jueves, 28 de enero de 2016

El Alcalde de Zalamea (1) Pedro Calderón de la Barca. La luz de la ventana







"[...] Pues cierto /llegar luego al comisario /los alcaldes a decir,/ que si es que se pueden ir,/ que darán lo necesario."



El Alcalde de Zalamea (1)
Pedro Calderón de la Barca



Breve apuntes biográficos:

Calderón de la Barca nace en Madrid el día de san Antón, diecisiete de enero de 1600, en el seno de una familia numerosa y acomodada: tres hermanos y tres hermanas. Familia terciada, paritaria. Se queda huérfano de padre a los diez años y de madre a los quince. La orfandad no le impide estudiar cánones en la Universidad de Salamanca. Su vocación poética es temprana. Goza de cierta reputación en la Corte. Gana el tercer premio en el concurso convocado con motivo de la canonización de San Isidro, el santo labrador y patrono de Madrid.

La Comedia Nueva de Lope de Vega ya se había establecido en los gustos teatrales de los espectadores y a ello se dedica Calderón con el típico entusiasmo juvenil del recién llegado a la disciplina. Comedias de enredo como “Casa con dos puertas mala es de guardar” ven la luz en esta época.

Durante los años treinta se convierte en el dramaturgo favorito de la Corte. Incluso su rival, Lope de Vega, elogia su cuidado estilo poético.

La situación política del Imperio empeora notablemente en 1638 con el sitio de Fuenterrabía por el ejército francés. Calderón sirve a la corona en una compañía de caballos acorazados, cae herido en una mano durante la campaña de Cataluña. Su hermano José muere en la misma campaña militar. Obtiene pensión por los servicios prestados que cobra tarde, mal y nunca. Entra al servicio de la Casa de Alba en 1646. Está documentado que vive en Alba de Tormes hasta 1649.



"Estuvo en la toma de Cambrils, fue herido en una mano en una escaramuza"

Se ordena franciscano en 1650. Desde este momento su producción teatral se limita a obras de encargo para la Corte y Autos Sacramentales que son representados el día de Corpus. En 1663 fija definitivamente su residencia en Madrid. Lo nombran Capellán de honor de su majestad. Lo malo es que la pomposidad del cargo no se corresponde con el sueldo. Su situación llega casi a la indigencia, como tantos y tantos artistas. Menos mal que se apiadan del anciano que es y en 1679 le conceden una célula real que le autoriza a abastecerse en la despensa del Palacio Real. Muere en 1681 cuando está trabajando en un nuevo y póstumo Auto Sacramental. Lo poco que tiene lo dona a la Congregación de sacerdotes naturales de Madrid a la que pertenece.

Jornada 1ª

Una compañía de soldados se aproxima a Zalamea entre protestas de la tropa. Van cansados de la larga marcha. Rebolledo, soldado rezongón, se alza como líder de la soldadesca. Amenaza con desertar si no hacen parada y fonda en el pueblo cercano del que ya se divisan las torres de las iglesias a lo lejos. Afirma que no sería la primera vez en hacerlo. Y lo repetirá en caso de no parar porque el alcalde de la localidad llegue a un acuerdo económico para no hacerlo con el comisario, a causa de los desafueros y gastos que la tropa provoca entre la población en la que se alberga. Vaya un ataque en verso a las componendas de los comisarios políticos. Picaresca y corrupción. ¿No había censura en el S XVII?

La Chispa, empotrada en la tropa y vivilla como una ardilla, sale al camino y les canta una jácara que suaviza la protesta, amansa la fiera. Así entre canciones divisan las torres de Zalamea.

El autor nos indica desde la primera escena que los hechos ocurren en las proximidades de un pueblo concreto y la tropa va mandada por un don Lope de Figueroa, valiente y nombrado militar, bregado en cien batallas por los campos europeos y con fama de hombre hosco, recto y portador de una mano dura que no se casa con nadie.

El capitán de la compañía, don Álvaro, ordena alto a la tropa y que se repartan entre las casas de la población, entre los vítores de aceptación de los soldados. Allí esperarán unos días la llegada del resto del tercio y podrán descansar.

El capitán se aloja en casa de don Pedro Crespo, labrador adinerado con el orgullo en el asta y padre de una hija de belleza singular, a pesar de ser labradora.

Don Mendo es un ejemplar único, hidalgo con ejecutoria; por lo tanto, exento de pechar, no paga impuestos. Entre otras cosas porque no tiene con qué. Dialoga con Nuño, un criado que le sigue la corriente. Los dos pasan hambre, pero nunca los vio nadie doblarse para ganarse el sustento diario. Siempre derechos como un huso, tiesos como una vara reseca que no dobla. Al tiempo que conocemos a esta pareja,  don Mendo y don Nuño, un poco cómica, aparece Isabel, objeto de enamoramientos varios, personaje principal e hija de don Pedro Crespo. Se presenta el hidalgón a la ventana de Isabel la cual responde con desdén a los requiebros de don Mendo:


"Inés, éntrate allá dentro, y dale con la ventana en los ojos."

