viernes, 22 de julio de 2011

Rosa de Pasión. Bécquer, el censor que no se autocensura

Dice Myr que entre judíos hay más violinistas que pianistas: siempre es más fácil cargar con un violín que con un piano a la hora de escapar de donde te quieren eliminar.


LA ROSA DE PASIÓN
(LEYENDA RELIGIOSA [DE TOLEDO] )

La elección de esta leyenda se debe a que es la segunda en mi libro, después de La Creación. Y ya la tenía anotada en borrador desde tiempo atrás, en el impasse de espera que tuvimos desde la terminación de la trilogía de Esquivias hasta Las Rimas.

Al hilo del trabajo de Myr sobre la leyenda, recuerdo de los días de colegio a un profesor que nos tenía informados de la evolución de la Guerra de los seis días. Sus comentarios eran siempre para elogiar la firme determinación de un pueblo pequeño y su capacidad de lucha. Aunque tenga razón al denunciar el estereotipo literario del judío avaro, en España no es tema recurrente ni común. Por el contrario, siempre se habla de la convivencia de las tres culturas poniendo como ejemplo la ciudad de Toledo antes de la expulsión.

Ignoro tanto las motivaciones que llevaron a GAB a elegir este tema, como los criterios con los que tuvo que trabajar en su temporada de censor de novelas: unos meses a partir de diciembre de 1864. Me inclino a pensar que entre ellas estuvo el exotismo, debido a la ausencia casi total de cualquier religión que no fuera la católica desde el S. XV en el país. Tampoco se puede descartar que hubiera un componente de provocación. Los poetas saben cómo hacerlo. De todas formas se cubre las espaldas desde el principio indicando que él únicamente hace las veces de mensajero de la historia que le refirió “una muchacha muy buena y muy bonita”.

El relato se publicó por vez primera y de entrega única el 24 de marzo de 1864 en el diario El Contemporáneo de Madrid.

Siguiendo la misma técnica narrativa de otras leyendas, el periodista advierte desde un primer momento que su mérito es únicamente recoger y poner blanco sobre negro un cuento que circula por la ciudad de Toledo desde no se sabe cuándo. Una tarde de verano una joven le cuenta al autor una historia antigua en un patio de Toledo. El narrador cuenta lo que recuerda del relato que ella le contó.

El judio Daniel Leví tenía su habitáculo encajonado entre una iglesia y una casa solariega. Gran trabajador, se pasaba los días doblado sobre su yunque haciendo labores de metal y aderezando cinchos viejos que cedía a los truhanes del Zocodover y a los escuderos pobres que trapicheaban con ellos. Sonrisa falsa. Siempre dispuesto a quitarse el bonete mugriento al paso de cualquier caballero principal desocupado o canónigo de La Primada. Ni un mal gesto ante las piedras de los muchachos o las viejas beatas que se presinaban al pasar delante de su casa como si fuera Satanás.


Fotograma del Violinista en el tejado.


Su hermosa hija, Sara, está en la habitación de arriba del taller. Tras la celosía, la ventana partida por columnas revestidas de hiedra que acompaña las ruinas. La gente no acaba de asimilar la asimetría de padre e hija, prodigio de belleza, tez blanca como el alabastro de un sepulcro. La dulce tristeza de las inteligencias precoces iluminan su rostro. Los suspiros del vago despertar del deseo hinchan su senos. Quiere permanecer libre. Vano deseo. No ha aceptado los deseos de los judios ricos por desposarla. Uno de los desdeñados le dice a Daniel que entre la comunidad judia se comenta que Sara se entiende con un cristiano. Daniel le confiesa que lo sabe todo. Le invita a una reunión un par de horas más tarde. Él no faltará a la cita.

Era Viernes Santo. El sueño había ganado para su causa a los cristianos asistentes a los Santos Oficios. Sólo los guardias del Alcazar y los gemidos del viento rompían el silencio. Un barquero espera impaciente abajo en el río. Cuando Sara aparece, la lleva a la otra orilla. Aquella noche ha habido mucho trasiego de gentes por el río. El barquero observa cómo se aleja en dirección a La Cabeza del Moro y no le quita la vista hasta que la ve desaparecer envuelta en las sombras de la noche.

