lunes, 28 de mayo de 2018

Los refugios de la memoria. Jose Luis Cancho. Leve murmullo.





"El día que me pusieron en libertad, me avisaron a primeras horas de la mañana que preparase mis cosas porque se había recibido la orden de que abandonase la prisión."

Los refugios de la memoria 
Jose Luis Cancho 

Los refugios de la memoria está editado en papel Registro Ahuesado. Una autobiografía publicada con clase y sencillez, edición cuidada en todos los detalles, así lo venimos observando en muchas publicaciones modernas. Supongo que esta presentación tan pasional es un acto de resistencia del libro de papel clásico en un intento de contrarrestar la pujanza de la más impersonal o fría lectura electrónica. El libro como objeto físico valioso, valor añadido y digno de regalo, no sólo como material de lectura aunque ésta nunca deje de ser la meta primordial de un libro, por supuesto. Un mecanismo de supervivencia, la librería llena de libros como lugar exclusivo que va más allá de la eclosión de las tiendas de libros low cost con la venta a granel de la lectura. Una tienda de marca para fidelizar al lector. Es cuestión de marketing porque la competencia ahí fuera es feroz, ya nada se vende en el arca, ni los paños de Béjar por muy buenos que sea. Un marcapáginas con forma de postal de regalo es la sorpresa. 

La foto del autor, de sesenta y tantos, a la sombra de una higuera sin red; una de dos, o hay menos pájaros allí o no le gustan los higos. Si no pones red, ni los hueles en la higuera que planté. Caminamos con pies descalzos entre cristales consagrados hasta la nota del autor llena de nombres y apellidos de gente que compartieron la lucha política y la cárcel después. Una cita del poeta sueco y reciente Premio Nobel, Tomas Tranströmer, nos traslada de las montaraces cuevas interiores a los aros de la edad en la madera de los árboles: 
 “Dentro de mí llevo mis rostros anteriores 
como el árbol lleva los anillos de la edad” 

El capítulo uno rompe a andar por los caminos hollados en el pasado de una forma espectacular, marcando el territorio. Una frase rotunda como un mazazo inesperado en la boca del estómago: “A medida que envejezco mi lengua se empobrece.” La obra termina con otra confesión definitiva: “Tengo temperamento de vagabundo.” Casi toda la vida del autor hecha palabra esculpida en primera persona, el partido y los pases perfectos, las hojas volanderas, el disparo de lejos, los regates secos, las faltas técnicas y las paradas asombrosas. “Escribir desde la perspectiva de un muerto, ese es mi propósito.” Como Rulfo en Pedro Páramo. Desde ese estado confuso, lindero de la ambigüedad, vencido por la indiferencia. El muerto que escribe y habla no es nuevo, pero no se refiere aquí al muerto de un nicho, ya afectado del silencio sepulcral de los callados y solos para siempre. 




"Me irrita el tic tac de los relojes"

El sendero enmarañado que guía al autor hasta la escritura: La lucha clandestina, su organización interior, la cárcel, la amnistía, la sopa de letras de tanto partido cuando las primeras elecciones democráticas, las del ¡Habla, pueblo, habla! El autor toma como anclaje del artefacto narrativo el momento de la salida de la cárcel en 1975 gracias a la amnistía general. Desde ese momento, con veintitrés años y dos abriles robados por el régimen y la cárcel va desgranando, con la hierba primaveral en la boca, los recuerdos que le llevaron al talego y las vicisitudes posteriores. Sale como un héroe para los suyos en ideología. Más tarde el desencanto porque las cosas no salen como uno ha soñado o planeado durante tantas horas libres de ocupación en el trullo. Qué difícil es la coherencia, acompasar el modo de vida con las ideas. La lucha por el poder desgasta más sin clandestinidad. El poder desgasta, pero no tenerlo es peor. La división de la izquierda y la constatación de que la gente vota poco por los extremos en democracia. Los activistas radicales se instalan en los partidos moderados que saben ceder en los máximos para encontrar soluciones intermedias a los problemas que benefician a todos un poco y no fabricar otros nuevos. Abandonar las palabras hirientes que hacen los acuerdos imposibles. 

