miércoles, 25 de enero de 2017

Novelas Ejemplares Rinconete y Cortadillo (1) Miguel de Cervantes. De tanto volar.






"Se fueron a ver la ciudad, y admiróles la grandeza y suntuosidad de su mayor iglesia"

Novelas Ejemplares 
 Rinconete y Cortadillo (1) 
Miguel de Cervantes 

Dos muchachos, mozos de pocos años, le buscan las vueltas al sol de justicia en la Venta del Molinillo, camino de Andalucía. Es verano y en lo alto, mandón, el sol manchego que hiere, que derrite la sesera al más pintado. Van “Descosidos, rotos y maltratados,” armados con media espada y cuchillo de cachas desgastadas y amarillentas. La gente no se echa al camino desarmada. Uno de ellos guarda unos naipes con las puntas desgastadas de tanto usarlas. Ambos curtidos por el sol, las uñas caireladas. ¡Qué palabra tan bonita y tan taurina! Qué bien suena esta asociación de nombre y adjetivo: uñas caireladas. La universalidad de las letras de Cervantes es tierra legendaria. ¿Para qué pedir permiso a nadie? Para que los apegados a lo suyo tomen nota de estas bombas reales, verdaderas explosiones de alegría de un alma sin fronteras en constante lucha y viaje por la creación literaria en libertad. A la mesa de trucos, un festín de libertad creadora y literaria. Lucha sin armas: pluma y papel. “Mi tierra, señor caballero, no la sé, ni para donde camino tampoco.” Palabras del adolescente venido del mar que expresa el orgullo de pertenencia a nada, de límite el cielo, nubes por frontera, ayuno de sentido de posesión ¿No es limitarse vivir atado al suelo sacrosanto? 

El chico se ha echado al camino a buscarse la vida en vista de que su padre no lo reconoce en casa y la madrasta lo “trata como alnado” (hijastro). Sin padre, ni madre, ni perrito que le ladre en casa y deseoso de acabar con la incertidumbre y mala vida que conlleva la miseria del camino sus aspiraciones están en encontrar un amo a quien servir. La extremada juventud de ambos no les ha permitido oficio ni beneficio. El que parece más pequeño algo sabe de sastre y cortar polainas. Poco más, si acaso, los rudimentos del oficio del padre. El mayor quiere sellar la amistad que el misterio de la suerte ha puesto en bandeja en este encuentro. Para lograrlo, nada mejor que abrir el corazón al compañero. De lo que más sabe es de expender bulas, oficio aprendido de su padre bulero, Pedro Rincón. La aspiración de gozar de las comodidades que en Madrid, villa y corte, se ofrecen de ordinario, le empujan a meter la mano en la caja de la oficina expendedora de bulas. Lo pillan con las manos en la masa y lo condenan a mosqueo de espalda y destierro de cuatro años de la corte. Sin tiempo siquiera de hacer la maleta ni buscar montura, sale a cumplir el destierro, los naipes desgastados le han servido para no morir de hambre, para ganarse la vida por ventas y mesones desde Madrid. 

Algo parecido le pasa a Cortadillo, nacido en alguna aldea entre Salamanca y Medina. También tiene que emprender la huida cuando ya al Corregidor de Toledo le habían llegado noticias de la habilidad de sus dedos para llegar al fondo de las faldriqueras ajenas. 



"A Rinconete el Bueno y a Cortadillo se les da por distrito hasta el domingo desde la torre del Oro, por defuera de la ciudad hasta el postigo del Alcázar"

Para sellar la amistad recién nacida se juran fidelidad perpetua. Lo celebran con doce reales y veintidós maravedíes que le ganan a las veintiuna en menos de media hora a un arriero grandón, pagano de los pícaros. Se unen a una tropa de jinetes camino de Sevilla, ciudad a la que llegan a la hora de la oración. Se asombran de la abundancia de la gran ciudad. Allí corre un Guadalquivir de dinero y ellos sin saberlo habitan la tentación y frecuentan gentes de mal vivir. “Admiróles la grandeza y suntuosidad de su mayor iglesia y el gran concurso de gente al río.” Se sienten empequeñecidos por la rotunda solemnidad de la Giralda y la belleza sin par del monumento de origen musulmán. La visión de seis galeras atracadas en el río les llena el cuerpo de temor por si sus huesos y sus días van a parar de por vida al banco de castigo. 

Observan a unos muchachos que van y vienen cargados con esportillas. Uno de ellos, asturiano de procedencia, les cuenta que es trabajo descansado. Ganan cinco o seis reales al día que les da para comer, siempre mejor que malvivir de un amo a quien pagarle fianzas. 




"Era un tiempo de cargazón de flota y había en él seis galeras"


En dos horas se hacen con los útiles de trabajo: sendos talegos para el pan y tres esportillas de palma para la fruta, la carne y el pescado. En su interior albergan la turbia intención de usar el oficio de tapadera; les permitirá entrar en las casas como un caballo de Troya y desvalijarlas de tapadillo por dentro. 

