lunes, 30 de marzo de 2015

Entre visillos (5) Carmen Martín Gaite. Pecar a manos llenas










"No he venido para reñir;  esta tarde no quiero reñir contigo para nada"
Entre visillos (5) 
Carmen Martín Gaite 

Tras un par de confesiones por lo civil llegamos al sacramento que unge y otorga marchamo de legalidad eucarística a la confidencia de lo más íntimo. Una confesión como dios manda, de confesionario y cura dentro. Confesar el abismo interior para seguir viviendo. La recompensa a este desnudarse por dentro, al retrato interior de lo impenetrable es la paz de espíritu para los que creen. Dejar que la serpiente resbaladiza de la luz penetre en el corazón de las tinieblas, morada de la negrura, el bosque oscuro. 

 En efecto, Julia se arrodilla ante el sacramento y el pastor de almas descarriadas que la recibe con el consabido Ave María Purísima. Le narra los detalles más íntimos de su relación con Miguel. Se acusa de quererle por carta, palabras escritas en las noches perdidas de insomnio. Animada por el cine, alguna película subida de tono y censura. “No había sido mala confesión” piensa mientras reza la penitencia arrodillada en el banco. 



"se habían salido a la calzada y miraban al arco de la Plaza, de donde arrancaba la calle"


 Su novio la espera emboscado en la escalera de su casa. Le da una sorpresa. El paseo posterior es un quebranto, discuten todo el rato. A Miguel todo le parece mal, qué borde es el tipo. Julia vuelve a llorar, esta vez acodada a la barandilla del puente nuevo, mirando las aguas revueltas del río. En el puente se desenreda el ovillo del conflicto, la explicación del desacuerdo: “Eres egoísta, egoísta –dijo con voz rabiosa-. Todo que lo resuelva yo sola, tú nada, tú molestarte, de eso nada. Allá me las componga, a ti qué te importa; pedir eso sí: que vengas a Madrid, a tu padre le dices lo que sea , a mí me importa un comino, como si fuera tan fácil.” Y la contestación de él: “Tienes veintisiete años, Julia. Tienes que comprender que no te vas a pasar la vida atada a los permisos para cosas que son importantes para nosotros.” 

Esa tarde, después del desahogo, rompen la pared que se alzaba entre los dos, cruzan la frontera de los besos. Se olvidan del reloj - esa maquinaria sofisticada que mide el paso del tiempo - en mitad de los abrazos. El amor, la pasión y el deseo ayudan siempre a llegar al fondo impredecible de la naturaleza humana. “Ladró un perro a la otra orilla del río.” 





"En el Puente Nuevo, Julia se soltó con el pretexto de arreglarse el moño y luego se acodó sin decir nada a mirar el agua del río que venía de color chocolate"

Elvira apenas cruza palabra con Pablo Klein el día del velatorio de su padre. Había dejado a medias una obra que ahora remata por carta. El mensaje es una declaración de amor a primera vista. Qué alivio, qué bien se siente el espíritu por hallar el como si, dar con una solución: estarse quieto y actuar como si no la hubiera recibido, como si se hubiera perdido por el camino y no verse obligado a nada. Hacer el tancredo.   

“¿No tiene ningún quehacer? ¿Ni clases particulares?" Se extraña el nuevo director del instituto. Señal de que el jornal de profesor no debía ser muy allá. Se hacían necesarias horas extras para dar de comer a la prole y llegar a fin de mes. Ya nadie lo dice con el sueldo de privilegiada clase media que tenemos. Cualquiera dice nada, que se te echan encima con no sé cuántos meses de vacaciones, puentes y prebendas. 



 Pablo acompaña a Rosa al Casino. Son amigos desde el día que Rosa vació los escondrijos de su alma con ayuda de la bebida. Pablo quiere pasar desapercibido en algún rincón, pero resulta imposible. “Una ronda de ojos felinos lo persiguen.” Cuando llega el descanso, la orquesta no toca y Rosa no canta, nadie baila, “solo un silencio ondulado de cuchicheos.” Pablo se abre paso hasta el bar, allí está Rosa rodeada de chicos que han sacado entrada de columna. Lo presenta a la concurrencia. Uno de ellos es Emilio que se alegra de su presencia, cuentan con uno más para seguir la fiesta en El Lampi, aguardiente con guindas es la especialidad. 

Resulta que a Emilio le gusta Elvira, pero esta no le hace mucho caso. Baila con una y Pablo con la otra que se acercan a ellos, pero lo deja plantado en mitad del baile porque saluda a Rosa que canta: No le gusta “servir de plato de segunda mesa.” Cuando Pablo les señala al grupo que la decisión de acompañarles al Lampi no depende de él, sino de lo que Rosa diga, ya no les parece tan bien, así que cuando Rosa termina de cantar se van juntos a la pensión. Pablo regresa al Casino a verla cantar otros días, pero ya no los vuelve a ver por allí. 