Al salir de la cárcel él ha cambiado, el partido ya no es el mismo. Forma parte del comité ejecutivo de la Joven Guardia Roja y del PTE, muy activos en aquellos momentos. Entra en una dinámica agotadora de viajes y reuniones que le llevan a tomar la decisión de abandonar el partido y desaparecer, harto de aquella vida. Le cuesta adaptarse a vivir sin sobresaltos. “Fue como pasar de encontrarse en el centro del torbellino a la calma más anodina e insulsa.” Termina los estudios de magisterio y trabaja de maestro en Irún. Pero no todo son las vacaciones del profesor. Hay que aprender a lidiar con una clase llena de fierecillas inquietas o adolescentes rebeldes, listos como el hambre para lo que quieren, absorbentes como esponjas de mar abierto, exigentes. Funda el Caballo canalla a la calle junto a otros aficionados a la literatura de San Sebastián. La revista dura cuatro números, uno por cada una de las estaciones del año. Luego funda Infolios, de corto recorrido también. 

Pide traslado a La Gomera que es donde uno se va cuando quiere desaparecer del todo. Allí no se adapta. Le angustia el comienzo del nuevo curso. Él es un superviviente y lo que le quede por vivir es un regalo. Lo que quiere es alejarse del mundo de la escuela. Se vuelve a Santa Cruz y renuncia a la plaza de maestro. En su mente bulle una determinación: Dedicarse a tiempo completo a la pasión absorbente de la escritura, entregarse en cuerpo y alma a la literatura a los treinta y tres años de edad. 




"Siempre es la parada lo que exige una explicación nunca el movimiento."

Se imagina a sí mismo como Jack Kerouac, viajando y escribiendo a la vez. No había recabado en la necesidad de la soledad y la quietud que requiere la escritura para pensar qué escribir. Antes de eso se echa al camino como un nómada, un vagabundo, alguien errante, don Quijote desarmado. Le asaltan en Panamá, estafa a los bancos en Ecuador, usa el fusil en Nicaragua, viaja en el techo de autobuses y trenes. Patea el desierto de Atacama traicionero para los pilotos de rally, pero maravilloso cuando las semillas germinan en una explosión única de color en el lugar más inhóspito para la vida del planeta azul. Recorre el continente americano de habla hispana de norte a sur. Llega un momento en el que ese contemplar lo que te rodea sin implicarse deja de llenarle; no es más que ver pasar el tiempo. Tanto viajar sin escribir es vacío. Tanto viajar para mirar y llenar el depósito de imágenes y resulta que la más elocuente es un patio con una higuera que abraza los recuerdos de la niñez, la primera tierra. 

 Decide parar, encerrarse con una máquina de escribir y parir El viajero junto al mar, la primera novela con cuarenta y siete años de edad. Un viaje iniciático que le lleva a la escritura de cuatro novelas en las que el punto de partida son los recuerdos. Reconoce que con estas memorias puede estar concluyendo otro ciclo vital, que a lo largo de su vida han sido de siete u ocho años y dedicarse a otra cosa. La decisión no es fácil de tomar porque ya no tiene edad para meterse torero o boxeador. Por su cabeza pasa la sensación de que es un flojo por huir de sus raíces, por abandonar la política o despedirse del magisterio y los viajes. Aún no sabe si dirá adiós a la escritura. Escribiendo así desde el nicho, con esa verdad, no debería dejarlo, el aire es denso para los autores creativos, en él vuelan numerosas historias inéditas,  esperando al escritor que las dote de la palabra justa, el ritmo perfecto.

Soy un leve murmullo del viento, 
caricia del tiempo, diciéndome adiós. 
Soy recuerdo de un largo viaje, 
familia emigrante a una vida mejor. 
Soy memoria de un tiempo de barrio, 
ciudad de extrarradio de lata y cartón. 
Soy un verso lanzado al futuro, 
proyecto seguro, guitarra y canción.
Luis Pastor


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

sábado, 19 de mayo de 2018

Akúside (3) Ángel Vallecillo. Los pechos de los montes.





"¿Cómo hemos llegado hasta aquí, mi general?

