jueves, 10 de mayo de 2018

Akúside (2) Ángel Vallecillo. Horas muertas.





"Idos. No necesitamos a los débiles sino a los fuertes." 

Akúside (2) 
Ángel Vallecillo 

La gran sequía de siete años seguidos diezma la población de Akúside. Algunos akusaras emigran al sur cuando sufren bajas en la familia por culpa de la hambruna. 
-“Idos. Cuantos más os vayáis, mejor viviremos.” 
-“Idos. Así sabremos que los que nos quedamos somos los verdaderos akusaras.” 
Así les gritan los portadores del Sancta Sanctorum desde las murallas y maldicen a los cobardes que huyen por no soportar más las pruebas de la patria. 

Los hombres caminan boca abajo en Akúside porque así lo ha impuesto el rey Kalédrico por ley. Los ukintzas lo apoyan siempre que a ellos les dejen fabricar hachas de doble filo para matar más. Kalédrico está casado con Tesea, hija del rey Abba, sabio que quiso aislar a los ukintsas; los llamaba jarretokalak, viejos sin alma. Ella se entera que Kalédrico ha matado a su padre ayudado por Ataeka. Tesea quiere vengarlo, pero su hermano, ukintza convencido, no la ayuda. “Antes la patria que el padre,” proclama él convencido y ella huye de los centinelas de la norma correcta. Tesea regresa diez años más tarde disfrazada de sauce. Organiza la resistencia nada más llegar. Convence a los árboles de que pongan las raíces patas arriba, los animales boca abajo y las piedras, los cimientos en los tejados. El pueblo se levanta al ver el mundo al revés. Ataekatadisaskunasu temiendo que se le acabe el chollo, traiciona al rey, lo decapita con el hacha de doble filo, meten el cuerpo y la cabeza de Kalédrico en una caja, la llenan de plomo, lo arrojan al mar y a otra cosa mariposa. 


"Volved de donde venís y no tratéis de regresar jamás"

Akúside proviene de la forma akhuside, que significa huevo vacío atado al cielo. En el batúa del siglo XX pasa a significar patria de los akusaras, los inmortales, la raza exclusiva de los que nunca mueren. Akúside es una idea, la madre que da de mamar a los hijos, la pájara que se desvive por hacer el nido en lugar escondido de los gatos y llevarle el cibaque a los pajarillos en cueripatos cuando rompen el huevo. Los siete mil años del Silex lo han sido de gestación de la conciencia colectiva. Una idea, un sentimiento, un ser inmortal por el que no pasa el tiempo, ni muere con la desaparición del último akusara. Sobrevivirá como un fósil. Ciento ochenta generaciones de akusaras se han trasmitido la sangre de padres a hijos, cien millones de antepasados penantes con endogamia sanguínea. 

Cuatro jinetes armados cruzan el río Abur por El Paso el lunes al amanecer. Cabalgan toda la noche. Con las primeras claras del día descabalgan y beben “por turnos de una bota de vino mezclado con leche de árate” y juegan al trío con dados de tripa. De beber quedan ebrios, inertes como piedras. 

A media mañana llega el comando mandado por Axiámaco. Huele a orín de astures. Han profanado el crómlech de Jarcia y eso es una declaración de guerra. Le deja su caballo al mejor jinete del comando para que corra a llevar la noticia a Megara y recabar órdenes que cumplir. 

Los cuatro jinetes gemelos han matado a flechazos a cuatro niños akusaras que se estaban bañando en una poza del río Abur el martes por la mañana. Por la tarde una avanzadilla de cuatro jinetes y una traílla de perros rastreadores descubren los cuatro cadáveres flotando en el río. Uno de ellos es Aitor, el amado, hijo del general Axiámaco. Ellos saben que desde ese momento están condenados a muerte por ver un cadáver de niño akusara. La ley Nabula, la ley nueva lo ordena. Envuelven los cadáveres en sudarios que los guerreros llevan en el petate y regresan con el resto. Los basuras del Sur han sido los asesinos. Las flechas incrustadas en los cadáveres de los niños huelen a perro muerto. Descubrir por el olor como los perros. 