El primer día ya estrenan el oficio. Rincón gana tres cuartos haciendo portes de comida a pie. Repartidor de Telepizza sin moto. Un soldado enamorado lo contrata para llevar la comida de un banquete que quiere dar a unas amigas de su dama. Cortado gana dos cuartos y una bolsita con quince escudos de oro bendito dentro que afana a un estudiante. El dinero es sagrado por proceder de una capellanía. Regresan al punto de partida rápidos como el rayo para no perder la vez en la cola del reparto. El estudiante estafado aparece trasudado y turbado de muerte, por su rostro corre el sudor como por una alquitara. Pregunta por la bolsa. Cortado completa su obra maestra: le sigue hasta Las Gradas y le roba un pañuelo bordado. Le pide un poco de tiempo para averiguar, le da esperanzas de recuperar la bolsa robada porque cree saber quién es el autor del hurto. Otro mozo de los de la esportilla, aún en el año de noviciado, se dirige a ellos en prosa suburbial, una germanía que ellos no entienden: “¿voacedes son de mala entrada, o no?[…] -¿Qué no entrevan, señores murcios?” Les quiere decir que anden con tiento, que no se les conoce por casa de Monipodio, el todopoderoso de los bajos fondos sevillanos

Les guía a su casa y en el camino les pone al corriente de las costumbres. De lo robado, algo va para el aceite de una imagen devota, algo ayudará y aliviará el castigo cuando caigan en manos del verdugo. Rezar el rosario sin agobios,  por partes, repartido en toda la semana. No robar los viernes, ni hablar con mujeres que se llamen María los sábados. El producto de lo robado se divide en muchas partes, por lo tanto no conjugan el verbo restituir si vienen mal dadas. Ancha es Castilla. Pasaba lo mismo que ahora, nadie devuelve nada, ni comisiones, ni sobresueldos, ni las becas aunque te pillen con las manos en la masa. Al fin y al cabo “¿No es peor ser hereje, o renegado, o matar a su padre y madre, o ser solomico?” (Sodomita en romance). 




"Otro día vendieron las camisas en el malbaratillo que se hace fuera de la puerta del Arenal"

La casa de Monipodio tiene mala apariencia por fuera,  pero esconde un patio limpio como la patena. El patio es aljamiado y parece verter carmín de lo más fino. Llegan a la hora de la audiencia. Acuden catorce personas, hampones de todo tipo y condición, lo mejor de cada casa. Reciben a Monipodio con profunda y larga reverencia. Monipodio aparenta unos cuarenta y tantos. Alto de cuerpo, de rostro moreno, los ojos hundidos, peludo, las manos cortas y pelosas, uñas hembras y remachadas. Parece “el más rustico y disforme del mundo.” 

“Por un morenico de color verde 
 ¿Cuál es la fogosa que no se pierde?” 
Así le canta la Gananciosa la seguidilla a los ojos fríos de color verde aceituna. Monipodio, ungido con potestad para acristianar y nombrar, los bautiza Rinconete y Cortadillo, el diminutivo que los identifica de ahora en adelante y para los restos. 

Monipodio asiente con Rincón en que no es conveniente airear la patria ni la procedencia paterna por si las cosas se tuercen y un escribano anota: Fulano,  hijo de Zutano y vecino de tal parte, tal día le azotaron y colgaron. En el poder de su pluma está no poner pena al delito ni culpar a quien dé pena. Ni a los bienhechores como el procurador, el verdugo, el centinela que avisa y toda una trama que ahorra castigo. Todo hay que pagarlo, pagando misas por las ánimas de tanto sobrecogedor. Por todos ellos celebran aniversario anual, con la mayor pompa y silencio posible.
De tanto volar 
Sedienta de tanto vuelo 
En un charco de agua clara 
La alondra se bebe el cielo, ay, ay
Lole y Manuel



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


miércoles, 18 de enero de 2017

Novelas Ejemplares La gitanilla (y2) Miguel de Cervantes. Del olivo me retiro.




"Tu nombre, ¡oh Gitanilla!/Causando asombro, espanto y maravilla."

Novelas Ejemplares 
 La gitanilla (y2) 
Miguel de Cervantes 

El patriarca gitano le explica a Andrés cómo se hacen las cosas entre los gitanos. Ellos le entregan a Preciosa como esposa, como amiga o, si quiere, le dan a escoger entre todas las doncellas del clan. Una vez elegida, le queda prohibido entretenerse o empacharse con las demás ya sean solteras o casadas. Añade solemne que entre ellos puede que haya incestos, pero ningún adulterio. Si alguna de ellas incumple, le aplican el código. No les temblará el pulso para enterrarlas en la montaña o por ahí en los páramos como si fueran alimañas. Así pueden ellos vivir seguros, acongojándolas. El miedo guarda la viña. Su vida es comunitaria, pueden compartirlo todo menos la hembra. Esa es sagrada. Ellos no, ellos pueden dejar “la mujer vieja como él sea mozo, y escoger otra que corresponda al gusto de sus años.” Y así ellos viven alegres, señores de los campos, los sembrados y las selvas. Su “ánimo no le tuercen cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros.” Son indomables. Para los gitanos se crían las bestias de carga en los campos. De día trabajan y de noche hurtan, testigos a diario de cómo se llega la aurora alegrando el aire, enfriando el agua y humedeciendo la tierra. Tras ella el alba dorando cumbres y rizando los montes. En definitiva, son gente que no se entrometen en el dicho: “Iglesia o mar o casa real. Allá los payos y sus cosas. Ellos tienen lo que quieren. El novicio acepta los fundamentos, renuncia a los privilegios de su herencia familiar, se somete al yugo de Preciosa y a la ley de los gitanos. El galardón de Preciosa compensa con creces el sacrifico de servirla. 