Akúside (3) 
Ángel Vallecillo 

Los tres guerreros que encuentran a los nabulas ahogados presentan los cadáveres a las madres. Ellas son las encargadas de dar la orden de lapidación en el céntrico frontón de Iztialak al alba, la hora de los fusilamientos. La cuarta guerrera escapó de la quema, pero no irá lejos; Axiámaco, ungido de fe pétrea en el escarmiento,  promete solemnemente a la madre del nabula ayuno de asesina que la capturará y también atrapará a los jinetes culpables del infanticidio. 

A través de ejemplos concretos que el autor presenta durante la fase de desarrollo de la obra, vamos viendo el estado lamentable de la situación económica y social de la Akúside profunda del interior. Las cosas no van bien allí, hay escasez en Iztialak. La fábrica que produce el papel siempre ha estado en Iztialak desde antiguo.  Han podido mantener la maquinaria durante ochenta y cuatro años porque nunca les ha faltado el suministro de  aceite que ahora les falta con la independencia. Un jovencito akusara, adolescente de quince años, guarda bajo llave el manual de instrucciones de la máquina como un tesoro, no vayan a saber más que él. El guardián es un cío lítica de pureza virginal, pero que no sabe ni agarrar un martillo. Berteanak sabe inglés y se presta a echarles una mano en la traducción del manual de instrucciones, pero se atranca en la palabra “lamellas.” La maquinaria se avería con los años y como no hay wifi no pueden recurrir al Google sabelotodo. Para el gerente de la fábrica que ya no produce papel el problema son los cíos líticas, cada vez más intolerantes y radicales. Se les ha dado todo lo que han pedido y ellos siguen encerrados en su “universo de sangre y tradición.” Un regreso a lo más oscuro de la Edad Media cuando se cerraban los libros bajo llave para que el privilegio de la cultura fuera exclusivo de los elegidos. 

Las lechuzas se han hecho fuertes en los tirantes y pendolones del tejado de la vieja fábrica. Al menos no dejan parar a los ratones y palomas. A falta de gato, buenas son lechuzas. El alcalde del pueblo se queja de la miseria, les manifiesta el hartazgo por la escasez y les urge a encontrar a los asesinos de los nabulas y a la desertora. El campo y el monte, el regreso a la esclavitud del arado romano,  no es la arcadia feliz que les prometieron a los que se quedaran o regresaran por sorteo. Ahora van armados por miedo a los delincuentes, los cíos líticas, habituados a la impunidad patria, se han venido arriba y los asaltan por los caminos. 

El autor recurre a una crónica del Irata, un periódico digital, para explicarnos el descontento de las clases populares con los dirigentes a cinco días de las elecciones. El columnista denuncia las pulsiones imperialistas de los nuevos dirigentes, siempre atentos a los latidos milenarios de la tierra madre, las campañas empapadas de destinos sagrados y dogmas sacros, la recuperación de la sangre akusara en el exterior, sembrada en el extranjero durante los tres éxodos históricos de la población. En el interior critican la cesión en todo ante los privilegiados cíos líticas. Reprochan la celebración del combate de boxeo justo el día de reflexión y que el parlamento tenga su sede en el palacio privado de los Rocher, de fiesta permanente. Reprueban que los hijos de los cortesanos asistentes a la fiesta nunca salgan elegidos en el sorteo del Regreso. El descontento se va multiplicando a medida que pasan los años desde la independencia. Antes les robaban desde el sur los políticos toreros, ahora desde el norte, los levanta piedras pesebreros. 

Por supuesto,  Irata es una excepción por eso del equilibrio, la libertad de expresión y tal, pero lo predominante en un férreo régimen autoritario es la prensa afín apesebrada, como Maroak Akusara. K. Ukintza firma una columna que pertenece a la sociedad de pompas mutuas y que recuerda a la prensa del Movimiento. El Regreso es un éxito sin precedente porque ha conseguido repartir la miseria en los supermercados vacíos de género. “El Regreso es progreso” gritan las paredes embadurnadas de pintadas y los eslóganes oficiales colgados de los cartelones gigantes. “El presidente es un abnegado estadista.” El señalamiento del disidente, acusándolo de traidor a la patria, a los muertos y a la raza es un lugar común. Y lo que más importa de todo: arrojar dudas sobre su reata, no ser akusara auténtico, cristiano viejo, la acusación de aketom que conlleva vivir con miedo de por vida. 






"¡Por Dios os lo suplico!¡No me bajéis ahí! ¡La Morba no!"

