miércoles, 26 de noviembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (13) Alonso Fernández de Avellaneda. Hora de volver a casa





"Quiso Dios acabase sus días, ordenando juntamente el cielo fuese el de su muerte el mismo en que fué el de la Priora y a la misma hora"

El Quijote de Avellaneda (13) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XX 

Como es natural, los padres de Gregorio se muestran encantados de recibir a quien dice traer noticias de su hijo desaparecido. El fervoroso recién llegado se arrepiente del regreso porque volver a casa supone un impedimento para sus planes de descifrar el código escondido de la querencia (¡Los encuentros cuerpo a cuerpo ayudan a derribar el  alto  muro de las medianías!); profesar, meterse religioso de la misma religión de la Priora. Por  su mente se desliza la penitencia que compensa la culpa,  hasta merecer el perdón, los agravios de la soledad, las madrugadas solitarias de carmín. Informa a los padres de que Gregorio ha padecido mucho desde su alzamiento en rebeldía, desde su declaración de independencia unilateral, desde que huyera de la obediencia y de la casa para salirse con la suya, el santo y la limosna. Señala que el hijo volvería si la vergüenza se lo permitiera. 

Cuando oye las alabanzas que en la casa proclaman la anchurosa santidad de Luisa, que corroboran la virtud que le otorgan las gentes del lugar, se le cargan de plomo las ojeras, le entra un paroxismo mortal. Medio reclinado en la silla, con la guardia baja por el desmayo, la madre descubre al hijo. Exclama entre aspavientos:
 “¡Ay, hijo de mis ojos, y qué disfraz es el con que has querido entrar en esta tu propia casa!” 


 "Alborotose luego la casa, corriendo las nuevas de la vuelta de don Gregorio por el barrio"

 
El padre se pregunta si pensaba hacer lo mismo que san Alejo hizo con sus padres en el medievo, en el siglo V, entre Siria y Roma  que vivió. El barrio se alborota con la noticia de la vuelta de Gregorio, como se conmocionaba Triana cada vez que Juanito Belmonte, “El Pasmo de Triana”, se paseaba por su barrio, entre los suyos, al otro lado del río después de una gran faena en cualquier plaza de España. Él piensa que vive una ilusión del demonio. Tras unos días de reposo, le ruega a su madre que pida cita con la Priora y le haga saber que ha regresado con hábito de penitente peregrino después de haber estado en Roma, donde reparten los carnés de arrepentido, y haber ganado la absolución papal de las mocedades cometidas durante la ausencia del hogar. La madre cumple el encargo con diligencia y traslada la respuesta de la aceptación de la madre superiora como “la medicina que más convenía al consuelo de su hijo y a su salvación.” 

Pasan ambos la noche en oración con similares deseos de saber los sucesos del otro. Apunta el narrador - no olvidemos que es el ermitaño quien narra el cuento- que “No tiene, señores, mi ruda lengua palabras con que explicar bastantemente la turbación de las con que se saludaron al primer encuentro los dos felices amantes, ” en caso de que las lágrimas que inundan los ojos de ambos les permitan verse uno al otro. Turbado el, encalmada ella, no aciertan a saber si están o no están, si su ser despega o aterriza. 




 "Se fue contentísimo a ser religioso en la misma ciudad, profesando en la religión que tomó, con notables demostraciones de virtud"

Ante ella tan de cerca, se reblandece por dentro, se acusa de cometer ofensas y sacrilegios contra el cielo solo merecedores del infierno más crudo. No comprende el misterio “cómo yéndoos conmigo, os quedastes acá, y, quedándoos acá, os fuistes conmigo.” Se acusa de ser el malo, el sacrílego, el traidor y peor de los hombres, semejante a Lucifer en el pensamiento por ponerlos en la esposa del mismo Dios, cielo suyo y niña de sus ojos. 



