jueves, 30 de noviembre de 2017

Don Juan Tenorio (4) José Zorrilla. Vuelo de cometa.





"El diablo a las puertas del cielo"

Don Juan Tenorio (4) 
José Zorrilla 

ACTO CUARTO 

Se alza el telón del cuarto acto, no el más extenso, pero sí el primero en cuanto a cantidad de acción y desarrollo de la obra. Ciutti lleva a Brígida y a Inés desmayada a un cortijo distante una legua de Sevilla, con vistas al Guadalquivir. Don Juan llegará más tarde porque tiene asuntos que arreglar en la ciudad. Brígida llega emocionada por lance tan extremado. Molida por la cabalgada al no estar acostumbrada a montar. Ciutti le enseña un bergantín calabrés listo para zarpar en cuando reciba la orden de don Juan de escapar a Italia. Quiere hacerse el héroe, pero en modo alguno apencar con las consecuencias que seguramente conlleve encontrar morada en los infiernos. 

Doña Inés vuelve en sí del desmayo, desorientada. Brígida le recuerda que estaba leyendo la carta de don Juan cuando perdió el sentido, ambas se habían olvidado de las vidas, una leyendo y otra escuchando:  
Cuando don Juan, que os adora, 
y que rondaba el convento, 
al ver crecer con el viento 
la llama devastadora, 
con inaudito valor, 
viendo que ibais a abrasaros, 
se metió para salvaros, 
por donde pudo mejor. 

En sus brazos la saca del convento y en la quinta están salvadas del incendio, pero envenenado el corazón de algún encanto maldito. No acierta a saber si es amor lo que siente: 
Si esto es amor, sí, le amo, 
pero yo sé que me infamo 
con esta pasión también. 





"Estabais en el convento/leyendo con mucho afán"

Le propone a Brígida escapar antes de que aparezca porque no está segura de sus fuerzas cuando esté a su lado. Pero ya es tarde porque ya se oyen los remos y a don Juan en el suelo. Don Juan le dice que no se preocupe por el padre, ya sabe que está segura con él, libre de la cárcel sombría y respirando libertad. Le pide que lo escuche un momento. El ámbito se electrifica de la palabra envolvente. El aire de respirar se erotiza, se convierte en semilla de fuego que germina en el interior de la novicia al ver a don Juan rendido, postrado a sus pies: 
Mira aquí a tus plantas, pues, 
todo el altivo rigor 
de este corazón traidor 
que rendirse no creía, 
adorando vida mía, 
la esclavitud de tu amor. 

Doña Inés enloquecida le ruega que calle, le explota el cerebro y le arde el corazón. Ha bebido algún filtro infernal que rinde la virtud: 
Tal vez, poseéis, don Juan, 
un misterioso amuleto, 
que a vos me atrae en secreto 
como irresistible imán. 

En este momento ya ha entregado la cuchara del resistir es vencer. Una vez arriada la bandera del no pasarán, se ve arrastrada al despeñadero por la fuerza del huracán: 
Yo voy a ti como va 
sorbido al mar ese río. 

El amor que don Juan siente ya no es terrenal, se siente aún capaz de la virtud e irá a postrarse ante su padre, el Comendador, a pedirle la mano como manda la costumbre. Don Juan sufre una mutación trascendental. Es Dios quien hace de sanador, quien quiere ganarle para su causa a través de ella. El punto de inflexión, clímax  de la obra: pasa don Juan de burlador libertino a enamorado vencido por la fuerza del amor puro e inocente de doña Inés. Por algo corresponde con los versos que todo el mundo sabe de tantas veces repetidos: 
¡Ah! ¿No es cierto ángel de amor 
que en esta apartada orilla 
más pura la luna brilla 
y se respira mejor? 

El ruido de unos remeros al atracar interrumpe la melosa conversación. Don Juan abandona la estancia, debe atenderlos, no sin antes prometer una entrevista con el padre de Inés con las primeras claritas del día. Recibe a don Luis embozado hasta los ojos, con pinturas de guerra en el rostro, con la intención de lavar la fea mancha que ha dejado a doña Ana un imposible para los dos. O don Luis o don Juan, los dos no caben ya en la Tierra entera. ¡Cómo para caber en una ciudad! El duelo a muerte está servido. (!Guerra, guerra, guerra si esto no se arregla¡ como corean los taxistas enardecidos por las calles de Madrid) Será una guerra con bajas en la que no se admiten desmayos. Cuando ya las espadas amenazadoras están en alto y la barquilla lista para embarcar al vencedor, entra Ciutti en el aposento y les advierte que llega el Comendador con gente armada. Apremia a don Luis a que se esconda y le deje solucionar el asunto de doña Inés con su padre antes de batirse a muerte con él. 

