sábado, 1 de abril de 2017

A sangre y fuego. El tesoro de Briesca. Manuel Chaves Nogales. Apareció la luna.




"Apenas chocaban con la férrea disciplina y la técnica profesional del ejército sublevado perdían su fuerza imponente y se deshacían como la espuma."


A sangre y fuego 
Héroes, bestias y mártires de España. 
El tesoro de Briesca 
Manuel Chaves Nogales 

El relato está ambientado en el avance de las columnas africanas sobre Madrid durante los primeros meses de la guerra civil. El tema central de la historia es el interés que el gobierno republicano pone en la conservación del patrimonio cultural y artístico. Un ejemplo de las dificultades y falta de un plan que preservara de la destrucción y del saqueo la riqueza artística nacional. No solo eso, el relato supone, como ocurre en la colección de historias breves, una muestra más de la maestría del autor para adaptar el material narrativo extraído de los acontecimientos reales al argumento de la historia. En este caso la perfecta asimilación a la narración y al tema principal de conceptos bien trabajados como el heroísmo y la creación de un héroe, predicar con el ejemplo, la desventura, el sacrificio inútil, la incapacidad de la palabra cuando hablan las pistolas, el escrutinio de los libros y de las obras de arte, la hoguera purificadora que reduce a cenizas en un rato lo que se tarda generaciones en construir, el papel de los intelectuales en la guerra: “Soy un cochino sentimental, un lamentable artista, tan blando y tan incapaz para la revolución como todos los artistas y todos los intelectuales.” Confiesa el camarada Arnal. 

“Salve usted todo lo que buenamente pueda” le dicen en Madrid antes de presentarse en Briesca en un coche con escolta de milicianos armados. Arnal es un artista joven, de los mejores pintores jóvenes del momento. Las bombas de la artillería franquista castigan el pueblo desde unos altos cercanos. Esperan el ataque de las tropas de infantería para el día siguiente al amanecer. El cometido nunca es fácil porque los comités revolucionarios de los pueblos son celosos de sus riquezas, se oponen a que nada salga de los pueblos. En Briesca el comité revolucionario le ha ordenado a un hombre que se encargue del escrutinio de los bienes y que eche al fuego todo lo que huela a iglesia y religión. Llegan al acuerdo de que todo lo incautado que tenga valor inmediato,  se lo quedará el comité que se lo llevará si hay que escapar. Arnal junto a dos miembros del comité se hacen cargo de las riquezas artísticas entre las que hay dos lienzos del Greco. Todo lo demás que no tenga valor de mercado, a la hoguera, no vaya a ser que la revolución no salga y se los vuelvan a pasar por los hocicos. La nueva fe popular empieza con fuego purificador. Arnal propone que las cosas se conserven aunque no sea más que para los museos de ateísmo o algo, pero nada, todo a la hoguera. 

Se dan prisa en hacer la clasificación pues las bombas fascistas arrecian y es probable el ataque por la mañana. Arnal y los dos miembros del comité asignados cambian los fusiles por picos y palas y entierran con gran trabajo (siempre es más fácil disparar) los tres paquetes en lugar secreto. Bajo tierra con las primeras claras del día. Luego retoman las armas y marchan al frente a partirse la cara con los fascistas. Arnal recoge en una bolsa unos pequeños objetos religiosos desechados. Objetos humildes, imágenes talladas por los pastores y labradores, productos de la piedad popular: estampas, exvotos, rosarios rústicos tallados a navaja en la soledad del campo. 



"Veinte millones de seres pertenecientes a una raza vieja en la civilización se precipitaban a la barbarie de las edades primitivas."

"La cosa va mal.” Exclama un miliciano nervioso en la plaza del pueblo. Hay que mandar las camionetas a recoger heridos, pero las camionetas han huido, los jefes se baten en retirada en dirección a Madrid. Las tropas fascistas han roto el frente por varios sitios y muchos milicianos embolsados han entregado la cuchara. Arnal es testigo de cómo un comandante intenta detener la desbandada a tiros en la plaza del pueblo. Pero los desertores son más y más malotes, lo ajustician y huyen también. Ahora ya él es el único que sabe dónde está enterrado el tesoro de Briesca, ve cómo mueren los dos miembros del comité que le ayudaron a enterrarlo. Echa a andar carretera de Madrid adelante bajo las balas y la metralla de la aviación enemiga junto al “rosario de fugitivos que a veces quedaba cortado por las ráfagas de plomo, como cuando se corta de un pisotón la procesión de un hormiguero.” 

