jueves, 31 de diciembre de 2015

Novelas Ejemplares (y 14) El coloquio de los perros. Miguel de Cervantes. Sueños rotos






Acabamos el año 2015 con Cervantes. La casualidad quiere la coincidencia de finales repetidos: fin de año y final de relato de este coloquio imaginario entre dos perros dotados de palabras sabias. La costumbre impera, el corazón impone buenos deseos para el nuevo año a todos los amigos y lectores que por aquí se acercan, también centenario cervantino. Mucho diálogo para los que tienen la llave, salud y aires nuevos para todos. Y si les gusta leer,  les invito a que sigan haciéndolo. Siempre a tu lado para que no se rompan los sueños:   

Novelas Ejemplares (y 14) 
El coloquio de los perros 
Miguel de Cervantes 

Berganza vuelve a toparse con el poeta en la ciudad. Éste le da de comer un rescaño de pan más tierno que los de la huerta, con ello entiende que algo ha mejorado la situación del poeta. De lance en lance van a parar a la casa de un autor de comedias. El amo poeta recita la obra a toda la compañía que está allí presente, con poco éxito, pues a la mitad de la lectura únicamente quedan escuchando el narrador y el representante. Sólo la intervención del autor evita el manteamiento. “No es bien echar margaritas a los puercos,” sentencia el poeta dramaturgo con resentimiento, convencido de su valía ante la incomprensión de su trabajo. 

Nuevamente cambia de amo el perro protagonista y narrador, se queda ahora con el autor. Lo enseñan a arremeter contra los alborotadores de los entremeses, oficio que hace reír a los ignorantes y que da ganancias al dueño. La compañía llega un día a Valladolid, principio y fin del relato, aquí recibe una herida en una reyerta durante la representación de un entremés, casi ve el fin de su vida. 

Otro día observa a Cipión que lleva la linterna del buen cristiano Mahudes y viéndole contento con el trabajo, le sigue los pasos y Cipión le acoge como compañero. Una tarde de verano, ya en el hospital, escucha quejarse de su suerte a un poeta, un matemático, un alquimista y un arbitrista. El poeta se considera maltratado por la suerte al no conseguir que un príncipe le respalde económicamente en la publicación de un libro de poemas de tono elevado y heroico, escritos todos con palabras esdrújulas y sin admitir verbo alguno que les dé sentido. 






"Veintidos años ha que ando tras hallar el punto fijo, y aquí lo dejo, allí lo tomo."


 La queja del alquimista va por el mismo sendero. Está seguro de poseer el secreto de la piedra filosofal: sacar oro y plata de las mismas piedras. Hacerse rico como Midas, pero le falta el príncipe con dinero que le financie las herramientas para hacerlo. 

El matemático lleva veintidós años entregado a dos investigaciones: buscar el punto fijo y la cuadratura del círculo. Cuando parece que ya los tiene en la faltriquera, siempre ocurre algo que le hace rodar al cuadro uno y empezar de nuevo, como Sísifo con el trabajo a cuestas. 

El arbitrista apunta trazas de eficaz secuaz de Montoro, insaciable chupasangre con los impuestos. Señala que la pobreza ha juntado a cuatro quejosos en el hospital. De su magín han salido muchos tipos de impuestos que han dado numerosos ingresos a la corona en tiempos pasados. Ahora cabila otro nuevo plan. Plantea que todos los vasallos entre catorce y sesenta años de edad se pasen un día al mes a pan y agua, lo que se ahorre, que vaya a las arcas de la corona sin defraudar un ardite. Calcula que en veinte años la corona quedará desempeñada. Prevé tres millones de reales mensuales libres de polvo y paja. El impuesto agradará al cielo, servirá al Rey y hará bien a la salud. Además se recogerá en “las parroquias sin costas de comisarios que destruyen las repúblicas.” 

Se ríen todos de sus propios disparates puestos en común, Berganza incluido, que se percata de que la mayor parte de los que tanto desvarían viene a morir a los hospitales. 

Aposentado en la nueva ocupación, un día yendo a pedir limosna se acercan a casa del Corregidor. Con toda su buena voluntad intenta denunciar el caso de las mozas vagabundas que van al hospital y los enjambres de hombres perdidos que las siguen. Una plaga intolerable, pero no le salen más que ladridos de tono subido, a resultas de lo cual los criados le miden las costillas a palos. 

No entiende Berganza la razón de su castigo. Es Cipión quien le aconseja que no debe meterse en asuntos que no le incumben. Porque nunca el consejo del pobre por bueno que sea, fue admitido, ni el pobre humilde ha de tener la presunción de aconsejar a los grandes y a los que piensan que lo saben todo. La sabiduría en el pobre está asombrada, la oscurecen la necesidad y la miseria. Berganza promete seguir sus consejos en el futuro. 

Con la novela ya en sus últimos suspiros y entrándoles el día por las ventanas, se apura Berganza a contar otro sucedido que le ocurre con otro animal de cuatro patas, una perrita faldera. Le muerde la perrita al sentirse amparada por una señorona de casa principal. Cipión, que de todo saca enseñanza y moraleja, le advierte de que también los hombritos ruines se atreven a encararse a la sombra de sus amos, pero dejan al descubierto su poco valor en cuanto les falta el árbol que les cobija. La virtud es solo una y aunque pueda padecer en la estimación de las gentes, “no en la realidad verdadera de lo que merece y vale.”  Qué imagen tan poderosa y ajustada a la realidad nos deja Cervantes en este final del relato. 