Recibe de rodillas al indignado Comendador, inclinada la cerviz por primera vez en su vida. Don Gonzalo, enfermo de intransigencia fósil, no cree en el arrepentimiento ni en el repentino pavor a su justicia, algo insólito en un noble con espada al cinto. Exige un escarmiento por mancillar su honor en la cándida sencillez de su hija. De nada le sirve a don Juan humillarse, decirle que idolatra a su hija, que será su esclavo, que gracias a ella enderezará los pasos por la vereda de atrás. Lo que no consiguieron sermones de obispos, lo consigue su candidez. Incluso se muestra dispuesto a un periodo de penitencia. A una temporada de prueba como la que los gitanos le imponen a Andrés si quiere catar a Preciosa en la Gitanilla de Cervantes. Pero ni un resquicio de blandura en el tío de la vara. Don Gonzalo incide en su villanía, considera que todo es disimulo para sacar beneficio. Su decisión está tomada: antes matarla que entregarla. 




"Yo seré esclavo de tu hija/ en tu casa viviré"

Entra en escena don Luis que viene a buscar la muerte. Le echa en cara a don Juan que su delito no aminora por hacerse la víctima después de herir por detrás. Es más ladrón que el que huye después de robar. Que quede claro quién es la víctima y quién el victimario es. La prueba la tiene en que ha conseguido juntar dos iras, dos ansias de venganza, dos indignaciones ciegas: el padre de doña Inés y el vengador de doña Ana de Pantoja. Además que cuente una tercera; la justicia que espera fuera. 

Don Juan se siente acorralado, por primera vez en su vida abrumado. En vista de que todos sus sacrificios, la hacienda, que a su honor no se le da ningún valor, que todo se considera miedo, que ya nada sirve para quitar la deuda y que a su alma vuelven a hundir en el vicio, mata. Quita la vida de un tiro a don Gonzalo y a don Luis manda al infierno de una estocada certera. Desesperado, clama a Dios, le echa la culpa a los cielos de su huida hacia adelante: 
Llamé al cielo y no me oyó, 
y pues sus puertas me cierra, 
de mis pasos en la tierra 
responda el cielo, y no yo. 

 Se lanza al río, huye de la justicia en el bergantín calabrés. Cae el telón con doña Inés en escena, de rodillas ante el cadáver de su padre, lamenta que don Juan la haya abandonado. La escena se llena de voces que piden justicia en voz alta, pero doña Inés no quiere que sea contra su amado, don Juan.

She packed my bags last night pre-flight 
Zero hour nine AM 
And I'm gonna be high as a kite by then 
I miss the earth so much I miss my wife 
It's lonely out in space 
On such a timeless flight
Elton John




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


lunes, 27 de noviembre de 2017

Don Juan Tenorio (3) José Zorrilla. Maldita pared.





"Ya estoy frente de la casa de doña Ana"

Don Juan Tenorio (3) 
José Zorrilla 

ACTO SEGUNDO 

Ni don Luis ni don Juan están hechos para los barrotes que privan de libertad. El territorio ignoto les quema los pies, salen de él nada más entrar. Gracias a un alcalde prudente lo hace don Juan; la bolsa acaudalada de un pariente tesorero, no republicano sino real,  que paga la fianza de don Luis,  le permite estar ya delante de la reja de doña Ana de Pantoja para defender con destreza y valor a su prometida, la vida y el honor. Recaba la ayuda interesada de Pascual, fiero espadón, aragonés de pro, también fanfarrón y fiel servidor de doña Ana desde que ésta nació. Pero ni por esas las tiene todas consigo después de la primera derrota con un ser tan dañino como don Juan, hombre infernal, sin duda  ayudado por algún diablo familiar. Confiesa a Ana, al otro lado de la pared, los temores que le provoca un don Juan audaz como un león que actúa taimado como una serpiente sigilosa. Ella le disipa los temores “porque tengo cifrada en ti la gloria de mi existencia.” Concierta con ella que a las diez en punto lo deje entrar para velarla toda la noche, hasta la hora de la boda. Pasar la noche anterior velando a la novia. Vaya duelo, noche de peso (y contrapeso) para una rara despedida de soltero. 

Don Juan y los suyos se emboscan y detienen a don Luis en la calle antes de que entre en la casa para defenderla. La jugada es maestra pues esa noche don Juan ejerce de don Juan, ha de jugar a dos bandas y muestra su plena satisfacción por el lance que le deja uno de los  caminos expedito. 

Ciutti ha cumplido la misión encomendada. Brígida ha dado a Inés la carta de don Juan a cambio de su peso en oro y asegura que doña Inés lo seguirá como una cordera. La pobre garza de diecisiete abriles, hermosa como un ángel, siempre en el convento enjaulada no ha conocido más dicha que el claustro, el coro y Dios. Le ha hablado de la corte, del mundo, del amor y le ha dicho que don Juan es la pareja elegida por el padre, además de que se muere de amor por ella. A su corazón inflamado de deseo le faltan horas para pensar más en don Juan. 