 "Di que por el bello Oriente, 
 coronado de diamantes, 
 hoy, repitiéndose el sol, 
 amanece por la tarde." 

Contesta Isabel
"Ya os he dicho muchas veces 
señor Mendo, cuán en balde 
gastáis finezas de amor, 
locos estremos de amante 
haciendo todos los días 
en mi casa y en mi calle"

La sucinta reseña biográfica que encabeza esta entrada, está tomada del libro "El alcalde de Zalamea" edición de Ángel Valbuena Briones de CATEDRA


The light's on in the window; she's waiting by the phone
Talking to a memory that's never coming home 

She dreams of his returning and the things that he might say 
But she'll always be the girl from yesterday 
Yeh, she'll always be the girl from yesterday
Eagles





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

jueves, 21 de enero de 2016

Los pazos de Ulloa (8) Emilia Pardo Bazán. El tiempo del dolor






"Como hombre,  tampoco podía penetrar en la cámara donde se cumplía el misterio."


Los pazos de Ulloa (8) 
Emilia Pardo Bazán 

Como ya hemos señalado antes, la novela está narrada en tercera persona. La autora utiliza los ojos sorprendidos y primaverales del cura Julián para usarlos de voz narradora. Los ojos funcionan de filtro de esa voz que narra lo que acontece delante de ellos. El capítulo dieciséis se alza como una buena muestra de este planteamiento a menudo repetido a lo largo de la obra. En él se nos cuenta la parte final del embarazo de Nucha, los preparativos - nerviosos para unos, rutinarios para otros,- de la inminente llegada del infante Moscoso, un nuevo personaje que ve la luz entre los dolores de la madre primeriza y que viene a modificar los comportamientos de los protagonistas y la rutina en los Pazos de Ulloa en la segunda parte de la novela. Doña Emilia dispone que sigamos las largas horas previas de incertidumbre y expectación únicamente a través de la visión del cura Julián, nerviosos y en la sala de espera. Aquí hay una jugada maestra, sumamente original a mi humilde parecer, desde el punto de vista narrativo. 

En efecto, cuanto más cerca está el sucesor de los Moscoso de este mundo, más prisa se da la madre en tejer ropas en miniatura para el primogénito. El embarazo le sienta bien, el aumento de volumen no es desmesurado, le rellena los ángulos y planicies, le pone un tipo de curva suave, mejillas sonrosadas que denotan salud y un timbre de voz más grave. Su natural aumento de volumen semeja al misterio de la virginidad de la virgen. La dulce pesadez representada con gracia en los cuadros de la visitación de la Virgen María. 

Hay que reconocer que durante el tramo final del embarazo el comportamiento del marqués cambia a mejor, la acompaña en los paseítos higiénicos, le regala ramos de las flores silvestres más aparentes, hasta deja de cazar porque a Nucha le sobresaltan los disparos. Parece que la dura corteza se resquebraja y que por las grietas aparecen florecillas parásitas, fiel reflejo de la blandura y paternidad consciente. Que ahora le alejan de las alegres muchachadas del pasado. 




"Sentía Julián cosquilleo y agujetas en los muslos, frío en los huesos y pesadez en la cabeza."


Una tarde de octubre al anochecer en la que Julián anda engolfado en lecturas propias del clero, Pedro lo saca de su ensimismamiento. Le dice que Nucha se ha puesto de parto. Ya ha dispuesto que Primitivo vaya a por el médico. Uno de aquellos médicos rurales sabios, que lo mismo te miraban por rayos que sacaban e interpretaban una radiografía, asistían un parto, hacían una analítica o montaban a caballo para atender un paciente en mitad del monte. 

Paralelamente, Julián se siente un tanto inútil por no poder ayudar. Ni siquiera le está permitido el acceso a la cámara donde se desvela el misterio del nacimiento. Territorio sagrado, reservado a las mujeres, al esposo y al médico. Lo único que le queda es rezar. Para ello recurre al altarcito que monta con estampas de la virgen y santos benefactores, allí ora de rodillas pidiendo protección al cielo. 