"Aunque este coloquio sea fingido y nunca haya pasado, paréceme que está tan bien compuesto, que puede el señor Alférez pasar adelante con el segundo"


En la coda final del Coloquio de los perros regresamos a la realidad, todo ha sido ficción, un sueño. El Licenciado acaba la historia y da licencia al alférez despierto para pasar a la segunda parte. El Alférez, animado por la buena recepción del mensaje y el permiso, lo promete,  ya sin discutir si hablan o no los perros. De momento se van al Espolón a recrear los ojos del cuerpo. Justo el último día del año para que no se rompan los sueños. 

Ya no persigo sueños rotos, 
 los he cosido con el hilo de tus ojos, 
 y te he cantado al son de acordes aún no inventados.
Los Secretos





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


martes, 29 de diciembre de 2015

Los Pazos de Ulloa (3). Emilia Pardo Bazán. Fajador.






"Era imponente la fealdad de la bruja: tenía las cejas canas y de perfil le sobresalían, como también las cerdas de un lunar"


Los Pazos de Ulloa (3) 
Emilia Pardo Bazán 

Perucho se cría como un morito en los pazos. La visión del niño asilvestrado, revolcado en el estiércol de las cuadras llega al alma del capellán. Crece al mismo son de los tostones y corderos. Se encenaga en la misma charca, mama de la vaca recién parida como un becerro más, se acurruca en un pesebre para dormir como un niño Jesús en el portal, tapado por el heno de la burra que le da calor con el aliento. 

Julián se toma a pecho enseñarle las cuatro letras. Las tardes de invierno lo pilla y le obliga a aprender, a pesar de su radical oposición a la instrucción dando chillidos de estornino preso, gruñidos, pateos y huidas de la ciencia para ir a refugiarse al abrigo del establo al menor descuido del maestro;  allí se siente protegido por el calor corporal de los animales. Se propone adecentarlo. Cuesta Dios y ayuda despegarle la roña dispuesta en capas geológicas, como estratos de tierra aplastada por el tiempo con guijarros y cuerpos extraños engastados que le cubren la piel. Al paso, de tanto frotar, la piel va dando la cara; descubre la belleza escondida de aquel angelote con rizos recién salido de un cuadro de Murillo

El chiquillo le coge las sobaqueras al tonsurado con tanta limpieza y complicidad. La disciplina se va de las manos. El chiquillo le tira la tinta de escribir. La pluma es lanza que mata las moscas. Hace cucuruchos con el papel, revuelve los cajones, brinca en la cama como un saltimbanqui y le prende fuego a las botas llenas de cerillas como traca final. Luego está la madre,  con más peligro para el clérigo que un piel roja escondido detrás de un árbol. ¡Qué mujeres se encuentran en el mundo! Exclama Julián antes de echarla de la habitación, como hizo Jesús a los mercaderes del templo. Después se arrepiente como cristiano bien enseñado: “Mi obligación de sacerdote era enseñar, corregir, perdonar, no pisotear a la gente como a los bichos de los archivos.” 

Julián no hace buenas migas con los clérigos de las parroquias de la comarca. Sólo agavilla un poco con Eugenio, párroco de Naya. El Abad de Ulloa considera a Julián un afeminado. Piensa que la virtud en un cura ha de ser bronca y cerril. Oler a montuno desde lejos. ¿Qué es eso de lavarse con jabón de olor, cortarse las uñas o beber agua? El agua estropea los caminos, así que cuando las ceremonias se terminan, él se retira, no acude a las terceras partes aplaudidas por los demás porque no hay quien tenga la escopeta siempre cargada ni se está permanentemente en los templos. 



"Si se encontrase allí algún maestro de la escuela pictórica flamenca, [...] ¡Con cuánto placer vería el espectáculo de la gran cocina!"


La boda
Brueghel el Viejo 
Museo de Historia del Arte Viena. 

El día de San Julián acepta la invitación del párroco y sube andando a Naya para pasar el día del patrón. Nos topamos casi sin querer con una deliciosa muestra de la mejor prosa de la autora, un dibujo de firme trazo y agilidad del tipismo gallego que se  desparrama sin tasa en las romerías al son de la gaita, bombo y tamboril, envuelto en aromas de hinojo fresco y espadaña recién cortada. El recogimiento popular durante la misa del patrón, la más importante del año. La grave solemnidad cantada por una docena de curas de voz bronca. Y el desquite posterior de los mozos y mozas de la comarca que bailan desatados la muñeira más brincona. Gran maestría para crear ambientes cargados de magia. Queimada gallega. 

Después la tercera parte, que es la más interesante. La frenética actividad de la cocina rectoral. El despliegue ordenado de un ejército en maniobras. Señoras desplumando aves. Muchachos desollando reses y piezas de caza. Mozas y mozos acompasados en la faena bajo el mando experto del ama de Cebre, algo bigotuda, pecho alzado y brioso ademán. Daba gusto ver la lumbre ardiendo bajo los vientres oscurecidos de las ollas, sartenes y peroles llenos de los guisos más diversos. La acción de la gran cocina rectoral haría temblar de emoción los pinceles de un pintor flamenco que quisiera plasmar lo que ocurre delante de sus ojos. “Derramando la poesía del arte sobre la prosa de la vida doméstica y material.” 




"Desde aquel punto y hora, Julián se desvió de la muchacha como un animal dañino e impúdico."

