jueves, 26 de mayo de 2016

Los Pazos de Ulloa (13) Emilia Pardo Bazán. Capaz de matar.





"Su turbación crecía; el corazón le latía con sordo ruido."


Los Pazos de Ulloa (13) 
Emilia Pardo Bazán 

La derrota electoral afecta el estado de ánimo del marqués. Se queda como parado y desconfiado, más huraño. Nucha se recluye en su habitación, cada vez más esclava de la niña, cosida a ella noche y día. Julián la ve muy desmejorada. El médico, don Máximo Juncal, pronostica que lo suyo “puede ser grave.” Julián envidia a los médicos porque pueden sanar las heridas y enfermedades de la gente mientras que él se siente incapaz de hacer nada. Él se sabe la teoría de memoria, la ha aprendido en los libros sagrados. Muchas horas de meditación. Llevar la cruz. Cuantos más sufrimientos se pasen en la tierra, más méritos se ganan para el cielo y mayor es la posibilidad de que al final de la partida que no hay manera de ganar, la aflicción sea dulce: señal de que hallaste el paraíso en la breve excepción terrenal. A la hora de la verdad qué importa la vida un poco más alegre y tranquila llevada en el tránsito por el valle de lágrimas, mero paréntesis de la nada inmensa. El capellán experimenta una calma honda cuando piensa que el Calvario es la cumbre, la culminación del sufrimiento. Cada cual asume su carga como mejor puede. Así lo señala Kempis en sus reflexiones. 

Una mañana después de misa en la capilla recién remozada, Nucha confiesa a Julián que se siente sola, se quiere volver a la casa del padre, al refugio de Santiago porque tiene miedo en la casona. Todavía está fresco el olor a barniz y a flores silvestres. La luz caliente que se filtra a través de los visillos de tafetán color carmesí contribuyen a crear un marco de solemnidad tamizada al desahogo. Que nadie le pida paciencia y prudencia porque ya está harta de guardar calma. Ya ni le incomoda que una criada ocupe su lugar, pero que no le toquen a la niña. Por ella es capaz de matar. En su fuero interno presiente que estorba y que la quieren matar. La confesión de Nucha desesperada convence al capellán que la ayudará en la gran evasión. Un rapto en toda regla como el toro del mito mediterráneo y milenario raptó a Europa en las costas de Fenicia






"La poseía por derecho de conquista, ¡ese derecho que comprenden los mismos salvajes."

Llegados a este punto, casi al final de la novela, la escritora se hace un poco más cervantina, llama la atención del lector: “Al llegar aquí de la narración, es preciso acudir, para completarla, a las reminiscencias que grabaron para siempre en la imaginación del lindo rapazuelo, hijo de Sabel, los sucesos de la memorable mañana en que por última vez ayudó a misa al bonachón de don Julián (el cual, por más señas, solía darle dos cuartos una vez terminado el oficio divino).”Así, de esta manera tan directa, como si fuera un crítico que acabara de leer la novela, nos indica a los lectores que lo que sigue es importante. Para ello la autora escribe desde otros ojos, la narración se engrandece de asombro a través de la mirada de Perucho. Los hechos trágicos contados desde la perspectiva del niño, testigo directo y a la vez protagonista del desenlace dramático. 

Pero no acaba aquí la cosa de la excelencia de la autora según nuestro modesto parecer. Hay más. Es admirable su capacidad para compensar en un mismo capítulo la tragedia de la muerte alevosa de Primitivo, cazado a traición como una alimaña, tumbado de un trabucazo en un acto de auténtico terrorismo rural, con la descripción de la ternura de Perucho en la escena del hórreo arrullando al bebé. No se conforma doña Emilia con la narración a través de los ojos de Perucho, también usa a la niña pequeña de filtro narrador. La complicidad del infante y del bebé que abre la novela y las expectativas a una futura continuación. Magisterio narrativo. 

Un chivatazo es el desencadenante de la tragedia. Perucho actúa como un topo quintacolumnista en los Pazos de Ulloa. Movido por la promesa de dos cuartos de su abuelo si le decía cuándo se quedaban a solas Nucha y Julián, se presenta en el despacho de su abuelo, Primitivo, como un Judas delator, vendido por unas cuantas monedas. 




"Y entré por una porta y salí por otra, y, manda el rey que te lo cuente otra vez."


Perucho sigue al abuelo por el monte para encontrar al amo y contárselo a cambio de más monedas. De tanto correr sin tasa, a su paso se levanta la liebre de la cama, se espantan las pegas de los nidos, holla las flores del brezo antes de dar con el marqués. Cumplido el recado; lo prometido es deuda, desanda lo andado para cobrar del abuelo. Salta paredes, sube bancales de viñas viejas, avanza por senderos solo aptos para cabras y conejos. Acurrucado detrás de un paredón descubre la silueta amenazadora del Tuerto de Castrodorna mal encarado apretando un trabuco contra su cuerpo. Ve cómo lo apunta seguido de un vómito de fuego y muerte. Su abuelo se gira como una peonza antes de desplomarse sobre el suelo mordiendo la hierba y el barro del camino. Allí queda tumbado e inmóvil. 

El muchacho rueda bancales abajo, brinca las paredes de piedra, salva las tierras de millo, se mete de patas en los regatos, salta zanjas, se araña con las zarzas para volver a tiempo de ver cómo Julián se encara con el marqués furioso. Tan colérico como lo había visto antes contra su madre y él mismo en la cocina: “La misma cara, idéntico tono de voz.” Parecía que estaba a punto de “echar abajo los altares, a quemar tal vez la capilla.” Aquel día parecía que tocaba matanza general. El pensamiento de que al señorito se le ocurra por casualidad quitarle la vida a la “nené” le enciende. Se escurre de la capilla. Sube la escalera ascape. Se mete con sigilo en la habitación, toma la niña que duerme aprovechando que el ama también duerme. Con la cautela “de la gata que lleva a sus cachorros entre los dientes colgados de la piel del pescuezo,” la esconde en el hórreo. Sólo media docena de gallinas y unos gorriones son testigos de la operación. 

Allí le prepara la cama entre las mazorcas de maíz, la envuelve con mantilla y pañolón. Le cuenta cuentos hasta dormirla. La llegada del ama bramando como un animalazo iracundo rompe el hechizo, la magia furtiva del hórreo. Le arrebata la niña y le aplasta como una oblea. Perucho nunca olvidará el llanto desesperado por la pérdida de la niña.

Por ti contaría la arena del mar, 
 por ti yo sería capaz de matar, 
 y que si te miento me castigue Dios, 
 eso con las manos sobre el Evangelio te lo juro yo.
Rafael de León/MiguelPoveda



El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



3 comentarios:

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Qué bien planificado y escrito ese capítulo XXVIII.
Doña Emilia, por bien ganado con sus escritos, habría merecido un sillón en la Academia.
Tengo que hacer una entrada con un artículo suyo, publicado en prensa, que me encantó.

Un abrazo
P.D.: La canción que has escogido es perfecta. Y la interpretación de Poveda excepcional.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

El mundo y la infancia: dos líneas paralelas.
Excelente interpretación que culmina Poveda.

Abejita de la Vega dijo...

Perucho es el secuestrador más tierno del mundo literario.
Besos Pancho.