"Sois joven, cándida y buena"



El relato de Brígida contiene tanta emoción que lo que empezó con una apuesta, un devaneo, ha encendido una llama que le quema el corazón. 

Al mismo infierno bajara 
y a estocadas la arrancara 
de los brazos de Satán 

Don Juan Tenorio sabe y quiere querer para extrañeza de Brígida que lo creía un libertino sin alma ni razón. 

De nuevo el oro de don Juan abre puertas, ahora las puertas de la casa de doña Ana. Lucía las abrirá a las diez. Todo ajustado al segundo, cronometrada la arena del reloj. A las nueve será el asalto al convento y a las diez en casa de Ana de Pantoja, la novia de don Luis. Todo listo para el jaque mate definitivo, sin margen de error posible porque unas chinas en los zapatos provocarían el derrumbe del entramado teatral. 

 ACTO TERCERO 

La abadesa considera a doña Inés una novicia aventajada. La abadesa envidia a doña Inés porque juega con ventaja al vivir ignorante de lo que hay más allá del recinto sagrado. La blanca paloma, el lirio gentil, siempre en mayo florido,  jamás apetecerá las tentaciones del mundo exterior gracias a la virtud de no saber. Pero algo ha pasado en el intelecto de doña Inés porque en lugar de que sus pláticas provoquen placidez y deseos de buscar la soledad de los claustros, le dan temblores en el alma, palidez amarilla y arreones cardiacos incontrolados al corazón. 

Brígida entra en la celda y cierra la puerta para hablar sin estorbos. Le pide a Inés que abra el libro de horas, un bello objeto personalizado cerrado con manecillas de oro. Se cae la carta de don Juan al manipularlo y ella se queda como inmutada, trémula, por su mente cruzan perdidos mil aleteos de sombras desconocidas. Desde que le descubrió el nombre del amante, el nombre  ejerce una fascinación que le nubla la razón y la imagen de Tenorio ocupa su pensamiento allí y en el oratorio. 




"Yo las ataré corto para que no vuelvan a enredar , y me revuelvan a las novicias"

Inés lee la carta a instancias de Brígida que le hace de agradadora, siempre interesada porque tiene prometido su peso en oro. Don Juan le informa de que los padres ya tienen la boda ajustada. Su amor por ella, que empezó por un chispazo ligero ya es hoguera voraz. Un amor que si no es correspondido, ya pueden tener listo el sudario mortal. Alma de mi alma, imán perpetuo de mi vida, perla escondida: la sucesión de halagos mimosos hacen mella en la novicia. Don Juan suplica en el escrito que si alguna vez mira al mundo suspirando libertad, allí estarán sus brazos para salvarla de la opresión. El esperará a la puerta lloriqueando de noche y de día. Tanta falsa sumisión hace las veces de filtro envenenado que daña el entendimiento de doña Inés. 

A las nueve en punto entra don Juan en la celda de doña Inés, la coge en brazos y vuelve a salir por donde entró. 

Inmediatamente después se presenta don Gonzalo en el convento,  con fuero para entrar en la clausura sin romperla y sin esperar por ser caballero de la orden de Calatrava. Quiere que la abadesa acelere la profesión de doña Inés, pues teme que don Juan manche su honor. Monta en cólera con el convento y todo lo que hay dentro cuando descubre la carta de don Juan en el suelo y la madre tornera informa de que ha visto cómo un hombre saltaba la tapia de la huerta para escapar.

Ahí está la pared 
 Que separa tu vida y la mía 
 Esa maldita pared 
 Que no deja que nos acerquemos 
 Esa maldita pared 
 Yo la voy a romper cualquier día 
Ya lo verás mi querer 
 Tú volverás ese día
Bambino




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

jueves, 23 de noviembre de 2017

Don Juan Tenorio (2) José Zorrilla. Algo que creer.





"El sepulcro, ¡juro a Dios!, por mi mano la he de abrir"

Don Juan Tenorio (2) 
José Zorrilla 

José Zorrilla y Moral dedica Don Juan Tenorio, drama religioso-fantástico, a don Francisco Luis de Vallejo, su mejor amigo y alcalde de Lerma; en Madrid marzo de 1844. Es decir, el autor advierte al lector o espectador de que lo que va a leer o ver es ficción representada. Un producto de su imaginación que nada tiene que ver con la realidad. Su intención es escribir teatro de evasión que además se meta en honduras metafísicas de difícil comprensión. ¿Por qué entonces la fama y el éxito instantáneo, desde la primera representación, de esta obra? La respuesta habría que buscarla en los versos con fuerza, rima consonante, sonoridad rítmica y el mito del Don Juan, tema enraizado en la memoria colectiva del español medio. Un entramado que mezcla los ingredientes fundamentales del teatro del Barroco. Los temas universales del honor, el amor, la amistad, la libertad. Todo ello realzado por una maquinaria que se ajusta perfectamente a una acción cronometrada en la que es necesario que nada falle. Sumadas las partes nos  da como resultado el festival teatral de la obra más representada y versionada del teatro español. 

