miércoles, 25 de febrero de 2015

Entre visillos (2) Carmen Martín Gaite. Bailar para olvidar.





Se llamaba la calle de Toro. El hombre saltaba del estribo a cada parada y abría la portezuela. "¡Toro, veintiséis!" "¡Toro, cincuenta!"



Primeros años sesenta


Entre visillos (2) 
Carmen Martín Gaite 

Un tren de los años cincuenta es la representación en miniatura de la sociedad del momento. Ciudadanos viajeros, procedentes de la más diversa extracción y condición social se acomodan en la sucesión de vagones alineados, clasificados en primera, segunda y tercera división. Cada uno en la suya, dándose la cara, a veces sosteniendo la mirada o mirando de soslayo otras aunque no te conozcas de nada; los confines bien trazados para que no haya lugar a equívocos ni confusiones. 

Empieza a oscurecer. Los ojos del narrador viajero son ahora y durante el presente capítulo nuestro lazarillo. Un sí, señor, y mande usted. La nube de humo de los cigarrillos espesa la atmósfera del departamento del tren hasta hacer dificultosa la respiración. Los viajeros empiezan a verse las caras borrosas como a través de una gasa de niebla. El tren se para de repente sin que nadie dé razones de la súbita parada. Otra avería, la segunda del día. 

Un muchacho pecoso llega con su burro cargado de sandías y hace el agosto entre los viajeros sedientos. Las vende como rosquillas, hechas rajas gordas que todos le compran. Ha hecho calor todo el día y cantan los grillos con furia, escondidos entre los rastrojos marrones de la tierra de labor y en las cunetas cubiertas de hierba reseca. 

"De San Sebastián se traía una impresión pálida y sosa que ahora, al hablar con su amiga del tren, la desazonaba"


Dos chicas jóvenes hablan, una viene de Madrid con ínfulas, habla moderno y con desenvoltura;  encerrada en su cuerpo, hecha una exagerada: zapatos de tiras mostrando las uñas pintadas de color escarlata. La otra viene de San Sebastián, donde veraneaba la realeza y Pío Baroja en cuanto apretaba el calor en Madrid. 



Como en todas las estaciones hay gente en el andén esperando la llegada del tren. La estación está en obras y nadie espera al recién llegado. Coge el bus atestado de gente. Baja por el paseo de la Estación y calle Toro. De nuevo viaje sobre ruedas. Se parece mucho al contado por Pedro Antonio de Alarcón en 1877 camino del Hotel Comercio en la Plaza de los Bandos. 

El Monstruo no viene este año. Aparicio no es nada. (Cómo iba a venir si había dejado la vida en la arena de Linares diez años antes) Una procesión al oscurecer los detiene. Unas mujeres con velo portan velas para que la vida no se apague. 

Cuando el recién llegado llega al instituto, solo queda la señora de la limpieza. Pedro, el bedel, ya se ha ido a su casa. Al día siguiente se examinan los libres. El director ya no existe. 
Cansado, desanda el camino y busca pensión donde hacer noche. Pone los pies en el suelo al final, después de un capítulo sobre ruedas. “Graznaban en el tejado unos pájaros negros.” 

Goyita bebe los vientos por la bronceada rubia desenvuelta de Madrid. Ambas habían pasado el verano en San Sebastián y no lo parecía. Ella, que pasaba otros veranos en un pueblo de Ávila. Le hablaba de yates y de pesca submarina, a ella que no sabía nadar. La pensión Manolita no estaba mal, pero nada que ver con el ambiente del Hotel Reina Cristina. Y eso que ella había ido al tennis dos tardes y había conocido a un mejicano de nombre compuesto. “Las luces del andén se le alejaron temblando de llanto y sirimiri.” En la despedida,  un Orinoco en los ojos… 

El calendario atrasado, parado en el diecisiete de julio, víspera del dieciocho. Los dos meses robados a los rigores mesetarios es el privilegio de los pudientes, yo también huyo de la ciudad en cuanto aprieta el calor. Con los años se aprende que hay que jugarle las vueltas al sol si se puede. 