El presidente Rebai departe con los que van a lo suyo el miércoles a mediodía, se le amontonan el trabajo y los compromisos. Le informan del fracaso del chantaje de la niña con el Campeón. No quiere firmar la orden de pago de los suministros para los del Regreso a pesar de que los esperan como agua en mayo. Monta en cólera cuando le dicen que han lapidado a su sobrino Aitor. Lo saben desde el lunes y no le han dicho nada: “¿Cómo va a dirigir todo si no le cuentan los suyos la verdad?” Se pregunta enfurecido. Ahora lo que importa es que nada llegue a la prensa. Apagón informativo sobre el asunto hasta el día después de las elecciones. 

El presidente ha llamado al cerrajero de guardia para que abra una caja fuerte del palacio de los Rocher el miércoles por la tarde. Para nada porque resulta estar vacía. Mientras el operario hace el trabajo fino, de precisión de relojero, Rebai dialoga con Klatak y el cerrajero. A través de esta conversación a tres bandas los lectores nos enteramos de que los planes del presidente pasan por ganar las elecciones, para ello requiere que la muerte de Aitor no se haga pública hasta el día de reflexión. Los autores han sido los basuras del Sur. A ello se suma la esperada victoria de Caballo en el campeonato del mundo de boxeo. Las cápsulas de sangre 858 son el as que guarda en la manga que lo harán invencible. Sangre mestiza de basuras y akusaras, “sangre surgida del odio y del dolor.” Esa sangre manchada es la causante de los cuatro nabulas muertos. Él le dio las cápsulas a los jinetes akusaras. Siempre que la gente se deja comprender de que el culpable es el Sur, el gana. Después deben desaparecer los cuatro jinetes, Berteanak, el cerrajero y el apuntador, no quiere huellas de sus fechorías. 

El lienzo de Ignacio Zuloaga, “La víctima de la fiesta” en el que el caballo flaco (solían ser caballos viejos que ya habían servido bien, descartes del ejército) ha salido indemne del combate con el toro. El simbolismo con don Quijote vencido y el rocín flaco, Rocinante, de regreso a la aldea después de las desventuras es claro. El propietario del cuadro es la Hispanic Society of America desde 1928 y ha viajado a España para alguna exposición. Si el caballo de Zuloaga hablara, se descubriría la inmundicia pornográfica (nadie dijo que la independencia significara voto de castidad y de pobreza), el racismo pringoso de estos salvadores de la patria a bombazos. 




"Klatak mira por última vez el Zuloaga"


Mientras tanto la comitiva fúnebre avanza lenta por los caminos embarrados de Akúside (Juana la Loca llevando el cadáver de Felipe el Hermoso por los campos de Castilla). Los hombres de Axiámaco flaquean. Los integrantes del comando acompañan la carreta con el cadáver de Aitor tirada por un caballo percherón. Llueve a mares. Se cruzan con otra carreta de Aketoms, ciudadanos de segunda, material sobrante. Dos hijos llevan a la madre, atada como una cabra, a despeñarla por el barranco de Morba. Ellos dicen que la llevan al médico. Axiámaco, la autoridad, no pierde ni un minuto con ellos, son Aketoms. Que los parta un rayo y que ellos se las entiendan con sus códigos de tirar cabras desde los campanarios, como raza inferior. “A los viejos se les aparta después de habernos servido bien.” Joan Manuel Serrat así lo canta. 

El jueves de madrugada los cuatro jinetes exterminadores de niños akusaras cruzan la estepa a campo través y llegan al roble seco en lo alto del cerro. Detrás, la senda que abre una herida profunda en el bosque. En zigzag, a la luz de la luna llena, con las riendas atadas a las barrigas para retener a los caballos, bajan el cerro. A lo lejos, el lago cubierto de niebla. Se adentran en la espesura del bosque de higueras y alcornoques. Uno de los jinetes se inyecta en el brazo la cápsula de sangre 858. Abren un claro en el bosque a machetazos, el jinete esclarecido se desnuda, se encarama en una higuera y se corta una uña del pie de la que sale un hilo de seda negra con el que ata el cuerpo a una rama de la higuera, envuelto todo como una crisálida, duro como el caparazón de un escarabajo. A mediodía, los otros tres beben de la bota vino con leche de cabra y juegan al trío con las tripas de árate. Se oye un ruido que proviene del interior del capullo de brillo anaranjado, como el rasgado de un trapo seco. La crisálida se abre en dos y de su interior sale una forma humana que se desploma al suelo como la placenta de una vaca recién parida. El engendro se despereza y toma forma de hombre insecto. Los tres jinetes y el ser insecto reemprenden la marcha valle abajo al salir la luna.