El regreso al convento 1868 
Óleo sobre lienzo. 54,5 x 100,5 cm
Eduardo de Zamacois y Zabala

Ella se queda consoladísima al oír  del autor de sus desventuras el relato ininterrumpido del desenfreno, además del abandono de la senda de la condenación. Su alma se serena porque ambos acuerdan emprender uncidos el camino de la reparación con una perpetua penitencia de ayunos y disciplinas. Concedido el recíproco perdón, él solicita a sus padres la licencia para ser religioso y les ruega que cedan los bienes a los pobres porque en su poder jamás se menoscaban las haciendas. “Repartieron las haciendas en los conventos de la Priora y de su hijo, con ejemplo de todos, muriendo cargados de años y buenas obras.” Llega a Prior de convento queriendo el cielo que los planetas se alineen para que la muerte de ambos sea el mismo día y a la misma hora. Y así se cumplió: “Murieron con notables señales de su salvación”

 Lend me your comb
It's time to go home
I got to go past
My hair is a mess
Your mammie will scold
Your pappie will shout
Unless we come in
The way we went out
Beatles 



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


jueves, 20 de noviembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (12) Alonso Fernández de Avellaneda. ¿Qué quieres que haga?





"Tomó don Gregorio de mano de su amigo más de quinientos reales, y con ellos y muy bien vestido se salió de Badajoz a pie para Mérida, ciudad que dista poco ella"


El Quijote de Avellaneda (12) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XVIII 

Dos años de buena vida y desparrame son suficientes para acabar con la bolsa y bastante de la vida. Gregorio pierde hasta la camisa en el juego. A la intemperie, a cuerpo gentil se queda por las calles de Lisboa. Venden los caballos y se deshacen de esclavos y negros. Hasta que llega el día en que no les queda ni prenda ni pieza que empeñar. El casero los desahucia por fallar al pago. Pobres de pedir limosna por las calles y puertas de los pueblos, comiendo de la caridad de los vecinos, vuelven a Castilla a pie. Todo es camino que se agranda al caminar. Tampoco las cicatrices ayudan a andar. Al cabo de unos días atraviesan Portugal. Llegan a Badajoz donde se alojan en el hospital de los pobres. Comen mendrugos de pan duro sobrante de los mendigos allí residentes. Lloriquea ella por la virginidad perdida, vierte lágrimas de amargura por la situación de pobreza extrema en la que se encuentran. Qué atrás queda su vida anterior, la perdida abundancia de una priora de convento. 

El administrador del hospital se ablanda, se compadece de ellos y les ofrece su casa para comer por caridad. Les busca alojamiento de alquiler. Luisa se interesa por los bordados que hacen las vecinas, dispuesta a trabajar de bordadora. Confiesan que se mueren de hambre a pesar de su habilidad con las agujas: hacen pajaritos con las manos. Una de las bordadoras le ofrece trabajo para dos o tres días, mientras Gregorio se queda encamado por no malgastar energías y pasar mejor el hambre. Carecer de calzado obliga. 

El rico mancebo pone los ojos en Luisa, le parece la “más bella mujer y más digna.” Se aficiona a ella. Le da un doblón para cenar y promete doblarlo si emplea las noches en darle gusto. La necesidad es “poderoso tiro para derribar las flacas almenas de la mujeril vergüenza,” obliga mucho. 

Recurre a una intermediaria para que le allane el camino del corazón. Ofrece una saya de famoso paño a la vecina más vieja, que sabe más de estos ensalmos que de los salmos de David, si convence a la joven de que acceda a sus deseos y acepte sus ofertas. El buitre de la lujuria que huele la blandura de la debilidad a lo lejos, extiende sus alas sobre la necesidad. Gregorio da su consentimiento a que su mujer acceda a la proposición deshonesta del mancebo rico, pero que le saque todo lo que pueda en dineros y joyas. Todo sea por sustentarse y vestirse. 


"Si acabáis con doña Luisa que corresponda a mis ruegos y acete mis ofertas, os prometo, a ley de quien soy, de daros una saya de famoso paño, sin otras cosas de consideración."

Ponen tienda de entretenimiento para mancebos ricos de ciudad, hasta que una noche sucede una cruel pendencia con resultado de homicidio entre sus pretendientes. Castigan a Gregorio al destierro a la no muy lejana ciudad romana de Mérida. Pretexto perfecto, pues ya había pensado en abandonarla por estar cansado de ella. Sancho ve la oportunidad de que su jefe ejerza, que pase de las palabras a los hechos y deshaga este entuerto de la monja abandonada y sola. Hasta Antonio el soldado los acompañará, pero solo cuando sepan el paradero exacto, no vaya a ser que al llegar haya volado la pieza. 