La habitación se le hace más grande. Baja a la calle llena de gente de fiesta que pasea calle arriba y abajo. Pregunta por su amiga Toñuca. Un militar la vio la noche anterior en el baile del casino. 

Al final todo el mundo se conoce. Su hermano Jose María la ha visto con unos franceses que tiene de pupilos en su casa. 

La primera de feria no valió para nada. “La ganadería esa va de capa caída.” 

La hermana pequeña, Pilintín, (qué cursi tiene la rima) se atraganta de risa en la cena y don Gregorio se enfada. Ya no se respeta ni las comidas en la casa. Al día siguiente acompaña a la rubia platino al baile del Casino. Nadie las saca bailar y tampoco bailan solas. "Ahora que no baila nadie es cuando bailo yo. " En suma, se aburren. 
De buena  mañana la lleva a la catedral, la sube a la torre: “Es enorme de grande, una de las de más mérito de España.” Exclama admirada la madrileña. No tendremos fábricas, pero iglesias con torre y nidos de cigüeña lo hay bien abundante, para dar y regalar, cigüeños nuevos digo. 






En una terraza de la Plaza Mayor se encuentran con Toñuca por fin. Hablan de Madrid con los franceses. Toñuca traduce cuando la cosa de los idiomas se lía. Goyita se encuentra a disgusto y a las dos en punto los deja. Tiene que estar en casa a la hora de comer. Menudo es su padre para las horas de las comidas. El hermano le dice que ha visto a Manuel Torre, ha tomado unas cañas con él. Lo llama al Nacional por teléfono desde el estudio de su padre que huele a humo viejo, a puro apagado, pero al final se arrepiente y cuelga antes de hablar. 


Her mind is tiffany-twisted, she got the mercedes bends
She got a lot of pretty, pretty boys, that she calls friends
How they dance in the courtyard, sweet summer sweat.
Some dance to remember, some dance to forget
Eagles





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


miércoles, 18 de febrero de 2015

Entre visillos (1) Carmen Martín Gaite. No salgas sola.




"Estábamos en el sitio de las barcas y hacía una tarde muy buena"

Entre visillos (1) 
Carmen Martín Gaite 

“Para mi hermana Anita, que rodó las escaleras con su primer vestido de noche, y se reía, sentada en el rellano.” La risa como tabla de salvación del contratiempo, la ayuda necesaria para salvar uno de los escalones primordiales del fluir de la vida cotidiana, el temor a pasar la frontera que separa la libertad y los cuidados de la infancia de las obligaciones y deberes de la vida adulta. La dualidad que crea tensión narrativa entre el temor a crecer y las ganas de hacerse mayor, ocupar un lugar en la sociedad. Esta lucha interna entre el deseo y el miedo a crecer sirve de inspiración a la autora. 

La adolescencia se acaba, rebeldía a flor de piel con granos, la revolución de las hormonas alteradas. Carnaval de díscolas vivencias. Zapatos de tacón, medias con carreras, edad penal. Maquillaje por la cara, rímel en el corazón. Reír por no llorar. Hay algo de viaje iniciático y aprendizaje de la vida en este arranque de la novela. 

El tema del narrador tiene miga, cierta complejidad. Aunque se pueda decir que en general la voz narradora está en tercera persona, también hay narradores en primera persona como en los dos primeros capítulos. La autora recurre al género epistolar para poner en marcha el relato, el diario personal de Natalia, adolescente de dieciséis años. El diario escrito pasa a limpio el guirigay del cerebro de la adolescente rebelde, pone un poco de orden al flujo interno de ideas que bullen sin concierto aparente por la mente de la joven aprendiz de escritora. 


