jueves, 7 de febrero de 2013

A lo que salga




"Los conciliábulos en el estudio de Alex se conoce que no bastaban a los bohemios, porque de noche volvían a reunirse en el Café de Lisboa"
La Tertulia del Café Pombo. 1920. Gutiérrez Solana



Mala hierba. Pío Baroja (1) 

Dos gigantes de barro rendidos por el cansancio ocupan la parte central de un cuarto trastero de techo bajo. La luz de la estancia es abundante porque el cuarto está en una guardilla y procede de un gran ventanal que da a un patio interior luminoso. Aquí vive Roberto y trabaja Alex, un escultor de escaso talento, pero que con todo y con eso quiere moldear un pensador de Rodin. 

 Manuel viste ropa de segunda mano, heredada del marido bombero de su hermana mayor. Lamenta que en lugar de consejos sobre la bondad del trabajo y la ropa vieja, no le haya dado mejor unos cuartos para gastar. Decidido a cambiar el rumbo de su vida, se propone encontrar a Roberto. Piensa que es el único que puede ayudarle a pasar a limpio la niebla espesa que emborrona su horizonte. Roberto traduce, escribe, da clases de idiomas para ganarse el sustento; además, sigue enfrascado en su investigación y reclamación, si procediera, de la herencia de un antepasado suyo. Hace de buen samaritano y le da a Manuel la única peseta que tiene para que pueda quitar el hambre con la comida del camino que se guarda en las alforjas: un rescaño de pan y un cacho de queso. Alex le ofrece más inmovilidad, que sea su modelo. Como Manuel está a lo que salga, que consiste en entretener el tiempo, dejar pasar las horas sin actividad propia, no hacer nada hasta que el hambre apriete; por eso tiene suerte y se muestra agradecido de que haya alguien que le proporcione manutención y alojamiento cuando más lo necesita. 

"Siéntate en esa caja. Así. Ahora apoya la cabeza en la mano"
 El pensador. 1880.  Rodin

Una porción de personajes sin oficio ni beneficio, un imperio de botarates que se dedican a quitarse la palabra unos a otros aparecen en la guardilla del escultor por las tardes. Son expertos en el arte de crucificar al prójimo. A falta de caja tonta, hacen las veces de bustos parlantes, vociferantes personajillos opinadores de todo, que mantienen a diario pegados al eskay de los sofás a millones de desocupados espectadores.”Parecían árbitros de la opinión, juzgadores y sentenciadores de todo”. Pasaban hambre, pero llevaban vida de millonarios futbolistas. 

Manuel descubre en la guardilla del escultor dos formas de entender la vida: Roberto trabaja de sol a sol y de su actividad dependen su madre y dos hermanas a las que manda treinta duros al mes para su sustento. Para Alex sus esculturas debían ser imágenes o símbolos; es decir, mostrar lo que no se puede ver a simple vista, pero a decir de Roberto no sabía rematar sus esculturas, además de habilidad y talento, le faltaba constancia y sacrificio para culminar las ideas que tenía en mente. Pero no carecía de autoestima, pensaba que la escultura retrocedería cien años si la gente no le entendía. Roberto no deja de aconsejarle: “buscar, preguntar, correr, trotar; algo encontrarás”. 



"Sentían la necesidad de hablar mal uno de otros [...] al mismo tiempo necesitaban verse y hablarse"
 Valle Inclán. Castelao

A veces, entre los jóvenes de mordacidad venenosa, aparecía por el conventículo de la guardilla de Alejo Monzón una flor en mitad del muladar, una figura sin vanidad literaria, “o si la tenía, era tan honda, tan subterránea, que no se le notaba”. Don Servando Arzubieta era un rara avis, un literato que dejaba el yomimeconmigo a la puerta de la tertulia y que suele acompañar a todo aquel que escribe y quiere que lo lean ¿Por qué si no se escribe? Ya se sabe que mientras los hay que no están satisfechos con millones de lectores, para otros unas docenas de seguidores son suficientes para sentirse orgulloso de lo escrito. Don Servando terciaba en las conversaciones, ponía cordura entre aquellos que se mostraban exaltados: nunca faltan iluminados que se creen ungidos por la inefabilidad vaticana. Como no tenían bastante con el conciliábulo vespertino, quedaban para juntarse de nuevo en el Café Lisboa. Manuel se une a ellos, pero no habla, solamente observa. 

 Roberto hace las veces del padre que Manuel apenas tuvo. Le amonesta porque no le gusta que se junte con los bohemios; puede que tengan talento, pero sólo con eso se llega cerca. Lo que les puede salvar es el “trabajo diario, constante”. “Muévete, actívate” – le aconseja-. No hacer nada, ser el modelo inmóvil de un escultor va contra su concepto vital. “Si no haces, deshaces” - le alecciona con severa autoridad paterna -. 


 "Manuel y Bernardo fueron varias mañanas al Rastro y compraron fotografías de actrices hechas en París por Reutlinger"

Manuel sigue con su particular indolencia, como quien oye llover, sin buscar, ni hacer nada útil; modelo de Alex y criado de los contertulios bohemios. Le molesta que Roberto esté tan encima de él y que le dé esos consejos tan metafísicos. El pintor, Bernardo Santín, que de santo no tiene más que el nombre –como veremos- y asistente más joven de la reunión, desaparece un día de la tertulia porque se ha echado una novia polaca, que tiene que ser de Polonia porque se llama Esther Volowitch y es rubia. La envidia corroe a los bohemios.  

