lunes, 30 de noviembre de 2015

Novelas Ejemplares (12) El coloquio de los perros. Miguel de Cervantes. Aliada de Lucifer.





"De dónde sabe ella cuáles son males de daño y cuáles de culpa?



Novelas Ejemplares (12) 
El coloquio de los perros 
Miguel de Cervantes 

Resulta que la Camacha hace de comadrona de la Montiela cuando ésta tiene los gemelos. Al recibir lo que la bruja pare, lo convierte en dos indefensos cachorrillos, un poco celosa de que los conocimientos de la parturienta aventajen a los de la maestra. Parto perruno. La Camacha confiesa su pecado al morir; el cambio de los niños a perros, pero volverán a su forma verdadera cuando derriben a los soberbios y alcen a los abatidos y humillados. Misión sagrada del socialismo internacionalista y global, don Quijote revisitado. Darle la vuelta a la tortilla en castizo. 

La Cañizares ve su acabamiento cercano y reconoce que sus poderes son incapaces de predecir cuándo llegará el momento de que los perros vuelvan a su forma primitiva. Su fantasía para imaginar historias se mezcla con la realidad. Ella hace tiempo que se arrepintió por conveniencia, por evitar los tormentos de la inquisición. Por eso es solidaria con los necesitados y por eso mismo ayuda en el hospital. Eso no es caridad, es solidaridad estamental. Reza poco en público; murmura mucho en secreto. Le va mejor con la hipocresía, seguir la corriente del grupo, el amparo de la tribu, a fin de cuentas la santidad fingida no causa daños a terceros. Le aconseja a Berganza que viaje de tapadillo y si hace el mal, procure no parecerlo. Tanto ella como su madre fueron brujas, “pero las buenas apariencias de las dos podrán acreditarnos en todo el mundo.” 

Cervantes completa así el retrato de la gente sencilla que prefiere pasar desapercibida por no meterse en líos con la autoridad, que camina y fertiliza la tierra, opuesta a los “pedantones al paño” que desprecian a los que beben el vino de las tabernas, parafraseando a estilo compadre a don Antonio Machado





"La costumbre del vicio se vuelve naturaleza"

La Cañizares y la Montiela fueron enemigas íntimas hasta el final. Le cuenta que cuando su madre murió, hacía tan solo tres días que habían regresado de una convención de brujas, una “jira” (no vayamos a confundir las brujas con los cantantes o con los cómicos en gira) por los Montes Pirineos. Ejercicios espirituales de contracultura, allí se habían reafirmado en su fe paralela, la doble vida. El viaje de ida y vuelta a las catacumbas, sin embargo, no le impide despedirse del mundo con sosiego y reposo, sólo roto por unos visajes raros quince minutos antes de rendir el alma de forma definitiva, provocados por el rencor hacia la Camacha, llevado hasta más allá de la muerte. Se dice que su espíritu vaga por los cementerios, pero la Cañizares no renuncia a poder encontrarla algún día y hacer lo que ella le pida en descargo de su conciencia. 

Todas estas confesiones de la Cañizares sobre sus orígenes eran una lanzada al corazón herido de Berganza. Un directo a la boca del estómago que le corta el aire de respirar, pero que le encienden de furia por despedazarla entre los dientes. Si se contuvo fue sólo porque la muerte no se asustara al encontrarla tan malparada. Ella lo invita a una sesión de untura que tiene pensada para la noche. La aliada de Lucifer le preguntará durante la función por el futuro de perro o de humano de Berganza. El ungüento no procede de la sangre de los niños que ahogan,  como piensa el vulgo, sino de los jugos de hierbas frías que recogen de los montes, como tenía que hacer Astérix para preparar su pócima. Aunque la Cañizares sea una suerte de teóloga de la contracultura, sostiene que Dios es impecable, por lo tanto inmaculado. Todas las calamidades que a cada paso acechan al hombre como la muerte de repente, naufragios, caídas, todas las plagas y daños que nos asolan son consecuencia de la esencia pecadora del hombre y de la voluntad permitente del Altísimo

“Cuerpo de Santo con la puta vieja,” qué claridad de mente tiene la bruja, piensa sin decirlo Berganza. Ella nunca doblará la cerviz ante Dios para pedir perdón, no es uno de esos bueyes mansos que doblan la frente delante de los castigos que Miguel Hernández cantara. Sed de mal. Una bruja es una bruja para siempre porque “la costumbre del vicio se vuelve naturaleza.” Empoza la voluntad en una sima de miseria tan honda que le impide alzar la vista para ver la mano tendida del que quiere ayudar. Admite que siempre ha sido y será mala. Alma con fronteras, ceguera de pájaro desconfiado. 