 "yo me senté en la hierba, contra el tronco de un árbol"

Natalia es la menor de tres hermanas: Julia, Mercedes y ella, nueve años más joven que la del medio. El verso suelto y tardío. Huérfana de madre, murió de parto (de childbirth, como dicen los ingleses). Tiene dieciséis años y le gusta escribir. Como entonces no había internet, lo hace como antes se hacía, medio a escondidas y a  boligrafo en un cuaderno de papel con pastas que guarda en un cajón. Su amiga Gertru ha venido por ferias. La tarde anterior han dado un paseo por la orilla del río, donde las barcas,  y han mirado el alto soto de torres, doblado en simetría perfecta en el Tormes cuando las aguas del río están quietas. Casi siempre hay algo que empaña el reflejo, que rompe la quietud del agua como un espejo entre la niebla. 

Gertru se pone de largo en los hangares del aeropuerto porque su novio vuela alto. Es piloto,  capitán de aviación. 

Resulta inteligente la manera que tiene la autora de indicarnos los elementos espacio temporales que componen la novela, esenciales para la comprensión y asimilación de lo narrado. Exige cierta complicidad y atención del lector. Nos enteramos por un prospecto que asoma de un costurero a las nueve de la mañana. 

La vida está viva y le ha jugado a Natalia una mala pasada. Se le ha echado encima sin llegar a abrumarla del todo. De un año a otro ha pasado de coleccionar bichos a dejar de interesarle las corribambas de los gigantes y cabezudos por las calles. Sin apenas darse cuenta, ha subido un escalón en la manera de afrontar el discurrir de las vivencias cotidianas. 


"Se agachaba a recoger piedras planas y las echaba al río"

Los llegados de fuera por ferias es el tema de conversación favorito entre las hermanas e Isabel, amiga de Julia. Como todos los años se acercan a la ciudad las forasteras hechas unas frescas y les levantan los chicos. La chica del wólfram. Los chicos buscan eso. Si te haces la estrecha, mal. “Si te pones blanda es peor.” Si ellos descubren blandura,  te afrontan como moscones a dieta. Acuñamos el concepto de “familia escocida” cuando la adolescente no se integra en la conversación hogareña. Hacen planes para las fiestas. 

La conversación deriva hacia la madre ausente, la echan de menos. El silencio cae a plomo sobre la casa,  como siempre que se menta a la madre. 

Se observa, se siente el estilo elegante y el ritmo de la prosa de Carmen Martín Gaite. Consigue dotar de fuerza y armonía el lenguaje sencillo que usa la gente al hablar y mantener el interés del relato:
“Pero bueno es mi padre. Como que me va a dejar ahora, como antes, sabiendo que está él allí.”

Tienes ya veinte años,
cuerpo de ola,
y tu padre no quiere que salgas sola.

Tienes sal en los ojos,
sed en tu vientre,
caracolas de sombra
y trigo caliente. 
Hilario Camacho





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



lunes, 9 de febrero de 2015

El Quijote de Avellaneda (y 27) Alonso Fernández de Avellaneda. Solo al final.





"En breve rato le metieron en uno de aquellos aposentos muy bien atado"

El Quijote de Avellaneda (y 27) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo  XXXVI 

Una vez cerrado el destino de Sancho en el capítulo anterior, el autor remata lo referente al protagonista principal en el último episodio del relato. La idea de que un paje de la infanta Burlerina se presente ante don Quijote, “vestido de camino y con galas,” la noche anterior de la partida, parte de  Don Álvaro Tarfe. Este dispone que la infanta reclame su ayuda para decercar la ciudad de Toledo “y liberarla de las molestias que le tenía el alevoso príncipe de Córdoba.”  

Faltan solo tres días para que se cumpla el plazo de cuarenta acordado para la entrega de la ciudad si el socorro no acude. “La ciudad saqueada, quemados los templos, y los cimientos de torres y almenas ocuparán las alegres calles, sirviéndoles sus piedras de calzada y empedrado.” El premio para el salvador de los feroces centinelas de la ortodoxia arrasadora será la hermosísima infanta Burlerina. 

