jueves, 26 de mayo de 2016

Los Pazos de Ulloa (13) Emilia Pardo Bazán. Capaz de matar.





"Su turbación crecía; el corazón le latía con sordo ruido."


Los Pazos de Ulloa (13) 
Emilia Pardo Bazán 

La derrota electoral afecta el estado de ánimo del marqués. Se queda como parado y desconfiado, más huraño. Nucha se recluye en su habitación, cada vez más esclava de la niña, cosida a ella noche y día. Julián la ve muy desmejorada. El médico, don Máximo Juncal, pronostica que lo suyo “puede ser grave.” Julián envidia a los médicos porque pueden sanar las heridas y enfermedades de la gente mientras que él se siente incapaz de hacer nada. Él se sabe la teoría de memoria, la ha aprendido en los libros sagrados. Muchas horas de meditación. Llevar la cruz. Cuantos más sufrimientos se pasen en la tierra, más méritos se ganan para el cielo y mayor es la posibilidad de que al final de la partida que no hay manera de ganar, la aflicción sea dulce: señal de que hallaste el paraíso en la breve excepción terrenal. A la hora de la verdad qué importa la vida un poco más alegre y tranquila llevada en el tránsito por el valle de lágrimas, mero paréntesis de la nada inmensa. El capellán experimenta una calma honda cuando piensa que el Calvario es la cumbre, la culminación del sufrimiento. Cada cual asume su carga como mejor puede. Así lo señala Kempis en sus reflexiones. 

Una mañana después de misa en la capilla recién remozada, Nucha confiesa a Julián que se siente sola, se quiere volver a la casa del padre, al refugio de Santiago porque tiene miedo en la casona. Todavía está fresco el olor a barniz y a flores silvestres. La luz caliente que se filtra a través de los visillos de tafetán color carmesí contribuyen a crear un marco de solemnidad tamizada al desahogo. Que nadie le pida paciencia y prudencia porque ya está harta de guardar calma. Ya ni le incomoda que una criada ocupe su lugar, pero que no le toquen a la niña. Por ella es capaz de matar. En su fuero interno presiente que estorba y que la quieren matar. La confesión de Nucha desesperada convence al capellán que la ayudará en la gran evasión. Un rapto en toda regla como el toro del mito mediterráneo y milenario raptó a Europa en las costas de Fenicia






"La poseía por derecho de conquista, ¡ese derecho que comprenden los mismos salvajes."

Llegados a este punto, casi al final de la novela, la escritora se hace un poco más cervantina, llama la atención del lector: “Al llegar aquí de la narración, es preciso acudir, para completarla, a las reminiscencias que grabaron para siempre en la imaginación del lindo rapazuelo, hijo de Sabel, los sucesos de la memorable mañana en que por última vez ayudó a misa al bonachón de don Julián (el cual, por más señas, solía darle dos cuartos una vez terminado el oficio divino).”Así, de esta manera tan directa, como si fuera un crítico que acabara de leer la novela, nos indica a los lectores que lo que sigue es importante. Para ello la autora escribe desde otros ojos, la narración se engrandece de asombro a través de la mirada de Perucho. Los hechos trágicos contados desde la perspectiva del niño, testigo directo y a la vez protagonista del desenlace dramático. 

Pero no acaba aquí la cosa de la excelencia de la autora según nuestro modesto parecer. Hay más. Es admirable su capacidad para compensar en un mismo capítulo la tragedia de la muerte alevosa de Primitivo, cazado a traición como una alimaña, tumbado de un trabucazo en un acto de auténtico terrorismo rural, con la descripción de la ternura de Perucho en la escena del hórreo arrullando al bebé. No se conforma doña Emilia con la narración a través de los ojos de Perucho, también usa a la niña pequeña de filtro narrador. La complicidad del infante y del bebé que abre la novela y las expectativas a una futura continuación. Magisterio narrativo. 

Un chivatazo es el desencadenante de la tragedia. Perucho actúa como un topo quintacolumnista en los Pazos de Ulloa. Movido por la promesa de dos cuartos de su abuelo si le decía cuándo se quedaban a solas Nucha y Julián, se presenta en el despacho de su abuelo, Primitivo, como un Judas delator, vendido por unas cuantas monedas. 