Las paradas narrativas para tomar aire no abundan en esta novela, lo que interesa es la acción, el ritmo de video juego, el volcado de pantalla para pasar a otra instancia superior cuanto antes. Pero cuando lo para, aprovecha la oportunidad a fondo, no faltan palabras certeras y cortantes como una guadaña recién afilada, ni la descripción precisa de la ropa que viste Tool Morgan, el boxeador del cráneo rasurado en la cubierta de popa del Fortuny, el barco que lleva al Campeón y a su séquito: sudadera con capucha y bolsillo de canguro, boxers, gafas negras y botacas que pesan un pesar. El uniforme de maniobras. Herramienta Morgan viene acompañado de Tommy el preparador y de Annie, la relaciones públicas o CM. Ella es la que elige a Carlota Edberg de doce años de edad entre un tumulto de partidarios ruidosos y admiradores exaltados para que hable con el Campeón. Resulta ser hija de la capitana del barco. Confiesa no haber estado nunca en Megara, puerto prohibido. 

Boxear es bailar, romperle el baile al contrario, que baile al ritmo que marcas, como torear es atemperar una embestida en bruto, que el toro embista lento, cuanto más despacio mejor. La pelea contra el Caballo akusara será la última de su carrera. Se cortará la coleta al terminar. Al retirarse a descansar, un hombre le advierte que en su camarote está Carlota desnuda, los akusaras quieren cazarlo, hacer chantaje para forzarle a un tongo. Hay muchos intereses en el resultado de la pelea. 


"¡Malditos perros engañados por el agua!


Desde Megara han planteado la pelea como un acontecimiento único, una confrontación de razas y sistemas políticos, pero Campeón no quiere entrar en eso en la rueda de prensa. Hace de la pelea un retrato de su interior. Él pelea para sí mismo, lucha contra él mismo, contra el miedo a no vencer, contra el miedo a caer en el alcoholismo como su padre. “El boxeo es el miedo,” sentencia algo en lo que ha pensado mucho, como respuesta a Óscar Esquivias, el periodista de Sports TV. No se trata de un combate político por mucho que lo quieran desde Akúside. Tampoco pelea por dinero, por eso no le importa saber nada del contrario. Al final todos morirán y él alcanzará la gloria. 

Mientras tanto, en el desfiladero Rojo, Berteanak, el lugarteniente de Axiámaco, trata de convencerle de que incumpla la ley Nabula, no porque se trate de su hijo, sino por la patria. Los soldados lo piden. Aitor es su líder. Él se encargará de enterrar los cadáveres bajo diez metros de tierra para que nadie los vuelva a encontrar. Pero Axiámaco ni se lo plantea. Akúside es y sanseacabó. Nada importa que el Sílex sea una invención de hace una década o que la ley Nabula sea un precio pagado a los cíos lítias. Nada importa que la madre, Analecta, muera de disgusto. 

Padre e hijo con el fardo del muerto a cuestas se apartan del grupo, se cruzan las miradas como cornamentas y entablan una conversación que provoca un calambrazo de tragedia. El padre se ofrece a cambiarse por el hijo en la lapidación al alba. El hijo rechaza la oferta, tiene un destino manifiesto y lo quiere cumplir, su muerte significará la salvación del pueblo. El sacrifico del hijo para que los akusaras se conviertan en humanos, dejen de ser animales y asuman la entrada en la civilización.


Un coyote en el porche, una mecedora 
Un cuello de botella buscando un fan 
Unas horas tan muertas que no son horas 
La comanche de anoche que ya se va 
Un tren con mexicanos y cuatro notas 
Me están poniendo cuerpo de JJ
Joaquín Sabina





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Referencias míticas y biblícas que nos llevan siempre a la sangre y la exclusión del otro...
Excelente visión sobre el tiempo narrativo de la novela.
¡¡Y Sabina!!

La seña Carmen dijo...

Curioso pueblo que, conociendo el plomo, volvió a la bifaz.

Ángel Vallecillo dijo...

Estimado Pancho:

Gracias por tu forma de leer Akúside. Tan pausada y atenta. Y me ha gustado mucho eso de ¡Akúside es y sanseacabó! ¡Debería haberlo escrito así! ¡Tan español!

Abejita de la Vega dijo...

El hijo se sacrifica para salvar al padre y a todo Akúside. Abraham e Isaac, el filósofo de la caverna o...Jesús y el Padre, sí.

Yo diría: Akúside ez, Euzkadi bai.

¡Ay, Sabina siempre!

Un abrazo