"En la fantasía pasamos todo aquello que nos parece pasar verdaderamente"


La Cañizares continúa con su relato, nos ofrece las sensaciones desde dentro experimentadas por ella durante una de las reuniones de brujería. Una diáfana descripción, de gran limpieza. Sin tremendismos, de tono tranquilo. La untura priva a las brujas de todos los sentidos, tumbadas, desnudas en el suelo experimentan las sensaciones pensadas en su fantasía. A veces se transforman en gallos, lechuzas y cuervos y así se presentan a su señor para gozar del deleite que no nos cuenta por no escandalizar a la audiencia. Porque la lengua se atranca al querer codificar en palabras lo que la memoria olvidó."Porque las memorias se acaban, las vidas no vuelven, las lenguas se cansan, los sucesos nuevos hacen olvidar los pasados.” Como aquel colérico juez que en el uso de su plena potestad les aplicó sin contemplaciones todo el peso de la ley hasta aplastarlas. Les echó encima la inquisición. El acoquinamiento del débil. Esa es la razón  por la cual admite que aunque siga siendo bruja, lo hace de tapadillo: “Cubro con la capa de la hipocresía todas mis muchas faltas.” 

Toda la arenga anterior no es más que un prolegómeno de la sesión de untura que pasa a narrar Berganza que ocupa asiento de barrera, testigo observador de la faena justo antes de salir corriendo del lugar a campana herida, perseguido por los muchachos que le tiran piedras y escapando de los garrotazos que le santiguan los lomos por arrastrar a la Cañizares en éxtasis de untura por el patio del hospital. Conviene que si algún lector ha llegado hasta aquí leyendo, haga lo propio con el original, el episodio de éxtasis de alquimia, arrobamiento de una subalterna de Luzbel que termina de mala manera,  sin que uno tenga que recorrer todos los pasos porque ya he escrito demasiado por hoy;  además, no conviene destripar algunas de las mejores páginas de las Novelas Ejemplares, el secreto mejor guardado de Cervantes.


Dicen que es la bruja 
con tacón de aguja 
aliada de Lucifer, 
cuentan que era estrella 
pero la botella acabó con ella 
hasta hacerla enloquecer.
Tino Casal







Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


lunes, 23 de noviembre de 2015

Novelas Ejemplares (11) El coloquio de los perros. Miguel de Cervantes. Carretera y manta.





"Tu madre,  hijo,  se llamó la Montiela, que después de la Camacha, fue famosa"

Novelas Ejemplares (11) 
El coloquio de los perros 
Miguel de Cervantes 

Cipión aprueba la decisión que Berganza tomó en su día de unirse a un amo nuevo, atambor de una compañía de soldados que se dirige al puerto de Cartagena para embarcar. Sostiene así que no es vano lo que ha oído decir de Ulises que cogió fama de prudente por sus largos viajes y por haber entrado en contacto con gentes diferentes, de distinto tipo y condición. Cervantes incide de nuevo en su idea de que las luengas peregrinaciones hacen a los hombres discretos cuando Berganza apostilla: “Quien necio es en su villa, necio es en Castilla", “el andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos.” Más cierto que nunca en estos tiempos en que todo lo tenemos en un aparato, a un click de distancia. Cercano como darle a un play, accesible como un “me gusta.” “Je m’accuse.” 

Berganza no está listo para el hambre, aprende con rapidez inusitada todo cuanto su amo le enseña. Aprende a bailar la zarabanda y la chacona al ritmo marcado por el atambor y diversas monerías más que causan admiración por saberlas hacer un perro. No queda persona que no acuda a verle actuar a razón de ocho o cuatro maravedís la actuación, dependiendo si el pueblo es pequeño o de mayor entidad. La ganancia es pronto tan abundante que causa envidia entre tanto goloso, aficionado a la vida regalada. Ganar de comer holgando. “Por esto hay tantos titereros en España, tantos que muestran retablos, tantos que venden alfileres y coplas, que todo su caudal, aunque le vendiesen todo, no llega a poderse sustentar un día.” Un retrato corrosivo de la sociedad española que trasciende los siglos y las épocas. Los que viven del trabajo de los demás, maestros del engaño, cobrar sin trabajar. Profesionales de la estafa, expertos en extorsión del tres por ciento. Peritos en luna oscura. (La colza, las preferentes, los sellos. Las púnicas, los eres, la gurtel. El amiguismo. Quien tiene padrino se bautiza. Corrupción normalizada. El patio de Monipodio). 