Capítulo XIX 

Gregorio desvía el destino de sus pasos a Madrid donde entra a servir a un clérigo, caballero con hábito, olvidándose de su dama. Ella decide volverse a su ciudad vestida de peregrina, pedir ayuda para ir a Roma, rogar perdón a su santidad y tratar de volver al convento “donde enmendar, como deseaba; ” expulsar al fuego de las entrañas que le abrasaba por el camino en cuatro meses de pasar calamidades. Se mete en el monasterio del que salió al verlo abierto. Cae a tierra media muerta cuando la virgen le llama por su nombre. Le reprende por su regreso, su atrevimiento de apóstata. La humilla por su maldad, para luego salvarla por la infinita misericordia de su hijo, obligada por las solemnidades celebradas, las oraciones y los rosarios rezados cuando era lo que debía, antes de caer en el pecado, los cuatro años de ceguera de amor y desenfreno. La virgen se ha hecho cargo de la dirección del convento durante la ausencia en la que la mala madre abandonó a su suerte a las hermanas. 



"Alzóse luego, entróse en el claustro, pidió por el predicador y, puesto en su presencia, empezaron sus ojos a decirle lo que su lengua no acertaba"

Se une a las demás monjas en los rezos de maitines como si nada hubiera pasado. Para enmendar su sacrilegio, ella se disciplina en un ejercicio de gozo y dolor de forma que ni las malas intenciones ni los pensamientos impuros vuelvan a tomar asiento. Que el delicado cuerpo castigado por el cilicio de continuo pague los agravios que ha infligido al espíritu. Agradece a la bondad que tras la noche no venga la noche más larga: la eternidad sin esperanza del fuego eterno. Dispuesta a perseverar en el arrepentimiento, a consagrar el resto de su vida a la penitencia. 


 "Por las entrañas de Dios os ruego que digáis a esos señores si gustan de hacerme limosna"

 Al salir de la Iglesia. 

Gregorio oye a un predicador dominico engolfarse a deshora en alabanzas a la virgen y su misericordia. Halla en su brazo ayuda para salir del cieno de sus torpezas y bestiales apetitos. Se impone ir a Roma vestido de peregrino con basto sayal. A la vuelta enflaquecido, macilento, triste, desfigurado y saqueado por una cuadrilla de desalmados piensa volver a casa, a su amantísima patria. Pasa por el convento, pide limosna y se entera de que Luisa ha vuelto a ser la priora. Disfrazado y pobre de pedir entra en la casa como hijo pródigo, fingiendo que solo quiere recabar noticias de sus padres, le dice a un criado que ha conocido a Gregorio en Nápoles. 


All of my life,
I've been searchin' for a girl
To love me like I love you.
Oh, now.. but every girl I've ever had,
Breaks my heart and leaves my sad.
What am I, what am I supposed to do.
Beatles 

 


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

 

jueves, 13 de noviembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (11) Alonso Fernández de Avellaneda. Susurros al oído.






"sin parar jamás hasta que llegaron a la gran ciudad de Lisboa, cabeza del ilustre reino de Portugal."


El Quijote de Avellaneda (11) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XVI 

Sancho lamenta que el soldado rechace el “matolaje” ofrecido para las necesidades venideras. Eso no lo hacen los reyes, ni los mismos caballeros andantes que son lo mejor del mundo. Qué se puede esperar de quién viene de Cambray, mala tierra estéril; productora de estopilla que provoca un continuo ay, ay, ay; malísima de comer porque causa torzón al que la prueba. 

Don Quijote promete vengar la infamia de nuestra España y deshonra del arte militar. Sacará la alevosa sangre de las venas del soldado infame el día que lo tope. 

Antonio Bracamonte continúa con el muestrario de telas del cuento como un astuto  vendedor de alfombras bereberes capaz de venderte arena en el desierto. Por la mañana la agraviada le reprocha a su marido Japelín el atrevimiento de enfrentarse a ella cuerpo a cuerpo en su cuarentena. Ella se extraña de que no le hablara por la noche y que un hombre tan prudente fuese incapaz de contener el deseo desordenado. Le disculpa el silencio por el empacho que le dio el propio atrevimiento. 

Hecho un frenético ávido de venganza, Japelín ordena ensillar su alazán español, jura no regresar a casa hasta encontrarle, así se esconda en las entrañas de la tierra del Etna miserable. Loco de furia, veloz como el viento,  alcanza al mísero español sin fuste  en una hora. Sin mediar palabra lo atraviesa con el venablo de hierro forjado en las fraguas de Milán. 