Don Quijote acudirá al reclamo y socorrerá a la ciudad sitiada, pero que no cuenten con él para casorios ni ataduras, porque él sigue siendo el Caballero Desamorado y aún le quedan muchas aventuras que correr en las próximas docenas de años. Solo entonces tornará su nombre a Caballero del Amor, se enamorará de alguna infanta de Babilonia, Trapisonda o Tolomaiba y se casará con ella después de haberla bautizado,  a ella y a todo su reino antes. Menudo es don Quijote para que nadie venga a descubrirle el camino. El rumor de nuevas aventuras le bulle en la cabeza con fuerza. A sus años aún está dispuesto a echarse al monte. Él y solo él, seguirá siendo el responsable de sus éxitos y fracasos. 

En vista de que el hidalgo empieza a desvariar, don Álvaro Tarfe manda a todo el mundo a acostar. Hay que madrugar para llegar a Toledo en buena hora. Tan ensimismado está don Quijote por la emoción de las nuevas  aventuras que se olvida de Sancho, no se acuerda de él sino a la mañana siguiente,  ya de camino a Toledo, cuando don Álvaro le indica que vendrá por detrás y los cogerá como otras veces. Don Quijote tiene en mente recortarle la cresta al rey de Córdoba que la tiene engreída, bajarle los humos  un poco, pero le convencen de que es mejor entrar en la ciudad sin ser vistos para pillar al enemigo  descuidado y hacer “una sanguinolenta riza destos andaluces paganos que se han atrevido a llegar a los sacros muros de Toledo.” 



"Es astuto el enemigo, y así se ha alojado a la otra parte del río"


Don Quijote, que viene dispuesto a lanzar cornadas de hambre a los sitiadores malvados, se mosquea al no ver ningún artefacto de guerra fuera de las murallas de la ciudad rodeada. Le aclaran que las tropas enemigas están asentadas al otro lado del río para que no les moleste la artillería de los sitiados. Hasta don Quijote ve cosa de necios dejar las dos puertas libres por las que meter provisiones, armas y él mismo. En fin, “no todos saben todas las cosas, ” sentencia el Caballero Desamorado y se queda tan pancho. Se internan en las callejuelas de la ciudad imperial seguidos por una multitud increíble de niños. Llegan sin pensar a la Casa del Nuncio. Alrededor del patio interior de la casa ve a hombres cargados de grillos, dentro de unos aposentos candados con rejas de hierro. Unos cantan, otros lloran, muchos ríen, no pocos predican: cada loco con su tema. 

Un mozo, operario de la casa,  le informa de que son espías enemigos apresados, muestran contento porque son sabedores de que en tres días se rinde la ciudad y les llega la liberación. Un convaleciente, que porta un caldero en la mano y que está menos mal, en trance de recuperación de juicio, le abre los ojos, le explica que se encuentra en la Casa del Nuncio, allí todos están tan faltos de juicio como su merced. Si no lo cree, que espere un poco y verá cómo lo encadenan y le sacuden tundas hasta que le vuelva el seso. Todavía recuerda la tormenta de hirsutos tigres de la Hircania que cayó sobre él para reducirle a su llegada.

Se aparta unos pasos don Quijote de los barrotes para coger perspectiva y mirar con atención a un hombre postrado, “puesto en tierra en cuclillas,” esposado y con cadenas a los pies. Mirando al suelo de hito en hito sin decir nada, abismado en mutismo, existiendo apenas. Se acerca a las barras,  mira detenidamente a don Quijote armado de todas las piezas sin responder a una batería de más de veinte preguntas del caballero andante,  hasta que rompe a hablar. Entre risotadas y lágrimas se presenta como teólogo, sacerdote, filósofo y médico. “En armas sin segundo, y en todo el primero. Soy principio de desdichados y fin de venturosos.” Aquejado de victimismo, se lamenta en latín (que es como quejarse más en serio) de que todos lo quieran ver abrasado, condenado por hereje, aborrecido, atormentado, zancadilleado por los demás, renegado por las casadas y avergonzado por los sacerdotes. Entre todos lo tienen allí entre rejas. Mal de cárcel. 