El marqués lamenta la falta de fortaleza, la debilidad de las “mujeres de los pueblos.” (Yo también creo,  como dice Pedro Ojeda,  que va con segundas esta denominación de origen) Añora la rotundidad física de Rita. Pasan lentas las horas de la noche. De fuera llega el bramido de protesta del viento al deslizarse entre los árboles. En la oscuridad se siente el sollozo hondo del agua al caer por la represa del molino cercano. Julián se queda adormecido. Despierta al amanecer con la llegada del médico de Cebre, vestido para la noche fría y sonido metálico de las espuelas que le dan un ambiente bélico a su aparición en escena. Rápidamente toma el mando de las operaciones en la casa. Recomienda paciencia y barajar; la cosa va para largo, la señora es primeriza. Don Máximo es un fanático de la higiene, predica limpieza. La manía de la higiene le viene de la lectura de librotes modernos. No está exento de vicios: le tiran las faldas y el ron, que no le impiden tomarse su profesión en serio. Recomienda al padre que vaya buscando nodriza para la criatura, la debilidad de la señora no da para más. Dicho y hecho, el marqués desaparece de las maniobras del parto, no vuelve a aparecer hasta la noche de la mano de una mocetona recién parida, grande como un castillo. 

El día transcurre lento entre subidas a la cámara de partos y conversaciones de política local entre don Máximo y Julián. Al capellán le parece “que las cadenas de dolor que llegaban a la pobre virgencita […] se rompían de golpe, dejándola libre, gozosa y radiante, con la más feliz maternidad.” 




"La melosa ternura y sensualidad de sus ojos azules, parecían contrastar con la situación, con la mujer que sufría feroces tormentos."

A Julián se le caen las alas del corazón cuando ve que la parturienta sigue en su ser. Mientras arriba en la sala de partos una mujer se debate entre la vida y la muerte, abajo no hay guapo que cambie las cosas de las bajas pasiones: la cabra tira al monte. Sabel aparece más fresca y apetecible que nunca. Hacía mucho que el señor no la veía de cerca. 

A media noche el sueño se apodera de todos los expectantes. Doña Emilia pliega también la persiana porque Julián se retira a su habitación. Lucha por no rendirse al sueño. Se aplica toallas húmedas sobre las sienes, se clava las uñas en el dorso de las manos y reza. Recuerda el pasaje bíblico de Moisés orando con los brazos en cruz. Así debió permanecer, medio en éxtasis, arrobado por la oración hasta el alba en que dos palabras de Primitivo: “Una niña,” resuenan en su cerebro como los clarines del miedo. Un mazazo en el cráneo y se desmaya, se desploma en el suelo como una pelota. 

Máximo Juncal se lava las manos en la palangana como Pilatos. Menudo panorama deja en el pazo con la nueva criatura. El padre, ceñudo, hosco y tremendamente contrariado por la decepción del angelito hembra; la madre, debilitada hasta el extremo por el esfuerzo y el cura, por tierra. “¡Qué poquito estuche!” Inhábil para echarse al monte y coger el trabuco y unirse “a las partidas con que anda soñando el jabalí del abad de Boán.”


la batalla diaria entre dos cuerpos, 
mi habitación con su cartel de toros, 
el llanto en las esquinas del olvido, 
la ceniza que queda, los despojos, 
el hijo que jamás hemos tenido, 
el tiempo del dolor, los agujeros, 
el gato que maullaba en el tejado, 
el pasado ladrando como un perro, 
el exilio, la dicha, los retratos, 
la lluvia, el desamparo, los discursos, 
los papeles que nunca nos unieron, 
la redención que busco entre tus muslos,
Joaquín Sabina




El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


domingo, 17 de enero de 2016

Los Pazos de Ulloa (7) Emilia Pardo Bazán. Rencores pequeños




"La nueva esposa mostraba afición suma a recorrer la casa, a informarse de todo, a escudriñar los sitios más recónditos y trasconejados."

Los Pazos de Ulloa (7) 
Emilia Pardo Bazán 

De lo primero que hablan Julián y el Marqués es de Sabel. El caso es que el capellán la ha visto con el gaitero, sabe que le ha pedido los papeles para casarse al abad de Naya, pero todavía ni se ha casado ni tiene artes de quererse marchar. Pedro lo tilda de papanatas, de ser un infeliz. Aquí el que decide de siempre es Primitivo que lo ha engañado como a un chino. Y está claro que ahora no quiere bajo ningún concepto que su hija se vaya de la casa. Su poder ha aumentado desde que se ha metido en política. Consigue adeptos para la causa entre las gentes de la comarca. Les hace de banquero y así consigue sus voluntades. Incluso la borrica que la jueza le dejó en Cebre para Nucha embarazada, la consiguió por mediación de Primitivo

Julián no le había dado la enhorabuena a don Pedro por el embarazo de su mujer, ni siquiera había reparado en “que a ella pudieran ocurrirle los mismos percances fisiológicos que a las demás hembras del mundo.” Tal era la veneración que le tenía. El ideal de esposa bíblica, poético ejemplar de mujer fuerte. El se siente orgulloso de su contribución al matrimonio cristiano con la fusión de fines espirituales y materiales. Tuerce el gesto siempre que observa actitudes impropias del honesto trato conyugal. Siente en su interior que Nucha es un modelo de la perfecta casada, merecedora de un estado “más meritorio todavía, más parecido al de los ángeles, en que la mujer conserva como preciado tesoro su virginal limpieza,” querencia a la vida monástica, pues si es buena mujer para un hombre, mejor lo será para Cristo, dejando así intacta su inocencia corporal que es lo que Julián tanto desea, alejada de los peligros de la carne. 