Madrid aún no es el frente en ese momento, continúa siendo la retaguardia que recibe oleadas de voluntarios de todos los pueblos y comarcas de la España republicana. Los voluntarios de las regiones ricas llegan marciales con sus flamantes uniformes recién estrenados como si fueran a una boda. Los que proceden de la pobreza y escasez matan el hambre en la milicia por primera vez en su vida. Las vanguardias fascistas compuestas por soldados profesionales penetran en las líneas fervorosas de revolución que se deshacen como la espuma de las olas que mueren en la playa. Muchos tiran los fusiles y se vuelven a su tierra, otros se vuelven a Madrid a llenar los tugurios y tabernas. Era difícil convertir aquel entusiasmo antifascista campesino y obrero en soldados capaces de derrotar la disciplina de las tropas franquistas en el frente. Definitivamente, aquella masa de campesinos y obreros entusiastas no sabía hacer la guerra a campo abierto. Mientras tanto en la retaguardia se crea una burocracia formidable a la que se apuntan los huidos del frente para ejercer el control revolucionario. Hasta se crea el Grupo gastronómico de la FAI. Formado por los “más bizarros y heroicos de sus milicianos.” Las tropas de Franco a las afueras de Madrid



"Se murió sin saber que su gesto no había sido tan estéril como creyó."

El camarada Arnal pertenece a una de estas organizaciones de la retaguardia que crecen como un cáncer maligno. Su cometido no es fácil, pero su interior abriga alguna esperanza. Siente fascinación por el respeto que muestran estos soldados astrosos, de hambre milenaria, hacia la riqueza artística que les rodea y que no saben interpretar. El destrozo en el patrimonio es mucho menor del esperado. La guerra civil era una mala prueba para el materialismo histórico. 

A veces se pregunta para qué intentar salvar algo si ninguno de los tesoros ha servido para ahorrar un solo crimen. Si muere el hombre, que mueran sus creaciones. Para crear el hombre nuevo es mejor destruirlo todo, partir de la nada, lo viejo está infectado de maldad primitiva. Por eso ni se inmuta cuando el cielo de Madrid se convierte en humo y cenizas. Ardiendo por los cuatro costados debido a los bombardeos de la aviación fascista que convierte en bengalas los lienzos de Velázquez y Goya que se guardan en el palacio de Liria alcanzado por las bombas, presuntamente ordenado por su propietario, el Duque de Alba. “Nada debía hurtarse ya a la cólera de los hombres.” El contribuirá a la destrucción, que se pudran en la tierra los dos cuadros del Greco enterrados. 


Ahora lo único importante es ganar la guerra y a ello quiere dedicarse. Dimite de su cargo y se ofrece como combatiente. Lo nombran comisario político. El primer día en el frente es testigo de la desbandada causada en la tropa por el impresionante aparato bélico fascista. Potencia de fuego combinado de artillería, carros, aviones y la aguerrida infantería. El instante en el que todo cambia, el climax de la narración, sucede casi al final. La lección de heroísmo individual de un capitán del ejército que considera que cuatro meses de huida es suficiente. Armado de valor sin límite, coge una maquina ametralladora, se pone en la mitad de la plaza del pueblo con toda la munición que puede y allí espera a los fascistas. Vende cara su derrota, dispara hasta el amanecer que enmudece para siempre. Pero el acto de heroísmo no es en vano, contagia al comisario político, Arnal, que también cae bajo las balas enemigas. A partir de ese momento los milicianos dejan de escapar. Plantan cara y defienden Madrid. Y Madrid sitiado no se rinde hasta el final de la guerra. Un periodista americano compra por cinco dólares el dibujo con el secreto que Arnal se lleva a la tumba. El miliciano muerto vale dos obras del Greco.

Cuando llegó la noche, apareció la Luna, 
 y entro por tu ventana 
 que cosa más bonita cuando la luz del cielo, 
 ilumino tu cara 
José Alfredo/María Jiménez



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Ese momento antes de la muerte... cuánto dice.
Este episodio retrata desde un ángulo insólito y real lo que aconteció en aquella época. Un puñado de personas empeñado en salvar el patrimonio artístico de la destrucción o el expolio. Qué país este.