Preciosa le insiste en los dos años de noviciado, dos largos años de tanteo. Puede estar seguro de ella, no piensa tentar la suerte: llamar al castigo de los hombres que abandonan y castigan a las mujeres a su antojo. No es necesario que jure ni prometa nada, pues los juramentos de los cautivos y de los enamorados son vanos: harán lo que sea por conseguir sus deseos. Lo remite todo a la experiencia del noviciado. 

Andrés pide que lo eximan de robar durante un mes, asume que no acertará a robar sin un mes de aprendizaje. Que no se preocupe, ellos lo enseñarán a ser un águila en el oficio de Caco. El riesgo de un castigo a galeras, azotes y horcas ahí está, pero los soldados siguen existiendo por más que las guerras coman los hombres y los caballos. Para pagar el mes de exención, reparte doscientos escudos entre los gitanos que lo celebran y se rompen la camisa ante tanta generosidad. Ellos acocotan la mula y la entierran con los arreos para no dejar huella. Como deshacerse del móvil es ahora obligación entre los rufianes y amigos de lo ajeno. 




"Corona del donaire, honor del brío/Eres, bella gitana,/ Frescor de la mañana/ Céfiro blando en el ardiente estío"


Otro día levantan el campamento en dirección a los montes de Toledo, allí piensan poner el aduar y desde allí garramar los alrededores durante una temporada. Preciosa montada en la pollina y Andrés a pie, contenta de su lacayo y éste también contento de dejar el camino de Flandes y poner su albedrío a las órdenes de su señora. 

Las enseñanzas sobre el hurto no se le asientan a Andrés en la mollera así como así, antes bien las lágrimas de los dueños le dan tanta pena que les paga por lo robado en la escaramuza por la cuadrilla de cuatreros. Los gitanos protestan, para ellos eso de que la caridad entre en sus pechos es contravenir los estatutos, un sindiós que va contra su esencia; implica dejar de ser ladrones. Así que Andrés declara la independencia unilateral, pasa a ser un ladrón indepe, ladrón exento, por sí solo y señero. En su interior alberga la intención de comprar alguna cosa y presentarla como robada, así en menos de un mes presenta más provecho que cuatro de los cacos más aventajados. ¡Cómo no va estar Preciosa encantada de su tierno amante, lindo galán y despejado ladrón! 

Marchan a Extremadura, tierra rica y caliente. A la hermosura de Preciosa se unen ahora las muchas habilidades de Andrés, caballero bien criado. Los llaman para amenizar las fiestas de los pueblos y así va el aduar rico y próspero y “los amantes gozosos de solo mirarse.” 

Los perros ladran con ahínco un día a media noche. Se levantan los gitanos y ven a un hombre vestido todo de blanco, enharinado como un molinero, dos perros hacen por él, lo muerden en una pierna de mala manera. Lo llevan al campamento, hacen lumbre y la gitana vieja lo cura con un emplasto de pelos de los perros mordedores fritos en aceite, después de lavar las heridas con vino y romero mascado, bien cubiertas las heridas con un paño limpio y todo santiguado al final. 




"No dijo otra cosa sino que se llamaba Alonso Hurtado, y que iba a Nuestra Señora de la Peña de Francia a un cierto negocio"

La espada de los celos atraviesa el alma de Andrés cuando Preciosa reconoce en el mordido al paje que le regalaba poemas en Madrid. Al llegar el día, Andrés visita al herido que le dice que con la oscuridad perdió el camino y que su intención era llegar a la Peña de Francia. También le enseña los cuatrocientos escudos de oro cosidos a las mangas. Le cuenta que huye de dos estocadas certeras que le asestaron a dos caballeros principales. Piensa llegar a Sevilla, después a Cartagena para desde allí embarcarse en las galeras que parten hacia Génova llenas de plata para pagar a los tercios. Como la gitana vieja no quiere que ni siquiera se mente a Sevilla y sabiendo que Clemente- así nombran el mordido- trae dinero en cantidad, lo protegen, lo acogen y deciden adentrarse en la Mancha y luego a Murcia por quedar Cartagena al lado. Andrés y Clemente se hacen compañeros de viaje. En mes y medio el recién llegado no tiene la menor ocasión de hablar con Preciosa por no levantar los celos de Andrés, que bien sabido es que el amante se fatiga y se desespera hasta de los átomos del sol que tocan a la amada. Como buenos amigos y de aficiones comunes, con puntas de poetas y aficionados a la música, un día, convidados al silencio de la noche, entonan un canto por turnos en el que glosan la belleza, la decencia, los encantos y el donaire de Preciosa, “que blandamente mata y satisface.” 