Paralelamente, a la nueva cocinera le hacen la vida imposible, ésta empieza a poner pegas, que si la leña está verde, que si el humo, que si todo. Total, que se va. Inmediatemente después sucede la vuelta a los orígenes, el viejo régimen en la cocina. Sabel coge la sartén por el mango, pero ahora más discretamente. Perucho, evaporado, hace su vida en los numerosos cuchitriles de los pazos: desvanes, bodegas, lagares, hórreos, perreras, cochineras, herberas… que la nueva ama inspecciona de vez en cuando, atraída por tanto sitio recóndito y misterioso para un alma cándida educada en la comodidad de las ciudades. 






"No se conocía en todo el contorno, ni acaso en toda la provincia, casa infanzona ni más linajuda ni más vieja"


 Nucha observa que las gallinas no ponen huevos ni para una tortilla, a pesar de los frecuentes himnos triunfantes de la gallina fecunda al liberarse del huevo y los cloqueos de las hueras. Un día pilla a Perucho que anda tras ellas, no deja parar los huevos. Conocedor de todos los niales, echa mano de los huevos nada más salidos de las gallinas. Confiesa que después los vende a las mujeres a dos cuartos la docena. Nucha siente compasión por el muchacho como antes lo tuvo el cura Julián. Se propone enderezarlo ahora que todavía se puede, ahora que aún es una vara renueva. A Julián le preocupa que ella descubra el pastel de la paternidad de Perucho

Los recién casados se dedican a visitar a los aristócratas del vecindario. Van en cuadrilla, tantos animales como personas. Ante todo paridad. Además de la pareja, los acompaña Julián y su mula junto a dos mozos vestidos de domingo que les hacen de espolistas, las caballerías y algún perro de los favoritos. La jerarquía también es importante. 

Comienzan la tanda de visitas por el juez de Cebre, un poco azarado colocando y dando sitio a tanta multitud acompañada de requilorios y ofrecimientos de casa. La señora, que no termina de embutir su humanidad en el corsé y de ponerse un almacén de quincalla encima, llega cuando casi se van. Ese mismo día se acercan a Loiro a visitar al Arcipreste y a su hermana. Para llegar a Loiro tienen que adentrarse bastante en la montaña, pasar por despeñaderos y precipicios peligrosos. Las tierras feraces anexas a la casa rectoral, cultivadas un día, hoy presentan un estado lamentable de abandono como consecuencia de la Desamortización de Mendizábal. Algún día alguien tendrá que estudiar por qué en todos los sitios que visitas le echan las culpas del deterioro de numerosos monumentos singulares a este señor que debió ser ministro. Los habitantes del caserón son personas mayores y de enorme arquitectura. La sordera de la pareja provoca un quid pro quo divertido. Hacen pasar dentro quieras o no quieras, confirmando así la tradicional hospitalidad campesina. 







"Sintieron la impresión del frío subterráneo de una ancha cripta abovedada."

Al día siguiente salen tempranito. A pesar de que las tardes de verano son largas, necesitan el día entero para cumplir con el programa. Una mocetona, cargada con un haz de hierba más grande que ella, les informa de que las señoritas de Molende no están en casa, se han ido a la feria de Villamorta. Mejor, así tienen más tiempo para dedicarle a los habitantes del Pazo de Limioso. Aquí la autora nos deja de nuevo otra prueba más del genio de su pluma, ahora siguiendo la mejor tradición de los más aventajados escritores del Siglo de Oro. La descripción de Ramoncito Limioso y la prima, sus posesiones en decadencia y destartaladas, “acérrimo tradicionalista,” hidalgo antiguo. 

Merece la pena leer en el par de páginas finales del capítulo quince, la desgraciada postración y miseria que estas casas de enraizado linaje escondían. Un padre paralítico invisible desde fuera, encamado de por vida, un mito, una leyenda de la montaña. Dos tías, vestidas siempre de luto, secaronas y fibrosas como la piel reseca de un pandero y dedicadas a hilar todas las horas del día. Al salir del Pazo de Limioso, “callaron todo el camino porque les oprimía la tristeza inexplicable de las cosas que se van.” Justo a la mitad de la novela.


