miércoles, 25 de enero de 2017

Novelas Ejemplares Rinconete y Cortadillo (1) Miguel de Cervantes. De tanto volar.






"Se fueron a ver la ciudad, y admiróles la grandeza y suntuosidad de su mayor iglesia"

Novelas Ejemplares 
 Rinconete y Cortadillo (1) 
Miguel de Cervantes 

Dos muchachos, mozos de pocos años, le buscan las vueltas al sol de justicia en la Venta del Molinillo, camino de Andalucía. Es verano y en lo alto, mandón, el sol manchego que hiere, que derrite la sesera al más pintado. Van “Descosidos, rotos y maltratados,” armados con media espada y cuchillo de cachas desgastadas y amarillentas. La gente no se echa al camino desarmada. Uno de ellos guarda unos naipes con las puntas desgastadas de tanto usarlas. Ambos curtidos por el sol, las uñas caireladas. ¡Qué palabra tan bonita y tan taurina! Qué bien suena esta asociación de nombre y adjetivo: uñas caireladas. La universalidad de las letras de Cervantes es tierra legendaria. ¿Para qué pedir permiso a nadie? Para que los apegados a lo suyo tomen nota de estas bombas reales, verdaderas explosiones de alegría de un alma sin fronteras en constante lucha y viaje por la creación literaria en libertad. A la mesa de trucos, un festín de libertad creadora y literaria. Lucha sin armas: pluma y papel. “Mi tierra, señor caballero, no la sé, ni para donde camino tampoco.” Palabras del adolescente venido del mar que expresa el orgullo de pertenencia a nada, de límite el cielo, nubes por frontera, ayuno de sentido de posesión ¿No es limitarse vivir atado al suelo sacrosanto? 

El chico se ha echado al camino a buscarse la vida en vista de que su padre no lo reconoce en casa y la madrasta lo “trata como alnado” (hijastro). Sin padre, ni madre, ni perrito que le ladre en casa y deseoso de acabar con la incertidumbre y mala vida que conlleva la miseria del camino sus aspiraciones están en encontrar un amo a quien servir. La extremada juventud de ambos no les ha permitido oficio ni beneficio. El que parece más pequeño algo sabe de sastre y cortar polainas. Poco más, si acaso, los rudimentos del oficio del padre. El mayor quiere sellar la amistad que el misterio de la suerte ha puesto en bandeja en este encuentro. Para lograrlo, nada mejor que abrir el corazón al compañero. De lo que más sabe es de expender bulas, oficio aprendido de su padre bulero, Pedro Rincón. La aspiración de gozar de las comodidades que en Madrid, villa y corte, se ofrecen de ordinario, le empujan a meter la mano en la caja de la oficina expendedora de bulas. Lo pillan con las manos en la masa y lo condenan a mosqueo de espalda y destierro de cuatro años de la corte. Sin tiempo siquiera de hacer la maleta ni buscar montura, sale a cumplir el destierro, los naipes desgastados le han servido para no morir de hambre, para ganarse la vida por ventas y mesones desde Madrid. 

Algo parecido le pasa a Cortadillo, nacido en alguna aldea entre Salamanca y Medina. También tiene que emprender la huida cuando ya al Corregidor de Toledo le habían llegado noticias de la habilidad de sus dedos para llegar al fondo de las faldriqueras ajenas. 



"A Rinconete el Bueno y a Cortadillo se les da por distrito hasta el domingo desde la torre del Oro, por defuera de la ciudad hasta el postigo del Alcázar"

Para sellar la amistad recién nacida se juran fidelidad perpetua. Lo celebran con doce reales y veintidós maravedíes que le ganan a las veintiuna en menos de media hora a un arriero grandón, pagano de los pícaros. Se unen a una tropa de jinetes camino de Sevilla, ciudad a la que llegan a la hora de la oración. Se asombran de la abundancia de la gran ciudad. Allí corre un Guadalquivir de dinero y ellos sin saberlo habitan la tentación y frecuentan gentes de mal vivir. “Admiróles la grandeza y suntuosidad de su mayor iglesia y el gran concurso de gente al río.” Se sienten empequeñecidos por la rotunda solemnidad de la Giralda y la belleza sin par del monumento de origen musulmán. La visión de seis galeras atracadas en el río les llena el cuerpo de temor por si sus huesos y sus días van a parar de por vida al banco de castigo. 

Observan a unos muchachos que van y vienen cargados con esportillas. Uno de ellos, asturiano de procedencia, les cuenta que es trabajo descansado. Ganan cinco o seis reales al día que les da para comer, siempre mejor que malvivir de un amo a quien pagarle fianzas. 