"El paje fue caminando un poco adelante, guiando derecho hacia la puerta que llamán del Cambrón, dejando a la mano izquierda la de Visagra"


Al ver un sabio tan grande encerrado, don Quijote grita  que no piensa salir de allí sin antes liberarle, aún en contra de la voluntad de tanta gente importante. Le pide las llaves al mozo del caldero que exclama: “Qué ciertos son los toros.”  Hay expresiones populares bien arraigadas y extendidas que vienen  de atrás.

El clérigo loco le aconseja que no crea a nadie de la casa. Si quiere darle la libertad, mejor que le dé la mano primero. Don Quijote se la ofrece y recibe tres o cuatro bocados del indigente intelectual que casi le cortan el dedo pulgar a cercén. A los gritos y a la sangre que mana del dedo gordo mordido acuden  en tropel a separarlos. Espada en mano,  jura venganza por tamaño atrevimiento e insolencia. Ante el temor de que corra más sangre, se abalanzan sobre él unos cuantos. Le desarman y lo introducen en una celda bien atado. 

Uno de los enfermeros se dirige a él como señor Martín Quijada, con ánimo de tranquilizarle y no cebarle la locura que rondaba su cabeza,  como habían hecho todos hasta ese momento. Le da esperanzas. Le consuela diciendo que otros llegaron antes que él y sanaron del juicio en pocos días. Así lo espera, en cuanto se olvide de las “lecturas y quimeras de los varios libros de caballerías que a tal extremo lo han reducido.” Le recomienda que mire por su alma y dé las gracias a Dios por estar vivo y no haber perecido en esos caminos como consecuencia de sus locuras. 

Don Álvaro Tarfe permanece en Toledo durante unos días antes de marcharse definitivamente a su patria. Procura sosegarle y encomienda a unos amigos que miren por él. 

A cuánto se alarga el tiempo de estancia en el manicomio,  no se sabe a ciencia cierta, pero barruntos hay de que sanó y se volvió a la corte asentado de la cabeza. Sancho le da algunos dineros para que vuelva a la aldea. También contribuyen el Archipámpano y el príncipe Perianeo para que compre un caballo nuevo, pues Rocinante había acabado sus días en alguna cuadra de la ciudad de Toledo. 



"Llevola el buen caballero sin saber que fuese mujer, hasta que vino a parir en medio de un camino"


Pero como tarde la locura se cura, (casi todo está en el refranero) dicen las crónicas que don Quijote continuó ejerciendo su magisterio aventurero por tierras de  Castilla la Vieja junto a una escudera, soldada de Torrelodones, disfrazada de hombre. Embarazada, da a luz en medio de un camino para maravilla y en presencia del hidalgo. El caballero andante la deja con la criatura al cuidado de un mesonero de Valdestillas y prosigue ya en soledad sus andanzas por Salamanca, Ávila y Valladolid,  llamándose el Caballero de los Trabajos. Las cuales, no faltará mejor pluma que las celebre. Porque hombre que sueña nunca muere. La prueba la tenemos en don Quijote,  soñó aventuras y de él siguen hablando, escribiendo y cantando generaciones y generaciones de lectores de todos los tiempos. 



 Lullabies, look in your eyes,
Run around the same old town.
Doesn't mean that much to me
To mean that much to you.

I've been first and last
Look at how the time goes past.
But I'm all alone at last.
Rolling home to you.
Neil Young






Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


miércoles, 4 de febrero de 2015

El Quijote de Avellaneda (26) Alonso Fernández de Avellaneda. Se me desboca.