"Ella congelaba las nubes cuando quería, cubriendo con ellas la faz del sol"


Llegados un día a la población de Montilla,  se acomodan en el  hospital. Apenas una hora después de llegar,  el patio presenta un lleno hasta el tejado. La gente se amontona para comprobar las proclamadas habilidades del perro sabio. La fama vuela de boca en boca. Sin publicidad pagada que valga, ni en internet ni en ningún otro medio. Todo en vivo y en directo,  sin trampa ni cartón. Allí sucede una de las mejores tardes que recuerda el narrador. 

Convenientemente aliñado todo el material narrativo en el caldero del relato, la labia del amo atambor ha encendido el deseo de los espectadores por ver todo lo que Berganza sabe hacer, incluidos los bailes, beber un azumbre de vino o hacerle la competencia al sacristán cantando un sol, fa, mi re. 

Cuando el amo le pide al perro sabio que deshaga los números de circo y se los brinde a una antigua hechicera del lugar, salta la hospitalera entre la gente como un huracán encendido. Parece un tema recurrente de Cervantes y de los autores del XVII, que las acusadas de hechiceras o brujas barbudas, pongan su grito en el cielo defendiendo con todas sus fuerzas su honradez, culpando a jueces corruptos, a falsos testigos y a la ley del encaje todas sus desventuras. Ella ya pena por faltas de índole diferente, no por hechizos que no realizó. La Camacha ya pagó su pecado. Los expulsa del hospital a cajas destempladas. Se acabó la función entre el alboroto de los que habían pagado su entrada. Aquella tarde cobraron sin trabajar. 




"Yo me llamo la Cañizares, si ya no tan sabia como las dos, a lo menos con tan buenos deseos como cualquiera de ellas"


Berganza continúa con el relato de su vida. Lo que sigue del Coloquio de los perros representa una oportunidad única para el autor de introducirnos en el submundo de la brujería de la época, el underground, una realidad paralela, escondida en el subsuelo y alejada de lo oficial, muchas veces ilegal y perseguida, pero bastante popular y por lo tanto atractiva para el lector actual. Lo que la vieja hospitalera le contó sobre sus orígenes es algo que si lo hubieran comentado desde el principio,  se habrían ahorrado la extrañeza que más tarde les causó el hecho de estar dotados del prodigio del habla. El talento que disfruta le viene de cuna, nada de sobrenatural ni mágica imposición de manos. La Cañizares deshace el misterio, la cita con Berganza significa mucho para ella. Ya puede la parca venir cuando quiera, ya puede la muerte llegar y llevarla de esta pesada vida, ya puede dormir tranquila, la misión está cumplida. 

 Por la noche la hospitalera se dirige a él con misterio en la mirada y lágrimas en los ojos. Le cuenta que la Camacha de Montilla era una avezada hechicera, maga antigua de las de antes. Habilitada para congelar las nubes, serenar los días, atraer a los hombres más alejados e indiferentes y remediar doncellas descuidadas en guardar su entereza. “Por diciembre tenía rosas frescas en su jardín y por enero segaba trigo.” Cómo sería la cosa que tener berros en una artesa era menudeo, cosa sin importancia. Con un punto de malicia en su comportamiento por no querer enseñarle en su día las habilidades mayores. Ni a ella ni a la Montiela, madre de Berganza. Experta en encerrarse con una legión de demonios y conjurarlos. La Cañizares admite su deuda del arte de la Camacha y de la Montiela, pero considera que las aventaja en el arte de la untura que es el único vicio reconocido de bruja que le queda. 


¡Uy, las dos y veinte! 
qué charla te he dao, 
hoy sí me he pasao, 
mañana hablas tú, 
como siempre te callas… 
Ven acá pacá, Borja, la toalla, 
¿qué te has hecho en la frente? 
¿Tú has visto qué cruz? 
Bueno, Ana María 
bésame a Vicente. 
Carretera y manta, 
lo que es otro día 
nos traemos del súper las fantas. 
(Como te digo una “co” te digo la “o”)
Joaquín Sabina




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


domingo, 15 de noviembre de 2015

Novelas Ejemplares (10) El coloquio de los perros. Miguel de Cervantes.Canciones de cara B.





"Y la noche nos halló en Triana, en una calle junto al Molino de la Pólvora"


Novelas Ejemplares (10) 
El coloquio de los perros 
Miguel de Cervantes 

Pero los días diáfanos y libres de los caminos son un hueso de demasiado lujo para un perro sin manual de instrucciones. Berganza goza de su libertad unos escasos cien metros de calle. Un alguacil lo reconoce, lo llama por su nombre y se queda con él. Más pronto que tarde le pone un collar de latón morisco al cuello pasando de “mozo de un jifero a serlo de un corchete.” 