"Una tarde de sol dimos un paseo en barca por el río, remando uno de cada lado"


 No hablan mucho cuando están juntos, pero a él le gusta su compañía tranquila. Ella se siente orgullosa de que la acompañe. Le confiesa que no le importaría dejar el cante si encontrara a alguien con cuatro mil pesetas de sueldo fijo. Poco iba a tardar ella en echar raíces y encontrar el sosiego a su lado. La última noche antes de su partida, bajan hasta el río y toman un café en la Plaza Mayor, indiferentes a las miradas descaradas de los que salen a esa hora del cine. Al borde del llanto se despiden con un beso que a Pablo le sabe a carmín amargo. 

nos quitamos la vieja piel a tiras 
renegamos de todo lo sabido 
prometimos pecar a manos llenas 
nos hicimos más tiernos y más niños ahora, 
cada día tiene su fruto 
cada noche su secreto 
y el tiempo es una mentira 
que han inventado los viejos 
al arrancarnos las vendas 
que nos negaban el cuerpo 
descubrimos el presente 
que es lo único que tenemos

Joaquín Sabina




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


lunes, 23 de marzo de 2015

Entre visillos (4) Carmen Martín Gaite. Pinchar en hueso.





"Natalia respiró fuerte mientras se alejaba hacia las calles tranquilas"


Entre visillos (4) 
Carmen Martín Gaite 

No hay duda, la salida en tropel de la gente de los sitios es un espectáculo. Así se entiende que la primera película que se recuerda, por tanto hablamos del nacimiento del cine, sea la grabación de la salida de los obreros de una fábrica de Lyon, rodada por los hermanos Lumière el diecinueve de marzo de 1895. Carmen Martín Gaite elige una tarde de feria, el barullo de la salida de una corrida de toros que empieza a las cinco en sombra de la tarde, justo cuando la gente se desparrama en todas las direcciones con la tarde ya rendida, para situar un diálogo entre Gertru y Natalia que hacen planes para después, lo que queda de jornada festiva. 

 Natalia ha ido a los toros por acompañar a su amiga Gertru que sale “atenta al equilibrio de su peineta,” subida en zapatos topolino con mantilla, abanico y pañolón. Exaltación del casticismo. Polvareda en la explanada antes de salir al asfalto. La gente que no va a los toros se agolpa en filas compactas a lo largo de las aceras para ver pasar el desfile de moda de los que vuelven andando, a los toreros en sus coches, revueltos con los caballos de picar. Los revisteros con prisa por escribir la crónica de lo visto y mandarla a los periódicos. De purísima el cielo y el resplandor del oro en la mirada de los espectadores que se echan a la calle dando pases a las sombras y hablando de toros. 




"Al salir de los toros no encontraban el coche. Traían en los ojos chispas de sol, del oro de los trajes"


 A Gertru le cambia hasta el habla cuando se encuentra con su novio Ángel un poco más tarde, ahora habla cursi, medio gangoso y repite a menudo ¿Sabes? El catálogo completo del pijerío. 

 “Qué mueble bizantino” observa una de las chicas de Manolo Torre que guarda la mesa. El varón tampoco baila, mientras se cruzan las miradas y se aceleran los latidos en mitad de tanto bullicio. El género se tasa por la apariencia física. Hay que defender la bebida de los empellones de los asistentes. “Somos las mil y una niñas” se queja otra de la abundancia del género femenino en el baile. Los aledaños se despejan un tanto cuando los músicos, vestidos de azul eléctrico, echan mano a los instrumentos con pereza. Gertru saca a su novio a bailar en un gesto claro de franca transgresión de las costumbres. Natalia da calabazas a Manolo Torre y se va, dando por finalizada su primera experiencia en el baile del Casino. El galán rechazado encuentra acomodo con Marisol cuando fuera aún no se ha ido el día del todo. 



"¿Verdad que se está muy bien tan alto? Mira la Plaza Mayor"


 “El cielo estaba moteado de vencejos altísimos.” Natalia siente arrugado el vestido y arrugadas las medias de cristal. Como no era tarde, se va con Julia a dar un paseo por la zona antigua. Así descansa de tanto coser. Mucha costura le espera también a la ganadora  Susana Díaz para unir los hilvanes de Andalucía. Al pasar por la catedral ven la puerta abierta y suben a la torre. Contemplan la ciudad a sus pies, desconocida y salpicada de luces. Julia rompe a llorar y le abre el corazón a su hermana pequeña. La tensión que sobre ella ejercen el novio y su padre a la vez puede con ella. La falda siempre demasiado corta para el padre. Cansada de reñir por carta, se muestra dispuesta a echarse la vida al hombro y marcharse con él a Madrid. “Encima de sus cabezas chirrió la maquinaría del reloj, que era grande como una luna.” 




"Paseó un momento sus ojos sin pestañeo por toda aquella masa agrupada de la ciudad que empezaba a salpicarse de luces y le pareció una ciudad desconocida"


 Pablo Klein se aloja en la pensión América;  una casa estrecha a las afueras, al pie de la Casa de los Locos. La luz llega mortecina al suelo desde los techos tan altos que tienen las habitaciones. Allí se aloja Rosemary también. Trabaja de animadora del Casino. Lagarto, lagarto. Esa noche se ha pasado con la bebida y habla por los codos. Mueca tirante y brillo lechoso en la mirada. Cuando se retira a su habitación, anda con “paso inseguro sobre sus altos tacones.” Cuidado con el escalón. Pablo la acompaña, no se aprovecha de ella. Ella vuelca el corazón como solo lo hacen las almas sinceras, borrachas de franqueza. 