La narración del desquite rápido genera olas de entusiasmo entre la audiencia. Don Quijote aprueba la prontitud de la vendetta. Sancho también apoya la celeridad en la impartición de justicia, como justa compensación del delito cometido. Si hiciera falta, él mismo lo ahogaría con un diluvio de gargajos, como en los tiempos de Noé. 

Japelín se vuelve a casa, un poco consolado por la venganza servida en plato frío. La tragedia continúa. El desaguisado de muerte que concluye la historia y que pone a todas las almas de patas en el infierno para regocijo de los canónigos oyentes,  que así ven cumplido el veredicto condenatorio del padre prior por abandono del hábito religioso. No se ultraja al cielo en vano. 

Don Quijote cambiaría la parte final del relato por otro morir: “Un bel morir tutta la vita onora.” Unas páginas finales que merecen ser leídas completas, salidas del desenlace del teatro barroco, que resumen el ideal de una sociedad machista. El honor mancillado, la culpa de la mujer: “Seré aborrecible a tus ojos, pesada a tus oídos, desabrida a tu gusto, enojosa a tu voluntad e inútil finalmente a todas las cosas de tu provecho.” Ser creyente para ser creíble. 


"yendo cada día creciendo de virtud en virtud, llegó a ser tan famosa en ella, que por su oración, penitencia y recogimiento"

La actriz María Guerrero como -Doña Inés-. 
Óleo sobre lienzo. 1.155 x 0.74 cm. 
Museo del Prado. Madrid.  


XVII 

El ermitaño toma la palabra para contar otro cuento con monja protagonista, modelo de las maniobras del enamoramiento entre rejas; la querencia en las paredes del convento. Sor Lucía tiene veinticinco años también y ya es la madre superiora de la congregación, con fama bien ganada en la comarca de honestidad, virtud y rara belleza. Don Gregorio ejerce de mozo rico y discreto galán; primo alejado de la priora, se habían criado juntos. Acude a visitar a la perlada con agrado y se presta gustoso a hacer de recadero con otra hermana interna de otro convento, le lleva unas curiosas flores de seda. Nacido “para servir hasta los perros desta dichosa casa.” Se agradecen mutuamente las deferencias; él, gozoso por merecer su presencia, se le llenan de lágrimas los ojos amorosos que causan profunda turbación en el corazón femenino de la religiosa. La despedida equívoca con deseos y licencia para volverse a ver, enamora a Gregorio que no halla sosiego. “tampoco el corazón incendiado de la priora que pasó toda la noche con la misma inquietud porque lo que a las mujeres se dice una vez, se lo dice a solas él diez [el demonio].” 





"Pasaron la vida muchos días, acudiendo en aquella ciudad a todo cuanto apetecían sus ciegos sentidos, como fuese de entretenimiento, disolución y fausto, sin perder fiesta ni comedia la gallarda forastera"


Bella y Canto. 
Óleo sobre lienzo, 65,5 x 42,5 cm. 
Colección privada. 
 

 El mal de la despedida encama al mozo, lo aprieta al lecho con fuerza. Un nuevo recado le da bríos para acudir a otra visita al convento, impulsado por la pasión amorosa, recobra nueva vida, gozo, aliento renovado y esperanzas al besar su mano desnuda entre rejas. Ella confiesa que ha disimulado un amor con no poca violencia de su voluntad, forzada al ser mujer y religiosa,  cabeza responsable de las internas de la casa. Gregorio afirma sentirse contento de sus visitas diarias a horas diferentes para disimular. Las idas y venidas enamoradas duran seis meses. 

Planean la huida a algún reino extraño donde gozar sin zozobra del dulce fruto de sus amores. Con la “seguridad que dan los primeros sueños, que por serlos, son más profundos” parten a caballo, no sin antes haber desvalijado la caja del convento por valor de mil ducados ella. Él afana otros mil del cofre familiar, más otros mil de préstamos que no piensa devolver ( mal asunto, no devolver lo que debes). Las primeras luces del día los encuentran a seis o siete leguas camino de Lisboa. Caminan sin parar hasta la ciudad de la luz donde alquilan una casa. La amueblan “comprando juntamente para el servicio della un negro y una negra.” Pasan dos años de vida regalada en la capital del reino portugués, entre galas, convites, fiestas y juegos a los que Gregorio se entrega sin tasa. 