Sara vacila un instante antes de dirigirse a las ruinas de una ermita de la que sólo quedan en pie las paredes laterales y algunas columnas cubiertas de hiedra. Allí espera Daniel colérico, animado por el espíritu de la venganza. Reunido con una multitud, preparada para la consumación del sacrificio que había estado rumiando días y días al ritmo del yunque de su taller.

Sara irrumpe en el templo y les dice que en vano esperan al cristiano porque ella lo ha advertido con antelación. Se sorprende de los artilugios de martirio que están preparando: una cruz, corona de espinas y clavos. Su padre la arrastra por los pelos hasta los pies de la cruz y la deja a merced de todos para que hagan con ella lo que quieran por perjurar de su religión y tradiciones. Ella es cristiana y aborrece a los de su raza y a su padre al que ha cambiado por otro, todo amor para los suyos, hasta el punto de morir por redimirlos y abrirles las puertas de la eternidad.

Al día siguiente Daniel abre la tienda como si nada hubiera pasado. Nadie volvió a ver la hermosura de  Sara recostada en su alféizar.

Para intentar descubrir de dónde salía la belleza de la flor, cavaron en las ruinas y descubrieron un cadáver que veneraron en la ermita durante largos años. A la flor la llamaron la Rosa de Pasión.

Gustavo Adolfo Bécquer

La Rosa de Pasión es uno de los mejores ejemplos de la prosa elegante y limpia de polvo y paja de GAB. Ya en el primer párrafo encontramos sus descripciones llenas de contrastes, en este caso una ciudad imperial en la que predominan callejas oscuras y tortuosas, espejo de las tres culturas: sombría casa solariega, antigua parroquia mozárabe y raquítica habitación del judio. Con justos y firmes brochazos consigue crear esa atmósfera decadente de las ciudades antiguas. Es destacable la descripción de la casa de Daniel: “Sobre la puerta de la casucha del judio, y dentro de un marco de azulejos de vivos colores, se abría un ajimez árabe, resto de las antiguas construcciones de los moros toledanos. Alrededor de las caladas franjas del ajimez, y enredándose en la columnilla de mármol que lo partía en dos huecos iguales, subía desde el interior de la vivienda una de esas plantas trepadoras que se mecen verdes y llenas de savia y lozanía sobre los ennegrecidos muros de los edificios ruinosos”.


La narración cuenta con numerosos ejemplos de la típica doble adjetivación de su prosa, que unidos por la conjunción “Y” dan ritmo a las descripciones, al tiempo que ayudan a una definición más exacta del sustantivo: sombríos y blasonados muros, sonrisa extraña e indescriptible, labios encendidos y rojos, musgoso y agrietado paredón de la calleja, viejo débil y humilde, camino estrecho y tortuoso, rocas oscuras y cortadas a pico… Observen cómo define los ojos de Sara: “Ojos grandes y redondeados de sombrío cerco de pestañas negras”. Ahora los de Daniel: “Ojos pequeños, verdes y casi ocultos”.

El relato es generoso en asociaciones cómo: sudor glacial, profundo silencio (x3), horribles dudas, hermosa hebrea, implacables enemigos, lejanas voces, torcidas revueltas, estrechos senderos, endiablada raza, magnífica catedral, premiosos goznes, dobles cerrojos y aldabas, dulce tristeza, eterna tristeza, secreto importante, desdeñado amante, espesas cejas, reprimida cólera, baratijas mohosas, santa indignación, generosa ira, fe inquebrantable, verdadero dios, infame obra, afrentosa cruz, misteriosos ritos, enérgica entereza, afrentosa cruz, misteriosos ritos, enérgica entereza, espíritu infernal y descarnados brazos.

Otro de los recursos que el autor suele utilizar para dotar de ritmo y cohesión interna a su prosa es la repetición seguida del mismo sujeto:Daniel, que ya no sonreía; Daniel, que no era ya el viejo débil y humilde…” seguidas en este caso de sendas subordinadas de relativo. O el ritmo trepidante que consigue en la repetición de formas verbales: "Dando órdenes a los unos, animando a los otros, disponiendo, en fin, con una horrible solicitud[…]”.

