misiva de Ana Enríquez. Le sugiere que conservar la vida es más importante que perderla. Mentirles con una palabra que les haga sentirse victoriosos no es doblegarse. Sólo tenemos una vida y a alguien más puede interesarle su preservación. Le contesta manifestándole el bien que le ha hecho la carta, tanto como el beso espontáneo que le dio en la mejilla el día de la despedida, añade que: “Cumplir lo que estimamos nuestro deber ya encierra en sí mismo una recompensa”.



 
"El Emperador Carlos V acaba de fallecer en el Monasterio de Yuste"
 

Carlos V. Rubens

Su tío le manda ropa que le ayuda a pasar el invierno. Recibe carta de Ana por Navidad. Es una declaración de amor que desboca el corazón de CS. Por primera vez siente una experiencia amorosa propia de la adolescencia. Sin embargo, él no se siente con derecho a alentar proyectos futuros cuando es consciente del fin que le espera. La muerte de Carlos V con la exigencia a su hijo Felipe II de que se muestre intransigente con los herejes, las confesiones de Carlos de Seso y del mismo Agustín Cazalla que él achaca a las duras condiciones de la prisión y a la enfermedad, le sorprenden y sumen en la desolación. Sobre todo la de Agustín Cazalla que se salva de la tortura. Éste se declara luterano no dogmático y afirma que nunca ha hecho proselitismo. Siempre habló de religión con comprometidos y promete ser católico ejemplar. Su compañero de prisión culpa a Bartolomé Carranza y Juan Sánchez de embaucar a las religiosas, su hermana María incluida.

A partir de mediados de abril la vida en las mazmorras se acelera al ritmo del tableteo siniestro de la construcción de los tablados para el Auto de Fe en la Plaza del Mercado. Le llega otra carta de Carlos de Seso por el mismo conducto que le cuesta un ducado en la que al saber que su fin es la hoguera, rectifica lo confesado por temor a la tortura y se reafirma en sus creencias: Justificación por la fe, inexistencia del Purgatorio y residencia de la verdad en las enseñanzas de los apóstoles y las escrituras.

Ignacio Salcedo le visita cuando, hecho una piltrafa, ya no puede moverse. Por él sabe que ha sido condenado a la hoguera junto a otros veinte y los restos desenterrados de Leonor de Vivero. La belleza salva a Ana Enríquez. Es demasiado bella para ser pasto de las llamas. Su tío sentencia premonitorio: “Algún día estas cosas serán consideradas como un atropello contra la libertad que Cristo nos trajo. Pide por mí, hijo”.

Al anochecer se confiesa con Fray Luis de la Cruz de tres cosas: El odio a su padre, la seducción a Minervina y el abandono a su esposa que le lleva a la locura. Ni una palabra en contra de Lutero ni la Reforma, menos aún en contra de su “pervertidor”, convencido de la ausencia de intención perversa. El postrero arrepentimiento de Agustín Cazalla no le sirve de nada porque ya el tableteo ha terminado, la suerte está echada.

Esa noche no es posible dormir en la cárcel. Las campanas doblan a muerto desde la una. El gran día ha comenzado. CS teme más la luz, el griterío de la multitud y el calor que la hoguera. A las cuatro les despiertan. Les ofrecen un desayuno copioso, pero CS no prueba bocado. Con los dos últimos ducados que le quedan, paga la entrega de la última carta de Ana Enríquez que le pide “valor”.

"But I know what is wrong,
And I know what is right.
And I'd die for the truth
In My Secret Life."
 

Leonard Cohen





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.





5 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Tu título es el mejor resumen de la idea de tu entrada y del libro. Cuánta gente ha matado el fanatismo.

Myriam dijo...

Terrible, como dice Pedro, las vidas segadas por causa del fanatismo, la intolerancia, el odio.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Felicitarte, una vez más, y agradecer tu trabajo en el resumen y en los enlaces que aportas.

Impresionante capítulo XVI, al que Delibes dedica casi el doble de páginas que a los anteriores.

Me ha encantado, la preciosa correspondencia entre Cipriano y Ana Enríquez.
Y la confesión, con Fray Luis de la Cruz, de sus tres pecados.

Señalar las palabras de su compañero de celda fray Domingo de Rojas, al decirle "si le permitía leer ese papel".
...
Y luego..."Hay que conocer no sólo lo que hacemos sino lo que nos atribuyen"
...
- ¿Está de acuerdo vuestra paternidad?.
Y el dominico respondió con cierta mordacidad:
-Sí con lo que dice, pero no con lo que calla."

Remarcar los sonidos que del exterior llegaban hasta dentro de la celda, "el martilleo de los carpinteros en la plaza, un golpeteo ininterrumpido, enloquecedor"
(...)"las campanas habían venido a sustituir a los martillos. Al cesar su tañido, empezó a oírse el rumor del gentío, los cascos de las caballerías en el empedrado, el rechinar de las ruedas de los carruajes."

Saludos.

P.D.: ¡Perfecta la canción elegida!.

Paco Cuesta dijo...

Delibes para mitigar el dramatismo que acertadamente destacas introduce una pequeña muestra de cariño con la visita de su tío Ignacio y el apoyo epistolar de Ana Enríquez, que alienta y pone de manifiesto la necesidad de un complemento emocional positivo ante ante lo trágico de las circunstancias.

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

Ciertamente los fanáticos han dado fin a muchas ilusiones...pero aún cuando popularmente se recuerde los episodios inquisitoriales como una de la etapa negra de nuestra historia...hay mucha leyenda negra entorno a dicha institución... un abrazo