Closer,
Let me whisper in your ear,
Say the words you long to hear,
I'm in love with you.
 

The Beatles




  Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

jueves, 6 de noviembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (10) Alonso Fernández de Avellaneda. Maltratada y mal querida





"Un domingo de Cuaresma dirigió acaso los suyos a oír un sermón en un templo de padres de Santo Domingo"

 "Semana Santa en Sevilla". 1876. 
Museo de San Francisco.
José Jiménez Aranda

El Quijote de Avellaneda (10)
Alonso Fernández de Avellaneda
Capítulo XV

Bien acomodados a la sombra fresca de los sauces, los presentes escuchan sin perder palabra el trágico suceso que el soldado Antonio Bracamonte les cuenta con solemnidad perdida. Japelín es un acaudalado noble flamenco de Flandes, estudia leyes con aprovechamiento en la universidad de Lovaina. A la edad de veinticinco hereda toda la hacienda familiar al quedarse huérfano de padre y madre y se precipita al abismo de una mocedad pródiga en convites y borracheras “que en aquella tierra se usan mucho.” 

Un domingo de cuaresma escucha la inflamada oratoria de un padre Dominico que le llega con fuerza al corazón. Sale del sermón convertido, claudicante y dispuesto a dejar la vanidad, la pompa del mundo y meterse a fraile de la insigne y severa religión de los Predicadores. Llevaba diez meses de hábito cuando el diablo, general adversario que da vueltas como león rabioso buscando a quien tragarse, trajo a la universidad a dos antiguos amigos que le persuaden de dejar la ceguera del convento y recuperar la libertad. Volver a los estudios y retomar la hacienda que está manga por hombro desde su ausencia. Consideran que como solo lleva diez meses de muerto en vida entre las cuatro paredes,  no le será gravoso enmendar el yerro. Se ve convencido por las “razones frívolas y pestilenciales avisos que aquel falso amigo y verdadero enemigo de su bien le había dado.” 




 "Volvió tras esto Japelín a tomar posesión de su hacienda, y comenzó a seguir de nuevo el humor de sus compañeros, andando de día y de noche con ellos, sin hacerse convite o fiesta en toda la ciudad donde los tres disolutos mancebos no se hallasen."

Un sibarita. 1879. 
Óleo sobre tabla. 24.5 x 15.8 cm. 

Esa misma noche decide volver a casa. Lo habría hecho ocho días antes si no hubiera sido por el qué dirán y su propia reputación. Le comunica al padre prior su fatiga para llevar los trabajos de la orden, aguantar la austeridad de la clausura, tolerar el recorte drástico en el gasto, vestir lana, no comer carne (cómo se parecen estos frailes a los modernos ascetas evolucionados de ahora). Dormir a plazos, despertarse para los rezos como los mahometanos. Además había dado palabra de casamiento a una dama. El prior escucha las palabras que evidencian su fracaso, lamenta el escaso provecho sacado a los diez meses de ejercicios espirituales continuados, impartidos por el mismo en el convento, el poco eco de sus consejos para vencer al demonio en la guerra cruel, la eterna lucha desplegada con las fuerzas del mal que intentan confundir a los creyentes, adheridos como lapas al incansable empeño de persuasión en pro del abandono de la religión y regreso a las ollas de Egipto, la confusión del siglo. El prior le amenaza con el castigo que comporta el abandono de los hábitos, como lo han hallado todos los que antes lo hicieron. Ya lo dijo el profeta: “Vocaví, et renuistis; ego quoque in interitu vestro ridebo.” Las razones débiles están forjadas en la fragua infernal gobernada por Satanás. 

En un postrer intento de volverlo al redil, le propone que se lo piense tres o cuatro días, retirado en oración. El prior promete ayuda, rezar junto a todos los demás frailes de la casa para que “su Majestad” conceda la misericordia de vencer la infernal tentación. El obvia la sugerencia y no hubo “convite o fiesta en toda la ciudad donde los tres disolutos mancebos no se hallasen.” Japelín pide la mano y se casa con la hija de un pariente, interna en un monasterio. Matrimonio de dos recién salidos del convento. Pronto se embarazan. A los seis meses tiene que marchar a Cambray y Bruselas para hacerse cargo de la herencia de un pariente cercano, también noble adinerado. Japelín regresa a los tres meses, al recibir correo de que su mujer está con los dolores del parto. Piensa llegar para el bautizo que es lo que importa: acristianar al niño. 