Este corchete, en collera con un escribano, viven amancebados con dos damas de la vida libre. Con ellas pescan en seco a cualquier incauto extranjero necesitado que contrate sus servicios. Como le ocurre a un unto y bisunto bretón que cuando estaba en mitad de la faena con la Colindres, se ve sorprendido con las manos en la masa por el justicia y el escribano, dos corchetes y el mismo Berganza que es quien narra la historia. Le ponen la tasa de cien reales si quiere librarse de la trena por amancebamiento. Al ir a echar mano de los “follados de camuza,” comprueba que han desaparecido y con ellos los “cincuenta escuti de oro in oro” que en ellos guardaba. Berganza los había sacado a la calle para comerse con calma un trozo de jamón y tocino que el olfato fino había detectado dentro. Después les pierde el rastro, alguien se los lleva junto con el dinero de la faltriquera aprovechando la algarabía.  

Se arma la marimorena; unos que quieren cobrar, otro que no puede pagar porque le han robado el con qué, la patrona que amenaza con airear los vicios ocultos de los servidores del desorden. La Colindres, sospechosa del hurto, se defiende acusando al bretón de estar borracho. “Todo era confusión, gritos y juramentos.” 




"Más hueco y pomposo que aldeano vestido de fiesta"


Al reclamo de la grita aparece la autoridad. Un Teniente Asistente pone orden en el tumulto que se iba de las manos. Se lleva presos al bretón, a la Colindres y al ama que de nada le sirve presentar la carta firmada y sellada que certifica la hidalguía de su marido; ni que, desesperada, se arañe la cara o se quede un rato sin respirar (como los niños malcriados). La trifulca se salda con la pérdida de los cincuenta escuti del bretón más otros diez de las costas (o la cama),  la dueña paga otros tantos y la Colindres, que igual que entra por una puerta sale por la otra,  sin ocasionar más gastos de manutención al erario. 

Un marinero incauto paga las consecuencias, paga por él y por el bretón ese mismo día. 

Cipión le advierte de que no se puede generalizar, no es justo extender las malas mañas de unos pocos a toda la profesión. Como tampoco ocho asesinos pistoleros representan a mil trescientos millones de practicantes musulmanes. No todos son juez y parte. Mal criados, rateros, héroes y villanos a la vez. También los hay que son hidalgos de buen natural, fieles y legales. 

Su amo acorrala un día a seis de los más peligrosos hampones de San Francisco. Berganza se entera más tarde de que la batalla por las calles de Sevilla fue simulación, concertada con Manipodio con antelación. Monipodio, encubridor de matones y rufianes y cuyo patio en el barrio de Triana, al otro lado del río, ha pasado a la lengua como paradigma del contubernio, paraíso del cochambeo, poner el cazo al tres por ciento. El cobarde del alguacil, que lo era más que una liebre, pagaba con tragos y meriendas la fama de bravo que le vestía. Falso olor a valentía. Canción de cara B. 



"Yo, a quien ya tenían cansado las maldades de mi amo [...] arremetí con mi propio amo"


Antes de cambiar de dueño, antes de irse con un atambor, todavía Berganza nos cuenta con prisas la historia del caballo Piedehierro. Y también con prisas lo pasamos aquí tamborileando en el teclado. Resulta que dos rufianes roban un valioso caballo pura sangre en Antequera. Se van a Sevilla a hacerlo dinero. Se alojan en dos posadas distintas. Uno de ellos denuncia ante la justicia que Juan Losada le debe cuatrocientos reales prestados. Su amo, el alguacil, junto al escribano, hacen las diligencias y ya sabemos cómo se las gastan. Aquél lo malvende por quinientos porque “el bien del vendedor estaba en la brevedad de la venta.” Importe que va directamente al otro ladrón para saldar la deuda que nadie le debe. El caballo termina en manos del alguacil que lo luce, hueco y pomposo como un aldeano de fiesta por la plaza de San Francisco. Y se pueden imaginar lo que ocurrió cuando los verdaderos dueños, gente principal de Antequera,  descubren a su caballo. 

Remata Cervantes la historia con una escena revolucionaria, el perro de uno mordiendo la mano que le da de comer. Similar a la escena en la que Sancho se enfrenta a don Quijote al grito de ¡Yo soy mi señor! A la orden de ¡Al ladrón, Gavilán ¡ea, Gavilán hijo, al ladrón! Berganza arremete contra el alguacil y si no los separan… Berganza tiene que huir con el rabo entre las piernas, antes del amanecer se encuentra en Mairena,   cuatro leguas alejado del peligro de Sevilla.