A la mesa y sus apéndices formados por tablones extendidos y apoyados en cestos se sientan las fuerzas vivas de las parroquias de la zona. Una quincena de curas, el médico, el notario, el juez de paz y los caciques dan buena cuenta de veintiséis platos distintos que van y vienen por la mesa hasta acabarse. A todos le van dando. Julián pasa palabra al siguiente. A medida que se van desocupando las fuentes y vaciándose los jarros, las lenguas se desatan. Unos hablan de mujeres; otros, de política. Hay quien apunta que el día de la gran barredura está cercano. Se va a liar el tiberio del siglo. Los curas se enzarzan en una discusión teológica de altura que mezcla a San Agustín, latinajos antiguos, concilios medievales y Santo Tomás. Sube de tono con argumentos, proposiciones y silogismos y llega a su punto culminante a medida que se van agotando las botellas de tostado. 

 Cuando parece que la discusión se despeña por los barrancos de la herejía, aparece el marqués con la escopeta al hombro pisándole los talones a Chula y Turco, los dos perros perdigueros. Viene a los postres a tomarse una copa y pillar compañero para la excursión cinegética. La conversación deriva hacia el cotilleo, las malas lenguas hacen del palmito de Sabel en el baile de la mañana el centro de las habladurías. Le dirigen a Julián señas y guiños maliciosos que lo sacan de sus casillas y explota “unas cuantas asperezas y severidades que hicieron enmudecer a la asamblea.” El aguafiestas que disuelve la reunión. En vista del cariz que toman los acontecimientos, algunos se escurren a menear el naipe hasta la noche. Para cerrar el día Julián y Eugenio, tendidos a la sombra de una higuera, escuchan la formidable algarabía que llega desde la cocina. Allí los criados, primas del cura, cocineras, músicos… En fin, los siervos de la gleba, la tercera clase del Titanic se divierte. Julián se cae del guindo de lo de Sabel, el Marqués y Perucho, a la sombra de una higuera. A qué santo va él a autorizar un amancebamiento con su presencia en el pazo. La mujer del César no sólo tiene que ser honrada, también parecerlo.

A fuerza de golpes 
me convertí en fajador. 
No espero a nadie. 
Ya no espero a nadie.
Loquillo





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



viernes, 25 de diciembre de 2015

Novelas Ejemplares (13) El coloquio de los perros Miguel de Cervantes.Carne morena.





"Con no pequeño gozo me acogieron y escondieron en una cueva porque no me hallasen si fuese buscado"

Novelas Ejemplares (13) 
El coloquio de los perros 
Miguel de Cervantes 


Berganza huye de la quema como alma que lleva el diablo. -¡Corre Forrest, corre!- En seis horas se aleja doce leguas que le llevan a un campamento de gitanos que ha acampado al pie de Granada. Los allí establecidos le esconden en una cueva para que los perseguidores no le encuentren. Tienen la intención de hacer negocio con las habilidades del perro sabio; sus destrezas han trascendido la diversidad de culturas. Pasa con ellos veinte días en los que anota el modo particular de vida de la raza calé. 

Berganza no tiene tiempo que perder, tiene mucho que contar y se llega la mañana. Sabe que el portento del habla con discurso humano del que gozan es perecedero, viene con fecha de caducidad. Tiene prisa por engarzar una historia con otra. Pero Cipión echa el freno de mano para comentar el episodio de las brujas. Considera que las cosas excepcionales que hacen las brujas son embelecos, apariciones del demonio. 

La permanencia entre los gitanos le ratifica en el estereotipo, la opinión común que de ellos se tiene. Son numerosos y repartidos por todos los rincones de España. Todos se conocen, se apoyan y encubren las fechorías. No reconocen al Rey, solo obedecen al patriarca, uno que llaman Conde Maldonado. Se organizan al margen de la corona. Viven ociosos, los pocos que trabajan,  lo hacen en las fraguas donde fabrican los útiles del hurto además de martillos, barrenas y tenazas; ellas, trébedes y badiles para vender por las calles y mercados. Todas las mujeres son parteras. Sacan palante la raza sin ayuda exterior. Lavan las criaturas con agua fría. Se crían a la intemperie y se curten a todas las inclemencias, he ahí la selección, es por eso que muchos sean volteadores, corredores o bailadores. 



"Son sus pensamientos imaginar cómo han de engañar y dónde han de hurtar"

Practican la endogamia, se casan entre ellos para que todo quede en casa. Ellas guardan fidelidad a sus parejas, nada se dice de ellos. Arrastran fama de holgazanes y Berganza no recuerda a ninguna comulgando, (tendrán el “curto.”) Y Berganza no habla de oídas, que es un perro bien completo, piadoso con religión. Las veinticuatro horas del día pensando en cómo robar y dónde engañar dan mucho de sí. 

Berganza cuenta el caso del burro rabón, lo refiere tal y como lo escuchó que se lo contaba un gitano a otro. Cómo un labrador tuvo que pagar dos veces el mismo burro. Resulta que los gitanos le venden a un labrador un burro rabón al que le alargan el rabo con una cola postiza. Cuando ya lo han cobrado, proponen al comprador venderle otro parecido para hacer la pareja. El gitano se las arregla para hurtarle el burro, quitarle el postizo y rápidamente, para que el labrador no se dé cuenta del engaño, volver a vendérselo como si fuera otro diferente. 