"Está por aquí alguna venta o lugar donde pueda recogerme esta noche y curarme de las heridas que vuestros perros me han hecho?

Pero la felicidad se acaba; un día, a unas tres leguas de Murcia, se alojan en un mesón. Juana Carducho, la hija del mesonero, de diecisiete o dieciocho años de edad, “más desenvuelta que hermosa,” se enamora de Andrés al verlo bailar. El rechazo de éste por estar apalabrado, motiva que ella le denuncie a la justicia por ladrón después de meterle unas joyas entre sus alhajas. Lo detienen no sin antes haber matado a un soldado que desea galeras a todos los gitanos en lugar de tanto robar y bailar. En la confusión de la grita, Clemente se evapora. Después sabemos que lo vieron embarcarse en una galera. Llevan a Andrés a Murcia en un macho cargado de cadenas. A Preciosa la presentan ante la Corregidora que quiere conocer la belleza de la que todos hablan y no paran. La gitana vieja que oye decir a la corregidora que doce años antes había perdido a Constanza, vuelve con un cofre en el que hay un escrito que dice que la niña se llama Constanza, hija de Fernando de Acebedo y Guiomar Meneses. Comprueba que se trata de su hija por un lunar y dos dedos trabados que Preciosa tiene en uno de los pies, entre la lógica alegría del Corregidor que va de sorpresa en sorpresa, sólo lamenta que la hayan desposado con un gitano. 

Cuando descubre que Andrés es en realidad Juan Cárcamo, de aristocrático linaje y caballero de hábito, le concede casarse con Constanza antes de morir en cumplimiento de la condena. El teniente cura encargado del desposorio se niega a oficiar a falta de las amonestaciones. La madre ya ejerce de tal, le entrega su “única hija, la cual, si os iguala en el amor, no os desdice nada en el linaje.” 

El alcalde, tío del muerto, no acaba de ver claro el rigor de la justicia para ejecutar al yerno del Corregidor. Recibe promesa de dos mil ducados si retira la querella. Esperan a los padres del novio y en veinte días, una amonestación, se celebra el desposorio con fiestas de toros y cañas. Los poetas de la ciudad celebran el extraño caso y la sin par belleza de La gitanilla que durará mientras los siglos duren.



me retiro 
 del esparto yo maparto 
 ay que del olivo me retiro 
 ay del sarmiento marrepiento 
 de haberte querío tanto 
 ayyy que del olivo 
 me retiro 
 SOY GITANO...
Camarón de la Isla




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


Las dos primeras ilustraciones están escaneadas de mi libro de las Novelas Ejemplares de la Editorial Ramón Sopena. 


miércoles, 11 de enero de 2017

Novelas Ejemplares La gitanilla (1) Miguel de Cervantes. Cobre amarillo.





"Y,  finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo"



Novelas Ejemplares 
 La gitanilla (1) 
Miguel de Cervantes 

La gitanilla es una novela breve con final feliz. Si comienza con un exabrupto de carácter xenófobo que coloca a los gitanos fuera de la ley, en la periferia de la sociedad, termina con el triunfo de la clemencia, la victoria del amor y el enterramiento de la venganza. Pero ya sabemos que Cervantes tiene truco, como él mismo señala en el prólogo de los doce cuentos que llama Novelas Ejemplares y que a menudo nos advierte Pedro Ojeda,  nuestro maestro on line en asuntos literarios. Descubrir el truco, ese será el cometido del tercer acercamiento a Cervantes del grupo de lectura de La acequia. 

Las cosas pasan en Madrid y después en el camino. Camino de los montes de Toledo, camino de Extremadura, evitan Sevilla porque la gitana vieja tiene allí deudas pendientes, y la trama viene a morir en las tierras de Murcia

El peso de la narración lo lleva un narrador omnisciente clásico que narra la historia en tercera persona. Por apuntar algo que a mí me parece peculiar en una novela es su interés por aconsejar a la protagonista, Preciosa, La gitanilla, a la manera de los apartes de las obras de teatro, que suelen ir entre paréntesis en el texto escrito: “Mirad lo que habéis dicho, Preciosa, y lo que vais a decir; que ésas no son alabanzas del paje, sino lanzas que traspasan el corazón de Andrés, que las escucha. ¿Queréislo ver, niña? Pues volved los ojos y veréisle desmayado encima de la silla, con un trasudor de muerte; no penséis, doncella, que os ama tan de burlas Andrés que no le hieran y sobresalten el menor de vuestros descuidos.” 

“Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones.” Para qué andar con rodeos, la primera frase de La gitanilla es un directo a la boca del estómago que deja medio grogui al lector desprevenido para el resto del relato. Pura provocación, un rabotazo inesperado, pero que nadie diga que este puñetazo en la mesa no es un comienzo magistral para atarte a la lectura. Y qué me dicen de “los gitanos y gitanas.” Faltaba bastante para la llegada de eso que llaman arroba, vete a saber por qué y ponen (gitan@s.) El lenguaje políticamente correcto, tan cursi y tan de moda. Por cosas como éstas se sigue leyendo a Cervantes. Todo está en Cervantes, pero nunca sabremos si el autor está de acuerdo con la afirmación cabecera del narrador o solamente pone de manifiesto algo que la gente comenta en la calle. 