Desperté y salí de la sombra 
 Me cure cada hueso y empecé 
 A olvidar noche a noche los recuerdos 

Los abismos donde nunca volveré 
 Escuchando en oscuros callejones 
 Las canciones que se pierden en la cara b
Fito y los Fitipaldis




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



lunes, 9 de noviembre de 2015

Novelas Ejemplares (9) El coloquio de los perros. Miguel de Cervantes. En tu puerta.





"Volviéronme a casa y a la antigua guarda de la puerta"

Novelas Ejemplares (9) 
El coloquio de los perros 
Miguel de Cervantes 

Berganza aprueba tener aspiraciones en la vida, siempre que la ambición no implique daños a terceros. Algo que rara vez se logra, ya que la ambición personal consigue con dificultad despegarse del perjuicio a un semejante. Los dos perros parlantes se conjuran para no murmurar, a pesar de lo difícil que resulta hablar durante dos horas seguidas sin caer en la trampa, sin atollarse en la tentadora blandura de la murmuración. Hablar mal de la gente lo mamamos desde la cuna como lo demuestra el hecho de que un niño “casi la primera palabra articulada que habla es llamar puta a su ama o a su madre.” Berganza promete morderse el pico de la lengua hasta el dolor, cada vez que caiga en la tentación de la murmuración. 

 Un día los hijos del amo se olvidan los donuts y la cartera en casa. Así que Berganza, acostumbrado a llevar la cesta en la boca, se la lleva al Estudio como un entrañable perro San Bernardo, uno de esos perros blancos grandones que vemos en las estampas con un barrilito colgando del cuello. Se acostumbran a que Berganza les lleve el Vademécum, lo cual él hace de buen gusto pues ello significa darse gran vida de perro. A cambio se deja meter la mano en la boca sin morder. Permite que los más pequeños le monten a los lomos como un algodonoso burrito peludo. Incluso aprende a cascar nueces y avellanas como una persona, a comerse lo de dentro y desechar lo de fuera. Pasaba la vida pegado a los estudiantes sin hambre y sin sarna,  que tan unidos a la muchachada estudiantil crecen y que no se da lo uno sin lo otro. Más de un estudiante literalmente se empeña para que él almuerce. 

Pero fue razón de estado, de fuerza mayor, que algo le sacara de aquella etapa de bienestar y quietud. Algunos profesores se quejan de que los estudiantes se distraen entre clase y clase con el perro,  en lugar de repasar la lección o preguntar las dudas al profesor. Berganza tiene que regresar al viejo oficio de guardar la puerta. Ahora atado, con una esterilla para dormir y regresar a la escuálida ración perruna, a menudo diezmada por dos astutos gatos romanos que le birlan lo poco que una negra de la casa le da de las sobras. Y qué mal se acostumbra uno a volver a las estrecheces de la austeridad después de saborear las mieles de la abundancia. 




"Cuán dura cosa es de sufrir al pasar de un estado felice a un desdichado"


Atado detrás de una puerta, confinado al breve espacio de una esterilla desgastada por las pisadas, sometido a la miseria del menú de una esclava negra, a Berganza se le “amontona la noche sin esperanza de día.” (Gracias, Miguel Hernández poeta). Pide permiso a su interlocutor para filosofar un rato porque aquellos días ociosos le hacen recordar otros días que acompañaba a sus amos al Estudio, también a pensar en los latines aprendidos y que almacena con los cachivaches inservibles en el desván de la memoria. Determina aprovecharse de ellos, pero de manera diferente a como lo hacen algunos romanistas que luego “apenas saben declinar un nombre, ni conjugar un verbo.” Cipión le previene de entrar en esos jardines por miedo a que sea el demonio el que invita a usar la filosofía como velo de las murmuraciones. Le advierte de que si escudriñamos al murmurador, hallaremos su vida llena de vicios e insolencias. Convienen en que tanto daño causa quien usa latines delante del ignorante, como el que los dice ignorándolos. Los latines no excusan de ser asnos. Aboga por la discreción para saber callar en romance y hablar en latín. Le vuelve a advertir del peligro que corren de ser llamados “perros murmuradores,” le apremia a continuar el relato y que deje de hacer soga con tanto intermedio. 

A todo se acostumbra uno. Por malo que sea. Como Berganza se ha acostumbrado a la esclavitud de la cadena, a la misma puerta y a la mezquindad de la esclava negra. (No parece que Cervantes esté muy de acuerdo con el uso de circunloquios y rodeos que defiende Cipión para “templar la asquerosidad de oírlos.”) No es tan fácil que Cervantes se avenga así como así a no llamar las cosas por su nombre, a lo políticamente correcto. 