"Dudo sea ella tan elegante como vuestra carta, en que mostráis haber estudiado en Salamanca toda la ciencia escribal que allí se profesa, según habéis enriquecido las sentencias"


El Quijote de Avellaneda (26) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XXXV 


El Archipámpano cambia el paso de la trama, quiere que las cosas relativas a Sancho Panza queden rematadas para la boda, se casa don Carlos con la hermana del titular. Por petición expresa del Archipámpano, don Carlos trata de convencerle de que su mejor futuro y el de  Mari Gutiérrez está en su casa. Pues qué ha sacado en limpio de sus andanzas con don Quijote sino “haber sido terrero de desgracias en Ateca, blanco de desdichas en Zaragoza, recreación de pícaros en la cárcel de Sigüenza, irrisión de Alcalá y últimamente mofa y escarnio desta corte.” Su generosidad llega a un cuarto y salario y muy honrada ración todos los días de su vida en uno de los mejores lugares del mundo. Sancho le pide unos meses para pensárselo, pues cambiarse de tierra no es cosa que se haya de hacer de repente. La emigración engendra abandono,  despuebla el origen y es fuente de melancolía. Tiene que contar con la señora y si ella dice que sí, el no dirá que no, “porque harto hace quien hace hacer.” Que el dolor no les haga llorar aunque les venzan las ganas. Escribámosle una carta,  que en los días que tenía que haber aprendido a escribir,  prefería el cielo abierto, se perdía entre higueras y viñas a hartarse de uvas e higos y así nuestro escudero andante salió mejor comedor que escribanador. 

A pesar de llevar seis meses hecho un haragán detrás de don Quijote, Sancho no está seguro de querer quedarse en la corte. Aún no ha recibido nada de los nueve reales mensuales que su amo le prometió de salario al ajustarse en la aldea. Ahora dice que el rucio entra en cuenta y desde este momento renuncia a los derechos sobre cualquier ínsula, península, reino o provincia que estén por ganar. Quiere volver por la sementera y que le devuelvan sus zaragüelles pardos, su sayo y caperuza, “y adiós que me mudo.” Al día siguiente a  más tardar, tomará las de Villadiego. Las gentes del Argamesilla lo aprecian, lo están aguardando con los brazos abiertos, todavía le quieren como la lumbre de sus ojos. Vuelve desengañado, ha comprobado que no es oro todo lo que reluce en la corte. Ahí fuera hace frío, se pagan muy mal los salarios y a los criados se les echa la culpa de cualquier cosa con tal de  no pagarles lo suyo  y despacharlos sin razón. Y si así se les cuida en salud, qué no será en la enfermedad. 


"No he estudiado en Salamanca; pero tengo un tío en el Toboso, que hogaño es ya segunda vez mayordomo del Rosario, el cual escribe tan bien como el barbero"

Sancho decide tomar la manija de lo que le reste por vivir, tiene la certeza de que si el señor Archicámpanos le paga un ducado, cobra en especie dos o tres zapatos nuevos al año y don Carlos sale de fiador, tendrá mozo para muchos días. La oferta del nuevo contrato le altera el ritmo cardiaco. Aunque sea un poco comedor y le cueste levantarse, solo le tienen que arrear un zapatazo con las primeras luces y ya sabe levantarse como un gamo, ir al herrero a aguzar la reja, arar todo el día hasta el oscurecer y volver cantando unas seguirillas lindísimas de la tierra, montado en la mula castaña que está más gorda y es de más poder. 

Don Carlos acepta una a una todas las condiciones. Lo único que le impone es que lleve sombrero en vez de caperuza. Sancho no se fía. No ha olvidado que le cobraron los dos reales y medio que llevaba por la primera cena y de ninguna manera se pondrá sombrero que se vuela cada vez que hace aire. Pero el noble ve blandura en el gesto del escudero, le ofrece pagarle dos años de salario por adelantado. Esta proposición inusual rompe definitivamente la coraza del recelo, ya solo resta saber dónde están las tierras, probar las mulas para que los resabios no le cojan descuidado (Vaya el burro por delante para que no se espante) y revisar que están los arreos listos para la faena diaria. 