A pesar de que muchos jueces se han propuesto perseguirlos, no se enmiendan, son mala gente. Los gitanos quieren llevarlo con ellos a Murcia. Al pasar por Granada se enteran de que está allí su amo, el atambor. Lo encierran, pero Berganza se escapa. En la huida da con un morisco que lo acoge porque necesita un perro para guardar la huerta y Berganza amo a quien servir. Se queda con él por pura curiosidad, por aprender el modo de vida de esta buena gente, morisca canalla (medida ambigüedad cervantina). Parte y reparte Cervantes a diestro y siniestro. Hoy tendría serios problemas con la inquisición, centinela de las buenas costumbres. Menos mal que es un perro el que lo dice y los perros no tienen culpa. 






"Ocúpanse, por dar color a su ociosidad, en labrar cosas de hierro, haciendo instrumentos con que facilitan sus hurtos"


Ni uno se encontrará que abrace con derechura la fe cristiana. Viven para ganar dinero. Trabajan y trabajan y no comen; de modo que ganando y ganando y no gastando “amontonan la mayor cantidad de dinero que hay en España. Ellos son su hucha, su polilla, sus picazas y sus comadrejas: todo lo llegan, todo lo esconden y todo lo tragan.” Como no los consume la guerra por defender el imperio ni los trabajos esforzados, no entran en religión y tampoco conocen la castidad, se reproducen como conejos. Se hacen ricos, dejándonos pobres. Como ya hicieron en las tierras de Egipto. De los doce hijos de Jacob que fueron esclavizados, salieron seiscientos mil sin contar mujeres y niños cuando lo de Moisés. Qué lío se tiene en la cabeza con las religiones y las razas este perro pijo con pedigrí. 

El amo morisco era ruin, mezquino y miserable, le daba de comer mijo y sobras de zahinas como a los pájaros (Dinamita pa los pollos). Pero como no hay mal que por bien no venga, un día con las claras del alba descubre un mancebo estudiante que espera la inspiración sentado debajo de un granado. Berganza se aproxima a él zalamero, con su mansedumbre acostumbrada cuando busca nuevo amo. Pero el poeta no le hace mucho caso, embelesado con una octava que intentaba dar forma sobre un cartapacio. Se acerca otro joven actor que aprende un papel de comedia y se interesa por la obra. Le aconseja que no introduzca tanta fanfarria y costoso aparato en la obra si quiere que haya un autor que la represente. ¿Dónde van a encontrar doce trajes morados para revestir a otros tantos cardenales? Le contesta que ya ha reducido bastante, pues de primeras había pensado en el cónclave completo de mutatio caparum. Berganza come las migajas o mendrugos de pan duro que el poeta saca de la faltriquera y que a él le parecen néctar y ambrosía durante el tiempo de concentración que tarda en componer la comedia. 

Tan pronto como falta el poeta y sobra el hambre, determina dejar al morisco y “buscar ventura; que la halla el que muda.”


Yo debí serrano cortarme las venas 
cuando entre los ayes de una copla mía 
pusiste en vilo mi carne morena 
con una palabra que no conocía... 
sólo de pensarlo me da escalofríos 
qué ciega que fui 
cuando con tus ojos mirando a los míos 
me dijiste así
Quintero,León y Quiroga
Lola Flores






El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



martes, 22 de diciembre de 2015

Los Pazos de Ulloa (2) Emilia Pardo Bazán. Pobre bruja del montón.






"Sabel fijaba pesadamente en Julián sus azules pupilas"



Los Pazos de Ulloa (2) 
Emilia Pardo Bazán 

Si a la tercera va la vencida, el capítulo tres está bien armado se mire por donde se mire. La autora nos presenta el espacio en el que se va a desarrollar gran parte del relato. Siguiendo los pasos del recién llegado, hacemos un recorrido por la estancia con la huerta y el jardín, al mismo tiempo que él. Sus gestos son reflejo del abandono y decadencia establecidos en el lugar. La maleza encuentra fácil acomodo en los otrora fértiles surcos de la huerta sin cultivar. Las zarzas asaltan las veredas, las malas yerbas se amontonan sin control, no caben a salir. Las plantas sin cuidados se empobrecen asfixiadas por los yerbajos que esquilman la tierra;  o se secan y mueren sin las manos pendientes del jardinero fiel. Dejan un vacío al faltar, zona degradada. 

Los interiores de la casona no desmerecen de la ruina exterior. Fija la mirada en la habitación de los archivos, una pena. Un fárrago de pergaminos mohosos. Mucho trabajo por hacer para reparar libros antiguos, separar lo nuevo de lo viejo, encolar. Pegar ejecutorias de nobleza, archivar vetustos legajos. Ordenar documentos carcomidos por ratones con penetrante olor a rancio y a humedad. Consigue compromiso del marqués para que le ayude un poco, pero en vista de la magnitud de la obra, abandona pronto. La excusa es la llegada de Primitivo que mete los perros en danza. Unos bandos de perdices que se comen el maíz ya maduro es la excusa perfecta, la llamada de lo salvaje que le convoca a colgar la escopeta al hombro y abandonar la engorrosa tarea de intendencia interior. 



"Entre las vigas pendían pálidas telarañas"

Después está el asunto del enfrentamiento del personaje criado en la ciudad y educado en la compasión de los templos con los personajes primarios y sin cultivar que crecen asilvestrados, rodeados por la naturaleza intacta donde prima el instinto de supervivencia, la selección natural, la ley del más fuerte. 