A medida que avanza el relato, las intervenciones de Cipión son cada vez más frecuentes. El autor se alarga en las paradas narrativas de forma natural, sin estridencias, y la historia se ralentiza en su avance con tanta digresión, que es, como vamos viendo, la parte esencial y más significante del coloquio. 




"Volvía a entregar el cuello a la cadena y el cuerpo a una esterilla"


 Sucede entonces que la empleada de hogar se ve con su novio, también de color y empleado de la casa. Para ello han contrahecho las llaves de la puerta y comprado el silencio de Berganza con un buen trozo de carne o queso. Al principio calla por miedo a pasar de lustroso mastín quieto a enjuto galgo corredor. Pero le entran recargos de conciencia debido a su buen natural de perro honrado. (La fidelidad se le supone como el valor a los generales) 

“Como hacen los portugueses con los negros de Guinea.” Denuncia Berganza las malas mañas de los vecinos para apoyar su razonamiento de exprimir a los que van por la vida engañando “con el oropel de sus gregüescos rotos y sus latines falsos.” 

Decide actuar por su cuenta y riesgo, le pega un mordisco en los cuartos traseros en sordo y sin ladrar y le rasga la camisa de arriba abajo, (Como Camarón en Soy Gitano) dejándola postrada ocho días en cama. La negra, hueso duro de roer, vuelve a la carga. De nuevo sale escalabrada; como consecuencia, Berganza ve la comida alzada. Así hasta que las cosas se ponen feas de verdad porque ella lo quiere matar con una esponja untada de manteca que hincha los perros hasta morir. En vista de que el acuerdo con tan indignados enemigos es imposible, acuerda con buen criterio poner tierra de por medio, hacer la ida del cuervo: me voy y no vuelvo.


En tu puerta no hay ventana
 por donde poderte hablar. 
Tarde, hermosura lejana 
que nunca podré lograr. 

Y la tarde azul corona 
tu puerta gris, de vacía. 
Y la noche se amontona 
sin esperanzas de día.
Miguel Hernández/Javier Bergia y Begoña Olavide




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



jueves, 5 de noviembre de 2015

Novelas Ejemplares (8) El coloquio de los perros. Miguel de Cervantes. Hacerse fuerte.





"Lo más del día se les pasaba espulgándose o remendando sus abarcas"

Niño espulgándose 
Óleo/lienzo 137 cm × 115 cm
Louvre
Murilllo


Novelas Ejemplares (8) 
El coloquio de los perros 
Miguel de Cervantes 

El fugitivo pasa la noche al raso como corresponde a un perro de nadie. Las esquilas de un atajo de ovejas lo despiertan con la llegada del día. El rebaño debe ser grande porque lo guardan tres pastores. Un atávico instinto heredado de defensa se agita en su interior, le convoca a ponerse en guardia en la defensa del débil contra el poderoso salvaje que pone en peligro la seguridad del indefenso. El silencio de los corderos. 

Quiere la fortuna que el perro Leoncillo acabe de morir y necesiten un perro guardián para el hato. Una vez comprobado que no es un perro callejero mezcla de razas sino un perro con pedigrí, lo adoptan y lo nombran, le llaman Barcino. Para mí que Cervantes ya tenía escrito algo del final de la segunda parte del Quijote en las playas de Barcino, deducción obtenida de una simple observación de la repetición del nombre de uno de los perros (Brutón y Barcino) que acompañarán al hidalgo derrotado en la retirada a su Arcadia particular. 



"Yo me hallaba bien con el oficio de guardar ganado, por parecerme que comía el pan de mi sudor y trabajo"


“Pero anudando el roto hilo de mi cuento.” En modo alguno puede negar su ascendente cervantino este perro Berganza. La historia continúa denunciando cuán distinta es la realidad de la ficción, la diferencia que hay entre el día a día de los pastores que despiertan entre ovejas de aquellos otros zagales idealizados de los libros que leía su ama; en los que todo se vuelve cantos de ellos, desmayos de ellas, arrepentimientos de ambos. Fuentes de aguas cristalinas, selvas sagradas, tierra santa, tañer de gaitas, rabeles y salterios. Los pastores que Berganza conoce de cerca, cantan a grito pelado y con voces roncas cuando lanzan al viento: “Cata el lobo do va, Juanica” al son de ritmos primarios de cayados y tejuelas puestos entre dos dedos. Los días se le pasan “Espulgándose y remendando sus abarcas.” 