La obra está dividida en dos partes: La primera parte se desarrolla en cuatro actos y la segunda ocupa los tres actos restantes. Cada uno de los siete actos está encabezado por un título que resume el contenido del acto: 

PRIMERA PARTE 

Primer acto: Libertinaje y escándalo 
Segundo acto: Destreza. 
Tercer acto: Profanación. 
Cuarto acto: El diablo a las puertas del cielo. 

SEGUNDA PARTE 

Primer acto: La sombra de doña Inés. 
Segundo Acto: La estatua de don Gonzalo. 
Tercer acto: Misericordia de Dios, y apoteosis del Amor. 


El autor explica en una nota breve que la acción se desarrolla en Sevilla, en 1545 durante el reinado de Carlos I y que los hechos ocurren siempre de noche, a la luz de la luna. Los cuatro primeros actos en una noche y los tres últimos en otra noche cinco años más tarde. 

Se alza el telón, estamos en la Hostería del laurel, regentada por Cristófano Buttarelli. Es Carnaval. Don Juan con antifaz escribe en una mesa y Buttarelli y Ciutti hablan del carnaval cuya algarabía penetra por la ventana del establecimiento y no deja concentrarse a un enfadado don Juan que (según el criado) escribe a su padre. Ciutti está contento con su amo don Juan: 

No hay prior que se me iguale 
tengo cuanto quiero y más 
tiempo libre, bolsa llena, 
buenas mozas y buen vino. 

Cuando don Juan termina de escribir, firma, plega y le da la carta a Ciutti con instrucciones para que la entregue en el convento de doña Inés, espere la respuesta de la dueña (una llave, una seña y una hora) y rápido como el viento esté de vuelta. Ojo con este detalle de la carta a doña Inés porque nos indica que ya tenía pensado conquistarla antes de la apuesta con don Luis Mejías.  




"Todo mi caudal perdí, dobla a dobla, una por una"

Es una constante que el planteamiento de la trama y la presentación de los personajes se den en las primeras escenas de una obra. Buttarelli y Ciutti dialogan mientras don Juan escribe. El autor aprovecha para presentarnos al protagonista, don Juan Tenorio, a través de un diálogo eléctrico entre dos secundarios. Ciutti lleva un año de criado con el amo, pero no sabe a ciencia cierta ni el nombre ni la procedencia. Esta indefinición deliberada lo convierte en un mito, una leyenda sin nombre. Tiene la nobleza de un infante, es rico, valiente como un pirata y culto. Le gusta escribir: “Largo plumea,” exclama Buttarelli

A continuación llegan don Gonzalo, padre de doña Inés, y don Diego, padre de don Juan, a la Hostería del laurel. Se han enterado de la cita que tienen don Juan y don Luis Mejías. Quieren observar sin ser vistos. Si las apuestas que circulan son verdad, “mejor muerta que esposa suya la quiero” Dice don Diego dolorido y sigue:
  
 […]Quiero ver 
 por mis ojos la verdad 
y el monstruo de liviandad 
a quien pude dar el ser. 

 Butarelli se muestra encantado de una clientela tan distinguida que no repara en gastos y paga por adelantado y sin consumir. Van llegando más personajes, ahora son el capitán Centellas y Avellaneda. El primero apuesta a que don Juan es el más calavera. Avellaneda pone su dinero en don Luis. 

Por fin, justo al dar las ocho campanadas, comparecen don Luis y don Juan a la cita que toda Sevilla y las campanas de la Giralda esperan. Una vez creada la expectación se presentan los dos contendientes en otro dialogo, momento álgido del acto, que marca el primer encontronazo de los contendientes:

Don Juan: Esa silla está comprada, 
                  hidalgo. 
Don Luis: Lo mismo digo, 
               hidalgo: para un amigo 
               tengo yo esotra pagada. 
Don Juan: Que ésta es mía haré notorio. 
Don Luis: Y yo también que esta es mía. 
Don Juan: Luego, sois don Luis Mejías. 
Don Luis: Seréis, pues, don Juan Tenorio. 

Se quitan las máscaras y pasan a relatar el último año de fechorías y maldades cometidas. Ambos fuera de España, don Juan elige Italia porque hay guerra y “donde hay soldados hay juegos, hay pendencias y fechorías.” En Roma arrasa, aumenta su fama de gallardo y calavera y tiene que huir a lomos de un mal rocín porque lo quieren ahorcar. Pasa otros seis meses en Nápoles donde la lía parda como dejó escrito en los versos inmortales del don Juan más insolente, pendenciero y descarado:

Por donde quiera que fui, 
la razón atropellé, 
la virtud escarnecí, 
 a la justicia burlé, 
 y a las mujeres vendí. 
Yo a las cabañas bajé, 
yo a los palacios subí, 
yo a los claustros escalé, 
y en todas partes dejé, 
 memoria amarga de mí. 