En definitiva, el autor nos ofrece un relato que no ignora que puede ser polémico; pero que se cuida de situar “hace muchos años”. Destaca por la evolución de Daniel que va del hombre de la sonrisa y mansedumbre proverbial que tiene que aguantar los ataques con piedras de los muchachos, los motes injuriosos y las viejas que se santiguan al pasar, al personaje sin entrañas que no duda en sacrificar a su propia hija antes de ver profanado su honor y el de su pueblo.




Este comentario pertenece al grupo de lectura que desde La Acequia dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

domingo, 17 de julio de 2011

El mundo, esa deforme criatura.

"Cansose Brahma de hacer experimentos, y abandonando el laboratorio, [...] tornó a montar sobre su cisne con el objeto de tomar aire."




LA CREACIÓN (POEMA INDIO)


Se publicó por primera vez y de una sola entrega en el periódico El Contemporáneo el seis de junio de 1861. El autor desarrolla su fantasía en una pieza poética escrita en prosa sobre un tema diferente en su obra, por lo alejado y exótico para la época: el orientalismo hindú. Hasta ese momento sólo presente en su vertiente más cercana del medievalismo árabe andaluz.

El narrador nos sitúa en el espacio con aparente precisión. Estamos cerca del Himalaya. Sus cumbres invisibles parecen tocar el cielo, perpetuamente coronadas por nubes oscuras que las ocultan. Otras nubes de ópalo cubren los valles de rocío. En las aguas del Ganges el cocodrilo verde se camufla entre las hierbas acuáticas. En tierra firme proliferan los árboles de la mala sombra que mata. Todo es contraste entre los moradores humanos de la habitan: luz y sombra; grandeza y pequeñez; perjurios y ternura.

“El mundo es un absurdo animado que rueda en el vacío para asombro de sus habitantes”: el narrador interviene para instarnos a oír la historia de la creación tal cual le fue revelada a un brahmín después de tres meses de ayuno. Brahma no tiene principio ni fin. Es como un círculo con cuatro caras. Cuando no había ni espacio ni tiempo, todo era él. Maya flotaba a su alrededor como una niebla confusa. Se cansó de tanto contemplarse. En medio de tanta eternidad, se aburría. Brahma es perfecto, no es vano como la mujer.

Brahma deseó y engendró a Maya. Creó infinidad de átomos microscópicos, como las motas de polvo encendidas que pueblan los rayos de luz que traspasan las sombras tupidas de los árboles. Este polvo de oro llenó el vacío de criaturas deseosas de glorificar al creador. Estos gandharvas arrancaron de Brahma la primera sonrisa. De ella brotó el Edén.

Los que le arrancaron la sonrisa no tardaron en aturdirle. El creador se retiró al lugar más apartado e impenetrable donde no llegan ni los ecos del silencio y se dedicó a la alquimia.

Si los miserables mortales pueden realizar transformaciones increíbles, imaginaos de lo que será capaz Brahma que es el principio de todas las cosas.

Crea los cuatro elementos: fuego, aire, agua y tierra junto a sus guardianes. A continuación, encierra en redomas transparentes los gérmenes de las cosas inmateriales: pasiones, deseos, virtudes, dolor, gozo, vida, muerte, bien, mal y las clasifica. De su casa sale humo negro en espirales y globos de fuego. La turba de rapaces que ensordecía los círculos inferiores del Paraíso, echan pronto en falta a su señor.

La imaginación y la curiosidad de los microscópicos cantores les lleva a trepar por las patas de los elefantes que sustentan los círculos del fuego. Por el hueco de la cerradura y las rendijas se sorprenden de la visión. En el interior del aposento había hombres a medio hacer, proyectos de monstruos, esqueletos, fragmentos y una marmita sobre un fuego inextinguible en mitad de la estancia que Brahma no da abasto a remover y agitar. Hace globos con un canuto que flotan sobre el abismo del universo. Son los astros que vemos flotar en el firmamento en las noches serenas.