En los pechos de los montes me amamanto 
y en la cornisa de los riscos me sostengo: 
por eso esta noche les voy a decir de dónde vengo. 
 Vengo del ronco tambor de la luna 
en la memoria del puro animal, 
soy una astilla de tierra que vuelve 
hacia su antigua raíz mineral.
El Cabrero


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


jueves, 10 de mayo de 2018

Akúside (2) Ángel Vallecillo. Horas muertas.





"Idos. No necesitamos a los débiles sino a los fuertes." 

Akúside (2) 
Ángel Vallecillo 

La gran sequía de siete años seguidos diezma la población de Akúside. Algunos akusaras emigran al sur cuando sufren bajas en la familia por culpa de la hambruna. 
-“Idos. Cuantos más os vayáis, mejor viviremos.” 
-“Idos. Así sabremos que los que nos quedamos somos los verdaderos akusaras.” 
Así les gritan los portadores del Sancta Sanctorum desde las murallas y maldicen a los cobardes que huyen por no soportar más las pruebas de la patria. 

Los hombres caminan boca abajo en Akúside porque así lo ha impuesto el rey Kalédrico por ley. Los ukintzas lo apoyan siempre que a ellos les dejen fabricar hachas de doble filo para matar más. Kalédrico está casado con Tesea, hija del rey Abba, sabio que quiso aislar a los ukintsas; los llamaba jarretokalak, viejos sin alma. Ella se entera que Kalédrico ha matado a su padre ayudado por Ataeka. Tesea quiere vengarlo, pero su hermano, ukintza convencido, no la ayuda. “Antes la patria que el padre,” proclama él convencido y ella huye de los centinelas de la norma correcta. Tesea regresa diez años más tarde disfrazada de sauce. Organiza la resistencia nada más llegar. Convence a los árboles de que pongan las raíces patas arriba, los animales boca abajo y las piedras, los cimientos en los tejados. El pueblo se levanta al ver el mundo al revés. Ataekatadisaskunasu temiendo que se le acabe el chollo, traiciona al rey, lo decapita con el hacha de doble filo, meten el cuerpo y la cabeza de Kalédrico en una caja, la llenan de plomo, lo arrojan al mar y a otra cosa mariposa. 


"Volved de donde venís y no tratéis de regresar jamás"

Akúside proviene de la forma akhuside, que significa huevo vacío atado al cielo. En el batúa del siglo XX pasa a significar patria de los akusaras, los inmortales, la raza exclusiva de los que nunca mueren. Akúside es una idea, la madre que da de mamar a los hijos, la pájara que se desvive por hacer el nido en lugar escondido de los gatos y llevarle el cibaque a los pajarillos en cueripatos cuando rompen el huevo. Los siete mil años del Silex lo han sido de gestación de la conciencia colectiva. Una idea, un sentimiento, un ser inmortal por el que no pasa el tiempo, ni muere con la desaparición del último akusara. Sobrevivirá como un fósil. Ciento ochenta generaciones de akusaras se han trasmitido la sangre de padres a hijos, cien millones de antepasados penantes con endogamia sanguínea. 

Cuatro jinetes armados cruzan el río Abur por El Paso el lunes al amanecer. Cabalgan toda la noche. Con las primeras claras del día descabalgan y beben “por turnos de una bota de vino mezclado con leche de árate” y juegan al trío con dados de tripa. De beber quedan ebrios, inertes como piedras. 

A media mañana llega el comando mandado por Axiámaco. Huele a orín de astures. Han profanado el crómlech de Jarcia y eso es una declaración de guerra. Le deja su caballo al mejor jinete del comando para que corra a llevar la noticia a Megara y recabar órdenes que cumplir. 