"Era un tiempo de cargazón de flota y había en él seis galeras"


En dos horas se hacen con los útiles de trabajo: sendos talegos para el pan y tres esportillas de palma para la fruta, la carne y el pescado. En su interior albergan la turbia intención de usar el oficio de tapadera; les permitirá entrar en las casas como un caballo de Troya y desvalijarlas de tapadillo por dentro. 

El primer día ya estrenan el oficio. Rincón gana tres cuartos haciendo portes de comida a pie. Repartidor de Telepizza sin moto. Un soldado enamorado lo contrata para llevar la comida de un banquete que quiere dar a unas amigas de su dama. Cortado gana dos cuartos y una bolsita con quince escudos de oro bendito dentro que afana a un estudiante. El dinero es sagrado por proceder de una capellanía. Regresan al punto de partida rápidos como el rayo para no perder la vez en la cola del reparto. El estudiante estafado aparece trasudado y turbado de muerte, por su rostro corre el sudor como por una alquitara. Pregunta por la bolsa. Cortado completa su obra maestra: le sigue hasta Las Gradas y le roba un pañuelo bordado. Le pide un poco de tiempo para averiguar, le da esperanzas de recuperar la bolsa robada porque cree saber quién es el autor del hurto. Otro mozo de los de la esportilla, aún en el año de noviciado, se dirige a ellos en prosa suburbial, una germanía que ellos no entienden: “¿voacedes son de mala entrada, o no?[…] -¿Qué no entrevan, señores murcios?” Les quiere decir que anden con tiento, que no se les conoce por casa de Monipodio, el todopoderoso de los bajos fondos sevillanos

Les guía a su casa y en el camino les pone al corriente de las costumbres. De lo robado, algo va para el aceite de una imagen devota, algo ayudará y aliviará el castigo cuando caigan en manos del verdugo. Rezar el rosario sin agobios,  por partes, repartido en toda la semana. No robar los viernes, ni hablar con mujeres que se llamen María los sábados. El producto de lo robado se divide en muchas partes, por lo tanto no conjugan el verbo restituir si vienen mal dadas. Ancha es Castilla. Pasaba lo mismo que ahora, nadie devuelve nada, ni comisiones, ni sobresueldos, ni las becas aunque te pillen con las manos en la masa. Al fin y al cabo “¿No es peor ser hereje, o renegado, o matar a su padre y madre, o ser solomico?” (Sodomita en romance). 




"Otro día vendieron las camisas en el malbaratillo que se hace fuera de la puerta del Arenal"

La casa de Monipodio tiene mala apariencia por fuera,  pero esconde un patio limpio como la patena. El patio es aljamiado y parece verter carmín de lo más fino. Llegan a la hora de la audiencia. Acuden catorce personas, hampones de todo tipo y condición, lo mejor de cada casa. Reciben a Monipodio con profunda y larga reverencia. Monipodio aparenta unos cuarenta y tantos. Alto de cuerpo, de rostro moreno, los ojos hundidos, peludo, las manos cortas y pelosas, uñas hembras y remachadas. Parece “el más rustico y disforme del mundo.” 

“Por un morenico de color verde 
 ¿Cuál es la fogosa que no se pierde?” 
Así le canta la Gananciosa la seguidilla a los ojos fríos de color verde aceituna. Monipodio, ungido con potestad para acristianar y nombrar, los bautiza Rinconete y Cortadillo, el diminutivo que los identifica de ahora en adelante y para los restos. 

Monipodio asiente con Rincón en que no es conveniente airear la patria ni la procedencia paterna por si las cosas se tuercen y un escribano anota: Fulano,  hijo de Zutano y vecino de tal parte, tal día le azotaron y colgaron. En el poder de su pluma está no poner pena al delito ni culpar a quien dé pena. Ni a los bienhechores como el procurador, el verdugo, el centinela que avisa y toda una trama que ahorra castigo. Todo hay que pagarlo, pagando misas por las ánimas de tanto sobrecogedor. Por todos ellos celebran aniversario anual, con la mayor pompa y silencio posible.
De tanto volar 
Sedienta de tanto vuelo 
En un charco de agua clara 
La alondra se bebe el cielo, ay, ay
Lole y Manuel



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Me gusta cómo se toma nota hasta de lo que no se debe tomar nota en esta novela. Qué ironía sobre la burocracia española del imperio.
Por cierto, qué bien ilustrada. Esto sí es patearse Sevilla de la mano de Cervantes.

La seña Carmen dijo...

Me sigue llamando mucho la atención cómo integra la música popular Cervantes en estas novelas.

Grandes Lole y Manuel.

Abejita de la Vega dijo...

La burocracia del Monipodio y la del Imperio, en ambas hay que pagar almojarifazgo. Y la corrupción campa a sus anchas en ambos, bien lo sabía Cervantes.
Un placer pasearme por Sevilla y por tu entrada. Con música y todo.
Besos