"Al cabo sacó la mano vacía y dijo:" 


Resulta que una gitana vieja, jubilada en la ciencia de Caco, cría una chiquilla a la que llama Preciosa. Le enseña todas las gitanerías a su imagen y semejanza. La chica sale dotada con el arte y el innato flamenco compás para el baile además del temple necesario para el toque y el cante. Ni los aires ni los soles de la intemperie castellana consiguen deslustrar el rostro ni curtirle las manos. Viendo la abuela el diamante en bruto que tiene entre las manos, le busca maestros que le enseñen los secretos del baile y le escriban los mejores poemas para cantar. Total que con quince años por San Miguel y la venida de la edad, es decir, hecha la chiquilla una mujer de bandera, “en extremo cortés y bien razonada,” la presenta en la villa y corte donde todo se compra y se vende. El día de Santa Ana, patrona y abogada de Madrid, un plantel de ocho gitanas, guiadas por un gitano gran bailarín, hacen el paseíllo por las calles de la ciudad. Pronto corren los muchachos y la gente mayor a hacerle corro, atraídos por el run run de la belleza de La gitanilla que baila, toca y canta como los ángeles. 

“¡Lástima es que esta mozuela sea gitana!” Exclaman unos y se extrañan otros al verla desenvolverse con tanta gracia y donaire. Más de doscientas personas entusiasmadas congrega alrededor cuando entona el romance “Salió a misa de parida” sobre la reina doña Margarita en Valladolid, compuesto por un poeta de los de número (nada de un PNN cualquiera). Contentas por escuchar las buenas nuevas del vástago que asegura la sucesión de la monarquía. Dan vivas a la reina fértil que ha de “dar por crías águilas de dos coronas.” 

Un paje que la oye cantar le pone en el pecho un romance junto a una moneda de escudo. Si es bueno, le pagará para que le componga, le asegura ella. Otro caballero le da permiso para que lea en público la glosa de un enamorado a la belleza y donaire de la gitanilla, Preciosa. La gitanilla sabe leer y escribir, la vieja gitana la está moldeando con finura, gitana fina. 

Un día temprano camino de Madrid se presenta un joven mancebo vestido como un pincel, solo y a pie, cosa extraña porque afirma ser caballero, hijo único y heredero de mayorazgo. Quiere servir a Preciosa para hacerla su igual y señora. Como prueba de que no va de farol, trae consigo cien escudos de oro como arra y señal de lo que piensa entregar por la mano de Preciosa. Ella lo acepta, pero su única joya es su entereza y virginidad y está dispuesta a llevarla a la sepultura, ni se compra ni se vende. “Cortada la rosa del rosal, ¡con qué brevedad y facilidad se marchita! Éste la toca, aquél la huele, el otro la deshoja, y, finalmente, entre las manos rústicas se deshace.” No se la llevará sino atada con las ligaduras del matrimonio. Primero ha de pasar un noviciado de dos años, llevar el traje de gitano y seguirla en su caravana. Le impone condiciones tan bien expuestas que ni un colegial de Salamanca. Esta chiquilla “habla latín sin saberlo.” Dice asombrada la gitana vieja. 




"Cabecita, cabecita/Tente en ti no te resbales"


Todavía otro día van los gitanos a Madrid a hacer por la vida y comprobar quién es Andrés (Por el interés te quiero Andrés). Otro encontronazo con el paje poeta y un nuevo soneto dedicado que le leen los caballeros con el consiguiente soponcio de Andrés enfermo de celos. Andrés se presenta en la acampada de los gitanos a lomos de una mula de alquiler. A los gitanos se le van los ojos detrás de la caballería. Una buena moza, todavía sin cerrar y andariega. Tendrá buena venta puesto que no presenta mataduras ni llagas de las espuelas. La harán dinero en el mercado de los jueves de Toledo

Muera pues la sin culpa le dicen los gitanos cuando Andrés les quita la intención y les pide que la maten y la entierren. Nada de dejarla para los buitres por miedo a ser descubierto. El pagará de lo suyo lo que valga, lo que piensan sacar en la feria de Toledo. Que los despojos de la mula fertilicen la tierra. 

A continuación, un elocuente patriarca gitano le canta las cuarenta. Le endiña un discurso de categoría cervantina. La severa ley de los gitanos explicada a un payo lego, el código inviolable de aplicación inmediata entre su gente. Lo trataremos de resumir, pues se trata de otra perla cervantina, pero será otro día porque esto se alarga. 


 Las piquetas de los gallos 
 cavan buscando la aurora, 
 cuando por el monte oscuro 
 baja Soledad Montoya. 
 Cobre amarillo, su carne, 
 huele a caballo y a sombra. 
 Yunques ahumados sus pechos, 
 gimen canciones redondas.
Federico García Lorca /Manuel y Alba Molina





 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


jueves, 5 de enero de 2017

Niebla (y11) Miguel de Unamuno. Y cierra la puerta.




"El pobrecillo, recordando mi sentencia, procuraba alargar lo más posible su vuelta a casa."