En efecto, el primer día de estancia en el pazo recibe al cura Julián con un sol de otoño dorado y apacible. La habitación es amplia y luminosa. Amueblada de rusticidad y decadencia desangelada. Muebles viejos y austeros. Espesas telarañas de color ceniza cuelgan de los techos y pueblan de silencio y soledad los rincones de la estancia. El polvo encuentra asiento en los muebles rústicos desde tiempo inmemorial. La acumulación de tanta suciedad enciende los ardores juveniles de limpieza física y pureza de alma del misacantano. Como el anterior inquilino de la habitación no debía haber sido muy aficionado al agua de lavarse el polvo del camino, los útiles de limpieza brillaban por su ausencia (la costumbre de darle al grifo del agua era aún un lujo oriental, un sueño),  se tuvo que conformar con un baño de aire con la vidriera abierta. Julián había pasado sin transición de las faldas de su madre beatona al seminario. Lo que sabía de la vida lo había aprendido de los libros piadosos y estampas de santos. Lo pudo buscar bajo la falda de Sabel aquel día, pero su virtud espantadiza la aparta de la tentación como otro Simón del Desierto de Buñuel encaramado en la columna, sofocando pasiones, calmando rebeldías y pensamientos deshonestos. Qué desperdicio. Julián presenta carencia de ciertos instintos primarios,  como demuestra su reacción a la provocación de Sabel en la habitación a solas. La autora no quiere que la novela camine por esa senda. 

En el archivo hay faena a esgalla, tarea para dar y regalar. Lidiar con aquel océano de papelotes desordenados es trabajo de chinos. Julián pone manos a la obra, acude todas las mañanas y sale de allí con unas jaquecas tremebundas; perdido entre tratos antiguos, asientos de deudas sin pagar, hipotecas y partijas que se remontan a varias generaciones atrás. Don Pedro, Marqués de Ulloa de pega, se queda pronto huérfano de padre, crece al amparo de su madre y de su tío Gabriel que se viene a los Pazos de Ulloa con el pretexto de cuidar a su hermana. Educa a su sobrino a su imagen y semejanza en “el desprecio de la humanidad y el abuso de la fuerza.” Una suerte de señor feudal que se envanece cuando un labrador le dice al cruzarse con él: “Vaya usía muy dichoso Señor Marqués.” 



" Aquella vasta extensión de terreno había sido en otro tiempo cultivada con primor y engalanada con los adornos de la jardinería simétrica y geométrica"

Julián descubre en los documentos que los números de la Casa de Ulloa son una ruina de la economía. Una maraña de intereses desangrada por mecanismos internos de organización de los pazos, hipotecas, socaliñas y pellizcos propios de la atomizada propiedad gallega. 

A pesar de que Julián se esfuerza por aprender los engranajes internos de funcionamiento del pazo para ejercer de administrador, le resulta imposible resolver cualquier abuso o desorden que observa por pequeño que parezca; siempre se topa con impedimentos de toda índole que lo impiden. Sobre todo las objeciones de Primitivo al que le falta tiempo para considerar  imposible de realizar o imprescindible para el buen servicio de la casa  cualquier reforma o pequeña modificación de la costumbre. Todos los operarios que tienen relación con el pazo obedecen a Primitivo. Le presentan ciega sumisión. Está acostumbrado a que le obedezcan porque se las ha arreglado para que todos le deban algo. De todos sabe lo que tienen que callar. El curita recién llegado es hueso duro de roer; todavía no le ha encontrado la blandura, el punto flaco que todos los hombres tienen, el vicio que les domina para atacarle por ahí.

No había debajo 
del disfraz que te ponías tú 
más que una niña 
a la espera de algún príncipe azul 
ibas para reina 
pero un hechicero te dejo 
así convertida en una pobre bruja del montón. 
Piénsatelo bien antes de poner tu pie en mi balcón
Joaquín Sabina



El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



miércoles, 16 de diciembre de 2015

Los Pazos de Ulloa (1) Emilia Pardo Bazán. Nombrar las amapolas.





"Y la perra, torciendo la cabeza, lanzó una feroz dentellada, que por fortuna, solo alcanzó la manga del chico"


Los pazos de Ulloa (1)
Emilia Pardo Bazán 

Un jinete torpón no hace vida del caballo por los pronunciados repechos y cuestas abajo de los caminos gallegos. Hace tiempo que la cabalgadura camina desgobernada y a sus anchas, ha abandonado el paso castellano impuesto por la firmeza y las manos de seda del jinete experto. Tan pronto se abandona a un ritmo cochinero desmadejado que desencuaderna las tripas y pone el corazón del clérigo a cien como se duerme a fuerza de mantener el paso cansino en las pendientes de mucho desnivel. 

La autora nos aproxima la escena con técnica cinematográfica antes del cine. Por una pregunta a un peón caminero que ha colgado la chaqueta en un mojón de granito (por algo se dice "más vago que la chaqueta de un peón caminero"), el jinete da señales de vida. Gracias a ese diálogo de mala gana, nos enteramos de que el cura preconciliar, de los que vestían sombrero de hongo, decían la misa en latín y de cara a la pared, se dirige a los pazos de Ulloa. Le queda un bocadito para llegar: vete tú a saber cuánto es un bocadito. 



"penetraron todos en una especie de sótano con piso terrizo y bóveda de piedra, que, a juzgar por las hileras de cubas adosadas a sus paredes, debía de ser bodega"


Nos llegan nuevas señales de vida racional en mitad de la exuberante naturaleza gallega a través de una joven labradora nodriza que da de mamar a su bebé a la puerta de su casa. De sus palabras sabemos que le queda para llegar la “carrerita de un can.” 