En el camino de vuelta se encuentra con un soldado de los tercios españoles que va a Amberes a pasar unos días de permiso con sus amigos. Pertenece a la guarnición del castillo de Cambray. Lo invita a hacer noche en su casa de Lovaina, pues se confiesa “muy aficionado a la nación española” (Podemos ser aficionados a cualquier cosa, como buenos flamencos). 



 
"mi brazo, mi fortuna y buena estrella
echaron hoy su resto
en darme un hijo de una diosa bella,
por quien es, noble y mozo,
mil parabienes y contentos gozo."

El primer hijo. 
Óleo sobre lienzo. 61 x 76 cm.
José Jiménez Aranda

La alegría reina en todos los rincones de la casa porque la señora ha parido esa noche un niño varón como mil flores. Para que pueda ser báculo de su senectud, como confiesa Japelín ante su dama que le parece al soldado la más bella criatura que ha visto en todo Flandes. Come poco el invitado, prendado de los ojos y la hermosura de pechos algo descubiertos “que usan más llaneza las flamencas en este particular que nuestras españolas.” 

A la sobremesa Japelín echa mano al clavicordio y entona una canción propia. En ella da las gracias a la vida por la suerte de amar y gozar a la bella diosa que le ha dado un hijo hermoso. Se retiran a sus aposentos; el soldado, abrasado en el fuego y rabiosa concupiscencia. Ofende a Dios, le es infiel a su nación y agravia la nobleza del anfitrión. Ni los peligros y graves inconvenientes que le acechan pueden con su ceguera. Se levanta a media noche y sin decir palabra ejecuta su desordenado apetito sobre la recién parida. De madrugada y sin haber pegado ojo,  sale de la casa. 


Tú no has de ver consumida,
cómo la vida
pasó de largo,
maltratada y mal querida,
sin ver cumplida
ni una promesa,
le dice mientras
cepilla el pelo
de su princesa.
 
Joan Manuel Serrat




 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


domingo, 2 de noviembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (9) Alonso Fernández de Avellaneda. Compartimos el aire.





 "No pudo Sancho alcanzar a su amo, por mucha diligencia que se dio para hacello, hasta a la salida de la ciudad, donde le halló parado frontero el Aljafería."

El Quijote de Avellaneda (9) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XIV 

Don Quijote sale de Zaragoza “corrido de la grita de los muchachos que lleva tras sí.” Sancho le alcanza en la Aljafería, a las afueras de la ciudad, acompañado de un soldado y de un venerable ermitaño que se encaminan a Castilla. El primero viene de Flandes y el clérigo de Roma. El soldado, Antonio Bracamonte, viene tieso, pobre de pedir porque ciertos fragutes lo han desvalijado en los confines de los estados. El soldado tiene malas pulgas; a una observación de Sancho le sacude media docena de espadazos en sordo que le tiran del burro de buenas a primeras. Lo habría coceado de no ser por la intervención de don Quijote que con el lanzón sobre el pecho del soldado le exige debido respeto a su criado. 

Sancho monta en cólera ante semejante humillación, le salen espumarajos por la boca. Pide que le dejen solo con el soldado. El ermitaño no puede con él de colérico que está. Se manifiesta así:
 -¡Cuerpo de mi sayo, señor don Quijote! ¿Yo no le dejo a vuesa merced en sus aventuras, sin hacerle ningún estorbo? Pues, ¿por qué, siendo así, no me deja a mí también con las que Dios me depara? ¿Cómo quiere que aprenda yo a vencer los gigantes? Y, aunque este pícaro no lo es, bien sabe vuesa merced que en la barba del ruin se enseña el barbero. 