"Volvía al hato sin haber hallado lobo ni rastro dél, anhelando, cansado, hecho pedazos, y los pies abiertos de los garranchos"


Berganza se adapta bien al oficio de guardar ovejas, a pesar de que las noches son un sin vivir, de susto continuo. Rara es la noche que no lo sobresaltan al grito de “¡Al lobo, Barcino!” Él es el primero en saltar en busca de la fiera, pero siempre su diligencia resulta inútil. Al volver sin haber encontrado ni rastro del lobo, éste ya ha hecho la "lobá" en la majada. Pero Berganza es listo, sabe usar su inteligencia. El observar que el ganado no está alobado y los palos que le caen encima por no saber defender las indefensas ovejas una y otra vez, le hacen cambiar de táctica. En lugar de salir disparado a la voz de alarma, se queda quieto, permanece con las ovejas y descubre que los pastores son los lobos. Son ellos los que matan a las ovejas para cogerle lo mejor de la carne y comérsela. Berganza quiere denunciar la fechoría, pero no se atreve. Reflexiona para sí mismo: “¿Quién será poderoso a dar a entender que la defensa ofende, que las centinelas duermen, que la confianza roba y el que os guarda os mata?'' (Espanya ens roba) “Mas quédese aquí esto, que no quiero que parezcamos predicadores.” Concluye Cipión poniendo punto final a un asunto demasiado nauseabundo y que repite más que el ajo. "Porque  no hay mayor ni más sutil ladrón que el doméstico." 

Antes de contar la siguiente historia con otro amo, rico mercader, y preguntado por Cipión que cómo se las arregla para encontrar amo cabal, le responde que la humildad es la base de todas las virtudes, un arma defensiva que a la larga es la más ofensiva porque en su blandura y mansedumbre se embotan y despuntan las flechas de los pecados. 




"Volvime a Sevilla, como dije, que es amparo de pobres y refugio de desechados"


Berganza regresa a Sevilla que es amparo de pobres y refugio de desechados como ahora Madrid, mezcla de perros mestizos, perros de todas las razas, rompeolas de todas las Españas. Se vale de su veteranía para granjearse la confianza del amo. Al poco tiempo vive suelto, sin atar por la noche; de día guardando la puerta de la casa, ladrando al forastero, gruñendo al poco conocido y halagando al que le da de comer (Por dinero baila el can; por pan si se lo dan). Sin pasarse en las lisonjas y donaires no vaya a pasarle lo que al burro en la fábula de Esopo, que fue molido a palos por pasarse en los halagos. Es lo bueno que tiene ser un perro culto y leído. 

Este mercader tiene dos hijos en edad escolar. Van al Estudio de la Compañía de Jesús con gran autoridad y aparato; en coche si llueve; en silla con sombra al calor sevillano que derrite la sesera en verano. En contraste con la austeridad del padre que sólo lleva un esclavo negro cuando se dirige a sus negocios a la lonja . 

Cipión le aclara que es normal que los mercaderes muestren su riqueza no en ellos sino en sus vástagos, pues ya se sabe que “la ambición y la riqueza mueren por manifestarse.” Mientras tanto, se desviven por distinguir a sus hijos de los plebeyos. Les ponen la marca en el pecho que los diferencie como gente principal. Siempre ha pasado, hay que ir uniformados para distinguirse, pertenecer a una tribu y no a otra.




Como si llegaran a buen puerto mis ansias, 
como si hubiera donde hacerse fuerte, 
como si hubiera por fin destino para mis pasos, 
como si encontrara mi verdad primera, 

como traerse al hoy cada mañana, 
como un suspiro profundo y quedo, 
como un dolor de muelas aliviado,
Joaquín Sabina



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



lunes, 2 de noviembre de 2015

Novelas Ejemplares (7) El coloquio de los perros. Miguel de Cervantes. Las dimensiones del teatro.





"Todos se pican de valientes, y aún tienen sus puntas de rufianes"

Novelas Ejemplares (7)
El coloquio de los perros
Miguel de Cervantes

Cipión y Berganza son dos perros morales, canes de confianza que guardan el luto, el dolor, la alegría y el llanto del Hospital de la Misericordia de Valladolid. Por gozar del don extraordinario que poseen: disponer del habla con discurso ordenado, razonando las ideas, lo que constituye un talento extraordinario que sobrepasa con creces lo que el ojo humano puede observar en los seres que pueblan la naturaleza, Cipión le propone a su compañero que sea la confianza la que haga de centinela esa noche.

La fidelidad del perro está registrada desde la antigüedad, como demuestran los perros de mármol y alabastro esculpidos a los pies de las añejas sepulturas de los nobles en el interior de los templos y santuarios para indicar que los enterrados en ellas se guardaron amistad y lealtad desde el día en que se emparejaron. De lo que no existe literatura oral ni escrita es de que los elefantes, los caballos, los perros y las monas hablen. Por lo tanto, caemos en el terreno pantanoso de los portentos. La experiencia nos dicta que estas arenas movedizas a menudo son heraldos de alguna calamidad para las gentes.