Sigue la marcha el clérigo al libre albedrío del jaco desgobernado. El cura se persigna y reza delante de los cruceros que marcan los cruces de caminos. Dos disparos secos como taponazos están a punto de descabalgarlo a consecuencia de la repentina remosqueta del rocín. Tres cazadores bajan del monte al camino precedidos por tres perros perdigueros aspeados del largo día de caza. Uno de ellos es el Marqués de Ulloa asilvestrado, expresión de astucia salvaje en el semblante, más propia de un piel roja que de un europeo. Lo reciben y lo acompañan a la casa con su aspecto bravío y montaraz. Julián Álvarez, que así se llama el recién llegado de Cebre, viene de capellán al pazo, recomendado por el Señor de la Lage para arreglar la parroquia. Trae una carta de su tío el Señor de la Lage para el Marqués

Llegan los cazadores al pazo al caer la tarde y la autora nos obsequia un retrato del hambre del cazador cansado de dar manos y patear todos los rincones del coto de caza detrás de las perdices esquivas y de las huidizas liebres y conejos. Un relato de la entrega a la pitanza con hambre de quince días. Con la comida se desata la sed y a la sobremesa se anima la tarde a medida que se vacían las botellas del mejor tostado de la comarca. 


"Juzgando a las gentes con las que había trabado conocimiento en pocas horas, se le figuraba Sabel provocativa"

Se luce Emilia Pardo Bazán con el añadido de la escena del niño Perucho. Es el tranco de más que distingue a la excelencia de cualquier otra escritura más aliviada. Se muestra valiente y bravía en la manera de contarnos que no siempre se ha cuidado bien a la infancia. Destapa la hipocresía de la clase acomodada y de todas las clases: se trata mejor al animal irracional que a los humanos, hermanos de la misma especie. Se le da de comer más y mejor a los perros de caza que al niño Perucho. Duele leer esta escena cruel que rompe el corazón en una escritora que después demuestra tanta sensibilidad al describir la maternidad, pero por eso es tan buena escritora; porque huye de la hipocresía, no le cuesta llamar pan al pan y vino al vino. Palabras a manotazos. Pero también palabras sutiles y huidizas como cuerpos celestes. 

Cae rendido en cama el nuevo capellán. Antes de darse por vencido al sueño, repasa la larga jornada, tan pródiga de sucesos. Forma juicio de los personajes con los que tendrá que lidiar a partir de ese momento. Por su cabeza rondan las palabras que le dijo el Señor de la Lage en su casa al despedirse: “Encontrará usted a mi sobrino bastante adocenado... La aldea, cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece.” Ulises camino de Ítaca que hace del camino su vida. Cervantes y sus luengas peregrinaciones que hacen a los hombres discretos.



Nosotros que queríamos
 nombrar las amapolas,
 decir viento amanece,
 rabia, fuego, decir
 que si tu quieres costa
 mi lengua es una ola
 nosotros que queríamos
 simplemente vivir
 nos vimos arrojados
 a este combate oscuro
 sin armas que oponer
 al acoso enemigo




El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Novelas Ejemplares (12) El coloquio de los perros. Miguel de Cervantes. Aliada de Lucifer.





"De dónde sabe ella cuáles son males de daño y cuáles de culpa?



Novelas Ejemplares (12) 
El coloquio de los perros 
Miguel de Cervantes 

Resulta que la Camacha hace de comadrona de la Montiela cuando ésta tiene los gemelos. Al recibir lo que la bruja pare, lo convierte en dos indefensos cachorrillos, un poco celosa de que los conocimientos de la parturienta aventajen a los de la maestra. Parto perruno. La Camacha confiesa su pecado al morir; el cambio de los niños a perros, pero volverán a su forma verdadera cuando derriben a los soberbios y alcen a los abatidos y humillados. Misión sagrada del socialismo internacionalista y global, don Quijote revisitado. Darle la vuelta a la tortilla en castizo. 

La Cañizares ve su acabamiento cercano y reconoce que sus poderes son incapaces de predecir cuándo llegará el momento de que los perros vuelvan a su forma primitiva. Su fantasía para imaginar historias se mezcla con la realidad. Ella hace tiempo que se arrepintió por conveniencia, por evitar los tormentos de la inquisición. Por eso es solidaria con los necesitados y por eso mismo ayuda en el hospital. Eso no es caridad, es solidaridad estamental. Reza poco en público; murmura mucho en secreto. Le va mejor con la hipocresía, seguir la corriente del grupo, el amparo de la tribu, a fin de cuentas la santidad fingida no causa daños a terceros. Le aconseja a Berganza que viaje de tapadillo y si hace el mal, procure no parecerlo. Tanto ella como su madre fueron brujas, “pero las buenas apariencias de las dos podrán acreditarnos en todo el mundo.” 