Don Luis no se achica, tampoco se ha quedado atrás en Flandes. La bolsa le dura un mes. Se une a una partida de bandoleros y desvalijan el palacio episcopal de Gante, entran a saco en las riquezas de la Iglesia. En el reparto siempre hay lío. Mata al jefe de la banda y se queda con el botín. Huye a la vecina Alemania donde mata a un fraile que lo delata. Pasa a Francia y en París se queda otro medio año donde a las francesas adoró y con los franceses riñó. Ahora está en Sevilla para cumplir con el compromiso ante el altar que tiene con Ana de Pantoja para el día siguiente. 




"Compré a fuerza de dinero/ la libertad y el papel"

En vista de que los dos han jugado al empate en maldad, que sea el papel escrito con la relación de iniquidades el que incline el fiel de la balanza a uno u otro lado. Las cifras son siempre frías porque detrás de los números hay tragedias personales, pero favorecen a don Juan tanto en muertos como en conquistas amorosas, sus amoríos recorren toda la escala social. Sin embargo, don Luis es un hueso duro de roer, reta más; queda por conquistar a una novicia a punto de profesar. Don Juan quiere y envida más, a ello unirá la novia de un amigo que esté a punto de casar. Será Ana de Pantoja, la prometida de don Luis, y en sólo seis días el semental todo lo hará

Don Gonzalo y don Diego que han escuchado enmascarados los discursos de los dos contendientes, saltan al ver tanta maldad, pero las amenazas de don Diego de llevar a su hija al sepulcro antes que ceder y de la existencia de un dios justiciero, son caricias para el hijo de un león. Largo me lo fiáis contesta don Juan: 

que yo no os he ido a pedir 
jamás que me perdonéis. 
Conque no paséis afán 
de aquí en adelante por mí, 
que como vivió hasta aquí, 
vivirá siempre don Juan. 

Antes de caer el telón del primer acto unos alguacilillos de ronda prenden a los dos, para que no haya asimetrías, por delaciones mutuas y falta de formalidad. Parece que a don Juan el futuro se le complica, se le pone más difícil cumplir la apuesta de la doble conquista amorosa. Han pasado muchas cosas sorprendentes y esto no ha hecho más que empezar.

Love is in the air, in the whisper of the tree 
Love is in the air in the thunder of the sea 
And I don't know if I'm just dreaming 
Don't know if I feel safe 
But it's something that I must believe in 
And it's there when you call out my name
John Paul Young




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



domingo, 19 de noviembre de 2017

La saga/fuga de J.B. (39) Scherzo y fuga. Gonzalo Torrente Ballester. Olores de revolución.






"A la puerta hay un hombre que alborota la noche y pide ser recibido"


La saga/fuga de J.B. (39) 
Scherzo y fuga 
Capítulo 3 
Gonzalo Torrente Ballester 

"¡Ay de los meantes contra el muro!"  es un lamento con tintes de amenaza que se desliza en algún momento de las Sagradas Escrituras y que al almirante John Ballantyne le ha llevado a la reflexión en momentos de dolor lacerante. ¡Qué acierto de palabras conjuntadas! Por eso Jota Be ha dedicado su vida a conjuntar palabras. Nada importa la calidad de la poesía ante la belleza de una  muerte entre alambradas de algodón. “El primo John dio la vida por Irlanda y Dios le tendió su mano y le llevó por encima de las nubes.” 

Las fuerzas de Villasanta mandan en son de paz a su capellán castrense, don Amerio, a parlamentar con los sitiados. Pactar mejor que derrotar, pactar hasta con los que te quieren destruir. Les propone un trato: si entregan al Cuerpo Santo y a Lilaila, el batallón pasará de largo. Piden al Cuerpo Santo porque Castroforte es indigno de albergarlo y a la mujer por traidora a la patria y a su marido. Según don Amerio, de nada le sirve al capitán haberse batido heroicamente en la batalla de Puentesampayo si en casa tiene una mujer que piensa por su cuenta. El engaño de un hombre es algo vergonzoso que un duelo a primera sangre limpia, pero que una mujer tenga ideas propias… Eso es difícil de asumir. Para ella el capitán Barallobre puede ser un héroe en el campo de batalla, pero no pasa de borrico de puertas para dentro. 

El lieutenant de la Rochefoucauld observa y escucha la conversación sin intervenir, el toma y daca dialéctico. Sopesa la conveniencia o no de cargar el trapo y tender los papalugos mientras juguetea entre las manos con la cabeza del bastoncillo. A Ballantyne le llevan los demonios el sobamiento porque se le asemeja al majestuoso fluido sonoro de un pavo real que corteja la pava apabullada. 