"Y entré por una porta y salí por otra, y, manda el rey que te lo cuente otra vez."


Perucho sigue al abuelo por el monte para encontrar al amo y contárselo a cambio de más monedas. De tanto correr sin tasa, a su paso se levanta la liebre de la cama, se espantan las pegas de los nidos, holla las flores del brezo antes de dar con el marqués. Cumplido el recado; lo prometido es deuda, desanda lo andado para cobrar del abuelo. Salta paredes, sube bancales de viñas viejas, avanza por senderos solo aptos para cabras y conejos. Acurrucado detrás de un paredón descubre la silueta amenazadora del Tuerto de Castrodorna mal encarado apretando un trabuco contra su cuerpo. Ve cómo lo apunta seguido de un vómito de fuego y muerte. Su abuelo se gira como una peonza antes de desplomarse sobre el suelo mordiendo la hierba y el barro del camino. Allí queda tumbado e inmóvil. 

El muchacho rueda bancales abajo, brinca las paredes de piedra, salva las tierras de millo, se mete de patas en los regatos, salta zanjas, se araña con las zarzas para volver a tiempo de ver cómo Julián se encara con el marqués furioso. Tan colérico como lo había visto antes contra su madre y él mismo en la cocina: “La misma cara, idéntico tono de voz.” Parecía que estaba a punto de “echar abajo los altares, a quemar tal vez la capilla.” Aquel día parecía que tocaba matanza general. El pensamiento de que al señorito se le ocurra por casualidad quitarle la vida a la “nené” le enciende. Se escurre de la capilla. Sube la escalera ascape. Se mete con sigilo en la habitación, toma la niña que duerme aprovechando que el ama también duerme. Con la cautela “de la gata que lleva a sus cachorros entre los dientes colgados de la piel del pescuezo,” la esconde en el hórreo. Sólo media docena de gallinas y unos gorriones son testigos de la operación. 

Allí le prepara la cama entre las mazorcas de maíz, la envuelve con mantilla y pañolón. Le cuenta cuentos hasta dormirla. La llegada del ama bramando como un animalazo iracundo rompe el hechizo, la magia furtiva del hórreo. Le arrebata la niña y le aplasta como una oblea. Perucho nunca olvidará el llanto desesperado por la pérdida de la niña.

Por ti contaría la arena del mar, 
 por ti yo sería capaz de matar, 
 y que si te miento me castigue Dios, 
 eso con las manos sobre el Evangelio te lo juro yo.
Rafael de León/MiguelPoveda



El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



jueves, 19 de mayo de 2016

Los Pazos de Ulloa (12) Emilia Pardo Bazán. Maestro en refrescar manzanilla





"Primitivo, arrimándose a un servidor de usted o al judío, con perdón de Barbacana, conseguiría lo que quisiese, ¿eh?, sin necesidad de sacar diputado al amo."


Los Pazos de Ulloa (12)
Emilia Pardo Bazán

La yegua, una borrica de confianza y un caballo entero componen la nómina de las caballerizas de los Pazos de Ulloa. Ellos son los que más sufren el molimiento, el estrés, el puro cansancio y el aburrimiento de la campaña electoral. Las campañas electorales son un no parar de comidas desordenadas, fondas de paso, idas y venidas de pueblo en pueblo. Si las campañas electorales duraran mucho, acabarían con el candidato y sus monturas de puro agotamiento, provocado también por las intrigas constantes, traiciones, navajazos por la espalda, promesas electorales para los unos y amenazas para los contrarios. Los políticos actuales deben ser masoquistas. Para los animales de carga, bastante mejor un sistema político sin elecciones, ni parlamentos que valgan, ¡dónde va a parar! 

A la mulilla de Trampeta no le va mucho mejor la vida de tanto viajar a la capital a pedir financiación ilegal de donde sea, poco importa la procedencia con tal de darle la vuelta a la percepción general de que el control del distrito de Cebre se les está yendo de las manos. El carlismo, la inquisición, el diezmo, el clero sempiterno, el señorito de raigambre y jerarquía – hijo de la tierra- y Primitivo, el zorro del desierto, medio analfabeto parido por el monte, pero con la inteligencia natural de un lince para los negocios. Entre las gentes de Trampeta se había levantado “un santo odio al pecado, una reprobación del concubinato y la bastardía, un sentimiento tan exquisito de rectitud y moralidad, que asombraba; siendo de advertir que este acceso de virtud se notaba únicamente en los satélites del secretario, gente en su mayoría de la cáscara amarga, nada edificante en su conducta.” 