 Pero esta noche estrena libertad un preso 
desde que no eres mi juez. 
Tu vudú ya pincha en hueso, 
tu saque se enredó en mi red. 
Joaquín Sabina






Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



domingo, 15 de marzo de 2015

Entre visillos (3) Carmen Martín Gaite. Volver solo a casa.

 


"Salían en bandadas de la sombra de los soportales a mezclarse con la gente que andaba por el sol"


Entre visillos (3) 
Carmen Martín Gaite 

Cuenta la autora que Pablo Klein veía las cosas de la ciudad como cualquier turista profesional. Ser turista profesional o aficionado en los años cincuenta todavía tenía ese componente de aventura de los personajes viajeros que, provenientes de los países evolucionados del norte y centro de Europa,  nos visitaban desde la antigüedad,  convocados por nuestro exotismo y atraso en las costumbres. Era un grado porque la gente del común no hacía turismo, se quedaba en su casa de manera permanente. Aún no se había puesto de moda tostarse las carnes al sol a la orilla del mar mientras te haces unos selfies. Enseguida se distinguía a un forastero de un paisano por la manera de pisar las calles y de mirar con prisa la lentitud encajada de las piedras milenarias que conforman los monumentos. 



"En medio de la plaza tocaba una banda"

Ahora que todo el mundo corre es cuando descanso yo, debió pensar don Rafael de cuerpo presente en su casa. Un piso de la calle del Correo cuando la gente se moría en casa y allí mismo se velaba al difunto con corazón enlutado, una vez que la talla de los Calvin Klein había dejado ya de importar. Hasta el perchero haciendo de cabeza para desmonterados le parece una escena de teatro al narrador profesor de instituto. Los actores fingen. Uno se muere y mueren los vivos, enterrados en vida y duelo obligatorio. El luto riguroso como castigo y las toneladas de compasión fingida -o no- de los de fuera por el grito de dolor de los más allegados. 

"Hasta el perchero con sombreros colgados me pareció una decoración para aquella escena"
Aula de Antonio Machado en Baeza. 

 “Había venido un muchacho de pies grandes.” Se trata de Teo, también hijo del muerto, pero con un papel diferente al de su hermana Elvira en la función. Se interesa por Pablo, le echará una mano con el nuevo director del instituto. El tiempo muerto de un velatorio es un buen momento para conocer gente. Emilio ha creado una polémica en el periódico local. Se conoce que todavía no han llegado las tertulias de televisión para despellejarse unos a otros en directo. Se han creído esos que pueden “sofocar así por las buenas la voz de un ciudadano libre.” Apunta indignado Emilio. "Ímpetu juvenil," señala uno de los presentes: “Todos llevamos dentro un Quijote”, ya pasará. “Pero esas quijotadas acaban con la reputación de uno.”  Sentencia el mismo secundario. 


 
"Decía que leyendo las obras de Unamuno se le saltaban las lágrimas"

Este Emilio es un pirata con loro y todo, hace de cicerone y esconde un tesoro: suele tener bastante tiempo libre. Le ofrece su amistad a Pablo Klein. Le dice que en cuanto se ambiente en la ciudad, no se va aburrir. Hay “círculos agradables, gente con la que se puede tratar, discutir, y esto se necesita muchas veces.” Le habla de Kierkegaard y de Unamuno, quiere agradar, hacer alarde de su cultura. Pero lo que intriga y sorprende es la narración de un juego de niños que juegan con nada. Un juego que dura lo que un trozo de hielo, hasta que se les derrite entre las manos vacías. Como si fuera la última mirada ansiosa a la prolongación de una mano de ahora a punto de desintegrarse. 





"Hablándome de ellos, sobre todo de un escultor que tenía su estudio en el ático del Gran Hotel, volvió a ponerse locuaz"

Pablo se despide de su guía improvisado a la puerta del Gran Hotel. Allí tiene cita con un escultor viajado y eso es un plus. Hablarán de arte hasta que pase el verano. El profesor de segunda enseñanza se da a la fuga como Alicia en el país de las maravillas a la hora de comprometerse, justo antes de dar el sí definitivo. La excusa es ir a buscar la maleta que guarda en la consigna de la estación de tren. Esa sensación de provisionalidad que traspasa el relato. 


A los quince los cuerdos de atar me cortaron las alas,
a los veinte escapé por las malas del pie del altar,
a los treinta fui de armas tomar sin chaleco antibalas,
Londres fue Montparnasse sin gabachos… Atocha con mar.
A los cuarenta y diez naufragué en un plus ultra sin faro,
mi caballo volvió solo a casa, ¿qué fue de John Wayne?
Me pasé de la raya con tal de pasar por el aro,
con 60 qué importa la talla de mis Calvin Klein.
Joaquín Sabina


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.