Niebla (y11) 
Miguel de Unamuno 

El viaje relámpago de Augusto a Salamanca termina al atardecer. La misma noche regresa en tren con la sentencia de muerte sobre su cabeza. (Siempre sobre la madera/ de mi vagón de tercera). La estrechez del departamento hace de corredor de la muerte. Por su mente medio adormecida por el traqueteo, pasan fugazmente los paisajes familiares de la tierra que dejará para siempre: las encinas poderosas, los pinares, los páramos castellanos y las montañas nevadas. Con el futuro escrito y privado de la posibilidad de quitarse de en medio, la suerte está echada. No hay marcha atrás a estas alturas del relato. Procura que el viaje dure lo máximo posible, pero un imán misterioso, un impulso íntimo,  lo arrastra a casa para morir cerca de los suyos. Todas las desventuras, su historia tragicómica y su propio cuerpo se funden en una niebla. Sólo hay algo más triste que no ser más que una fantasía, ser el sueño de otro. Definitivamente, es un buen hombre que ha venido al mundo para rendirse brazos en alto, a sufrir y ser humillado. La nada le parece más pavorosa que el dolor. 

Déjese de andrónimas y cosas de libros, le reprende tratando de animarle Liduvina cuando lo ve aparecer en la puerta como un fantasma, como la muerte andando. Augusto le explica que no llega ni vivo ni muerto, él no existe. Es sólo una idea; por lo tanto, no puede morir. Una idea es inmortal. Siente un hambre primario, un apetito voraz que lo arrastra a comer de manera compulsiva, por instinto. “Edo, ergo sum.” Como, luego existo, en romance. Comer es lo que ahora le mueve. 



¿Será verdad que no existo realmente?

A las puertas de la muerte el alma se entristece, pero el cuerpo entra en una fase de apetito furioso. Una idea no vive, sobrevive. “Más mató la cena que Avicena” le censura de nuevo Liduvina al verle engullir sin medida. Comer por desesperación no es comer, es no existir. Comer hasta perder el control, hasta no poderse tener en pie, “como si todo eso me fuese cayendo desde la boca en un tonel sin fondo, ” es no existir. 

Augusto se acuesta para morir, echado, como mueren los animales. Pide a Domingo que le desnude, que le deje como su madre lo trajo al mundo. Piensa morir desnudo. No busca la soledad para morir, lo quiere a su lado, sentirlo dormir y roncar. Escribe una carta para mandar a Miguel de Unamuno, en ella pone: “Se salió con la suya. He muerto.” Le dice a Domingo que le rece despacito el padrenuestro, el avemaría y la salve como acariciando el oído. Deja de sentir la mano. Uno empieza a morirse por partes. Luego no siente el pulso. Cae dormido y repara que su vida no ha sido más que una niebla. 

Cosas de libros, cosas de libros, le insiste Domingo. Aún tiene fuerzas para preguntar si conoce a Miguel de Unamuno. “Ese señor un poco raro que se dedica a decir verdades” también es cosa de libros. Él también morirá, se morirá aunque no lo quiera. Esa es su venganza, esa es su maldición. Lanza un grito más allá de las tinieblas: “Eugenia, Eugenia.” Dobla la cabeza y muere. Muerte por asistolia, algo del corazón. El médico certificó la muerte de Don Miguel como “hemorragia bulbar.” A Liduvina no se le va que la muerte del señorito ha sido cosa de la cabeza, se ha dejado morir, ha sido un suicidio. “Se salió con la suya.” Uno no existe sino para los demás y si los demás dejan de imaginarlo,  muere. “Domingo lloraba.” 





"Coma usted [...] El que no come se muere."

Al llegar el telegrama a don Miguel, le entran remordimientos de haberlo matado, debería haberlo dejado suicidarse, así que piensa resucitarlo. Se queda dormido y se le aparece Augusto. En sueños le dice que resucitar no es hacedero. Crear un hombre mortal es cosa fácil, resucitarlo es imposible, como imposible es resucitar a don Quijote. Ni aunque lo vuelva a soñar porque nunca se sueña dos veces el mismo sueño. No vaya a ser que Unamuno sea una ficción, solamente  una excusa para que las historias corran por el mundo. Augusto se disipa en la niebla negra. Don Miguel se despierta y aquí está la triste historia de Augusto Pérez. 

Hay algo más; una oración fúnebre como colofón, el punto final a la novela. El idioma castellano se adapta como anillo al dedo para expresar el dolor póstumo por la muerte de un ser querido. Se amontonan los mejores y más enormes versos de nuestro idioma a nada que pensemos un poco. Por ejemplo,  Las coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique: 
 “Recuerde el alma dormida, 
 avive el seso y despierte 
contemplando 
cómo se pasa la vida, 
cómo se viene la muerte  
tan callando” 
De Federico García Lorca,  El llanto por Ignacio Sánchez Mejías, el amigo torero caído en el ruedo de Manzanares
 "La vaca del viejo mundo 
 pasaba su triste lengua 
 sobre un hocico de sangres 
 derramadas en la arena, 
 y los toros de Guisando, 
 casi muerte y casi piedra, 
 mugieron como dos siglos 
 hartos de pisar la tierra." 
O los versos tremendos de Miguel Hernández dolorido por la muerte de Ramón Sijé: 
"Un manotazo duro, un golpe helado, 
un hachazo invisible y homicida, 
un empujón brutal te ha derribado."