Cervantes completa así el retrato de la gente sencilla que prefiere pasar desapercibida por no meterse en líos con la autoridad, que camina y fertiliza la tierra, opuesta a los “pedantones al paño” que desprecian a los que beben el vino de las tabernas, parafraseando a estilo compadre a don Antonio Machado





"La costumbre del vicio se vuelve naturaleza"

La Cañizares y la Montiela fueron enemigas íntimas hasta el final. Le cuenta que cuando su madre murió, hacía tan solo tres días que habían regresado de una convención de brujas, una “jira” (no vayamos a confundir las brujas con los cantantes o con los cómicos en gira) por los Montes Pirineos. Ejercicios espirituales de contracultura, allí se habían reafirmado en su fe paralela, la doble vida. El viaje de ida y vuelta a las catacumbas, sin embargo, no le impide despedirse del mundo con sosiego y reposo, sólo roto por unos visajes raros quince minutos antes de rendir el alma de forma definitiva, provocados por el rencor hacia la Camacha, llevado hasta más allá de la muerte. Se dice que su espíritu vaga por los cementerios, pero la Cañizares no renuncia a poder encontrarla algún día y hacer lo que ella le pida en descargo de su conciencia. 

Todas estas confesiones de la Cañizares sobre sus orígenes eran una lanzada al corazón herido de Berganza. Un directo a la boca del estómago que le corta el aire de respirar, pero que le encienden de furia por despedazarla entre los dientes. Si se contuvo fue sólo porque la muerte no se asustara al encontrarla tan malparada. Ella lo invita a una sesión de untura que tiene pensada para la noche. La aliada de Lucifer le preguntará durante la función por el futuro de perro o de humano de Berganza. El ungüento no procede de la sangre de los niños que ahogan,  como piensa el vulgo, sino de los jugos de hierbas frías que recogen de los montes, como tenía que hacer Astérix para preparar su pócima. Aunque la Cañizares sea una suerte de teóloga de la contracultura, sostiene que Dios es impecable, por lo tanto inmaculado. Todas las calamidades que a cada paso acechan al hombre como la muerte de repente, naufragios, caídas, todas las plagas y daños que nos asolan son consecuencia de la esencia pecadora del hombre y de la voluntad permitente del Altísimo

“Cuerpo de Santo con la puta vieja,” qué claridad de mente tiene la bruja, piensa sin decirlo Berganza. Ella nunca doblará la cerviz ante Dios para pedir perdón, no es uno de esos bueyes mansos que doblan la frente delante de los castigos que Miguel Hernández cantara. Sed de mal. Una bruja es una bruja para siempre porque “la costumbre del vicio se vuelve naturaleza.” Empoza la voluntad en una sima de miseria tan honda que le impide alzar la vista para ver la mano tendida del que quiere ayudar. Admite que siempre ha sido y será mala. Alma con fronteras, ceguera de pájaro desconfiado. 







"En la fantasía pasamos todo aquello que nos parece pasar verdaderamente"


La Cañizares continúa con su relato, nos ofrece las sensaciones desde dentro experimentadas por ella durante una de las reuniones de brujería. Una diáfana descripción, de gran limpieza. Sin tremendismos, de tono tranquilo. La untura priva a las brujas de todos los sentidos, tumbadas, desnudas en el suelo experimentan las sensaciones pensadas en su fantasía. A veces se transforman en gallos, lechuzas y cuervos y así se presentan a su señor para gozar del deleite que no nos cuenta por no escandalizar a la audiencia. Porque la lengua se atranca al querer codificar en palabras lo que la memoria olvidó."Porque las memorias se acaban, las vidas no vuelven, las lenguas se cansan, los sucesos nuevos hacen olvidar los pasados.” Como aquel colérico juez que en el uso de su plena potestad les aplicó sin contemplaciones todo el peso de la ley hasta aplastarlas. Les echó encima la inquisición. El acoquinamiento del débil. Esa es la razón  por la cual admite que aunque siga siendo bruja, lo hace de tapadillo: “Cubro con la capa de la hipocresía todas mis muchas faltas.” 

Toda la arenga anterior no es más que un prolegómeno de la sesión de untura que pasa a narrar Berganza que ocupa asiento de barrera, testigo observador de la faena justo antes de salir corriendo del lugar a campana herida, perseguido por los muchachos que le tiran piedras y escapando de los garrotazos que le santiguan los lomos por arrastrar a la Cañizares en éxtasis de untura por el patio del hospital. Conviene que si algún lector ha llegado hasta aquí leyendo, haga lo propio con el original, el episodio de éxtasis de alquimia, arrobamiento de una subalterna de Luzbel que termina de mala manera,  sin que uno tenga que recorrer todos los pasos porque ya he escrito demasiado por hoy;  además, no conviene destripar algunas de las mejores páginas de las Novelas Ejemplares, el secreto mejor guardado de Cervantes.


Dicen que es la bruja 
con tacón de aguja 
aliada de Lucifer, 
cuentan que era estrella 
pero la botella acabó con ella 
hasta hacerla enloquecer.
Tino Casal







Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


lunes, 23 de noviembre de 2015

Novelas Ejemplares (11) El coloquio de los perros. Miguel de Cervantes. Carretera y manta.





"Tu madre,  hijo,  se llamó la Montiela, que después de la Camacha, fue famosa"

Novelas Ejemplares (11) 
El coloquio de los perros 
Miguel de Cervantes 

Cipión aprueba la decisión que Berganza tomó en su día de unirse a un amo nuevo, atambor de una compañía de soldados que se dirige al puerto de Cartagena para embarcar. Sostiene así que no es vano lo que ha oído decir de Ulises que cogió fama de prudente por sus largos viajes y por haber entrado en contacto con gentes diferentes, de distinto tipo y condición. Cervantes incide de nuevo en su idea de que las luengas peregrinaciones hacen a los hombres discretos cuando Berganza apostilla: “Quien necio es en su villa, necio es en Castilla", “el andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos.” Más cierto que nunca en estos tiempos en que todo lo tenemos en un aparato, a un click de distancia. Cercano como darle a un play, accesible como un “me gusta.” “Je m’accuse.” 

