miércoles, 21 de enero de 2015

El Quijote de Avellaneda (24) Alonso Fernández de Avellaneda. Perfecto Judas.





"Ensartar azumbres; que a fe que los enhila tan bien como la reina Segovia"


El Quijote de Avellaneda (24) 
Alonso Fernández de Avellaneda 
Capítulo XXXIII 

Sancho recela de la mesa baja a la que lo sientan a cenar. Semejante a las mesas de juguete de  las muñecas, siendo él grandón como tarasca de Toledo y barbudo como nuestros primeros padres, Adán y Eva. Desconfía por si acaso, teme que la comida vaya en relación a la mesa, sobre todo cuando observa que a una hija pequeña de los anfitriones la ponen en la mesa redonda,  delante de unos platos más grandes que la artesa de Mari Gutiérrez. A la hora de la comida nada se escatima en gastos. Si hace falta, Sancho se paga la cena, que su dinero no es falso, es tan bueno como el del Rey y tan bastardo como las monedas que dieron a Judas por traicionar a Cristo. 

El maestresala le indica que no hay razón para la desconfianza. Lo apartan precisamente porque así puede tragar más. Ya se sabe que los que se separan es porque quieren tocar a más y comer más a placer que los compañeros, estorbos a la mesa. Engulle sin escrúpulos de conciencia un plato de avechuchos, palominos con sopa dorada para empezar. Luego, que vengan y vayan platos hasta templarse. Paga con todo el dinero que le queda. No quiere irse a acostar sin rematar las cuentas, como siempre ha hecho con su amo y porque lo “mandan los mandamientos de la iglesia cuando mandan pagar los diezmos y primicias.” El anfitrión acepta el dinero como pago de lo ya gastado y la comida del día  siguiente. Sancho lo ve justo, vaya una cosa por la otra,  porque a veces la manutención les ha salido cara, pagada con palos en las costillas.

Entretanto a la sobremesa don Quijote y Cenobia tienen un intercambio de pareceres. Ella no quiere exponerse más a la burla del Archipámpano, ya saben todos que su oficio es el de mondonguera. Que se contenten con la guasa continuada a don Quijote. La intervención del amo la convence. Le dice que está cansado de oírle esa blasfemia. El sale de fiador de que en viéndola,  todos respetarán y estimarán su amor crepuscular en todo lo que merece. Además, la buena vida que lleva depende de condescender con el tinglado montado alrededor de la locura de don Quijote. Quid pro quo


"Más honrado era san Pedro y negó a Jesucristo"

En este Quijote apócrifo Sancho va a misa como dios manda a todo cristiano viejo y no pagano ni protestante, como quedó establecido en la batalla de Lepanto. Acompaña al Archipámpano al que cuenta que con tanta aventura que se traen entre manos, se le ha metido el demonio dentro en estos últimos tiempos y le ha “volado de la testa la confesión.” De sus tiempos mozos solo le queda en “la memoria encender las candelas y escurrir las ampollas.” También tocaba el órgano por detrás. Desde que falta, le echan de menos en la aldea. 

El Archipámpano se interesa por su jornal. Sancho cobra nueve reales al mes y mantenido, también un par de zapatos nuevos al año. A mayores, cuenta con la promesa del derecho de saqueo en las guerras que ganen, que hasta el momento solo han sido gentiles garrotazos de los meloneros de Ateca. A pesar de todo, sigue a su amo por su valor. Su valentía es indolora, jamás le ha descubierto haciéndole daño a nadie. Todavía no lo ha visto matar ni una mosca. El Archipámpano le ofrece un vestido y zapatos nuevos al mes además de un ducado de salario. Sancho negocia, se hace valer. Conoce el valor de un buen escudero y le exige un rucio gentil para ir por los caminos, ya sabe que se le da fatal eso de caminar a pie, y que le prometa ser Rey o algo de autoridad de alguna ínsula o península, como don Quijote le tiene prometido. El y Mari Gutiérrez se valen para deslindar los desaforismos de aquellas islas. El Archipámpano acepta, puede incluso traerla para servir a su señora,  la Archipampanesa. 

A media tarde, después de sestear un rato,  don Quijote y Bárbara se presentan en carroza. Entran en el salón con gran ceremonia agarrados de la mano. Don Álvaro Tarfe los presenta con solemne gravedad. Hincado de rodillas ante su amo, Sancho se interesa por su rucio y Rocinante. Le pregunta si se ha acordado de echarles de comer y de beber. Aunque no haya  faltado de su vera más que un solo día, los lleva en el corazón. 