Al arcipreste de Cebre le llevan los demonios que sea precisamente ahora cuando se produce la repentina conversión o afán de denuncia, sacar los trapos sucios en periodo de elecciones es más viejo que el internet sin cable. Todo el mundo sabe que los Pazos son Sodoma y Gomorra de la perversión desde hace siete años. Peor le parece que los corazones de perro, las lenguas de escorpión, los liberaluchos indecentes enreden a la señora con un ordenado de misa. 





"Sentía Julián la malevolencia, la sospecha, la odiosidad, que iban espesándose en torno suya."

Nadie se lo dice abiertamente, pero Julián intuye que en torno suyo se murmura, las malas lenguas agitan la campana de la difamación, hacen vigilancias furtivas. Julián huele la desconfianza. Se palpa la tensión, siente que el aire se espesa a su alrededor y le pone un nudo en la garganta. Pero el hechizo de la niña, ahora que se va con la gente, rompe todas las cautelas, abobado con los progresos de la nueva vida recién echada al camino. Como presiente los inconvenientes de su intervención directa, no actúa y esa falta de iniciativa le paraliza. Se refugia en la oración. Dice “misa con el alma elevada, como la diría en tiempos de martirio; deseaba ofrecer la existencia por el bienestar de la señorita.” Las elecciones son la excusa perfecta para dejar pasar el tiempo. Política de no intervención. Alberga la esperanza de que si el Marqués sale elegido y se aleja de la huronera, ese pozo de maldad, mude la conducta con la ayuda de Dios

A medida que se acerca el día de las elecciones,  en los Pazos, cuartel general de los carlistas, el ardor bélico es más intenso. Se cuentan los votos, se hace un censo, están convencidos de que ni el mayor pucherazo de Trampeta podrá con la superioridad de las cifras. Esta vez el gobierno no podrá “contrapesar la acción de los curas y señoritos reunidos en torno del formidable cacique Barbacana.” Se disputa el voto palmo a palmo, se ponen zancadillas, se habilitan ardides tramposos, pucherazos que ni la vigilancia atenta de un centinela puede evitar. Escamoteo de la olla. Menudo discutinio. Qué decepción tras el recuento de papeletas. Qué abominables traiciones de última hora que inclinan la balanza del lado del gobierno. Siguen los mismos de nuevo. 

Tras la derrota Barbacana se ahoga como una ballena encallada en una playa, se reúne con los suyos en su despacho de abogado. Desplomado en su sillón, rumia la humillación y la derrota. Es la primera vez que pierde unas elecciones y hay que buscar a alguien a quien cargarle con el mochuelo. El chivo expiatorio es Primitivo; a toro pasado, él es el culpable. 



¡Qué elecciones aquellas, Dios eterno! ¡Que lid reñidísima, qué disputar el terreno pulgada a pulgada, empleando todo género de zancadillas y ardides!

A través de los vidriales penetran las voces y la algarabía de los vencedores que celebran la victoria ebrios de triunfo, beodos de vino gratis. De entre las voces destaca un clamor que en España tiene mucho de trágico: un muera. El grito de guerra que esperan los derrotados. Las voces cada vez más nutridas encienden los ojillos del Tuerto de Castro, siniestro personaje que acaricia las cachas de una navaja que asoma al borde de la faja. Barbacana saca dos pistolones que guarda en el cajón del escritorio. El clero joven se echa al monte imbuido del espíritu guerrillero del Cura Merino. El Arcipreste medio sordo quiere escapar por la puerta de atrás. Confiesa su humana cobardía: “No es cosa de aguardar a que esos incircuncisos vengan aquí a darle a uno tósigo.” Barbacana lo tranquiliza:  “Ni a romperme un vidrio se atreverán esos bocalanes. Pero conviene estar dispuesto, por si acaso, a enseñarles los dientes.” 

En vista de que la cencerrada no cesa, salen los de dentro armados de garrotes y látigos a majar como en centeno y ahuyentan a los vociferantes bebedores. Sin arma blanca, la reservan para el monte, perdices y liebres, que valen más que todos esos en cuadrilla, pellejos de vino avinagrado, odres de mosto. 