Un día 
los enanos se rebelarán 
contra Gulliver. 
Todos los hombres de corazón diminuto 
armados con palos y con hoces 
asaltarán al único gigante 
con sus pequeños rencores, con su bilis, 
con su rabia de enanos afeitados y miopes.
Joaquín Sabina





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



miércoles, 13 de enero de 2016

Los Pazos de Ulloa (6) Emilia Pardo Bazán. Clon salvaje.





"No se acostumbraba a la metrópolis arzobispal. Ahogábanle las altas tapias verdosas."


Los pazos de Ulloa (6) 
Emilia Pardo Bazán 

Quedaban aún migajas de pan de la boda sobre la mesa y Pedro ordena a Julián que se adelante y que ponga un poco de orden en los pazos, algo de civilización en aquella madriguera silvestre, naturaleza intacta del “triste país de lobos.” Le advierte de que ponga los cinco sentidos en alerta a la hora de tratar con Primitivo. Para todo lo demás lo enviste de plenos poderes y autoridad para hacer y deshacer en los pazos. 

Por el camino se encuentra con un Primitivo amable, sumiso y respetuoso que juega a favor de obra para allanar el camino que lleva a la confianza entre los dos. Al pasar por el crucero,  da gracias por la ayuda y el cambio que ha llegado a los pazos. Del vicio hemos pasado a la virtud, del escandaloso amancebamiento al matrimonio cristiano. Da gracias por haber sido el elegido, el agente del cambio. 

Los recibe una jauría de perros de caza. Los perros primero. Primitivo los saluda y acaricia con su mano enjuta. A Perucho nada, un soplamocos y a vivir. La cocina presenta otro aspecto sin la caterva de mujeres y mozas; allí ya sólo reina Sabel, gobernadora entre pucheros. Todo limpio como la patena y bien ordenado; Primitivo, suave como un guante, dándole novedades detalladas del transcurrir cotidiano durante la ausencia. Alguien se le ha adelantado, alguien ha hecho el trabajo por él. Sabel sirve diligente y humilde. Hasta el más ingenuo sospecha que aquí hay gato encerrado. La mansedumbre del inmutable hombre de bronce que incluso entiende y aprueba que los señoritos traigan su propia cocinera resulta sospechosa: “En la vila guísase de otro modo… Los señores tienen la boca acostumbrada.” Como las caballerías. A Sabel la tiene también colocada con el gaitero de Naya, el mozo gallardo que la corteja. 




"No se habituaba a contarse como número par en un pueblo habiendo estado siempre de nones en su residencia feudal."


Únicamente la administración se le va de las manos. El poder de Primitivo en este campo esencial traspasa los límites del pazo como el cuchillo penetra en la blandura de la mantequilla tierna. Nada se mueve en cuatro leguas a la redonda sin que el mayordomo intervenga. Ni una mala palabra, ni una buena acción, justo como los políticos. A Julián no le queda más remedio que transigir, el aparente triunfo sobre la mala hembra le compensa de sobra. El caso es que tampoco acaba de casarse ni de irse. 

Fuera de la huronera las aguas andan revueltas. El cura de Naya le pone al corriente de que los alborotadores han echado a la reina, el ejército se suma a la revolución. 

Los intentos del Señor De la Lage por civilizar al Marqués son vanos. Cuanto más trata de descortezarle y que se adapte a la vida urbana, más deseos de sacudirse el yugo le surgen y más se radicaliza en su postura de vida agreste en los pazos. Le incomodan las altas tapias mohosas y los edificios lóbregos como calabozos húmedos. El suegro, las comidas, las personas formales, las normas de urbanidad a la mesa y las partidas en el casino le producen hastío. Se ahoga en la lluvia persistente de Santiago. La atmósfera intelectual de Compostela le sofoca. Anhela el desarreglo de los pazos, allí no sufre la nivelación social de la vida urbana donde no es más que el marido de Nucha Pardo a secas, sin título que lo distinga. Solo encuentra alguna compensación a tanta desazón en los desatinos amorosos de Carmen, el descaro de la chiquilla inquieta, siempre asomada a la ventana como un pájaro posado en el alambre. La oveja negra de la familia perfecta. Que rabie el suegro y comprenda que no basta con “tener sillas de damasco y alfombras para evitar el escándalo.” 

La política avinagra las discusiones. La huida del ministro González Bravo (Gustavo Adolfo Bécquer con él) y de la reina Isabel II a París cuando la Gloriosa es tema de abundante conversación. El Marqués apoya a los revolucionarios aunque solo sea por llevarle la contraria al suegro, porque a juicio del Señor De la Lage no tiene criterio en asuntos de política. 