 "En todos los días de mi vida no he gustado de sombreros, ni sé a qué saben, porque se me asienta la caperuza en la cabeza que es bendición de Dios"


Después viene la carta que le escriben a Sancho que trasuda de sacar letras y palabras significantes del caletre. Una misiva que merece la pena leer completa porque en ella encontramos, junto al contenido de la carta, la explicación paso a paso del proceso de creación a través de un diálogo franco entre el pendolista o escribano y Sancho analfabeto que le escribe a Mari Gutiérrez, un poco sorda y por lo tanto hay que escribirle recio para que se entere. El autor consigue crear divertidos momentos de tensión narrativa a través de algo aparentemente tan simple como la redacción de una comunicación familiar. La lectura de las tres páginas relativas a la correspondencia no es tiempo perdido desde un punto de vista literario. El género epistolar al servicio de la agilidad narrativa. Son un modelo de concisión expositiva en el espacio bien reducido de un escrito breve. Sancho se las arregla para ponerla al tanto de todos los avatares sucedidos en los seis meses de ausencia. Preguntarle por lo suyo: el huerto y que no se olvide de mandar los zaragüelles. Saca a relucir cómo se las gasta para imponer su autoridad en la casa. Ni más ni menos violento que la sociedad que le ha tocado en suerte vivir. Oxte morena. Condiciones laborales arrancadas al amo más propias de sindicalista astuto. La sartén agarrada por un mango que tizna. 

Le comenta los beneficios que sacarán en casa del Archipámpano si se viene. Le sugiere que como a don Quijote lo han nombrado Nuncio de Toledo,  puede aprovechar el viaje para pasar a visitarlo de camino a Madrid. A la Archipampanesa la ve un poco holgazana, jamás la ha visto con la rueca en la mano como acostumbran las mujeres en la aldea. 

“Ciérrela y horro Mahoma” -apura al escriba- cuando ya le caen goterones de sudor de tanto pensar para escribir. 

 Hablará con don Quijote para que no reclame nada de lo que lleva porque le devolverá el rucio, la maleta y hasta el guante de Bramidán. Sancho no quiere nada de nadie, nada que no sea suyo. También reniega de las peleas que no le han reportado más que apaleamientos a mansalva. Casi lo hacen moro los comediantes: tiene entre ceja y ceja que estuvieron a punto de retajarle los arrabales. Retajado irreversible sino es por su lamento, la intercesión para que no tocaran por caridad la niña de los ojos de Mari Gutiérrez. 


 "Cantando siete o ocho siguidillas que sé lindísimas"

El Archipámpano se queda admirado por la elegancia de la epístola de Sancho,  demostración palpable de haber venido a estudiar a Salamanca. Sancho explica que la sabiduría le viene de la observación, de fijarse en su tío del Toboso; que a decir del cura, escribe tan bien como el barbero. No le debe nada porque le segó un día y medio sin recibir ni blanca y Mari Gutiérrez le escardó el sembrado durante doce días por un miserable real amarillo. 

La carta debió llegarle y convencerla porque a los quince días allí se presenta de emigrante  Mari Gutiérrez, dispuesta a cerrar filas con su marido, pasando grandes ratos en la casa con la simpleza doblada. El relato que cuente los sucesos de la pareja se hará pasando el tiempo, pues este libro ya no da para más. El material narrativo, las historias por contar son tales y tantas que piden de por sí un libro propio y exclusivo. 

Se me desboca
Se me desboca
Se me desboca
siento como la sangre
se me desboca
Siento como la sangre
se me desboca
se me desboca
cuando junto a la mía
pones tu boca,
cuando junto a la mia
pones tu boca  
Eliseo Parra 






Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.