Cuando Brahma se cansa de experimentar, sale a tomar el aire en su cisne. La turba de rapaces entra, manipula y enreda con todo en el laboratorio al observar que cierra la llave en falso. A sus anchas, sin que nadie se lo impida, deciden mezclar todos los ingredientes en la marmita, como en un caos. Cada llamarada azul o roja es recibida con júbilo y risotadas interminables. Los ingredientes tan dispares: grandeza y pequeñez o vida y muerte, mezclados contra natura, rabian entre sí en el interior del caldero.

Hecha la operación, uno de ellos hace un canuto con una pluma. Sopla asomándose al abismo y aparece un mundo deforme, achatado. Mezclados la nieve con arenales encendidos; humanidad con grandeza de dios y flaqueza de barros. El principio de muerte que todo lo destruye. Un mundo disparatado y absurdo. Los chiquillos que lo crean se saludan con una carcajada.

El alboroto despierta a Brahma. Su acento airado atruena en el cielo. Los gandharvas desaparecen. Únicamente su amago ha provocado el diluvio. Cuando levanta la mano para destruir la creación, el más travieso de ellos le ruega que no les rompa el juguete. Brahma es grave porque es Dios y les deja marchar alejados de su vista. Piensa que ese mundo en que los átomos se pelean unos contra otros tiene la vida corta en esas manos. Los chiquillos se ríen al marcharse. Desde entonces ruedan con él por el cielo. Brahma lo predijo: el juguete en sus manos no durará.

"Ese mundo no debe, no puede existir, porque en él hasta los átomos pelean con los átomos; pero marchad, os respeto; mi esperanza es que en poder vuestro no durará mucho."

En definitiva, Bécquer toma este breve relato de gran ritmo narrativo como un ejercicio de disfrute literario, no exento de un cierto mensaje. El tono humorístico que adopta, le quita seriedad al tema de la creación, al tiempo que pone de manifiesto su fantasía e imaginación. Nunca abandona un tono cómico al dibujarnos un dios juguetón como un niño, capaz de montar en su cisne para darse una vuelta por el aire. Siempre narrado con gran pulcritud, tratando de describir lo fantástico como si de la realidad se tratara.

Este comentario pertenece al grupo de lectura que desde La Acequia dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


miércoles, 13 de julio de 2011

Habla popular de Lumbrales (91)

Numerosas puentes de lanchas de piedra ayudan a salvar el arroyo Froya.


Leve, Alzaprime: Cuña donde se apoya la palanca para levantar cualquier objeto. “Coloca el leve más cerca de la lancha para hacer más fuerza”.
DRAE: Alzaprima: 2. f. Pedazo de madera o metal que se pone como cuña para realzar algo.
No está en el DCT.
BDE: Levar aparece en 1535. Del latín LEVARE “levantar”, propte. “aliviar”, “librar” (derivado de LEVIS) “leve”); primitivamente es variante de llevar, del cual luego se separó en las acepciones náuticas y militares bajo el influjo del francés lever.




Liara:
Cuerno de vacuno labrado por el pastor. Antiguamente se usaban para guardar la pólvora seca, también para beber o para guardar las cerillas.
DRAE: 1. f. Vaso de cuerno.
No está en el DCT.







Libra:
Unidad antigua de peso equivalente a unos 450 gramos.
DRAE: 3. f. Peso antiguo de Castilla, dividido en 16 onzas y equivalente a 460 g. En Aragón, Baleares, Cataluña y Valencia tenía 12 onzas, 17 en las Provincias Vascongadas y 20 en Galicia, y además las onzas eran desiguales, según los pueblos.
DCT: Medida de peso dividida en 16 onzas, equivalente a unos 430 gramos.
BDE: 1214. Del latín LIBRA, “libra de peso”, “balanza”.

Librar (se): Ayudar a la parturienta a expulsar los pares, la placenta. Librarse ella sola.
DRAE: 6. intr. Dicho de una mujer: parir.
7. intr. Dicho de una mujer que está de parto: Echar la placenta.
DCT: Echar un animal los limos o parias.

BDE: Hacia 1140. Del latín LIBERARE “libertar”; antiguamente significó además “despachar”, de donde “expedir una orden de pago”, 1495.