Los cuatro jinetes gemelos han matado a flechazos a cuatro niños akusaras que se estaban bañando en una poza del río Abur el martes por la mañana. Por la tarde una avanzadilla de cuatro jinetes y una traílla de perros rastreadores descubren los cuatro cadáveres flotando en el río. Uno de ellos es Aitor, el amado, hijo del general Axiámaco. Ellos saben que desde ese momento están condenados a muerte por ver un cadáver de niño akusara. La ley Nabula, la ley nueva lo ordena. Envuelven los cadáveres en sudarios que los guerreros llevan en el petate y regresan con el resto. Los basuras del Sur han sido los asesinos. Las flechas incrustadas en los cadáveres de los niños huelen a perro muerto. Descubrir por el olor como los perros. 

Las paradas narrativas para tomar aire no abundan en esta novela, lo que interesa es la acción, el ritmo de video juego, el volcado de pantalla para pasar a otra instancia superior cuanto antes. Pero cuando lo para, aprovecha la oportunidad a fondo, no faltan palabras certeras y cortantes como una guadaña recién afilada, ni la descripción precisa de la ropa que viste Tool Morgan, el boxeador del cráneo rasurado en la cubierta de popa del Fortuny, el barco que lleva al Campeón y a su séquito: sudadera con capucha y bolsillo de canguro, boxers, gafas negras y botacas que pesan un pesar. El uniforme de maniobras. Herramienta Morgan viene acompañado de Tommy el preparador y de Annie, la relaciones públicas o CM. Ella es la que elige a Carlota Edberg de doce años de edad entre un tumulto de partidarios ruidosos y admiradores exaltados para que hable con el Campeón. Resulta ser hija de la capitana del barco. Confiesa no haber estado nunca en Megara, puerto prohibido. 

Boxear es bailar, romperle el baile al contrario, que baile al ritmo que marcas, como torear es atemperar una embestida en bruto, que el toro embista lento, cuanto más despacio mejor. La pelea contra el Caballo akusara será la última de su carrera. Se cortará la coleta al terminar. Al retirarse a descansar, un hombre le advierte que en su camarote está Carlota desnuda, los akusaras quieren cazarlo, hacer chantaje para forzarle a un tongo. Hay muchos intereses en el resultado de la pelea. 


"¡Malditos perros engañados por el agua!


Desde Megara han planteado la pelea como un acontecimiento único, una confrontación de razas y sistemas políticos, pero Campeón no quiere entrar en eso en la rueda de prensa. Hace de la pelea un retrato de su interior. Él pelea para sí mismo, lucha contra él mismo, contra el miedo a no vencer, contra el miedo a caer en el alcoholismo como su padre. “El boxeo es el miedo,” sentencia algo en lo que ha pensado mucho, como respuesta a Óscar Esquivias, el periodista de Sports TV. No se trata de un combate político por mucho que lo quieran desde Akúside. Tampoco pelea por dinero, por eso no le importa saber nada del contrario. Al final todos morirán y él alcanzará la gloria. 

Mientras tanto, en el desfiladero Rojo, Berteanak, el lugarteniente de Axiámaco, trata de convencerle de que incumpla la ley Nabula, no porque se trate de su hijo, sino por la patria. Los soldados lo piden. Aitor es su líder. Él se encargará de enterrar los cadáveres bajo diez metros de tierra para que nadie los vuelva a encontrar. Pero Axiámaco ni se lo plantea. Akúside es y sanseacabó. Nada importa que el Sílex sea una invención de hace una década o que la ley Nabula sea un precio pagado a los cíos lítias. Nada importa que la madre, Analecta, muera de disgusto. 

Padre e hijo con el fardo del muerto a cuestas se apartan del grupo, se cruzan las miradas como cornamentas y entablan una conversación que provoca un calambrazo de tragedia. El padre se ofrece a cambiarse por el hijo en la lapidación al alba. El hijo rechaza la oferta, tiene un destino manifiesto y lo quiere cumplir, su muerte significará la salvación del pueblo. El sacrifico del hijo para que los akusaras se conviertan en humanos, dejen de ser animales y asuman la entrada en la civilización.


Un coyote en el porche, una mecedora 
Un cuello de botella buscando un fan 
Unas horas tan muertas que no son horas 
La comanche de anoche que ya se va 
Un tren con mexicanos y cuatro notas 
Me están poniendo cuerpo de JJ
Joaquín Sabina





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.