"Los hombres de mi clan, al recordarme, no tendrán que avergonzarse y esconder las miradas en la sombra"

La cólera enciende los colores y le hincha las venas de la cara a don Amerio. No soporta la visión de Lilaila con la espada en el regazo como si fuera la labor de costura. Hay maridos que mandan y esposas que obedecen y sanseacabó. “Y hay mujeres que no hallarán agua bastante para limpiar su cuerpo de las manchas dejadas en él por sus maridos.” Algo se ablanda en las manos vegetales del Canónigo don Amerio, traslúcidas y litúrgicas, ungidas de un poder capaz de fulminar condenaciones de perdón reservadas a la Santa Sede. Afuera los estudiantes gritan eslóganes de rima consonante y disparan contra las paredes de la casa mientras esperan alguna proclamación desde el balcón. Les advierte que los franceses ya conocen la fiereza española cuando se agarran a la vida hasta el último aliento como un numantino. Cuando alguien los lleva al límite,  se emborrachan de victoria, la lista de casos bélicos es larga, comienza en Berlín y puede acabar ese  mismo día en Castroforte del Baralla. Confían en los cañones dispuestos en las murallas, pero más en la ferocidad de las lampreas. Ningún soldado de Villasanta se atreverá a vadear el río Mendo porque desde chicos guardan en la memoria el miedo a las lampreas. 

El almirante sale a la ciudad seguido por docenas de voluntarios de primera hora con ganas de mambo, ansiosos por estrenar los cañones, deseosos de comprobar el efecto de los cañonazos en las masas compactas de los villasantinos sitiadores. Aquella noche duerme vestido. El repique de campanas respondido por el tam tam lejano de los tambores y el toque de trompetas del otro lado del río lo despiertan antes del amanecer. Han sacado los santos de sus capillas y los pasean en andas por las calles entre el fervor de la gente que se arrodilla y santigua a su paso. Cuatro marineros portan a hombros la urna con el Santo Cuerpo Iluminado. A primera vista se había hecho un buen trabajo en la momia, pero al tocarla queda entre los dedos una pulgarada de polvo grisáceo y áspero. Los presentes coinciden en que no se le pueden añadir extremidades a aquel tronco medio desintegrado, a aquello le falta consistencia. Deciden dar gato por liebre integral. La gente no dirá nada porque no se enterarán del cambiazo y por el cielo no hay que preocuparse, a las mañanas ya no le harán falta los quiquiriquíes de los gallos del amanecer. A menudo dicen una cosa y la contraria para dejar a salvo la libertad de elección. 




"Un olor más fino que el incienso y más penetrante que el de los nardos se expandió por aquellos ámbitos secretos" 

Con respecto al problema religioso que se plantea expone: “En ninguna parte está escrito que, para que un cuerpo sea venerable, haya de conservar la forma. Reducido a polvo, ¿quién duda que es el mismo cuerpo?” El problema radica en que la gente es tautológica: el cuerpo es cuerpo y el polvo es polvo. La solución estaría en la palabra. (“¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas!”JRJ) Si los deanes que se dirigen a la gente van cambiando de manera gradual Santo Cuerpo por Santas Cenizas, se puede asegurar que en dos generaciones se habrá logrado anular la noción de Santo Cuerpo por la de Santas Cenizas. El gato por liebre se habrá asentado en la memoria colectiva y para entonces no habrá más que cenizas en la urna. No parece difícil de conseguir con los peregrinos franceses o italianos que vienen todos los años, el problema sería con los peregrinos checos, los coptos o los etíopes que no peregrinan con tanta frecuencia debido a las dificultades que ponen los otomanos a pasar por sus fronteras. En este caso no queda más remedio que recurrir al cambiazo. O esto o lo otro. Ante la indecisión de los presentes, el canónigo da por recibido el consentimiento, manda poner el cuerpo de la doncella en el altar y traer una caja de zinc en la que meter los restos del Santo Cuerpo Iluminado. A ver si lo pueden dejar descansar en el interior de una huesa excavada en la cueva por los siglos de los siglos. 

La labor del forense no se paga con dinero. Le saca el paquete intestinal a través de un corte en forma de tau. La incisión de Amenhotep. Un aroma más penetrante que el de los nardos se expande por las estancias y llega a la Casa del Barco y al enemigo que no acierta a explicarse el perfume. Olor de santidad. Insinúa que las tripas se puedan vender como reliquias, el olor abona la santidad. El olor saca de sus retretes y de sus glorias a la señora viuda que aparece con la “vista nublada de realidades incompletas y de recuerdos íntegros” y anuncia que don Asterisco, el hombre que alborota la noche, pide ser recibido.

Paso de vencedores 
tierra en rescate; 
Clarines de la dignidad 
Sol del Obrero 
Campesino triunfador 
Hermano nuevo 
Olores de revolución 
Patria en barbechos 
Sangre que dejó correr savia en el río 
Río que he visto volver amanecido
María Dolores Pradera


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


martes, 14 de noviembre de 2017

Don Juan Tenorio. José Zorrilla. Bala perdida.