"Acurrucada en el rincón del incómodo vehículo, se llevaba a menudo el pañuelo a los ojos"


Una mañana fría, fría del mes de marzo cogen la diligencia rumbo a Cebre. “¡Ya verás, ya verás! Allí es uno alguien y supone algo.” Le anuncia Pedro a su mujer. Le cambia el semblante a la par que se acercan a sus dominios. Aumenta la locuacidad a medida que va reconociendo los árboles, las matas de aliagas, piedras y peñas a cada revuelta del camino. En Cebre los están esperando Primitivo y Julián con dos caballerías; la yegua castaña para él y la mula para ella. 

Nucha le cuenta que no puede montar tan alta porque está embarazada. Pedro remueve Roma con Santiago hasta que logra traerle una buena borrica de confianza media hora más tarde. Hay momentos de alegría ante la inminente llegada del primogénito.


"Me dice el corazón 
que no soy de este planeta, 
que caí de algún cometa 
fuera de circulación, 
O acaso sea un clon 
de algo así como un salvaje 
que articula algún lenguaje 
de una extraña dimensión." 
Luis Eduardo Aute/ Miguel Poveda






El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


sábado, 9 de enero de 2016

Los Pazos de Ulloa (5) Emilia Pardo Bazán. Rara belleza.







¡Simbolismo! ¡Jerigonza! El pórtico no era para tanto. 

Los Pazos de Ulloa (5) 
Emilia Pardo Bazán 

Las primas le enseñan Santiago al Marqués, le hacen de cicerone. Venido de la amplitud del campo, la ciudad le parece vieja y mohosa. Puestos a elegir, para humedades ya tiene las de los pazos. No valora el arte ni las cosas antiguas. Valga que la Plaza del Obradorio sea ancha; pero no comprende la alta consideración de la Gloria. Se le escapa de las entendederas el simbolismo de las figuras de piedra esculpidas en la catedral. Para monumento, prefiere a su prima Rita

Las primas son cuatro y todas ellas distintas. Observa que a Manolita la rodean a menudo enjambres de moscones zumbones. A Carmen la sigue un estudiante melenudo. Sus ojos brillan cuando se cruzan con los del encontradizo por los portales del Villar o la frondosidad de la Alameda. Nucha no debe tener ningún adorador y Rita responde con ojeadas vivas y flecheras a las miradas y requiebros de sus admiradores. Para Pedro es el prototipo de una mujer de bandera. Pero tiene un defecto: es una mujer “que toma varas”; vamos, que se deja querer. Y él no está dispuesto a que le den gato por liebre de buenas a primeras. 

Pide consejo a Julián sobre las primas. Sobre todo le interesan Rita y Nucha porque las otras ya tienen quien las quiera. Está enorme en estos párrafos la autora reflejando el peso que los prejuicios y la hipocresía tienen en la sociedad compostelana (fácil resulta la extrapolación a otras sociedades). La importancia del sentido de pertenencia a un grupo y no a otro, la etiqueta de la tribu. Lo de aquí, los nuestros. Aquello que todo el mundo sabe, pero de lo que nadie habla por conveniencia. 

Julián siente predilección por Nucha, siempre la llama Marcelina por el respeto religioso que le inspira. Piensa que llamarla con el diminutivo significa profanar una flor o entreabrir un capullo de pureza virginal. Un sacrilegio abominable. 







"Pareciéronle, y con razón, estrechas, torcidas y mal empedradas las calles"



Rita provoca en el Marqués una mezcla de atracción física salvaje y desconfianza. Ese recelo que la desenvoltura de las hembras de ciudad produce en el campesino, esas mujeres que se esponjan a toda clase de halagos masculinos y que los de la aldea asimilan con depravación. No le importa que en su huronera Primitivo le domine o Sabel le venda con el gaitero, pero no tolera que ninguna de sus primas le toreen en la ciudad: “La hembra destinada a llevar el nombre esclarecido de Moscoso y a perpetuarlo legítimamente había de ser limpia como un espejo.” 

Don Pedro entiende el matrimonio a la manera de Calderón, manera española neta: severa con la mujer, indulgente con el varón. Rita ya tiene bastante con sus enredillos comentados en el casino donde se cortan trajes a medida de las veinte o treinta familias de viso de Santiago. El Marqués se ve influenciado por la fama de coqueta que la hermana mayor arrastra. 

Lleva el Marqués un mes en la ciudad y el señor De la Lage ya se empieza a impacientar sobre el huésped de larga estancia: ¿No le pedirá de una vez la mano de Rita? La situación de Pedro en la casa es tácitamente de novio aceptado. 