"¡Soy inmortal! ¡Soy inmortal!"-exclamó Augusto. 

Desde hoy añado,  por mi cuenta y riesgo, este llanto precioso del perro Orfeo enfrentado al abismo de la soledad que muere de pena a los pies de su amo, Augusto Pérez. Orfeo es quien más sinceramente siente la muerte de Augusto. Acurrucado a sus pies, huele la orfandad y una nube negra envuelve su espíritu perruno. La muerte de su amo le sume en la inmensa soledad. Divaga sobre los orígenes de su especie. Los perros no han sido domesticados como el toro nacido para el dolor o el caballo. La relación mutua surge de un contrato social: el perro levanta la caza, el hombre la cobra y da su parte al animal. A cambio el perro evoluciona, aprende a ladrar en lugar de aullar. Por paradójico que parezca, el hombre ladra a su manera: habla. Le pone nombre a las cosas y se olvida del objeto que representa, sólo oye el nombre de esa cosa: habla. Los perros y los demás animales entienden al hombre cuando aúlla, entonces lo entienden bien, cuando chilla, cuando aúlla. ¡Cuánto aprendió Augusto de sus silencios y lametones! Al hablarle, se hablaba. Ahora frío e inmóvil, la comunicación falla: sólo silencio por fuera y por dentro. Su amo desde la atalaya le espera, desde la alta meseta de la tierra donde duermen los hombres puros y los perros santos. Allí espera la llegada de Orfeo que siente venir la niebla tenebrosa y saltando y moviendo el rabo se deshace en la niebla oscura. 

Acurrucado, muerto a los pies de su amo, lo encuentra Domingo que se queda en el mundo de los vivos otro poco, llorando al contemplar el ejemplo de lealtad y fidelidad del perro, Orfeo.

 When I was younger  so much younger than today 
 I never needed anybody's help in any way 
 But now these days are gone  and I'm not so self assured 
 Now I find I've changed my mind, I've opened up the doors 

Help me if you can, I'm feeling down 
And I do appreciate you being 'round 
Help me get my feet back on the ground 
Won't you please, please help me?
Beatles/Caetano Veloso




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



Las caricaturas son de Luis Bagaría. Están en el repositorio documental de la USAL. 


lunes, 2 de enero de 2017

Niebla (10) Miguel de Unamuno. Buscar tus ojos.





"El segundo nacimiento, el verdadero, es nacer por el dolor a la conciencia de la muerte incesante, de que estamos siempre muriendo."


Niebla (10) 
Miguel de Unamuno 

A tres días de la boda, Augusto recibe una carta que le jaquea la razón. Eugenia le comunica que lo deja plantificado, se ha marchado con Mauricio. Y le advierte de que no se queje porque todo podría haber sido más cruel. De hecho,  Mauricio había planeado hacerlo al día siguiente de la ceremonia. Augusto, con el temor agarrado a las entrañas, tarda en leerla, espera a leerla en la iglesia donde se contiene. Allí reza arrodillado en un banco y se calma. Por don Fermín se entera que ellos debieron salir al anochecer en un tren porque ella ya no remaneció durante toda la noche. 

¿Qué haremos ahora? Se preguntan los afectados por la huida. Nadie se lava las manos, todos le dan la razón a Augusto. El engaño es una indecencia. A Augusto le queda el consuelo de que un miserable lo sigue siendo hasta el final. Según eso, también lo será con Mauricio, lo que lamenta es que no sea con él. 

Se le cae la casa encima. Le invade una amalgama de sensaciones: “Un sentimiento en que se daban confundidos tristeza, amarga tristeza, celos, rabia, miedo, odio, amor, compasión, desprecio, y sobre todo vergüenza, una enorme vergüenza, y la terrible conciencia del ridículo en que quedaba.” 


"Nosotros no tenemos dentro"


Orfeo sale a recibirle, el no abandona aunque también desaparezca de vez en cuando, arrastrado por la llamada del instinto primitivo en busca de perras, pero siempre regresa, extenuado, medio muerto como los gatos. Tumbado boca abajo sobre la cama llora hasta enmudecer el monólogo. Así lo encuentra Víctor y así lo deja después de una conversación sobre la esencia de los entes de ficción. Los personajes no tienen adentros, solo hablan y el hablar es hacer, pues “el principio fue la palabra y por la palabra se hizo todo.” El alma, el interior de un personaje, está en el lector. Su vida consiste en vagar como un fantasma, como un muñeco de niebla. Su fin primordial es distraer al autor y conseguir que el lector llegue a dudar de su propia realidad de bulto para redimirle. Que el ente y el lector se devoren a sí mismos, que duden de la existencia y que piensen porque ser es pensar. Es decir, lo que no piensa, no es. Y si uno se empeña en no pensar, que se devore, que se suicide. Allí lo deja hundido y confundido en la maraña de razones que desembocan en el acabamiento, en la nada. Convencido de ser un ente de ausencia a la espera de un lector que lo elija, abra el libro y le active como presencia a través de la lectura. 