 "Y si tienes por ahí a mano o en la faltriquera, alguna gruesa cadena de hierro, póntela al cuello para que parezcas a Ginesillo de Pasamonte y a los demás galeotes que envió mi señor Desamorado cuando Dios quiso fuese el de la Triste Figura, a Dulcinea del Toboso"
1950-Quebec-Chagor


Demostrando así la completa quijotización del criado que admite que con unas cuantas lecciones en un par de tardes y en ayunas sería un buen caballero andante, tan perfecto como lo haya del Zocodover al Alcana de Toledo. El soldado se aviene a darse por vencido como pide Sancho y a fumar la pipa de la paz en vista de la desproporción de los contendientes, no sin antes comprometerse a cumplir la voluntad del escudero de presentarse de rodillas ante su mujer,  Mari Gutiérrez, futura gobernadora de Chipre y todas las alhondiguillas, para presentarle los respetos de vencido por su marido en semejanza a los galeotes liberados que don Quijote envió a Dulcinea.  

-“Quien anda entre leones, a bramar se enseña.” Sentencia don Quijote en señal de aprobación, comprometiéndose a graduar a su escudero de caballero andante tras superar unas cuantas lecciones. Saca de las alforjas unos relieves de carne de carnero para repartirlas con el soldado y comienzan a caminar todos juntos, en buena armonía, al ritmo lento y sostenido que demanda el camino andado y por andar. 

Al llegar a Ateca, don Quijote les dice a bocajarro a sus compañeros de camino que ellos tienen que alojarse forzosamente en casa de su amigo el clérigo Mosén Valentín. Como los dos acompañantes no van muy sobrados de bolsa, aceptan la invitación. Antonio, de los Bracamontes de Ávila, ilustre familia y fray Esteban, natural de Cuenca que regresa de Roma. La iglesia y el ejército en armonía y buena compañía. 

 
"Tengo yo más villanos como él apaleados que he bebido tragos de agua desde que nací."

1926-1927 París

Mosén Valentín da una cordial bienvenida al espejo de la caballería andante, al fiel escudero y a la compañía. Sancho se interesa por la salud de la mula castaña que tuvo quimera con el macho del médico. Don Quijote y su escudero dan cuenta de las aventuras con el gigante Bramidán, acaecidas tras la derrota sufrida con el tosco e intratable melonero morisco de Ateca y subalternos. Ante la duda de Mosén Valentín sobre la gigantesca desproporción de Bramidán, Sancho le responde que “es imposible mienta un gran personaje, de quien se lee en los mapamundis se come cada día seis o siete hanegas de cebada.” 

Antonio cuenta su vida en la milicia, cómo marchó a Flandes en respuesta a la “inclinación a la guerra que me comunicaron con la primera leche” su linaje de los Bracamonte. Testigo del sitio de Ostende, conserva dos balazos en los muslos y el hombro medio torcido de una bomba de fuego que el enemigo arrojó sobre los elegidos soldados que intentaban el primer asalto al muro. Les dibuja con yeso el cerco de la ciudad flamenca con gran exactitud de torreones, plataformas y diques. Les refiere los nombres de los grandes hombres que intervinieron en la batalla para agrado de los presentes que son curiosos, sobre todo Sancho al que Ostende le suena a otro gigantazo como el Rey de Chipre. Se extraña que no hubiera en esas tierras un caballero andante como su amo que diese su merecido al bellacazo que se atreve a causar tal desaguisado entre los criados. Se gana el reproche de don Quijote por su ignorancia en Geografía. 

"Vieron sentados a su sombra dos canónigos del sepulcro de Calatayud, y un jurado de la misma ciudad"

El anfitrión interrumpe la plática al observar que hay materia narrativa para mil noches, otro duque artista que intenta rentabilizar el gasto del alojamiento. Reparte las habitaciones y las camas. Cada mochuelo a su olivo. Por la mañana intentarán convencer a don Quijote de que abandone su locura, sagrado baluarte, que se deje de caminos polvorientos y vuelva a su tierra, no vaya a morir como las bestias insensitivas en algún barranco, descalabrado y aporreado. En vano lo intenta porque don Quijote más madruga para ponerse en marcha en ayunas en dirección a Madrid. 

Cuando el sol comienza a herir y a sugerencia del ermitaño, deciden pasar a la sombra de unos sauces frondosos, al pie de una hermosa fuente de agua fresca y sestear hasta la caída del sol, cuando el calor y la inclemencia de los rayos de sol se moderan. 

Puede que a ti te guste o puede que no
pero el caso es que tenemos mucho en común.
Bajo un mismo cielo, más o menos azul,
compartimos el aire
y adoramos al sol. 
 Joan Manuel Serrat

 


 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
Las ilustraciones están tomadas de aquí