Lilailas: 1.- Niño que brinca y baila ante sus padres en señal de protesta porque no quiere obedecer.2.- Persona poco desarrollada, enfermiza, poca cosa.
No está en el DRAE con esta acepción.
No está en el DCT.



Limbios:
Especie de algas verdes que se crían en fuentes y charcas. “La charca tenía buen agua, pero llena de limbios y chovas.”
No está en el DRAE.
No está en el DCT.




Limpiar:
Aventar las mieses una vez trilladas y juntadas, volteando el grano y la paja revueltos, primero mediante briendos de madera, y luego con palas de madera, a medida que se ha ido
eliminando la paja. Para ello hacía falta viento suave y sostenido. El más frecuente era el aire de La Morofa; sin embargo, las pelles se solían poner a varios aires para aprovechar cualquiera en cuanto lo hiciera. El resultado era una especie de separación, que creaba dos montones alargados perpendiculares al viento y paralelos entre sí: uno de grano (el muelo) y otro de paja. A medida que la faena avanzaba, las mujeres o chavales pequeños iban baleando el muelo con baleadores. Al final el grano se amontonaba con las palas. Las grancias y piedrecillas producto del abaleo y las que salían al barrer la era, se reunían en un montoncillo aparte y se usaban para echárselas a las gallinas que lo escogían. A este montoncillo se le llamaba barreduras. La limpia era tarea de cuadrillas de hombres, normalmente el labrador, sus hijos y algún vecino de era que en ese momento no tenía pelle preparada para limpiar. No solía ser un trabajo duro, pues aparte de que se paraba muchos ratos por la falta de aire, era entretenido ya que, a medida que avanzaba la faena, se hacían elucubraciones sobre las fanegas de grano que iba a dar el muelo. Al mismo tiempo, se iba descubriendo el fruto de todos los trabajos del año. Posteriormente, llegaron las máquinas de limpiar que tenían un pequeño motor de gasolina que movía todo el sistema de elevar la paja con el grano y separarla mediante un conjunto de cribas y ventiladores. Al menos eran necesarias dos personas: una para llevar la mies al elevador y otra para retirar los sacos de grano y atender el motor. Significó un gran avance, ya no se dependía tanto de los elementos para hacer las faenas.
No está en el DRAE con esta acepción.
DCT: Lanzar al viento la mies trillada para separar el grano de la paja.

BDE: 1490.



Lindones:
Hitos. Señales de piedra hincadas en la tierra que marcan una linde.
DRAE: 1. m. Caballete en que los hortelanos suelen poner las esparragueras y otras plantas.
No está en el DCT.

Livianos: Pulmones del cerdo que se tiran o se pican para bofes.
DRAE: 6. m. Pulmón, principalmente el de las reses destinadas al consumo. U. m. en pl.
DCT: mismo significado.

BDE: ¨”bofes” , 1490 por el poco peso de estas vísceras.


Lobá: Matanza de varias ovejas por el lobo. “El lobo jincó veintiséis ovejas en la lobá”
No está en el DRAE.

No está en el DCT con esta acepción.

BDE: 1899.




El color verde aceituna en algunas palabras o expresiones indica que son de reciente incorporación, posterior a Mayo de 2007.



Abreviaturas utilizadas:
DRAE: Diccionario de la Real Academia Española.
DCT: Diccionario del Castellano Tradicional.
BDE: Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Joan Coromina.


La foto en B/N está escaneada del libro: Alaraz, crónicas y retratos de antaño.

domingo, 10 de julio de 2011

Este armazón de huesos y pellejo. Bécquer se confiesa.


Portada con sabor sevillano de una edición de la obra de
Gustavo Adolfo Bécquer

Este armazón de huesos y pellejo
de pasear una cabeza loca
se halla cansado al fin, y no lo extraño,
pues aunque es la verdad que no soy viejo,
de la parte de vida que me toca
en la vida del mundo, por mi daño
he hecho un uso tal, que juraría
que he condensado un siglo en cada día.

Así, aunque ahora muriera,

no podría decir que no he vivido;
que el sayo, al parecer nuevo por fuera,
conozco que por dentro ha envejecido.