Berganza no es un perro cualquiera, es un perro viajero, como tal, más discreto de lo normal. Un día que está en Alcalá visitando algún pariente, (guasón don Miguel con lo del primo en Alcalá) atribuye a esa calamidad futura una conversación mantenida por dos estudiantes que afirman que de cinco mil estudiantes, dos mil estudian medicina lo que quiere decir una de dos; o bien que hay muchos enfermos que curar, o demasiados doctores se mueren de hambre.


"Este tal Nicolás me enseñaba a mí y a otros cachorros a que en compañía de alanos viejos, arremetiésemos a los toros y les hiciésemos presa en las orejas"

De la serie "Tauromaquia" de Goya.


El caso es que hablan y por lo tanto no merece la pena perder el tiempo en discusiones de cómo y por qué lo hacen. Lo que procede es juntarse, aprovecharse de la facultad extraordinaria, por otro lado temporal, y hablar; pues lo que procede del cielo no hay “diligencia ni sabiduría humana que lo pueda prevenir.” Sería de necios guardar el talento para no gastarlo, en vez de aventarlo para que germine al caer en terreno fértil. (Como los de la parábola bíblica que guardaron la lámpara debajo del celemín en lugar de ponerla en el candelero). De desagradecidos sería desperdiciar la oportunidad que tienen prestada, pues nadie sabe cuándo la naturaleza pedirá de vuelta la divina potestad de la palabra hablada.

Se aseguran de que nadie los oye, el único que hay cerca es un soldado tomando los cuarenta sudores, bastante tiene con lo suyo como para ponerse a escuchar conversaciones de nadie. Magistral referencia desde dentro del relato a quien va a ser el altavoz y trasmisor de lo allí hablado. Verdaderamente Revolución Cervantes tiene mucha literatura futura en la cabeza.

Berganza es un perrazo de los grandes, costoso de mantener. Nace en Sevilla. Procede de los ilustres perros alanos entrenados para acometer toros bravos en la marisma del río, hacerles presa, como Juan Belmonte hacía la luna, en las orejas, la parte más expuesta y peligrosa del animal. No conviene hacerles daño en la carne de los cuartos traseros. El primer amo que recuerda es Nicolas Romo, un jifero sevillano que trabaja en el matadero. Allí la gente es “ancha de conciencia, desalmada, sin temor al Rey ni a su justicia;” amancebados los más, aves de rapiña carnicera. Una mafia que igual apuntillan a un toro que te rajan de arriba abajo. Controlan las reses que se matan. Todas pagan diezmos y primicias. Antes del ser de día sus mujeres acuden con la talega vacía los días de carne y la llevan llena de lo mejor para pagar con lomos y lenguas a los hampones de la plaza de San Francisco.


"Habla hasta que amanezca,  o hasta que seamos sentidos, que yo te escucharé de muy buena gana" 

El primer trabajo le dura lo que tarda el engaño en llegar. Llevaba la carne robada en el matadero en una cesta a la novia de Nicolás. Una hermosa dama vecina se la roba, vencido por la hermosura de la moza que le emboba. La belleza de la dama casi le cuesta la vida cuando el amo descubre el engaño. Berganza escapa por pies del peligro.

Las intervenciones de Cipión son medidas. Ponen orden en el relato y permiten al narrador coger aire. Rompe la monotonía con sus consejos de experto literato, medio filósofo. Hace las veces de un director de escena que mete prisa, que aconseja que vaya directo al grano, que se deje de digresiones sobre todos y cada uno de los personajes que salen a escena. De otra forma le darán las uvas y no habrá llegado ni a la mitad de la historia. También le sugiere que haga un poco de teatro al platicar si no quiere que los lectores cierren el libro y hasta luego Lucas. Se nota que Cervantes es consciente de que está innovando y quiere que el relato sea ameno, que tengan  ritmo las dimensiones del teatro.



Que la vida iba en serio 
uno lo empieza a comprender más tarde ­ 
como todos los jóvenes, yo vine 
a llevarme la vida por delante. 

 Dejar huella quería 
y marcharme entre aplausos ­ 
envejecer, morir, eran tan sólo 
las dimensiones del teatro. 

 Pero ha pasado el tiempo 
 y la verdad desagradable asoma: 
 envejecer, morir, 
 es el único argumento de la obra. 

Gil de Biedma/Miguel Poveda



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.