jueves, 10 de noviembre de 2011

Me acuso de morirme sin tu boca


SONATA DE OTOÑO.
MEMORIAS DEL MARQUÉS DE BRADOMÍN (4)


El campo estaba poblado de vendimia y sementera un día de principios de otoño. Concha desnuda las rosas del jardín y le ofrece los pétalos a Bradomín. Había llovido toda la noche y los verdes del vetusto jardín resaltaban exultantes de vicio en el tardío, como el enfermo exhausto que, con bríos renovados, renace a la vida tras recibir una trasfusión de sangre salvadora. La brisa de la mañana acariciaba y hacía temblar las flores, trazando “en el terciopelo de la yerba, huellas ideales y quiméricas como si danzasen hadas invisibles”.

Concha y Bradomín se sientan en un banco cubierto de hojas secas, metáfora triste del tiempo en común que caduca. Florisel, el tiempo por vivir, pasa por delante de ellos con su jaula de mirlos. Concha lanza una sonrisa extraña acompañada de un estremecimiento. Bradomín siente frío.

Los poseedores del viejo Palacio de Brandeso del S. XVIII tienen recia raigambre. El marqués lo recorre de la mano de nieve de Concha y recuerdan que él acudía con su madre hace veinte años. Águeda, la madre de Concha, le enseñaba estampas del Año Cristiano. Los salones están adornados con cortinajes de damasco, espejos nebulosos y retratos familiares. Los pasos resuenan como en las iglesias desiertas. “En el fondo de los espejos el salón se prolongaba hasta el ensueño como en un lago encantado, y los personajes de los retratos […] parecían vivir olvidados en una paz secular”. Y su prosa que no es espejismo de agua en el desierto, aguanta la prueba del nueve del implacable y cruel paso del tiempo por su autenticidad, a pesar del esplendor de su preciosismo.

Concha tiembla al anochecer y se acuesta. Hablan de tiempos pasados. Nos enteramos que el suyo fue un matrimonio descompensado por la edad y que Bradomín había sido su maestro en todo. Concha tenía el encanto de otro tiempo, purificado por la divina palidez de enferma. Sabe que se muere y sólo anhela que Javier (por qué Xavier, que uno ni sabe cómo pronunciarlo) no le abandone hasta que el alma se separe del cuerpo. Sabe cómo provocar los celos de ella. Primero insinuándole que tiene algo que ver con Florisel y luego contándole que a la tierna edad de once años ya comenzó sus escarceos amorosos cuando su tía Augusta se enamoró de él. Dejan para otro día la destrucción de las cartas de amor que heredarán sus hijas. Como si fueran amores adúlteros al descubierto, pero sólo cuando ya nada importa.


La venida de Bradomín al palacio significa el renacimiento de los amores. La oportunidad última que le queda al amor de salvarse del naufragio en medio de la tiniebla que se cierne en el entorno. Nunca la había visto tan feliz, con esa mezcla del blancor de la palidez de la enfermedad y la calidez de los labios fríos de los amantes. La atrevida armonía entre contrarios de Valle en plenitud.

Los venerables cipreses orillan el camino al cementerio. Recorrido a la inversa que descubre la luz al final del camino de vuelta; cuento alegre para Bradomín y tristeza del final de la vida de Concha.

Aparece la voz de don Juan Manuel. No puede pasar, lleva prisa. Ellos se besan hasta que el canto de los mirlos desunen sus bocas.



“En el silencio de la noche, aquel ritmo alegre y campesino evocaba el recuerdo de las felices danzas célticas a la sombra de los robles”. Eran los cantos de los mirlos que animan a Concha a cantar. Ella se cansa, él la sostiene y “ella mordió mis labios con sus labios marchitos”. De nuevo Valle desvela el misterio con las palabras exactas entre el paraíso y el infierno, entre el desierto y el diluvio que inunda el relato de armonía .

"Me acuso de morirme sin tu boca,
confieso que desde que te has
marchado
solo bailo en las fiestas donde tocan
la musica del vals de los ahorcados."

Joaquín Sabina




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

8 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Cuánta belleza en el tratamiento del erotismo de estos dos personajes. Qué moderno sigue siendo el tratamiento de Valle.

Merche Pallarés dijo...

Como dice PEDRO, qué belleza, efectivamente, el erotismo descrito por Valle. Se respira hasta en la frondosidad de ese jardín con su laberinto, sus cipreses, acacias, hiedra y rosas (éstas que no falten...) Besotes, M.

matrioska_verde dijo...

Concha desnuda las rosas del jardín y le ofrece los pétalos a Bradomín.

Esta frase no está escrita al azar, quiere provocar justamente lo que provoca, esa sensualidad velada. Es tremenda. Imaginarse la escena como en una película y las miradas entre ellos...

Y además, pensar en aquella época donde todo estaba prohibido o mal visto.

y del verso de Sabina, ¿se puede escribir algo más bonito?

en fin, no hay palabras.

biquiños,

Abejita de la Vega dijo...

Concha apura rabiosamente la poca vida que le queda entre mirtos seculares y cipreses venerables. Nos sorprende la vitalidad de una moribunda.

"Y su prosa que no es espejismo de agua en el desierto, aguanta la prueba del nueve del implacable y cruel paso del tiempo por su autenticidad, a pesar del esplendor de su preciosismo." Genial Pancho.

Besos

Asun dijo...

A mí me ha parecido lo mismo que a Aldabra la frase en la que Concha desnuda las rosas.

El erotismo está muy presente a lo largo de toda la obra.

Un beso.

Myriam dijo...

Con todo el erotismo que hay en la novela, no quiero ni pensar en las filigranas mentales que se hacían los lectores...Hubiera dado lo que fuera por leer sus mentes y ver sus caritas.

Besos

Myriam dijo...

Me refiero a los lectores de aquella época, Obvio.

Estrella dijo...

Qué buen análisis, Pancho.

Gracias.

Saludos