Ha envejecido, sí; ¡pese a mi estrella!

Harto lo dice ya mi afán doliente;
que hay dolor que al pasar su horrible huella
graba en el corazón, si no en la frente.


Rima LVII de la edición publicada por sus amigos en 1871 y la 32 del Libro de los Gorriones.

El poeta defrauda a la muerte. No se considera derrotado porque mide la vida por la intensidad de lo vivido. Observa el deterioro de su cuerpo como consecuencia de una vida desordenada, pero no lo lamenta, ni se arrepiente, en todo momento ha sido consciente del daño: “Este armazón de huesos y pellejo / de pasear una cabeza loca”. El poeta se duele del envejecimiento del alma provocado por el dolor de los desengaños de la vida más que de las arrugas de la frente: “Que hay dolor que al pasar su horrible huella / graba en el corazón, si no en la frente“.

En efecto, el poema es una confesión. Como tal, el nucleo está en primera persona porque cada cual se suele confesar así, respondiendo de sus actos. Sin embargo, el poeta abre el poema en una tercera persona que no implica alejamiento al introducirlo con un determinante “este” que significa lo contrario. Retoma la tercera persona en el cuarteto que cierra el poema para dar el protagonismo del sujeto al desamor que avieja el alma más que el efecto del tiempo sobre el cuerpo.

Dieciséis versos de arte mayor, endecasílabos con licencia y rima consonante a excepción del noveno que es un heptasílabo. Se trata de una Octava Real y dos cuartetos que siguen el esquema: (A, B, C, A, B, C, D, D / A, B, A, B / A, B, A, B/. El poema destaca por la variedad de su métrica y rima en los que se apoya para conseguir el ritmo del poema, tan del gusto de los anteriores grandes poetas románticos.

Lo que más llama la atención a primera vista es la gran abundancia de formas verbales: diecisiete, en concreto, de las que cinco casos son Pretérito Perfecto Compuesto: ( he hecho, he condensado, he vivido, ha envejecido x2 ). La elección de este tiempo en un poeta tan cuidadoso en su expresión no puede ser casual. Es el que mejor se ajusta a su intención de expresar la acción de envejecimiento que el tiempo ejerce sobre las personas porque comienza nada más nacer, no se detiene y sus efectos se manifiestan y perduran en el presente. Tantos verbos y tan pocos adjetivos: (loca, cansado, viejo, nuevo, doliente y horrible ) le dan al poema una dan gran vivacidad narrativa.

Resumiendo, GAB elige rimas consonantes y formas estróficas clásicas que contrasten con un contenido expositivo a través de vocablos y expresiones de cariz coloquial, que no le alejen del lector, para arropar su confesión de una vida intensa ya vivida que le pasa factura desde el punto de vista físico. De ella no se arrepiente porque ha sido su elección ante la vida, la que ha ido desgranando libremente, como el escultor extrae la belleza del bloque informe de piedra o el poeta da forma al poema del magma universal de la poesía. Al mismo tiempo, se duele de las arrugas del alma, de los desengaños sufridos en las vueltas y revueltas del camino.





Este comentario pertenece al grupo de lectura que desde La Acequia dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

domingo, 3 de julio de 2011

Parada blogológica



Con la llegada del mes de Julio y las vacaciones, uno cambia de espacio y de costumbres. Pasaremos los rigores estivales en este lugar de las fotos, desconectado de los gigas que llenan la atmosfera o el lugar donde habiten los contenidos de Internet. Intentaré seguir leyendo, comentando y subiendo algo sobre Bécquer cuando tenga la posibilidad, pero de momento podemos decir que entramos en "parada blogológica", como decía nuestro amigo Tucci.



El olivo que no crece ni patrás.



Fuente de factura propia.



Piedra del lagar que había en el corral de la casa de Lumbrales.
















Las hortensias son de las flores más agradecidas, aunque ya sabemos que no se pueden comparar a las que adornan los parques y plazas de zonas más al Norte, por ejemplo Galicia.



Acantos a la sombra parcial de un palmito






A la búsqueda de flores resistentes y que den poco trabajo, las caléndulas ocupan las primeras posiciones.