martes, 27 de mayo de 2014

El sí de las niñas (y3) Leandro Fernández de Moratín. Quemar las naves





"La prueba mayor que yo puedo darle de mi obediencia"

El aquelarre. 1797-1798. Óleo sobre lienzo. 43x30
Goya. Museo Lazaro Galiano. Madrid


El sí de las niñas (y 3) 
Leandro Fernández de Moratín 

Carlos obedece la orden de su tío y se vuelve a Zaragoza como le ha prometido. Emprende la marcha a media noche, antes de las claras del alba, cuando manden los mayores que para eso hacen las cosas por el bien de uno. Lo llevan los demonios el tener un rival tan difícil de batir. He aquí una diferencia sustancial en su forma de actuar con los personajes del teatro del Siglo de Oro; un soldadón que se come el orgullo y le da la espalda a las palabras pomposas, nada de honor y amores que matan. Hasta don Diego se extraña de la mansedumbre y reconoce el meritorio esfuerzo de su sobrino cuando exclama: “¡Cómo una malva es!” 

Francisca ya no tiene nada que temer. Su amor ha salido al rescate, ha venido a buscarla. Se acabó de disimular la repugnancia que la presencia del señor mayor le produce. Desaparecen los motivos para esconder sus sentimientos en el fondo de los baúles. 

El estrépito de unas caballerías del patio se cuela hasta la sala de la pensión. Son Carlos y Calamocha que ponen rumbo a Zaragoza como hicieron don Quijote y Sancho desde la aldea. Rita se acuerda del tordo, hay que atenderlo que para eso ha hecho el viaje. Paquita se queda desolada y triste, el ánimo hundido, llorando la desgracia del amor no correspondido por los rincones de la desesperación: “Di que es pérfido, di que es un monstruo de crueldad, y todo lo has dicho.” Acierta ella a maldecir entre goterones de lágrimas. 

No es necesario hacer mucho esfuerzo para constatar que el autor pretende equiparar el tiempo de la ficción con el tiempo real. El autor se vale de constantes referencias a la luz, al ser de día o al ir y venir de candiles para que quede claro que la función sigue en el mismo momento que la dejamos en el acto anterior. 


 

 "Mi sobrino que con sus palmadas, y su música, y su papel me ha dado la noche más terrible que he tenido en mi vida"

El majo de la guitarra. 1780. Óleo sobre lienzo. 137× 112

 Museo del Prado. Francisco de Goya

Simón duerme en el banco a pierna suelta, ronca como si fuera el emperador de los cosacos. Qué otra cosa se puede hacer a las tres de la mañana por el reloj de San Justo. Las preocupaciones y el calor del verano no dejan a don Diego conciliar el sueño. Ellos suponen que don Carlos estará ya camino de Zaragoza, pero no se ha ido, ha demorado la partida. Desde la reja de la ventana, un amante canta a su dama el dolor por un amor no correspondido, acompañado del melancólico rasgueo de una guitarra. Don Diego y Simón observan sin ser vistos cómo el rondador le lanza al interior una carta que Francisca no encuentra. A don Diego le cambia el color de la cara, entra en un estado de desilusión fatal al leerla, acosado por la cólera, los celos y los deseos de venganza que no hay forma de reprimir una vez rotas las esperanzas por el guitarrista. 

Don Diego ordena a Simón que ensille el caballo, alcance a Carlos y lo traiga a su presencia de nuevo. Se queda con Paquita a solas. Cuando le pregunta por las razones de su abatimiento, de su llanto e inquietud y si ella sentiría repugnancia por el enlace y si se casaría si fuera libre, ella le responde que no se casaría con nadie. Don Diego ve contradicción porque tampoco siente vocación por la vida religiosa. Ella se considera hija de su tiempo y de la educación recibida que tiende a no manifestar los sentimientos, a esconderlos por incorrectos y descarados. Chiquillerías, cosas de la edad adolescente: “Haré lo que mi madre me mande y me casaré con usted.” “Después…, y mientras me dure la vida, seré mujer de bien.” Afirma con el ánimo hundido. 

El pretendiente reflexiona en voz alta sobre la excelencia de la educación recibida, “la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo.” Ellas no tienen la culpa. 


 "Di que es un pérfido, di que es un monstruo de crueldad"

1799. Francisco de Goya

Simón se presenta con Carlos de vuelta, le cuenta el vacío de tres meses en su biografía, los que tardó en llegar a Zaragoza, dedicado a robar el corazón de Paquita interna en el convento. Admite que hablaban todas las noches. Añade que cuando se fue donde la obligación lo llamaba, lo hizo ciego de amor. Ahora señala que “la prueba mayor que yo puedo darle de mi obediencia y mi respeto, es la de salir de aquí inmediatamente… pero no se me niegue a lo menos el consuelo de saber que usted me perdona.” 

Cuando don Diego, en señal de autoridad, le reprocha a Irene y a las tías monjas los embelecos que le contaban de la chica y le recuerda las tres palmadas del galán, la madre monta en cólera dispuesta a comerse cruda a la hija que ha desbaratado los planes que para ella tenían las brujas. De don Diego depende la felicidad o la vida desgraciada de dos jóvenes que se quieren. Nos podemos imaginar el final, que la obra no va a dejar mal sabor de boca en los espectadores, el triunfo del amor está servido, la inocencia del amor temprano. El abuso de autoridad no puede estropear una bonita historia de amor que ocupa un lugar señero en la dramaturgia española. Lo hace discretamente, desde la sencilla timidez de su propuesta, huyendo del alboroto y la algarada para contar cara a cara al espectador la realidad del momento. 


En medio del camino me senté
quemé las naves me olvidé de pensar
y en el vacío
nació esta canción para Pilar
Victor Manuel




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

7 comentarios:

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Llego tarde a esta lectura del Si de las Niñas, amigo pancho.

Vuelve Cornelius, tras unos meses de silencio.

La proxima lectura...prometo unirme.

Un abrazo, y encantado de leerte de nuevo.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En efecto, hay un momento en el que todo depende de la voluntad de un único hombre: el sentido común inclinará la balanza. La habilidad de Moratín, como bien dices, es habernos traído hasta ese momento con verosimilitud y sin grandes aspavientos, como sucedía en el teatro barroco.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Don Leandro permaneció soltero.
Es curioso, como -actuando en conciencia- se puso a favor de la mujer, denunciando unas costumbres que debían erradicarse.
Muy valiente, también, enfrentarse a padres y a los casamenteros que cita.
Un buen retrato de la sociedad el que nos dejó en sus escritos.

Un abrazo.

Abejita de la Vega dijo...

Alboroto y algarada no van con don Leandro. Todo se resuelve sin ah ni oh, sin estridencias, de una forma amable, todos contentos. Han triunfado las luces de la Razón.

Un abrazo, Pancho.

Paco Cuesta dijo...

La obediencia debida, tan alabada por unos, tan perjudicial para otros.

Ele Bergón dijo...

Este libro de Moratín como se lee en un pis-pas y tampoco es muy complicado de entender, lo volví a releer en un viaje de Madrid a Pardilla.

D. Leandro es todo contención, nada se altera y todo sale bien porque sus personajes obedecen a las normas de lo que es bueno para la sociedad, a pesar de que haya momentos de una mínima estridencia como pasa en este pasaje que comentas.

Un abrazo

Luz

Myriam dijo...

A mi "El sí de las niñas" me pareció una obra sencilla y a la vez, delicadamente revolucionaria, para la época y su público. Hoy, bien podrían hacerse adaptaciones a otras culturas/sociedades/países que anulan a la mujer de una forma o de otra.

Besos