El desván de la casa tiene techo bajo. El Marqués tiene que caminar medio a gatas para no darse coscorrones contra el techo. Las chicas quieren torearle un día allí arriba en los altos de la casa, todo lleno de cachivaches arrumbados contra la pared. El desván contiene una potencial magnífica exposición de usos y costumbres de la nobleza gallega durante los últimos doscientos años. Medio en penumbra Rita le pone al toro el sombrero de tres picos, banderillas negras. Los trastos los maneja Manolita que se escabulle en cuanto puede. A Rita la pilla en una revuelta y le da un beso detrás de la oreja, ella se crece en el castigo y lo sigue citando. Persigue a Nucha hasta la habitación sin saberlo. Pedro oye que alguien se esconde en el sagrado de su habitación, para entonces ya no está en respetar cotos cerrados ni sagrados. Quien lo busca, lo encuentra. A la que encuentra es a Nucha que se resiste con todas sus fuerzas al abrazo desmesurado del Marqués que pide perdón por la violación del espacio sagrado de una dama. Ella se lo concede a condición de no volver a las andadas y bajo la amenaza de contárselo a su padre. 

El Marqués lo comenta con Julián después de unos días de tregua en los que hace más indagaciones sobre la familia en los conciliábulos del casino. Se presenta al señor De la Lage para informarle de que su elegida es Nucha. Aquello sentó como un escopetazo. 

El padre ya se había hecho a la idea de colocar primero a la mayor y las otras ya irían cayendo como fichas de dominó. Pero Nucha, no, a ella la quiere a su lado para gobernar la casa y acompañar a Gabriel como manda la costumbre y conviene al mayorazgo. Además de eso, a ella no le hace falta, cuenta con la herencia de la tía de Orense que vive como una rata en un agujero, ahorrando y ahorrando. 




"¡Piedras mohosas! Ya le bastaban las de los pazos." 


La elección inesperada de Nucha levanta una gran marejada en la casa. Durante la quincena siguiente tienen lugar una sucesión de entrevistas, cuchicheos, madrugones, lloreras a escondidas, trastornos en las horas sagradas de las comidas, cotilleos, vigilancias de Dueña Rodríguez, acusaciones de ventaneo, en fin, toda suerte de menudencias que se emparejan a un grave suceso doméstico. La marcha de Rita a Orense con su tía y de Pedro a una pensión provocan todo tipo de comentarios exteriores y rompen la rutina cotidiana de la casa. 

La boda se celebra un día de finales de agosto al atardecer, tan pronto como llega la licencia pontificia. La novia se casa de negro en una parroquia solitaria, medio a escondidas, sólo para la familia más allegada y amigos íntimos. Los amigos hablan bajito, compungidos como en un duelo. Boda fúnebre de negros augurios. La última comida de un condenado a muerte. Qué bien señala la autora que aquello va a terminar mal, cuando apenas ha comenzado. El ruido de las pisadas del recién casado y el crujir de las botas amenazadoras del Marqués son heraldos negros de un futuro incierto. Cuando el padre la deja en la habitación del tálamo nupcial, ella tiembla como la hoja de un árbol, lista para el sacrificio.


Me pongo a pintarte 
y no lo consigo 
después de estudiarte lentamente 
 termino pensando 
que faltan sobre mi paleta 
colores intensos que reflejen tu rara belleza.
Cánovas, Rodrigo,Adolfo y Guzmán







El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



martes, 5 de enero de 2016

Los Pazos de Ulloa (4) Emilia Pardo Bazán. Se marchitará tu flor.






"En suma: pocos encantos físicos,  al menos para los que se pagan de la cantidad y la morbidez de esta nuestra envoltura de barro"


Los Pazos de Ulloa (4) 
Emilia Pardo Bazán 

Julián se siente superado por los acontecimientos. “Dios sobre todo”,  murmura una vez de vuelta en la casona, abrumado por un mar de dudas, la tesitura que tiene encima. Su dilema es que tiene que decidir entre volverse con su madre o seguir en los pazos y así cumplir con su deber sacerdotal que le convoca a no tirar la toalla. Al llegar a casa es testigo de una escena de violencia doméstica y de género que hoy llegaría al facebook de la gente, consecuencia de celos feroces. Sabel tendida en el suelo bajo los culatazos del marqués, aullando como un perro herido. Perucho, descalabrado, llora en un rincón. 