Berganza no está listo para el hambre, aprende con rapidez inusitada todo cuanto su amo le enseña. Aprende a bailar la zarabanda y la chacona al ritmo marcado por el atambor y diversas monerías más que causan admiración por saberlas hacer un perro. No queda persona que no acuda a verle actuar a razón de ocho o cuatro maravedís la actuación, dependiendo si el pueblo es pequeño o de mayor entidad. La ganancia es pronto tan abundante que causa envidia entre tanto goloso, aficionado a la vida regalada. Ganar de comer holgando. “Por esto hay tantos titereros en España, tantos que muestran retablos, tantos que venden alfileres y coplas, que todo su caudal, aunque le vendiesen todo, no llega a poderse sustentar un día.” Un retrato corrosivo de la sociedad española que trasciende los siglos y las épocas. Los que viven del trabajo de los demás, maestros del engaño, cobrar sin trabajar. Profesionales de la estafa, expertos en extorsión del tres por ciento. Peritos en luna oscura. (La colza, las preferentes, los sellos. Las púnicas, los eres, la gurtel. El amiguismo. Quien tiene padrino se bautiza. Corrupción normalizada. El patio de Monipodio). 





"Ella congelaba las nubes cuando quería, cubriendo con ellas la faz del sol"


Llegados un día a la población de Montilla,  se acomodan en el  hospital. Apenas una hora después de llegar,  el patio presenta un lleno hasta el tejado. La gente se amontona para comprobar las proclamadas habilidades del perro sabio. La fama vuela de boca en boca. Sin publicidad pagada que valga, ni en internet ni en ningún otro medio. Todo en vivo y en directo,  sin trampa ni cartón. Allí sucede una de las mejores tardes que recuerda el narrador. 

Convenientemente aliñado todo el material narrativo en el caldero del relato, la labia del amo atambor ha encendido el deseo de los espectadores por ver todo lo que Berganza sabe hacer, incluidos los bailes, beber un azumbre de vino o hacerle la competencia al sacristán cantando un sol, fa, mi re. 

Cuando el amo le pide al perro sabio que deshaga los números de circo y se los brinde a una antigua hechicera del lugar, salta la hospitalera entre la gente como un huracán encendido. Parece un tema recurrente de Cervantes y de los autores del XVII, que las acusadas de hechiceras o brujas barbudas, pongan su grito en el cielo defendiendo con todas sus fuerzas su honradez, culpando a jueces corruptos, a falsos testigos y a la ley del encaje todas sus desventuras. Ella ya pena por faltas de índole diferente, no por hechizos que no realizó. La Camacha ya pagó su pecado. Los expulsa del hospital a cajas destempladas. Se acabó la función entre el alboroto de los que habían pagado su entrada. Aquella tarde cobraron sin trabajar. 




"Yo me llamo la Cañizares, si ya no tan sabia como las dos, a lo menos con tan buenos deseos como cualquiera de ellas"


Berganza continúa con el relato de su vida. Lo que sigue del Coloquio de los perros representa una oportunidad única para el autor de introducirnos en el submundo de la brujería de la época, el underground, una realidad paralela, escondida en el subsuelo y alejada de lo oficial, muchas veces ilegal y perseguida, pero bastante popular y por lo tanto atractiva para el lector actual. Lo que la vieja hospitalera le contó sobre sus orígenes es algo que si lo hubieran comentado desde el principio,  se habrían ahorrado la extrañeza que más tarde les causó el hecho de estar dotados del prodigio del habla. El talento que disfruta le viene de cuna, nada de sobrenatural ni mágica imposición de manos. La Cañizares deshace el misterio, la cita con Berganza significa mucho para ella. Ya puede la parca venir cuando quiera, ya puede la muerte llegar y llevarla de esta pesada vida, ya puede dormir tranquila, la misión está cumplida. 

 Por la noche la hospitalera se dirige a él con misterio en la mirada y lágrimas en los ojos. Le cuenta que la Camacha de Montilla era una avezada hechicera, maga antigua de las de antes. Habilitada para congelar las nubes, serenar los días, atraer a los hombres más alejados e indiferentes y remediar doncellas descuidadas en guardar su entereza. “Por diciembre tenía rosas frescas en su jardín y por enero segaba trigo.” Cómo sería la cosa que tener berros en una artesa era menudeo, cosa sin importancia. Con un punto de malicia en su comportamiento por no querer enseñarle en su día las habilidades mayores. Ni a ella ni a la Montiela, madre de Berganza. Experta en encerrarse con una legión de demonios y conjurarlos. La Cañizares admite su deuda del arte de la Camacha y de la Montiela, pero considera que las aventaja en el arte de la untura que es el único vicio reconocido de bruja que le queda. 


¡Uy, las dos y veinte! 
qué charla te he dao, 
hoy sí me he pasao, 
mañana hablas tú, 
como siempre te callas… 
Ven acá pacá, Borja, la toalla, 
¿qué te has hecho en la frente? 
¿Tú has visto qué cruz? 
Bueno, Ana María 
bésame a Vicente. 
Carretera y manta, 
lo que es otro día 
nos traemos del súper las fantas. 
(Como te digo una “co” te digo la “o”)
Joaquín Sabina




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.