"Yo soy un hombrecillo macilento"

Don Juan Tenorio 
José Zorrilla 

Un escritor no es un marciano aparecido de la nada como en un avistamiento por sorpresa, de modo que no vendrían mal para empezar unos breves apuntes sobre el contexto político social en el que José Zorrilla se desenvuelve. Cada escritor escribe, sufre o se favorece de la situación del momento que le toca vivir. Como atento observador de la realidad, todo influye a su producción literaria, ya sean las corrientes artísticas del momento o sus circunstancias personales y familiares. 

José Zorrilla pega el primer llanto en Valladolid 1817 y muere en loor de multitudes en Madrid 1893. Por lo tanto, fue coetáneo de Carlos Marx (1818-1883), Garibaldi (1807-1882) o Bismarck (1815-1898). Su muerte estuvo acompañada de grandes muestras de luto nacional. 

Los movimientos nacionalistas, que terminan en las unificaciones alemana e italiana, a través de un conjunto de guerras, toman auge en Europa tras la derrota de Napoleón en Waterloo 1815. Surge el socialismo en paralelo al progreso de la ciencia y la industria. “El manifiesto comunista” se publica en 1848 y “El capital” en 1867. Las nuevas técnicas industriales aplicadas a las artes gráficas abaratan costes y permiten una difusión creciente de la lectura y la cultura. 

El desarrollo industrial trae consigo una creciente urbanización y un aumento considerable del nivel de vida y de la población en Europa. Aunque nunca faltaran periodos de hambruna, como en Irlanda en 1846 al perderse la cosecha de la patata, dieta básica, que desencadenaría una emigración masiva a Inglaterra y América. 





"Sobre ellas van mi cuerpo y mi cabeza"


Una vez derrotado Napoleón, los vencedores se unen con la intención de restaurar el Antiguo Régimen. Volver al periodo prerrevolucionario para sofocar las nuevas intentonas revolucionarias románticas que sucedan. El liberalismo termina por imponerse en la mayoría de países. Los movimientos nacionalistas toman la lengua como criterio fundamental de la identidad nacional, con derecho a decidir un estado propio, lo cual choca con las fronteras existentes desde la antigüedad. Por ejemplo en el galimatías de Los Balcanes mestizos de lenguas y razas distintas. En España, una vez que los ejércitos de Napoleón son derrotados, se produce la restauración de Fernando VII en 1814, que nada más regresar anula la primera Constitución liberal de 1812. La invasión francesa provoca nuevas legitimidades en América latina que logra la total emancipación en 1824 tras tres lustros de guerras ( con la excepción de Cuba y Puerto Rico, claro). 

España durante la época romántica es un país atrasado y pintoresco. Los europeos viajeros que vienen por aquí nos ven como un prototipo de lo romántico. Un país esencialmente romántico, lleno de asonadas constantes, de bandoleros que te asaltan en los caminos o guerrilleros echados al monte. El Romanticismo es esencialmente un movimiento artístico y literario, también un estilo de vida ampliamente difundido que exalta la sensibilidad y la pasión, que apuesta por actitudes arrebatadas en las que priman la inspiración del artista, lo original y lo diferente. En España el espíritu romántico tiene características propias, entronca con la tradición del Siglo de Oro y Romancero, parodia de las obras clásicas, pero que contiene todos sus elementos como oposición o reacción a los gustos neoclásicos imperantes hasta ese momento. 

El primer censo de población fiable español data de 1857, arroja una población de quince millones de habitantes, lo cual lleva a suponer que la población a comienzos de siglo era de unos once millones y medio (aplicando los modelos de crecimiento europeos y la característica española), ya con la tendencia acentuada de más población en las costas. La población europea sigue creciendo durante todo el siglo XIX a pesar de episodios de hambrunas y epidemias puntuales que provocan emigraciones masivas a América. El siglo XIX español está preñado de inestabilidad política, tres guerras carlistas, intentonas golpistas y procesos revolucionarios fallidos. 

VIDA Y OBRA 

Nada mejor que recurrir a su autobiografía para saber de sus obras, milagros, hechos y omisiones. Con Zorrilla tenemos la suerte de que dejó escrito “Recuerdos del tiempo viejo,” publicado por entregas, en una columna de los lunes del Imparcial entre 1880-1883. No hay muchas fotos de José Zorrilla, pero dejó escrito en verso este delicioso autorretrato a la manera cervantina: 

Yo soy un hombrecillo macilento, 
de talla escasa, y tan estrecho y magro 
que corto andando, como naipe el viento, 
y protegido suyo me consagro; 
pues son de delgadez y sutileza 
ambas a dos, mis piernas, un milagro. 
Sobre ellas van mi cuerpo y mi cabeza 
como el diamante al aire; y abundosa, 
pelos me prodigó Naturaleza. 