Aquella visión del infierno en la tierra le convence de que debe irse. Cobra ánimos para decírselo al maltratador. La charla posterior, envueltos en el silencio del huerto y de los árboles, es la confesión sin arrepentimiento del marqués, excusando su abominable comportamiento en su condición de hombre, el acoso de los celos y la existencia de un ejército de parásitos a su alrededor que lo saquean, le comen vivo y le beben el vino. Encima sus tierras les mantiene las vacas y las gallinas. Los bueyes están holgones porque no hay quien trabaje con ellos. Las tierras de labor se dan en renta que nunca se cobra. Todo lo maneja Primitivo que no sabe leer ni escribir, pero es listo como una centella parida por los montes. Él mismo se considera esclavo de la tierra y la montaña. Además tiene que soportar que sus posesiones lo aborrezcan y Sabel baile con otros en su presencia.¡Qué bien si ella baila sola! 

Julián le propone que salga de esas montañas fieras, que busque una mujer para ordenar su vida “porque es mejor casarse que abrasarse en concupiscencias.” Un ruido apagado, un leve rumor inquieto como de reptiles arrastrándose por el suelo interrumpe la conversación. Primitivo ha escuchado el diálogo, escondido como un zorro. 

La aparición repentina de don Pedro,  revestido con la ropa de los domingos saca a Julián de su ensimismamiento. Julián piensa salir al camino e irse andando a Cebre para allí coger la diligencia a Santiago. Es el diablo encarnado en Sabel quien lo expulsa de aquel paraíso que parece un infierno. El Marqués le mete prisa para que se prepare, se van los dos a Cebre. Primitivo le participa que no hay caballerías listas; la yegua está descalza y alguien le ha dado dos puñaladas traperas a la burra. Al Marqués le entran ganas de poner a cuatro patas a toda la piara de inútiles que le rodea para que los lleven a cuestas, pero Primitivo, que lo es y mucho, además no puede acompañarlos porque acaban de llegar los leñadores para hacer el raleo en Rendas y no se desenvuelven si él no está presente.






"La cruz negreaba ya sobre ellos, y Julián se puso a rezar el padrenuestro acostumbrado"

Vámonos, vámonos antes de que llueva, apremia el Marqués, el cielo está cárdeno y amenaza lluvia. Al llegar al crucero, se oye el golpeo de las hachas y los ¡hams! como jadeos lejanos de los leñadores que rompen el silencio del bosque. Don Pedro descubre el brillo metálico de una escopeta que apunta a la espalda de Julián a través de la espesura. También él encara la escopeta, fue un instante, un espacio de tiempo inapreciable, si alguien aprieta el gatillo, las balas se cruzan: “Estaban frente a frente dos adversarios dignos de medir sus fuerzas.” El semblante de bronce de fundición de Primitivo sale de entre el follaje. Ha cambiado de opinión, ahora los acompaña a Cebre, acaso salga algo que tumbar en el camino. 

Además de la lluvia de todos los días algo ocurre en la casa de Santiago que revoluciona la quietud de la familia. Siempre que suena la campana de la puerta principal son los criados los encargados de abrir. Don Pedro se presenta a primera hora de la mañana a la puerta de los De la Lage y llama. Las cuatro hermanas en tropel y en edad de merecer, desgreñadas en bata y con chinelas,  salen a abrir. Nadie viene de cumplido tan temprano. Al ver al mozo apuesto, elegante como un pincel,  les dan impulsos de echar a correr, sólo la tercera le reconoce. Aparece el padre al revuelo, grandote como un oso, humanidad que se desborda, pies esparramados como lanchas. Arquitectura propia de la época feudal, venida a menos por el sedentarismo de los pueblos. El padre obliga a las chicas a dejar los remilgos y saludar al primo como se merece. La tercera, ruborizada, se esconde tras las cortinas. La empuja el padre y recibe un apretón en regla y un frote de barbas.






"¿Y tú no has ido a la catedral todavía?"

Don Manuel de la Lage es un hidalgo de cepa vieja, educado con rigidez, tiene a sus hijas encastilladas y aisladas. No tiene prisa en casarlas con cualquiera. Espera con paciencia la aparicion del “tronco en el que injertar dignamente los retoños de tan noble estirpe; pero antes se quedan para vestir imágenes que unirse con cualquiera.” 

Rita, la mayor, es la más rotunda de formas, el tronco perfecto donde injertar el heredero, la madre fecunda y nodriza perfecta para criar la prole. Como el labrador que en un terreno fértil ve la producción futura de cereal, sin reparar en las flores que lo adornan. 

Nucha, la tercera, es el patito feo de la familia con su leve estrabismo convergente, pocos encantos físicos. De momento es un enigma qué ve en ella el Marqués porque es a ella a quien elegirá para marchitarse juntos.



Si lo primero conviene, 
lo otro creo yo que no, 
linda prima, 
se marchitará tu flor. 
Me parece que su fasto 
no sirve de gran remedio 
porque es basto 
y te llenará de tedio. 
Mal negocio, 
linda prima,

Solera





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.