Cazos, almireces, cuernos de buey y cosas así quedan esparcidos por el suelo. El paisaje después de la batalla. Los héroes de la batida parten a caballo hacia la montaña, dejan solo a Barbacana con el tuerto de guardaespaldas. “La casa silenciosa, torva y sombría como quien oculta algo negro y secreto.”


Dicen que tuvo un serrallo 
 este señor de Sevilla; 
 que era diestro en manejar el caballo, 
 y un maestro en refrescar manzanilla.
Antonio Machado/ Joan Manuel Serrat







El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


jueves, 12 de mayo de 2016

Los Pazos de Ulloa (11) Emilia Pardo Bazán. Por el verde del valle.






"Allí no se veía ya la espina del dolor, que lentamente va hinchándose,  pero sí el puñal clavado hasta el pomo."


Los Pazos de Ulloa (11) 
Emilia Pardo Bazán 

Perucho adquiere importancia en las habitaciones más nobles de la casa durante una temporada. Atraído por las golosinas que la señora le da de vez en cuando, pierde la desconfianza y no hay manera de despegarlo de la cuna del bebé. La recién nacida es ahora su juguete preferido, capta su atención más que los nidos de pájaros, los cachorros de la Linda o los ternerillos retozones y espantadizos de las vacas lecheras. Ronda la cuna embelesado por los amorosos gorjeos, chillidos de regocijo y tirones a su pelo ensortijado como respuesta a las cucamonas y carantoñas que él le prodiga. Su presencia se convierte en el bálsamo que calma los berrinches cuando la dentición agria el carácter de los bebés. Perucho se las ingenia para traerle juguetes nuevos cada día que le divierten infinito: pájaros vivos, ranas atadas por una pata, lagartijas escurridizas o mariposas y nidos. Un día, cuando más confiado estaba, ya aceptado como uno más de la familia y no hijo de una criada, Nucha lo expulsa de la casa en seco, lo saca mojado de la bañera en la que se estaba bañando con su hija. Julián lo encuentra en cueros acurrucado, bañado en sus propias lágrimas amargas sin comprender el porqué de aquella injusticia. 

Nucha, que andaba con la mosca detrás de la oreja sobre la procedencia paterna de Perucho, explota. Ordena a Julián que se las arregle para echar de la casa a la madre y al hijo. El capellán, que detesta la mentira y teme la verdad, le dice que sus sospechas son figuraciones. La mujer se desmorona. El contacto de las manos febriles de Nucha les turba y los calla. Mutismo cómplice. Tras el barullo, el lloriqueo inconsolable de la niña. Dentro de la madre los temblores, los ojos secos y los nervios domados. Mientras tanto, el graznido ronco de los cuervos llega desde fuera. Se anuncian días peores. 

La batalla de Lepanto en una charca enfangada. Así define la Pardo Bazán- qué escritoraza- la lucha de los políticos por el poder en las zonas rurales y continúa: “las ideas no entran en juego, sino solamente las personas y en el terreno más mezquino: rencores, odios, rencillas, lucro miserable, vanidad microbiológica.” 

La España de esta época vive pendiente de una reyerta política entre dos opciones de raza apoyadas ambas en algo secular o bien enraizado, lentamente sazonado al calor de la historia: la monarquía absoluta y la constitucional, alejadas de la realidad de la gente que las considera intangibles, algo etéreo. 

Los ecos de la refriega llegan hasta las montañas fieras y los profundos valles gallegos. En las tabernas se habla de libertad, de derecho a decidir, de aboliciones de quintas, de prohibiciones que no queda más remedio que desobedecer. Las señoritas de Molende, comprometidas con la causa desde el primer momento, hacen cartucheras caseras y otros arreos bélicos. Era impresión general que la batalla habría de librarse en las urnas, pugna no menos incruenta que la lucha cuerpo a cuerpo. Las escaramuzas se sustancian en dos cabezas visibles locales: un abogado y un secretario de Ayuntamiento, naturales de Cebre. Hombres de pocas ideas, perpetuos antagonistas, acérrimos defensores de sus cabezonerías. Su lucha solo puede terminar con el aplastamiento de uno de los dos. 