Como ya hemos dicho, Jose Zorrilla nace en Valladolid, ciudad en la que su padre era relator de la Chancillería, cargo importante de la justicia. Su padre era un hombre rígido, estamental hermético, cabezón de ideas fijas y absolutista furibundo. Vamos, uno de esos separatistas oprimidos virtuales de ahora que por lo visto proceden de Rusia y Venezuela. Nunca aceptó que su hijo se dedicara a escribir, ni el éxito literario consiguió acercar desavenencias. Tamaño deshonor sólo se limpia con un duelo a primera sangre. Este alejamiento familiar marcará toda su vida. 





"Y protegido suyo me consagro"

Siempre con la maleta preparada para seguir la estela del padre que va ascendiendo de puesto en la carrera judicial. Burgos, Sevilla y Madrid en 1827 donde entra en un colegio aristocrático. La muerte del rey Fernando VII en 1832 y la destitución de su protector el ministro Calomarde lo destierran, degradado, a Quintanilla de So Muñoz. Manda al hijo a estudiar leyes a Toledo. “Va más para pintamonas que para abogado” escriben a su padre. En Toledo siente fascinación por las callejuelas estrechas y retorcidas de la ciudad mezcla de las tres culturas. Se dedica a pintar los monumentos y paisajes en lugar de estudiar. La ciudad imperial será la localización de muchas de sus leyendas. 

Su padre lo trae a Valladolid donde los estudios van de mal en peor a pesar de la supervisión del Rector de la Universidad. Obsesionado por los cementerios, uno de ellos será luego su tabla de salvación como veremos luego, quiere dedicarse a escribir. De nada sirven las amenazas de su padre de ponerle a cavar parras en Torquemada si no aprueba el curso. Se escapa de casa y con una mano delante y otra detrás llega a Madrid. Se gana la vida malamente escribiendo y pintando. Se aloja en la buhardilla de un cestero y en casa de su amigo Miguel de los Santos. 

Un catorce de febrero de 1837, estando en la Biblioteca Nacional para escapar del frío de la calle y de su casa, se entera de la muerte de Larra. Se presenta con otros amigos escritores en el duelo por el que pasan los autores de Madrid. Allí le proponen que prepare un poema para el entierro del día siguiente. En el cementerio de Fuencarral lee los versos que acaba de componer con juvenil voz argentina y que conmueven a los asistentes. Da un auténtico golpe de mano literario; al día siguiente El Imparcial recoge: “España, al perder al más grande de los críticos, encontró al más popular de los poetas.” Como él mismo reseña en “Recuerdos del tiempo viejo.” 

En 1839 cae enfermo de algún tabardillo cruel y como en “El jardín engañoso,” con ligeras variaciones, lo cuida doña Faustina, diecisiete años mayor, madre de su amigo Antonio Bernal O’Reilly,  con la que se casa ese mismo año, un matrimonio desigual al que Zorrilla considera responsable de todas sus desgracias. Primero malmete en su familia, siente celos enfermizos de las actrices de sus obras y es la causa final de su huida a Bélgica, Francia e Inglaterra. (¡Qué le darán en Bélgica a tanto calavera español que allí se asienta!) En 1854 continúa la huida más allá de los mares, marcha a Méjico donde permanece hasta 1866, justo cuando la revolución derroca al emperador Maximiliano, su benefactor. El recibimiento aquí es apoteósico, se organizan homenajes en las mayores ciudades de España en las que lo proclaman príncipe de los poetas nacionales. 

Los últimos años de su vida los pasa con una sensación agridulce,  pues la fama y reconocimientos recibidos, no se ven correspondidos por ingresos económicos. Tiene que vivir de una modesta pensión del estado, acosado por achaques físicos y estrecheces económicas. 

Su actividad de creador literario se concentra en trece años, de 1837 a 1850. Considerado desde el principio el paladín de la nueva escuela romántica, “El zapatero y el rey” (1840), “Don Juan Tenorio” (1844) y “Traidor, inconfeso y mártir” (1849) son sus tres éxitos más importantes en cuanto a cantidad de representaciones. José Zorrilla estimaba especialmente las Leyendas. En “El capitán Montoya” y en “Margarita la tornera” está el embrión del personaje de Don Juan Tenorio. En ellas se puede disfrutar de la enorme libertad y facilidad para versificar del autor. En ellas recoge temas de crónicas antiguas o tradiciones populares trasmitidas oralmente y los convierte a través del verso en lectura favorita del pueblo.

Tírame el salvavida 
 de las balas perdidas 
Porque las velas que nos pongan al morir 
no nos traerán 
 la luz que nos faltó cuando volábamos
LA MODA




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

Las notas sobre la Vida y Obra de José Zorrilla están tomadas de la edición de Don Juan Tenorio de Aniano Peña,  de editorial Cátedra.

Las ilustraciones son fotos de la exposición de Miguel Barceló con motivo del octavo centenario de la USAL.