"No tendré las treguas por firmes si juntamente no nos damos los pies"

Los circunstantes “celebraban unos con otros la locura dél y fealdad della.” El Archipámpano la menoscaba, le dice que ya comprende el porqué de que su amo se haga llamar el Caballero Desamorado. Al mirar su cara difícil de mirar le será más fácil conseguir su pretensión. Le ofrece trabajar de camarera de su mujer para acallar la niña que crían. Le parece la más apropiada para esa complicada tarea. Sancho que escucha,  apoya la propuesta. La ocasión la pintan calva. Buena oportunidad para desprenderse de ella y que deje de gastarles. 

Estando en estos dares y tomares, aparece don Álvaro Tarfe para anunciar la presencia del escudero negro, criado de Bramidán de Tajayunque. A Sancho se le cambia el color de la cara. Mejor que le digan que él no está en la sala, pero si don Carlos y su amo le ayudan un poco, se atreve con él y “que se acuerde del día en que el negro de su padre le engendró.” 

Aparece el tiznado escudero, fantasmón de discurso hueco. Ostentando la riqueza de una cadena de oro macizo al cuello, anillos en los dedos y “gruesos zarcillos atados a las orejas”. A la moda iba el moreno de pega. Sancho se engalla con él, lo llama monte de humo, semejante a los “montes de pez que hay en el Toboso para empegar las tinajas.” Pero el escudero negro no repara en minucias, cosas de poca monta. El viene a tratar de asuntos mayores. Viene de parte de su amo, se dirige al Caballero Desamorado para pedir hora definitiva y librar la batalla tantas veces aplazada. Informa de la ferocidad de Bramidán de Tajayunque que acaba de dar cima a una aventura en Valladolid. Ha dejado la ciudad con doscientos caballeros menos, sin más armas que una maza de acero colado. 


"Y vuesa merced, armado como un san Jorge, contemplándose a su reina Segovia"

La lucha será el domingo cristiano por la tarde que no se trabaja. Antes quiere vengarse del escudero Sancho Panza por lo que va diciendo por ahí. Lo hará tajadas menudas con los dientes para que se lo coman las aves de rapiña. A Sancho unas se le van y otras se le vienen, pero está sin la rabia suficiente para luchar. Con todo, es capaz de hacerle rabanadas de melón con las uñas para echárselas a los cerdos. No quiere guerreaciones con nadie, pero obligado te veas si vienen a por ti. Mejor a mojicones o esperar a la nieve de invierno para luchar a bolazos. “Tente bonete desde tiro de mosquete.” Porque a espada se pueden sacar un ojo sin querer. Además su jornal solo cubre dar de comer a las caballerías y servir al amo en lo que sea menester, nunca hacer batallas. El pacifismo de Sancho cuando el peligro acecha. 

Don Álvaro Tarfe propone que luchen solo los amos y así el escudero del amo que pierda también salga derrotado. Asienten ambos y se dan los pies para rubricar la tregua. Al dárselo Sancho, el escudero negro se lo coge y le pega un gran tumbo antes de emprender la huida. Cuando don Quijote le azuza para salir corriendo detrás de él, Sancho rehúsa  por el riesgo de salir peor librado si llegan a las manos. 

Se les va la tarde sin pensar, se les para el reloj, entretenidos con estos y otros ocurrentes disparates. El Archipámpano, rumboso, invita a todos a cenar y luego a reposar cada uno en su aposento, menos Sancho que se queda de mala gana en la casa a hacerse cómplice de la noche. 

Has despejado mis dudas
y has logrado que aprendiese
a ser un perfecto judas
desde la jota a la ese.
Contigo he comprendido que la
humedad
es algo que se seca y se olvida
gracias a ti he sabido que la verdad
es sólo un cabo suelto de la mentira.



 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En efecto, en este Quijote todo se va reintegrando: hay misa, cárcel y se acabará la fiesta como Dios manda para que la sociedad sepa que las locuras solo duran un rato...
Y Sabina.

Abejita de la Vega dijo...

En el Quijote no se va a misa los domingos. Aquí se cumple el precepto dominical, faltaría más.
Huele a cura este Avellaneda.
Y Sabina quijotesco.
Besos, Pancho.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Este pobre Sancho Panza, sólo deseaba hartarse de comer, aunque fuera pagando con su dinero, y los demás empeñados en seguir con el divertimento a costa de él y de su amo.
Y con toda razón dice:..."y aun quien me mete en guerreaciones con nadie! ¿Vuesa merced no sabe que yo no vengo en su compañía para hacer batallas con hombres ni mujeres, sino sólo para servirle y echar de comer a Rocinante y a mi asno, por lo cual me da el salario que tenemos concertado?"
Encuentro que da una lección de prudencia, cordura, pacifismo, y estrategia militar a todos los bromistas.
También deberían tomar nota los que presumen de cuerdos y emprenden batallas sin ton ni son.

Saludos.

P.D.: 1.-Tus ilustraciones me han recordado que tengo entradas pendientes.
2.- Sabina, acierta hasta cuando no piropea.