Barbacana es carlista. Trampeta, unionista de O’Donnell. El primero se muestra más inclinado al uso de tretas legales para empapelar a los contrarios. El segundo prefiere el uso de la violencia sin cubrirse las espaldas para la retirada a tiempo en caso de que vengan mal dadas. La gente aborrece a entrambos. Barbacana inspira terror. Trampeta se cree ungido de la verdad. Seguro de su impunidad, aunque queme a medio Cebre. Trampeta siempre saca tajada para los suyos de los viajes a la capital. Poco a poco le va arrebatando a Barbacana los estancos, alguacilatos, guarderías de la cárcel, peones camineros y cosas así. El funcionariado a sus órdenes. Mientras tanto, Barbacana a verlas venir. Se hace el Tancredo, apoya de mala gana al candidato Carlista. Pero hete aquí que Primitivo empieza a mover sus influencias y la Junta nombra a Pedro Moscoso, Marqués de Ulloa, como candidato. 

A Trampeta le entran los siete males al enterarse de que Primitivo ha urdido el plan para poner de candidato al señorito malcriado, encima enredado con la hija. Nadie podría haber imaginado que el Marqués de Ulloa se lanzase al circo de la política. El apoyo de Barbacana, de los curas y las artimañas del zorro, Primitivo, que tiene a los labriegos en un puño porque todos le deben algo, le convencen. 

A Trampeta le entra el baile de san Vito. La reacción por parte de las autoridades provinciales es otorgarle poderes ilimitados. No reparar en gastos. A Pedro le empuja la vanidad, el reconocimiento de la procedencia, primera persona del país por origen ilustre y ancestral. Antigüedad de ocho apellidos ganada a pulso. Se le ensanchan los pulmones con las procesiones de palmeros y halagadores profesionales que le rinden pleitesía unánime. Cambia de humor, se vuelve campechano. Siempre recién afeitado. Luce su físico arrogante, buena percha, mucho pelo para el congreso. 

Las fuerzas vivas de la comarca organizan mesa franca en los Pazos al empezar a hervir la olla de la política. Bandejas repletas y jarros de vino añejo ayudan a despellejar a azadonazos a Trampeta y partidarios. De esta vez los fastidiamos, se oye decir en el ágape. Mucho trabajo en la casa para dar de comer y beber a tanto asesor y partidario. 

Julián les viene bien y lo aprovechan para la redacción de las cartas. Lo encargan además del arreglo de la capilla, medio abandonada, para tener contento al clero. Nucha se queda para vestir y desvestir los santos bajo la dirección de Julián. Éste observa la vehemencia y exaltación del cariño maternal de un tiempo a esta parte, temerosa de que le roben la niña. La visión de unas señales siniestras en sus muñecas, la piel marcada, supone un espadazo hasta los gavilanes en los sentimientos de Julián que la observa melancólica y hundida. 

“No tengo nada, Julián.” Es la respuesta escueta que obtiene de su observación.


It was through the green valley and up a green hill, 
Like one that was troubled in mind, 
I called and I shouted and played on my pipe, 
But no bonny boy could I find.
Shirley Collins





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



jueves, 5 de mayo de 2016

Los Pazos de Ulloa (10) Emilia Pardo Bazán. Respirar.






"Los sueños de las noches de terror suelen parecer risibles apenas despunta la claridad del nuevo día"


Los Pazos de Ulloa (10) 
Emilia Pardo Bazán 

Julián ha pasado mala noche acosado por pesadillas ensortijadas. Siente el cuerpo derrotado, atravesado por lanzazos como el dragón de San Jorge. Amanece nublado, el cielo cárdeno. Los nubarrones de plomo y las ráfagas frías de aire solano que doblan los árboles y levantan del suelo remolinos de hojas caídas presagian el drama en los Pazos de Ulloa. 

El capellán encuentra a Nucha con la niña en brazos, pálida y azarada, arrulla al bebé más nerviosa que de costumbre. Confiesa que desde el nacimiento de la niña se ha vuelto medio tonta, le tiene miedo a todo. Siempre alerta y sobresaltada por si los bichos y las arañas le hacen algún daño. Las noches son viva representación de las pinturas negras de Goya. Neptuno devorando a su propio hijo. Hombres ahorcados. Zombies amortajados, personas descabezadas. Crujidos de ventanas, portazos. Almas en pena. El paseo de un sonámbulo por el lado oculto de la noche. 