Aparece Víctor, personaje autónomo, república exenta, para explicar y diseccionar el cerebro de Augusto que confunde el “sueño con la vela, la ficción con la realidad, lo verdadero con lo falso; confundirlo todo en una sola niebla.” Añade que en su mente se confunde el llanto y la risa, se mezcla lo nuevo y lo viejo, la comedia ignora las lindes hasta semejarse a la tragedia. Le advierte que no superará la vergüenza hasta que no acepte su papel de rana, rata condenada a la vivisección, ratón de experimento. Eugenia le salió rana. Que experimente en sí mismo y se olvide de burlarse o ser burlado, que se burle de sí mismo que se devore a sí mismo. Sólo así llegará al estado de serenidad y ecuanimidad de espíritu: la ataraxia. 

La tempestad del alma de Augusto le vuelca al suicidio. En ese momento crucial recuerda un ensayo sobre el tema escrito por Miguel de Unamuno y como aún tiene tiempo,  para acá, a Salamanca que se viene en un tren, a charlar un rato con el autor, como último recurso, como el náufrago que se agarra con fuerza a la única tabla de salvación.  

Aquí el autor da otra vuelta de tuerca más al relato, reencaja la narración un poco más. Cambia el punto de vista narrativo a la primera persona autobiográfica y ajusta el espacio a Salamanca, la pequeña ciudad del oeste en la que vive desde hace veinte años. 





"Tú, querido experimentador, la quisiste tomar de rana, y es ella la que te ha tomado de rana a ti."

Augusto entra como un fantasma acobardado, bastante apocado, en el despacho presidido por un retrato del autor. El decorado en el que tiene lugar la desigual conversación trascendente es austero: una mesa camilla con faldillas, un retrato y estanterías con libros, nada más. Hay escasas descripciones en la novela, casi ninguna, por lo que ésta es digna de mención aunque no sea más que una excepción. Y de libros le empieza a hablar; demuestra conocer bastante bien sus ensayos, lo cual le halaga. Cuando le empieza a contar las desdichas de su vida, le corta pues las conoce mejor que él. También sabe que ha decidido suicidarse, algo imposible de acometer porque para suicidarse es necesario estar vivo y él no está ni vivo ni muerto, no existe. No eres “más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle.” Le insiste, uniendo así los elementos del proceso creador y la imposibilidad de gestionar el comportamiento de un escrito y sus personajes una vez publicado. El futuro se diluye en manos del receptor. 

El protagonista  se viene arriba en el curso de la conversación, recobra el color y el aliento y le dispara en seco que a ver si el que no existe es él, que no es más que un pretexto para que la historia se conozca. Lo corrobora su afirmación de que Don Quijote y Sancho son más reales que Cervantes. Así continúan enzarzados en un toma y daca dialéctico de altura que le hace declarar a Unamuno su misterio, lo que seguramente no quiere desvelar: “Yo necesito discutir, sin discusión no vivo y sin contradicción, y cuando no hay fuera de mí quien me discuta y contradiga invento dentro de mí quien lo haga. Mis monólogos son diálogos.” 

Es increíble la habilidad del autor para hacer que los asuntos más complejos como puede ser el de la creación literaria y su difusión, mezclado todo con intrincados temas filosóficos lleguen a los lectores hechos literatura atractiva y comprensible. No olvidemos que estamos leyendo un diálogo entre el autor y su creación y cómo el personaje se le rebela con argumentos bien fundados. Los lectores estamos en el centro de la nivola sin apenas darnos cuenta. El lector escribiendo, haciendo novela también. Genial. Porque un autor no puede hacer,  así como así y porque sí,  lo que ningún lector esperaría que hiciese. Tanto le achucha que le saca de sus casillas, le hace decir lo que seguramente no quería decir en público, pero que a la vista está que dentro lo lleva porque lo proclama sin complejos: 



Fascista,  españolazo serían algunas de las lindezas que le lanzarían a la cara los nuevos predicadores, los portadores del sanctasanctórum como decía su paisano con boina Pío Baroja. 

El autor a su pesar le advierte que escrita está su muerte y no puede deshacer lo escrito, no hay posible marcha atrás. Le acusa de que él será el culpable de no permitirle la salida de la niebla, de no dejarle vivir. El también morirá porque el que crea, muere y morirán también todos los que le piensen. Todos a morir. Las ansias de vida, el supremo esfuerzo de pasión de vida le dejan exhausto, flojo y sin fuerzas para rendirse. Mientras tanto, una lágrima furtiva rueda por las mejillas de don Miguel de Unamuno al franquearle a Augusto la puerta para salir.

Mi vida llama tu vida 
y busca tus ojos; 
 besa tu suelo, 
reza en tu cielo, 
late en tu sien. 
 Ya siempre unidos,ya siempre, 
mi corazón con tu amor. 
 Yo sé que el tiempo es la brisa 
que dice a tu alma: 
 ven hacia mí, así el día vendrá 
que amanece por ti. 
 La luna de miel.
Rafael de Penagos/Jaume Sisa


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.