martes, 22 de diciembre de 2015

Los Pazos de Ulloa (2) Emilia Pardo Bazán. Pobre bruja del montón.






"Sabel fijaba pesadamente en Julián sus azules pupilas"



Los Pazos de Ulloa (2) 
Emilia Pardo Bazán 

Si a la tercera va la vencida, el capítulo tres está bien armado se mire por donde se mire. La autora nos presenta el espacio en el que se va a desarrollar gran parte del relato. Siguiendo los pasos del recién llegado, hacemos un recorrido por la estancia con la huerta y el jardín, al mismo tiempo que él. Sus gestos son reflejo del abandono y decadencia establecidos en el lugar. La maleza encuentra fácil acomodo en los otrora fértiles surcos de la huerta sin cultivar. Las zarzas asaltan las veredas, las malas yerbas se amontonan sin control, no caben a salir. Las plantas sin cuidados se empobrecen asfixiadas por los yerbajos que esquilman la tierra;  o se secan y mueren sin las manos pendientes del jardinero fiel. Dejan un vacío al faltar, zona degradada. 

Los interiores de la casona no desmerecen de la ruina exterior. Fija la mirada en la habitación de los archivos, una pena. Un fárrago de pergaminos mohosos. Mucho trabajo por hacer para reparar libros antiguos, separar lo nuevo de lo viejo, encolar. Pegar ejecutorias de nobleza, archivar vetustos legajos. Ordenar documentos carcomidos por ratones con penetrante olor a rancio y a humedad. Consigue compromiso del marqués para que le ayude un poco, pero en vista de la magnitud de la obra, abandona pronto. La excusa es la llegada de Primitivo que mete los perros en danza. Unos bandos de perdices que se comen el maíz ya maduro es la excusa perfecta, la llamada de lo salvaje que le convoca a colgar la escopeta al hombro y abandonar la engorrosa tarea de intendencia interior. 



"Entre las vigas pendían pálidas telarañas"

Después está el asunto del enfrentamiento del personaje criado en la ciudad y educado en la compasión de los templos con los personajes primarios y sin cultivar que crecen asilvestrados, rodeados por la naturaleza intacta donde prima el instinto de supervivencia, la selección natural, la ley del más fuerte. 

En efecto, el primer día de estancia en el pazo recibe al cura Julián con un sol de otoño dorado y apacible. La habitación es amplia y luminosa. Amueblada de rusticidad y decadencia desangelada. Muebles viejos y austeros. Espesas telarañas de color ceniza cuelgan de los techos y pueblan de silencio y soledad los rincones de la estancia. El polvo encuentra asiento en los muebles rústicos desde tiempo inmemorial. La acumulación de tanta suciedad enciende los ardores juveniles de limpieza física y pureza de alma del misacantano. Como el anterior inquilino de la habitación no debía haber sido muy aficionado al agua de lavarse el polvo del camino, los útiles de limpieza brillaban por su ausencia (la costumbre de darle al grifo del agua era aún un lujo oriental, un sueño),  se tuvo que conformar con un baño de aire con la vidriera abierta. Julián había pasado sin transición de las faldas de su madre beatona al seminario. Lo que sabía de la vida lo había aprendido de los libros piadosos y estampas de santos. Lo pudo buscar bajo la falda de Sabel aquel día, pero su virtud espantadiza la aparta de la tentación como otro Simón del Desierto de Buñuel encaramado en la columna, sofocando pasiones, calmando rebeldías y pensamientos deshonestos. Qué desperdicio. Julián presenta carencia de ciertos instintos primarios,  como demuestra su reacción a la provocación de Sabel en la habitación a solas. La autora no quiere que la novela camine por esa senda. 

En el archivo hay faena a esgalla, tarea para dar y regalar. Lidiar con aquel océano de papelotes desordenados es trabajo de chinos. Julián pone manos a la obra, acude todas las mañanas y sale de allí con unas jaquecas tremebundas; perdido entre tratos antiguos, asientos de deudas sin pagar, hipotecas y partijas que se remontan a varias generaciones atrás. Don Pedro, Marqués de Ulloa de pega, se queda pronto huérfano de padre, crece al amparo de su madre y de su tío Gabriel que se viene a los Pazos de Ulloa con el pretexto de cuidar a su hermana. Educa a su sobrino a su imagen y semejanza en “el desprecio de la humanidad y el abuso de la fuerza.” Una suerte de señor feudal que se envanece cuando un labrador le dice al cruzarse con él: “Vaya usía muy dichoso Señor Marqués.” 



" Aquella vasta extensión de terreno había sido en otro tiempo cultivada con primor y engalanada con los adornos de la jardinería simétrica y geométrica"

Julián descubre en los documentos que los números de la Casa de Ulloa son una ruina de la economía. Una maraña de intereses desangrada por mecanismos internos de organización de los pazos, hipotecas, socaliñas y pellizcos propios de la atomizada propiedad gallega. 

A pesar de que Julián se esfuerza por aprender los engranajes internos de funcionamiento del pazo para ejercer de administrador, le resulta imposible resolver cualquier abuso o desorden que observa por pequeño que parezca; siempre se topa con impedimentos de toda índole que lo impiden. Sobre todo las objeciones de Primitivo al que le falta tiempo para considerar  imposible de realizar o imprescindible para el buen servicio de la casa  cualquier reforma o pequeña modificación de la costumbre. Todos los operarios que tienen relación con el pazo obedecen a Primitivo. Le presentan ciega sumisión. Está acostumbrado a que le obedezcan porque se las ha arreglado para que todos le deban algo. De todos sabe lo que tienen que callar. El curita recién llegado es hueso duro de roer; todavía no le ha encontrado la blandura, el punto flaco que todos los hombres tienen, el vicio que les domina para atacarle por ahí.

No había debajo 
del disfraz que te ponías tú 
más que una niña 
a la espera de algún príncipe azul 
ibas para reina 
pero un hechicero te dejo 
así convertida en una pobre bruja del montón. 
Piénsatelo bien antes de poner tu pie en mi balcón
Joaquín Sabina



El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En efecto: el espacio es otro de los personajes de esta novela. El valor simbólico de la casa, por ejemplo. De ahí el título de esta novela, tan bien puesto.
Y el espacio explica las acciones de los seres humanos que lo habitan.
¡Y Sabina!

PENELOPE-GELU dijo...

Buenos días, pancho:

Doña Emilia no se corta ni espanta por nada. Por su carácter, y por su situación privilegiada de mujer culta y rica, no le importa que se sepa si sube o si baja la escalera. En esos años es la excepción, entre esas féminas mojigatas y ñoñas -más o menos adineradas- y las de clase humilde. Pone al descubierto a sus personajes. El capellán Julián, es ya un hombre en años, pero sigue siendo el niño que su madre y la educación del Seminario han moldeado. No ve el alcance de la provocación de Sabel, como tampoco siente la tentación. Ese peligro no le atañe. De algún modo, de entrada, ya ha vencido a Primitivo.

Un abrazo.
P.D.: Mi deseo de Felices fiestas, y lo mejor para el 2016

Paco Cuesta dijo...

Doña Emilia deja constancia de catolicismo convencido en la figura de Julián: pudoroso, tentado sin éxito y enamorado en silencio.
Felices fiestas,
Un abrazo

Anónimo dijo...

Estamos ante una auténtica novela gótica, donde no faltan ni los fantasmas.