Una pena que la salud no se traspase, que los sanos no puedan dársela a los debilitados por la enfermedad. Julián se la regalaría a ella de buena gana y voluntad. El ataque de franqueza le enciende, le saca los colores hasta la nuca. El silencio espeso que esconde la sincera admiración entre los dos impregna la estancia de complicidad. Mientras tanto en el valle se abre una claridad pálida de sol angustiado bajo la techumbre gris de los altos que precede a la tormenta. 



"Por eso digo que debo de estar enferma, cuando me persiguen visiones y vestiglos..."

Siempre lo ha sido en esta novela, pero es a partir de ahora cuando se ve con claridad meridiana  la importancia del espacio que influye en la manera de actuar de los personajes. Junto a la naturaleza en todo su esplendor, unos  personajes más del relato. Hasta las paredes de los Pazos parecen más anchas y las piedras más oscuras. Conjuradas para el confinamiento. El invierno, la niña y la debilidad la han retraído y encerrado en la casa como en una clausura laica, la han empujado a recogerse en el interior de sí misma. La cercanía de Julián le da las fuerzas suficientes para bajar al sótano y sacudirse los temores, para luchar cuerpo a cuerpo con el caserón que la asusta. El rugido del viento, la tormenta violenta que hace retemblar los cimientos y los relámpagos que deslumbran hacen el día infame. Sin embargo, al volver a los aposentos habituales en mitad de truenos formidables recurre a la ayuda exterior. Enciende una vela y reza el trisagio. Le da un brote histérico que pone en movimiento al servicio de la casa. Tratan de calmarla con frascos, paños fríos, aires, aflojamientos de prendas y vinagres. Hacer sitio para respirar.  

Unos días después de los terrores nerviosos de Nucha, el señor de Ulloa organiza unas jornadas de caza en los montes lejanos de Castrodorna. Los participantes se quedan la víspera a dormir en los Pazos. La autora aprovecha para dejarnos de regalo una muestra más de su especialidad como escritora; una descripción magistral de la atmósfera nerviosa de una reunión de cazadores que se juntan para contar las peripecias de la caza; los jarros de vino añejo van y vienen y desatan las lenguas. Cada cual cuenta la feria según le fue en ella, todos apuestan por la bola más grande entre las carcajadas de la concurrencia y la azarosa presencia de los perros de caza. El verdadero instante de felicidad espiritual para un cazador de raza. Liebres grandes como mastines, tigres de Bengala, la sota de bastos y serpientes enroscadas, gordas como anacondas que le maman la leche a las vacas. Introduce a un personaje típico de las cacerías, cazador furtivo parido por el monte. Enjuto, piel de aceituna curtida a todos los aires. Ágil como un gamo y excelente conocedor de las costumbres de todos los bichos del monte. Paco el Bajo de “Los santos inocentes” que hace también de gracioso obligado para regocijo de los cazadores. A Julián la reunión le sirve de relajación. Ayuda a disipar las ideas congojosas que le asaltan desde días atrás. Como de nada le serviría negarse, los acompaña. 




"Iba vestido de modo asaz impropio para la ocasión, sin zamarra, ni polainas de cuero, ni sombrerazo"

Julián tiene que ir de caza quieras o no quieras. Aunque no haya cogido una escopeta en su vida, afronta con entereza su bautismo de fuego. Comprueba lo difícil que resulta acertar a las aves en vuelo y la experta actuación de un perro perdiguero que exige acierto en el amo, porque en caso contrario pega media vuelta, aburrido. La caza del macho de la liebre una noche fría del mes de diciembre, de luna bruñida colgada de una cúpula de cristal oscuro. Cuando el deseo y la pasión son tan fuertes que nada importa la muerte. La tentación con forma de hembra retozona en celo que atrae a los ciegos de amor, convulsos de deseo.



"I've been mad for fucking years, absolutely years, been 
over the edge for yonks, 
been working me buns off for bands..." 
"I've always been mad, I know I've been mad, like the 
most of us...very hard to explain why you're mad, even 
if you're not mad..." 

 Breathe Breathe, breathe in the air 
Don't be afraid to care 
Leave but don't leave me 
Look around and choose your own ground
Pink Floyd





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.