Roberto sigue con sus días repletos de actividad, tiempo tasado al minuto. Cumple con puntualidad de reloj suizo su hoja de ruta diaria que comienza con la traducción de diez páginas. Un día Bernardo se presenta en casa temprano, le interrumpe cuando va por la página ocho para comunicarle que se quiere casar, para pedirle consejo sobre un estudio de fotografía que quiere montar y que le escriba un par de cartas a Alemania para encargar las cámaras. Le propone a Manuel, que ni da ni toma ni nada de nada, ir de ayudante a la tienda. Antes de aceptar le pide permiso a su amo, en una conversación que delata su falta de iniciativa propia, como si fuera el perrito fiel que no muerde la mano de quien le da de comer: 

“-Manuel. 
-¿Qué? 
-Estabas despierto, ¿eh? 
-Sí, señor. 
-Pues si quieres, ya sabes. Ahí tienes un oficio que aprender. 
-Iré, si le parece a usted bien. 
-Lo que tú quieras.” 




"En noviembre se celebró la boda en la iglesia de Chamberí"
 Los novios. 1955. Antonio López

Manuel se tira una semana subido en una escalera emplomando cristales de una galería. El padre de Bernardo cocina para los tres. Bernardo Santín resulta ser un zascandil, un caradura que vive de mantenido de su novia polaca. Se casan en noviembre, su única ocupación es leer en voz alta a su padre para entretenerle por la noche. Se conoce que no dormía bien su padre. Saca el dinero a su novia y no pone ningún interés en aprender el oficio de fotógrafo, lo cual indigna sobremanera a Roberto que había accedido como un favor a enseñarle lo poco que sabía. Su desidia es grande. Incluso para anunciarse, despegan las fotos de Reutlinger que habían comprado en el Rastro y las vuelven a pegar en otro cartón con su nombre. 

Roberto simpatiza con Esther, deja de aparecer por el estudio cuando comprende que Bernardo es un jeta, piensa que acudirá porque le gusta su mujer, pero no. A los pocos días se presenta un nuevo socio y despide a Manuel.




Je vous parle d'un temps
Que les moins de vingt ans ne peuvent pas connaître
Montmartre en ce temps-là accrochait ses lilas
Jusque sous nos fenêtres et si l'humble garni
Qui nous servait de nid ne payait pas de mine
C'est là qu'on s'est connu
Moi qui criait famine et toi qui posais nue
La bohème, la bohème. Ça voulait dire on est heureux
La bohème, la bohème. Nous ne mangions qu'un jour sur deux
Les hablo de una época 
que los menores de 20 años no conocen 
En aquella época en Montmartre la lilas 
llegaban hasta debajo de nuestros balcones 
Y aunque la modesta habitación que nos servía de nido no tuviera buen aspecto 
allí fue donde nos conocimos 
donde yo me moría de hambre y tú posabas desnuda. 
La bohemia, la bohemia significaba que éramos felices 
La bohemia, la bohemia Sólo comíamos un día de cada dos 
Charles Aznavour  




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.




6 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Estos bohemios dejaron su obra a medio hacer: retrato de una España que propone y no remata.
Qué buena entrada esta.

Myriam dijo...

Bueno, a mi además de muy buena entrada me gustó que trajeras a Aznavour y su bohemia.

Besos

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Me he detenido en todos los enlaces.
Estupendo el de Valle Inclán, y el secreto de dar valor a la tragedia y el arte y la transfiguración ”. "Bueno, que de todo esto que le he dicho, los técnicos taurinos, ni aún los mismos toreros, saben una palabra.”
No sabía que Castelao, además, fuese dibujante.
¡Qué fotografías estupendas, y qué belleza Cleo de Merode! Ya hemos visto que aunque Santín, aplicase el corta y pega en la publicidad, no ponía interés ni esfuerzo en el trabajo para conseguir buenos resultados.
Precioso el cuadro de Antonio López.
Y coincido con Myriam en la canción de Aznavour. En este vídeo hace una mímica con las manos muy especial.

Abrazos.

Paco Cuesta dijo...

Resulta muy interesante el método Barojiano. A través de situaciones y personajes transmite no sólo la situación, también la denuncia.

Abejita de la Vega dijo...

Roberto es un pelma hiperactivo o un trabajador,según quién lo mire y como lo mire. Es el ángel de Manuel, le proporciona techo y dinerillo. Le da un pez pero no le enseña a pescar. Y la mala hierba le atrae demasiado.

En el Madrid de Baroja moría gente en la calle y el periódico daba la noticia: muerto de hambre. Espero que la crisis no nos lleve a retroceder a 1902. Lo que sí está claro es que la generación de nuestros hijos o sobrinos lo va a tener peor que nosotros. Pero la de nuestros`padres fue peor aún, mantengamos la esperanza.

Besos, buen fin de semana y buenos días de carnaval, cómo viven estos maestros y si son de adultos mejor todavía.

Magnífica tu entrada, tengo que estudiarla a fondo, enlaces, ilustraciones y musica

Ele Bergón dijo...

Ya por fin he arrancado con "Mala hierba" y me he encontrado con este Manuel tan indolente, quizá le venga de su terribles experiencias anteriores y piensa que es mejor dejarse llevar.

En otro tiempo he frecuentado las tertulias artísticas y literarias y me he encontrado con más de un Bernardo Santín, aunqeu también es verdad que había Robertos y Estheres. Es un mundo muy interesante y mitificado este de la bohemia.

Siempre me gustó la canción de Charles Aznavour. Gracias por traerla por aquí.

Un abrazo

Luz